¿Lo quieres…?

jueves, 11 de enero de 2007
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Se acercó a Jesús un leproso para pedirle ayuda y, cayendo de rodillas, le dijo: “si quieres, puedes purificarme”. Jesús, conmovido, extendió la mano y lo tocó, diciendo: “lo quiero, queda purificado”. Enseguida la lepra desapareció y quedó purificado.
Jesús lo despidió, advirtiéndolo severamente: “no le digas nada a nadie, pero ve a presentarte al sacerdote y entrega por tu purificación la ofrenda que ordenó Moisés, para que les sirva de testimonio”.
Sin embargo, apenas se fue, empezó a proclamarlo a todo el mundo, divulgando lo sucedido, de tal manera que Jesús ya no podía entrar públicamente en ninguna ciudad, sino que debía quedarse afuera, en lugares desiertos. Y acudían a Él de todas partes.
Marcos 1, 40 – 45

Este pedido de esta persona que padecía lepra: “si quieres, puedes purificarme”; es el pedido de tantos hombres de hoy que piden de muchas maneras ayuda para salir de esas situaciones difíciles, extremas.

Sigue diciendo el relato: “Jesús, conmovido, extendió la mano y lo tocó, diciendo: – lo quiero, queda purificado”. Muchas veces vamos a encontrar este adjetivo (Jesús conmovido), la conmoción, como la parábola del buen samaritano. Que cuando ve ese hombre, que está casi muerto a orillas del camino, dice: se conmovió y se acercó para ayudarle. Ese conmoverse de Jesús es la solidaridad que él tiene con el hombre pecador, con el hombre caído. Para eso se hizo hombre, para eso ha venido al mundo. Para participar de nuestra humanidad y para ayudarnos a elevarnos hacia Dios.

Extendió la mano y lo tocó. Algo que en contra de lo que decía la ley y el común de la gente. No se podía tocar a una persona leprosa, sin embargo el Señor no tiene miedo y lo toca. Y al mismo tiempo que lo toca y dice “lo quiero”, queda purificado. Es la voluntad salvífica del Señor que viene a sanarnos de nuestros males. Lo quiero, queda purificado. Es esa palabra poderosa de Dios, que hace lo que dice. Que realiza aquello que el hombre le pide. Lo quiero. Es la voluntad decidida del Señor, en donde él está expresando esa voluntad salvífica. El amor de Dios, el amor del Padre. Y enseguida la lepra desapareció y quedó purificado. Aquel hombre experimenta en lo más profundo de su ser, en este encuentro con el Señor, lo que es la Salvación. Y por eso, aunque Jesús le dice después, no le digas nada a nadie, pero ve a presentarte al sacerdote, sin embargo apenas se fue, empezó a proclamarlo a todo el mundo, divulgando lo sucedido. No podía callar a pesar de la advertencia de Jesús, todo lo que había vivido. Todo lo que había experimentado. La alegría inmensa de haberse liberado de una enfermedad tan grave, de algo que oprimía, que lo marginaba, que lo hacía sufrir en silencio.

Entonces ahora cuando se ve nuevamente purificado y puede volver a su familia, y puede integrarse a la comunidad. Esa alegría, ese gozo interior hace que comience a proclamar lo que Dios ha hecho en él.

Esto también nos recuerda, este proclamar, este decir la obra maravillosa de Dios, esa proclamación de María en el Magnificat, desde otra perspectiva en esta historia de la Salvación.

Pero cuando Dios va actuando, cuando Dios obra es las personas, quienes ha recibido esta Gracia, este don de Dios, no pueden guardarlo para sí. Sino que sienten ese un impulso de anunciarlo a los demás.

Nos puede llamar la atención de que Jesús le advierta, dice severamente: “no le digas nada a nadie” Sabemos que esta prohibición de Jesús no es porque él no quiera manifestarse como el Salvador, sino para evitar la confusión con la idea mesiánica que se vivía en el pueblo judío. Con un Mesías político que viene a liberar a Israel del Imperio Romano. Ése es el sentido de la prohibición de Jesús.

Pero esta desobediencia de esta persona leprosa, que ha sido sanada, es vista en este relato de una manera positiva. Porque hace que Jesús sea proclamado como el Salvador. También sabemos que, como decíamos en el comentario, a la lepra en la Biblia. Uno de los signos mesiánicos, es decir uno de los signos a través de los cuales se va a manifestar que se está cumpliendo la promesa de salvación, es que también los leprosos serán sanados, serán purificados. Eso es lo que Jesús le manda a contestar a Juan a través de sus discípulos, cuando ellos vienen a preguntar (de parte de Juan el Bautista), si él era el Mesías o tenían que esperar a otro. Entonces él les dice: “vayan y digan lo que han visto”.

La Buena Noticia es anunciada a los pobres: los ciegos ven, los paralíticos andan, los leprosos son purificado. Y de esa manera, este relato de la curación del leproso, en el evangelio de Marcos y al comienzo de la predicación de Jesús, es como que va mostrando, que en Jesús se van cumpliendo aquellos signos mesiánicos que hacen de él el enviado de Dios. Que hacen de él el cumplimiento de la promesa de Salvación para el pueblo de Israel, y para todos nosotros y para todos los hombres.

Es importante que nosotros, al tener en cuenta este relato, la lepra también en un sentido espiritual significa: ese pecado que se apodera del hombre. Ese pecado que nos aleja de Dios. Ese pecado que nos hace impuros, no sólo ante Dios, sino muchas veces también ante nuestros hermanos. Y es ahí donde nosotros tenemos que clamar con mucha fe, con mucha confianza, reconociendo que Jesús es el único que nos puede salvar. Y este clamor, para nosotros tiene mayor fuerza porque sabemos, porque conocemos esa compasión de Jesús. Que no es la compasión que nosotros podemos ver en algunas personas del “pobrecito, qué lástima”; la compasión lastimera, lastimosa. Y no esta compasión que es fruto del amor, y de esa entrega del Señor para salvarnos.

Es también la compasión que nosotros tenemos que manifestar hacia aquellos hermanos que están sufriendo. Hacia aquellos hermanos más necesitados. Hacia aquellos que también hoy en la sociedad, están marginados.

Muchas veces tengo presente, cuando reflexiono sobre algunas cosas, lo que el Señor nos ha regalado en nuestra sociedad, en nuestro tiempo: Una mujer como Madre Teresa de Calcuta. Una mujer que se ha dedicado a servir a lo más pobre de los pobres. Aquellos marginados de la sociedad de la India. Aquellos que morían totalmente indignos y que nadie se ocupaba de ellos. Y Madre Teresa descubre también el modo de llevarles la compasión, el amor, la Misericordia de Dios. Ella misma declara que, cuando el podía llevar alguno de estos que estaban allí, sin que nadie los atendiera. Y los podía llevar a lugares que había conseguido para poder atenderlos, y que morían con una sonrisa. Y que algunos de ellos le habría dicho antes de morir “ahora estoy feliz porque me siento reconocido, porque me siento querido, me siento amado.”

Esa es la alegría que produce la compasión de Jesús en este hombre, purificado de su lepra. Es la alegría que debe producir en nosotros creyentes, en nosotros cristianos cada vez que, a través del sacramente de la reconciliación, experimentamos esta Misericordia de Dios. Que nos purifica nuevamente, que nos devuelve la condición de Hijos de Dios, que nos eleva nuevamente hasta Él. Que nos hace salir de esta miseria humana del pecado. Y reconocer que también, el Señor, a través de este sacramento, está diciendo: lo quiero, queda purificado. Nos recuerda aquello del Antiguo Testamento cuando Dios le dice a su pueblo: a todos aquellos que se arrepienten de sus pecados, dice, Yo borraré de mi vista todos sus pecados.

¡Cómo Dios purifica al hombre! ¡Como Dios quiere salvarlo, quiere sanarlo! Y esa acción de Dios sigue en el tiempo. No nos olvidemos que Jesús ha dejado a la Iglesia como su cuerpo y a través del cual quiere seguir sanado a la humanidad.

Nosotros somos la Iglesia. Entonces, a través de nosotros, el Señor quiere mostrar esa misericordia. Pensemos en tantos hombres y mujeres de nuestro tiempo, que han sido testigos de esa misericordia divina, y pidamos también nosotros al Señor que no tengamos miedo de extender la mano y de tocar a aquellos hermanos que consideramos marginados, despreciados. Que a veces ni nos animamos a mirarlos. Que no nos hagamos a un lado de ellos, sino que así como nosotros hemos recibido su Perdón, su Misericordia, sus favores, que también nosotros seamos capaces de extender la mano hacia esos hermanos necesitados, para llevarles el Amor de Dios. Para llevarles la ayuda y para que ellos a través de esto puedan descubrir esta COMPASIÓN del Señor.

El evangelio nos dice también que aquel hombre empezó a divulgar todo lo sucedido, de tal manera que Jesús ya no podía entrar públicamente en ninguna ciudad, sino que debía quedarse afuera en lugares desiertos. Y acudían a él de todas partes.

Creo que se está dando todo al revés en nuestra sociedad, que se dice cristiana. Cada vez Jesús es menos conocido. Y un síntoma, me parece descubrirlo en las vocaciones a la vida sacerdotal y a la vida religiosa. Hoy muchas comunidades religiosas, sobre todo de mujeres (que son las más numerosas), se están quedando sin gente. Y las que tienen todavía vocaciones las reciben de los países de misión, como Filipinas, como África. Porque de los lugares donde están son países con una historia cristiana de siglos, ya no hay tantas vocaciones. No es tan conocido el Señor. Como que nos estamos endureciendo en nuestra fe. Y nos conformamos como los fariseos en el ritualismo y creemos que eso es suficiente. Y no hacemos nada por crecer. Precisamente porque estamos olvidándonos de la Palabra de Dios.

En la Biblia, en el A. T., los profetas, cuando de parte de Dios le sacan en cara al pueblo su pecado dicen: “si estamos en esta situación es porque hemos pecado contra el Señor”. Pero el pecado contra el Señor es haber olvidado su Palabra. Olvidado su mandamiento.

Y creo también, muchas situaciones de hoy entre nosotros cristianos, situaciones difíciles que expresan que hemos pecado contra el Señor. Y el pecado es haber olvidado la Palabra de Dios. Es no proclamar que Jesús es nuestro Salvador.

Ese llamado de María nos tiene que animar también a todos nosotros, porque quien más, quien menos, en su familia no tiene una situación similar. Y entonces también que nosotros le pidamos al Señor que nos ayude a liberar, a sanar esas situaciones porque sabemos y confiamos, porque es el único que nos puede salvar.

Le damos Gracias! al Señor, y terminando esta catequesis, con esta oración que hacía Madre Teresa de Calcuta: