08/08/2016 – Mientras caminaba a orillas del mar de Galilea, Jesús vio a dos hermanos: a Simón, llamado Pedro, y a su hermano Andrés, que echaban las redes al mar porque eran pescadores. Entonces les dijo: «Síganme, y yo los haré pescadores de hombres». Inmediatamente, ellos dejaron las redes y lo siguieron. Continuando su camino, vio a otros dos hermanos: a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca de Zebedeo, su padre, arreglando las redes; y Jesús los llamó. Inmediatamente, ellos dejaron la barca y a su padre, y lo siguieron.
Mt 4,18-22
Seguramente alguna vez hemos recibido de una madre, de un padre, de una abuela, de un tío, de una amiga, de un sacerdote o de un hermano, un consejo que nos sirvió para toda la vida. Es bueno que de vez en cuando, rescatemos estos consejos de la memoria para que recobren toda su fuerza.
La mamá de nuestra querida Madre Teresa de Calcuta le dejó un consejo a su hija, cuando esta estaba en tiempo de definición vocacional, que la marcó para toda la vida. Le dijo: “´Pon tu mano en Su mano (la de Jesús) y camina sola con Él. Camina sola hacia delante, porque si miras atrás, volverás`. Estas palabras de despedida de su madre se grabaron profundamente en el corazón de Gonxha Agnes Bojaxhiu, la futura Madre Teresa, al dejar su hogar en Skopje para comenzar su vida como misionera a los dieciocho años. El 26 de septiembre de 1928 viajó a Irlanda para entrar en el Instituto de la Bienaventurada Virgen María (las Hermanas de Loreto), una congregación de religiosas, no de clausura, dedicadas principalmente a la educación. Ahí daría sus primeros pasos como consagrada. Ella había pedido especialmente ir a las misioneras de Bengala. Semejante aventura exigía gran fe y valentía, ya que ella y su familia sabían bien que ´en esa época, cuando los misioneros se iban a las misiones, nunca regresaban`. A pesar de lo joven que era, Gonxha había necesitado seis años para decidir sobre su vocación. Ella de alguna manera fue gestando en su alma ésta decisión.
Creció en una familia que fomentaba la piedad y la devoción y en una fervorosa comunidad parroquial, que contribuyó también a su formación religiosa. En este entorno, según revelaría más tarde Madre Teresa, se sintió por primera vez llamada a consagrar su vida a Dios: ´Yo solo tenía doce años entonces. En esta época, fue cuando supe por primera vez que tenía vocación hacia los pobres, en 1922. Yo quería ser misionera, yo quería ir y dar la vida de Cristo a la gente de los países de misión. Al principio, entre los doce y los dieciocho años, yo no quería ser religiosa. Éramos una familia muy feliz. Pero cuando tuve dieciocho años, decidí dejar mi hogar para hacerme religiosa, y desde entonces, en estos cuarenta años, nunca he dudado ni siquiera un segundo de haber hecho lo correcto; era la voluntad de Dios. Era Su elección`. Por lo tanto, su decisión no fue un capricho de juventud, sino más bien una elección razonada, fruto de su profunda relación con Jesús. Muchos años después ella desvelaría, ´desde mi infancia el Corazón de Jesús ha sido mi primer amor`. Hizo clara su determinación en su carta de solicitud a la superiora de las religiosas de Loreto: ´Reverenda Madre Superiora, sea tan amable de escuchar mi sincero deseo. Quiero entrar en su Congregación, con el fin de llegar a ser un día una hermana misionera y trabajar por Jesús que murió por todos nosotros. He terminado el quinto curso de la escuela secundaria. Hablo albanés, que es mi lengua materna, y serbio. Conozco un poco el francés, no sé nada de inglés pero espero que Dios me ayude a aprender lo poco que necesito y entonces empezaré inmediatamente en estos días a practicarlo. No tengo otro requisito especial, sólo quiero estar en las misiones y todo lo demás lo dejo completamente a disposición del Buen Dios` En Skopje, 28-07-1928”.
La vida de un santo como la Madre Teresa nos revela el rostro de Jesús que va más allá de la presencia de la personas y se tranforma en luz.
Evidentemente estamos en presencia de una persona que, desde muy joven, en medio del combate espiritual y frente al llamado que Dios le hace, tiene una gran determinación, a semejanza de lo que ve en Santa Teresa de Jesús. Gonxha relata que en su vida recibió una gracia excepcional de Dios cuando hizo su primera comunión, aumentando su deseo de dar un paso audaz hacia lo desconocido: “´Desde los cinco años y medio -cuando Le recibí (a Jesús) por primera vez- el amor por las almas ha estado en mí. Creció con los años, hasta que llegué a la India, con la esperanza de salvar muchas almas`. Navegando por el mar Mediterráneo, la apasionada y joven misionera escribió a sus seres queridos: ´Recen por vuestra misionera para que Jesús le ayude a salvar cuantas almas inmortales sea posible de la oscuridad, de la incredulidad`. Acá hay una expresion que es misteriosa porque este ha sido el lugar desde donde Dios la ha llevado desde siempre a ser testigo de la luz viviendo ella misma en profunda conmuión en medio de la incertudumbre en sus sombras interiores. Su esperanza de llevar luz a los que estaban en oscuridad llegaría a hacerse realidad, aunque de un modo que ella no podía ni imaginar mientras viajaba a su escogida tierra de misión”. Aquí se va perfilando en Gonxha, la futura Teresa de Calcuta, aquello que la guiará a lo largo de toda su vida: “ser luz” para los demás. A quien vivia en la sombra Dios le dice “Serás mi luz”.
“Durante el viaje por mar, en momentos de soledad y de silencio, cuando la alegría y el dolor se mezclaban en su corazón, la Hermana Teresa (así llamada a partir de su ingreso en la Congregación de Loreto, en honor de Santa Teresa de Lisieux), reunió sus sentimientos en un poema:
ADIOS
Dejo mi querido hogar Y mi amada tierra natal, a la cálida Bengala voy, a un lejano, distante lugar.
Dejo a mis viejos amigos. Abandono familia y hogar, mi corazón me impulsa, a servir a mi Cristo.
Adiós, oh madre querida. Y, a todos vosotros, adiós. Una fuerza mayor me empuja hacia la tórrida India.
El barco avanza lentamente, surcando las olas del mar, mis ojos por última vez observan las queridas orillas europeas.
Valiente, en la cubierta del barco, de plácido, feliz semblante, está la pequeña, la nueva prometida de Cristo.
En su mano una cruz de hierro, de la que cuelga el Salvador. El alma dispuesta ofrece este momento, su duro sacrificio:
´¡Oh Dios, acepta este sacrificio como signo de mi amor, ayuda a Tu criatura, a glorificar Tu nombre!
A cambio sólo Te pido, Oh, nuestro buenísimo Padre, dame al menos un alma una que Tú ya conoces`.
Y pequeñas, puras como rocío estival, fluían suavemente las cálidas lágrimas, confirmando y consagrando, el duro sacrificio, ahora ofrecido”.
Una hermosa expresión que muestra el alma de quien se ha entregado completamente a Dios. Con la consigna que su madre le hadado, que con él sola camine hacia adelante sin mirar atrás.
Poco después, la Hermana Teresa llegaba al abrasador calor de la India, en Calcuta, donde imitaba a Jesús y vivía en comunión con él.
“Después de nueve años en Loreto, la Hermana Teresa estaba acercándose a un momento muy importante de su vida, estaba a punto de hacer profesión de votos perpetuos. Sus superioras y sus compañeras ya estaban al tanto de su espíritu de oración, compasión, caridad y celo; también apreciaban su gran sentido del humor y su talento natural para la organización y el liderazgo. En todos sus quehaceres mostraba una inusual claridad mental, sentido común y valentía, como la ocasión en que ahuyentó un toro de la carretera para proteger a sus niñas o cuando consiguió hacer huir a unos ladrones que irrumpieron una noche en el convento. Sin embargo, ni sus hermanas ni sus alumnas advirtieron la magnitud de la hondura espiritual que esta religiosa trabajadora y alegre había alcanzado en medio de sus actividades diarias. Su profunda unión con Jesús, fuente de su fecundidad espiritual y apostólica, sólo la compartía con sus confesores. Así, raramente aludía a sus sufrimientos y la alegría que irradiaba a su alrededor escondía con eficacia sus tribulaciones. En una carta al padre jesuita Franjo Jambrekovic, el que había sido su confesor en Skopje, ella le reveló el secreto de la poderosa acción de Dios en su alma: ´Querido Padre en Jesús, le agradezco de corazón su carta -realmente no la esperaba- le pido disculpas por no haberle escrito antes. Acabo de recibir la carta de la Reverenda Madre General en la cual me da el permiso para hacer mis votos perpetuos. Será el 24 de mayo de 1937. ¡Qué gran gracia! Realmente no puedo agradecer lo suficiente a Dios todo lo que ha hecho por mí. ¡Suya para el resto de la eternidad! Ahora me alegra de todo corazón haber llevado con alegría mi cruz con Jesús. Hubo sufrimientos -momentos cuando mis ojos estaban llenos de lágrimas- pero le doy gracias a Dios por todo. Jesús y yo hemos sido amigos hasta ahora. Rece para que me dé la gracia de la perseverancia. Este mes empiezo mis tres meses de tercera probación. Habrá más que suficiente para ofrecer por Jesús y por las almas, pero estoy tan feliz. Antes las cruces me daban miedo -se me ponía la carne de gallina sólo de pensar en el sufrimiento- pero ahora lo abrazo incluso antes de que llegue y así Jesús y yo vivimos en el amor. No piense que mi vida espiritual está sembrada de rosas, esa es la flor que casi nunca encuentro en mi camino. Todo lo contrario, más a menudo, tengo a la oscuridad por compañera. Y cuando la noche se hace más espesa -y me parece que voy a terminar en el infierno- entonces simplemente me entrego a Jesús. Si Él quiere que yo vaya, estoy preparada, pero sólo con la condición de que de verdad le haga feliz. Necesito mucha gracia, mucha fuerza de Cristo para perseverar en la confianza, en ese amor ciego que conduce sólo hacia Jesús Crucificado. Pero soy feliz, sí, más feliz que nunca”.
La oscuridad en Teresa de Calcuta fue una experiencia interior fuerte en ella. “Esta carta a su confesor en Skopje es el primer caso en su correspondencia donde la Hermana Teresa se refiere a la ´oscuridad`. Es difícil captar con precisión lo que esta palabra significa para ella, en este tiempo, pero en el futuro el término llegaría a significar un profundo sufrimiento interior, falta de consuelo sensible, sequedad espiritual, una aparente ausencia de Dios en su vida y al mismo tiempo, un doloroso anhelo de Él. Su breve descripción deja claro que la mayor parte del tiempo no disfruta de la luz y del consuelo de la presencia sensible de Dios, sino más bien se esforzaba en vivir por la fe, entregándose con amor y confianza a lo que Dios deseara. Había progresado tanto ese amor que podía superar el temor del sufrimiento: ´ahora abrazo el sufrimiento incluso antes de que llegue, y así Jesús y yo vivimos en el amor`. La oscuridad interior no es nada nuevo en la tradición de la mística católica. De hecho, ha sido un fenómeno común entre los numerosos santos que, a los largo de la historia de la Iglesia, han experimentado lo que el místico carmelita español San Juan de la Cruz llamaba la ´noche oscura`”.
Teresa de Calcuta vivió esta experiencia de oscuridad profunda en la fe a lo largo de casi toda su vida. Nosotros sabemos que hay distintas noches: de los sentidos, del espíritu y de la fe. En todas y cada una de estas noches, Madre Teresa se ha vio atravesada por la dolorosa experiencia de sentir a Dios dentro suyo. En torno a esa experiencia es que Dios le dice: “ven, sé mi luz”.
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