21/08/2024 – Jesús nos invita a responder con alegría y generosidad al llamado de Dios, comprendiendo que la verdadera recompensa no se mide en dinero o esfuerzo, sino en la plenitud de la vida eterna y el gozo de ser hijos de Dios. Reflexionemos sobre la confianza de nuestro Creador en nosotros, sus discípulos, y aprendamos a valorar la inmensidad de su amor sin condiciones.
Porque el Reino de los Cielos se parece a un propietario que salió muy de madrugada a contratar obreros para trabajar en su viña.Trató con ellos un denario por día y los envío a su viña.Volvió a salir a media mañana y, al ver a otros desocupados en la plaza,les dijo: ‘Vayan ustedes también a mi viña y les pagaré lo que sea justo’.Y ellos fueron. Volvió a salir al mediodía y a media tarde, e hizo lo mismo.Al caer la tarde salió de nuevo y, encontrando todavía a otros, les dijo: ‘¿Cómo se han quedado todo el día aquí, sin hacer nada?’.Ellos les respondieron: ‘Nadie nos ha contratado’. Entonces les dijo: ‘Vayan también ustedes a mi viña’.Al terminar el día, el propietario llamó a su mayordomo y le dijo: ‘Llama a los obreros y págales el jornal, comenzando por los últimos y terminando por los primeros’.Fueron entonces los que habían llegado al caer la tarde y recibieron cada uno un denario.Llegaron después los primeros, creyendo que iban a recibir algo más, pero recibieron igualmente un denario.Y al recibirlo, protestaban contra el propietario,diciendo: ‘Estos últimos trabajaron nada más que una hora, y tú les das lo mismo que a nosotros, que hemos soportado el peso del trabajo y el calor durante toda la jornada’.El propietario respondió a uno de ellos: ‘Amigo, no soy injusto contigo, ¿acaso no habíamos tratado en un denario?Toma lo que es tuyo y vete. Quiero dar a este que llega último lo mismo que a ti.¿No tengo derecho a disponer de mis bienes como me parece? ¿Por qué tomas a mal que yo sea bueno?’.Así, los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos”.
Mateo relata dos parábolas en las que Jesús deja clara la diferencia tan enorme que existe en la escala de valores de las autoridades religiosas y la de su Padre.
En la primera de éstas Jesús habla sobre la poca trascendencia del dinero para llegar a la perfección humana; y la segunda parábola, la cual escuchamos hoy, aborda el tema de la gratuidad de la salvación. Estos dos temas eran muy importantes para los judíos del tiempo de Jesús, pues según las autoridades religiosas de aquel tiempo, el dinero (escribas) y el estricto cumplimiento de la ley (fariseos), eran las dos maneras de “ganarse” la salvación de Dios.
Tomando este contexto como punto de partida, podemos comprender mejor esta parábola. En ella Jesús no pretende darnos una cátedra sobre justicia salarial, sino más bien, utiliza el ejemplo para enseñarnos la gratuidad con la que su Padre otorga la salvación y el gozo que esto nos ha de causar. Jesús intenta destacar tres elementos en esta parábola: “el llamado” de Dios a trabajar en su viña (figura utilizada varias veces por Jesús para significar el Reino de Dios), la necesaria respuesta del hombre a este llamado (sin importar el tiempo), y el gozo porque otros reciban la salvación.Dios nos llama a todos a trabajar en la construcción de su Reino, y a todos nos promete “recompensarnos” con la vida eterna y la felicidad de sabernos Hijos de Dios.
Este llamado es tan fuerte que el elegido es capaz de dejar todo para ser trabajador de la viña de Jesús.Sus palabras de vida suprimen toda duda, todo cálculo, toda resistencia. Quien no haya tenido esta experiencia, es porque todavía no ha escuchado la voz del Señor ni se ha sentido mirado a los ojos por el buscador de discípulos que le ordene: Ven y sígueme.
Es el llamado del Maestro es lo que lo capacita para para emprender la nueva vocación y misión. Su palabra viva y eficaz, da la fuerza necesaria para responder a su elección.
No puede haber discípulo llamado a trabajar en la viña de Jesús, si antes Él no lo llama. La Palabra subraya muy claro que “llamó a los que él quiso”: Mc 3,13.
Si su palabra no nos atrae irresistiblemente, si no nos fascina su persona ni nos seduce su mensaje, es que todavía no hemos sido llamados. Y entonces hay que pedir la gracia. Y si la llamada la hemos recibido pero necesitamos renovarnos en ella igualmente hay que pedirle renueve su llamada.
Este llamado, Dios lo hace desde un principio a todos nosotros, hay algunos que escuchan en un primer momento, otros que somos más tardos en responder, pero al final, todo el que haya respondido tendrá la vida eterna. La parábola es una invitación a gozarnos y alegrarnos por la salvación de todos y no a andar quejándonos porque nuestro prójimo se esforzó menos. Es también, una invitación a responderle al Señor que nos invita a trabajar en su viña, para poder así recibir nuestra paga, que es la plenitud en este mundo y la vida eterna.
Obrero es el que trabaja, el que obra. El primer y más grande obrero es, según San Crisóstomo, Dios mismo, que ha creado el cielo y la tierra, una obra grande y maravillosa. Pero la obra de la creación aún no está terminada porque Dios ha querido dar al hombre el gran privilegio de completar la obra comenzada por el Artista supremo.
No hay muchos maestros que tengan una confianza tan grande en sus discípulos como para dejarles terminar su obra. En cambio, con confianza, Dios confía al hombre su trabajo, cree en él y no lo abandona, lo acompaña con su mano. Por tanto, el hombre es un obrero al servicio de Dios, bajo la guía de Cristo. Su obra será creativa si se atiene fielmente al proyecto primero trazado por Dios. La voluntad de Dios es la primera regla de nuestra acción.
La voluntad de Dios no es un principio abstracto. Con una desición libre, Dios confía concretamente a cada uno su tarea. Nadie recibe la misma tarea, por eso, cada vocación es especial e irrepetible. Nadie recibe al mismo tiempo: Dios da a cada uno un tiempo distinto para llevar a cabo la propia obra. Por eso hay tanta diferencia en los talentos personales y, como consecuencia, en los tipos de trabajo.
A veces resulta difícil comprender a Jesús! Pagar lo mismo a quien trabajó ocho horas que al que lo hizo sólo una hora, parecería una injusticia o un error. Sin embargo, Dios sólo sabe darlo todo. Él no sabe amar a medias, pagar “por horas” o medir su perdón. Dios ama y siempre lo hace con plenitud.
Hoy en día nos encontrarnos con muchos cristianos que parecen no comprender esta parábola de Jesús. Se los ve viviendo su cristianismo con pesadez, como “asalariados” que han olvidado la gratuidad del amor de Dios. Han perdido la dimensión del llamado, de la respuesta y sobretodo del gozo de vivir como cristianos.
Estoy hablando del cristiano que quiere comprar el cielo “a punta” de limosnas o de misas. Que se confiesa porque tiene miedo a condenarse y va a misa “porque obliga en domingo”. Muchos matrimonios que viven la moral cristiana como una imposición y otros jóvenes que piensan que ser cristiano les limita su “libertad”. Todos ellos trabajadores de la viña del Señor, que no se han dado cuenta que ya tienen en sus manos la esperanza de la vida plena, de la vida eterna.
Trabajar en la viña, es decir, responder al amor de Dios, es gozar ya desde ahora de la gratuidad y de la inmensidad del amor de Dios.
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