31/08/2018 – Este sencillo relato nos recuerda que cada uno de nosotros es valioso y un don para los demás:
Cuentan que, en cierta ocasión, entró una niña en el taller de un escultor. Por un largo rato, estuvo disfrutando de todas las cosas asombrosas del taller: martillos, cinceles, pedazos de esculturas desechadas, bocetos, bustos, troncos…, pero lo que más impresionó a la niña fue una enorme piedra en el centro del taller. Era una piedra tosca, llena de magulladuras y heridas, desigual, traída en un penoso y largo viaje desde la lejana sierra. La niña estuvo observando la piedra y, al rato, se marchó. Volvió la niña al taller a los pocos meses y vio, sorprendida, que en el lugar de la enorme piedra, se erguía un hermosísimo caballo que parecía ansioso de liberarse de la fijeza de la estatua y ponerse a galopar. La niña se dirigió al escultor y le dijo: “¿cómo sabías tú que dentro de esa piedra se escondía ese caballo? “
Cuentan que, en cierta ocasión, entró una niña en el taller de un escultor. Por un largo rato, estuvo disfrutando de todas las cosas asombrosas del taller: martillos, cinceles, pedazos de esculturas desechadas, bocetos, bustos, troncos…, pero lo que más impresionó a la niña fue una enorme piedra en el centro del taller. Era una piedra tosca, llena de magulladuras y heridas, desigual, traída en un penoso y largo viaje desde la lejana sierra.
La niña estuvo observando la piedra y, al rato, se marchó.
Volvió la niña al taller a los pocos meses y vio, sorprendida, que en el lugar de la enorme piedra, se erguía un hermosísimo caballo que parecía ansioso de liberarse de la fijeza de la estatua y ponerse a galopar.
La niña se dirigió al escultor y le dijo: “¿cómo sabías tú que dentro de esa piedra se escondía ese caballo? “
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