Los demonios del apostolado

lunes, 28 de julio de 2008





¿Existirán demonios que se anteponen a este encuentro majestuoso entre nuestro Padre y nosotros sus hijos? Habrá  intención de los demonios de alejarnos, de que el encuentro no se realice? De disfrazar nuestras obras de bien, solamente para poder gloriarnos nosotros. Si nos quedamos con la premisa fuerte  y sabia de San Pablo, que llevamos este tesoro en vasijas de barro y si somos concientes de ser esta pequeña vasija, agrietada, sucia, imperfecta pero que aún así el Señor quiere habitarnos, vamos a ponernos en este momento de cara al Señor, si empezamos reconociéndonos vasija de barro, si empezamos reconociendo que la tentación estará. Lo peor que podemos hacer como cristianos es  pensar que el mal no existe, es algo que en este tiempo vamos a escuchar: el mal es cosa del pasado, es un tiempo de mucho relativismo, de mucha confusión. La palabra de San Pablo es contundente, nos está llamando a ser administradores de los misterios de Dios, no dueños. No seré dueño de la llave de la parroquia y no querer prestársela a nadie más; no seré dueño de los horarios para adorar el Santísimo, no seré dueño del Grupo Juvenil, no seré dueño del Grupo de Oración, no seré dueño de creerme con la verdad siempre.
Aparentemente hay demonios que se interponen de una forma contundente entre nosotros y nuestro Padre. No quiere que nos juntemos, porque cuando nosotros podemos unirnos a nuestro Señor, salimos adelante.
Según unas estadísticas, es una realidad que hay pocas vocaciones, que hay pocos jóvenes en nuestras parroquias, es una realidad que nuestra fe está pasando por un momento difícil porque hay que resistir a la prueba. Estamos en un mundo que ofrece muchas propuestas tentadoras y las tentaciones que se presentan en nuestra tarea pastoral, son muchísimas.
Tengo un libro para trabajar de Segundo Galilea, se llama “Tentación y Discernimiento” de Editorial Narcea, el autor escribe sobre distintas espiritualidades muy profundas que el Señor ha sabido manifestar en algunos de nuestros Santos como por ejemplo San Juan de la Cruz -para poder adentrarnos en nuestras tentaciones- y va tomando distintos demonios. Los demonios del discernimiento, los del apostolado, los de la oración, y en esta búsqueda de encontrar la felicidad y la renuncia cristiana, el escritor va encontrando la fascinación por la identificación con estos demonios. Si yo no identifico qué me está atacando, si yo no me doy cuenta que puede haber una tentación fuerte, no voy a poder hacer frente a mi enemigo, si yo no lo conozco. Puede venir disfrazado de distintas maneras y como yo no lo percibo y no lo conozco, hasta lo tomaré como amigo, como parte de este camino de fe, y después nos preguntaremos en qué momento perdí la fe, en qué momento se me fueron los chicos de la parroquia, en qué momento nos pasó que nos cuesta tanto el camino vocacional? El Señor sigue llamando pero los que estamos en algún apostolado sabemos que nos está faltando un poco más de Dios. Estamos dejando mucho de nosotros, distorsionando la imagen del buen Dios. Hay muchos que manejan muy bien la sabiduría del Señor porque son permeables al espíritu, pero hablo por aquellos que en algún momento en el apostolado dejamos que estos demonios se posicionen en nuestra vida y distorsionen la imagen de Dios.
Nosotros podemos encontrarnos con distintas épocas en nuestra vida, como San Pedro, San Pedro  me refleja como persona, me hace sentir que puedo. San Pedro amando al Señor como lo hacía, siendo el elegido para construir su Iglesia, lo negó y tres veces, Jesús ya se había adelantado a esto y se lo había dicho. Sin embargo, nosotros como Pedro, aunque tengamos alerta roja vamos para allá, y nos tiramos a la pileta aunque la pileta no tenga agua.

He elegido para trabajar hoy a los demonios del apostolado, vamos a ver si juntos podemos echar afuera estos demonios que no nos dejan acercarnos al buen Dios.

Son muchos los demonios que describe Segundo Galilea y espero que podamos identificarlo, teniendo en claro quién puede atacar y de que manera, podamos visualizarlo y no dejarlo entrar.
1.    El demonio del mesianismo, induce al apóstol  a constituirse en el centro de toda actividad pastoral en que esta involucrado. Esta tentación va penetrando sutilmente  en la vida hasta llegar a sentirse indispensable en todo. No quiero que otro haga, no quiero que otro venga, solo yo puedo hacer las cosas bien y si no están hechas por mí no resultarán. El mesianismo constituye básicamente una actitud deficiente con respecto a Dios. Para que nosotros podamos examinarnos: ¿cómo sería una persona que tiene la tentación de ser atacado por este demonio del mesianismo? Lo describe de esta manera: Yo soy el piloto y el Señor es el copiloto. El Señor está, lo necesitamos, sabemos que existe, lo hemos comprobado, pero a la hora  de hacer nuestra tarea y nuestro apostolado; Yo soy el piloto y el Señor el copiloto. El que cae en esta tentación no deja de tener en cuenta a Dios, de rezarle y de recurrir a El en los problemas pero para que le ayude en un apostolado que el dirige y planifica. Se trata de incorporar al Señor en nuestro trabajo y no de incorporarnos nosotros al trabajo de Dios. Cuantas veces nos pasa esto.  La idea de profundizar en estos demonios pastorales es que podamos identificarlos en nuestra vida, no en la de los otros. Cuando vamos a trabajar, empezamos a trabajar solos y luego invitamos al Señor. Se trata inconcientemente de sustituir el mesianismo de Cristo, único evangelizador,  por nuestro mesianismo personal.  Es la lectura de San Pablo, los hombres deben considerarse como servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios. Lo que se pide a un administrador es que sea fiel. ¿Estamos siendo fieles al Administrador? ¿Estamos dejando a Cristo que maneje, que sea el piloto, o es el copiloto  de esta obra pastoral? ¿De quién es este proyecto pastoral, es el Señor el que está liderando este proyecto o somos nosotros?  Esta actitud ante Dios se proyecta en una actitud igualmente deficiente para con los demás que colaboran con uno, nos hacemos  incapaces de delegar responsabilidades o tareas. Cuanto solucionaríamos en dejarle al Señor que sea el piloto. Siempre hay una relación en nuestra actitud ante Dios y nuestra actitud ante los demás, y viceversa. La desconfianza en los colaboradores del apostolado refleja una desconfianza en Dios, que es lo que va implícito en el demonio del mesianismo. Si yo desconfío tanto de las personas que colaboran en el apostolado, estaré desconfiando de lo que puede hacer el  Señor con la vida de mi hermano. El mesianismo tiene consecuencias negativas  en los resultados externos del apostolado, al menos a largo plazo, además de comprometer el fruto profundo de  la evangelización. La actitud mesiánica no deja crecer a los demás pues la expansión y maduración de la obra apostólica no va paralela con la maduración y crecimiento de todos los que la llevan a cabo. Y sucede entonces que igualmente las iniciativas y creaciones del apóstol mesiánico, no contribuye a formar a la gente ni a preparar a los sucesores. A menudo el apóstol mesiánico se identifica con su obra hasta el punto  en que cuando él desaparece o se traslada esta obra se acaba, era demasiado personal y no había sustitutos preparados. El verdadero apostolado que construye el reino de Dios a partir de la Iglesia, constituye siempre a desarrollar la misma Iglesia. Un apóstol maduro revela entre otras cosas que alguien confió en él. Entonces, hay mucho para preguntarse de nuestro demonio mesiánico, hay que tratar de encontrar este demonio en la propia vida pastoral.
2.    El demonio del activismo está haciendo estragos en nuestro apostolado. No significa ser muy activo, muy trabajador o tener muchas ocupaciones o apostolados variados. Ser activo apostólico no es ser activista como tentación, hagamos la diferencia. El activismo se produce en la medida en que aumenta la distancia y la incoherencia entre lo que un apóstol hace y dice, y lo que él es y vive como cristiano. Mientras nosotros los cristianos seamos blanco permanente de este demonio, seguiremos sin vocaciones. Creo que a los jóvenes no les atrae ver actividades, trabajar y trabajar, viendo gente que se pelea, se saca el cuero, que se reúne para hablar del otro, que juzga al otro. Mientras nuestras tareas apostólicas estén teñidas por este demonio, al otro no le va a atraer ser parte de esto. Si no se nota el amor entre nosotros, si no se nota que Jesús nos habita, sino se nota la luz que viene del Señor y somos obstáculo, seguiremos siendo blanco de este demonio que para colmo se disfraza, se disfraza en tantas tareas apostólicas, en reuniones de consejo llenas de trabajo y lo que somos en nuestro trabajo cotidiano no está revelando el apostolado de ser un apóstol activo, está revelando ser un apóstol que está siendo atacado por el activismo que es muy distinto. Es verdad que en la condición humana – dice Segundo Galilea –  aceptamos como normal la inadecuación entre el ser  y el actuar, pero en este caso está agudizada y tiende a crecer y no a disminuir como sería el ideal del proceso cristiano. El activismo tiene muchas expresiones, una de ellas es la falta de renovación en la vida personal del apóstol, de modo sistemático la oración es insuficiente y deficiente. Si es así tengamos cuidado con el demonio del activismo, va a atacar ahí. Nos va a agarrar por esa fisura que tenemos, Oración insuficiente y deficiente, no hay tiempos prolongados de soledad y de retiro, alerta roja. No se cultiva el estudio y apenas se lee, alerta roja. Ni siquiera se deja tiempo para descansar lo suficiente y reponerse. ¿Cómo puede pasarnos que nos estrese, o nos enferme la vida pastoral?  ¿cómo puede pasarnos que los hermanos se retiren a otros vínculos afectivos que les son muchos más atractivos? Hay gente que se cansa de tanto desencuentro, de que las cosas no salgan, los jóvenes están necesitando que trabajemos ya por ellos, mientras nosotros estamos metidos en el activismo  los jóvenes se sumergen en la muerte, porque esta sociedad se lleva a nuestros chicos. Paralelamente hay sobrecarga de trabajo, actividades múltiples y la agenda de compromisos suele estar repleta. Al activista le es necesario un gran volumen de trabajo exterior como estilo de vida, de ahí se crea un círculo vicioso cuyo origen excesiva actividad o negligencia en renovarse no es fácil de precisar. El aumento de actividad hace cada vez más difícil tomar las medidas de renovación interior que van a conducir al crecimiento en el ser y por otro lado  la incapacidad de renovarse tiende a compensarse y disfrazarse con la entrega a una actividad irrefrenable. En último término el activismo es la excusa del escapismo. El poder encontrarnos, el poder leer, el poder parar, el poder estudiar nos va a revelar que el Señor sigue siendo el piloto. Si nos sumergimos en una vorágine de actividades pastorales, se va a sumar al demonio del mesianismo el del activismo y nos hemos llenado de actividades. ¿a quién le gusta dentro de un mundo que exige tanto en lo laboral, que le ofrezcas otras cosas más para hacer y trabajar y trabajar? Cuánto hay para pedirle al Señor que nos ayude. Los demonios del apostolado son muy numerosos,  el autor describe de una manera entendible y cercana cómo estos demonios pueden atacar al apostolado. Hay fisuras por todos lados en nuestros trabajos pastorales y tenemos que ser concientes de que el punto débil es este por donde puede entrar. Hay que identificarlo, y cuando ya caímos en las redes de la tentación,  los frutos son los que van a hablar de esta obra pastoral. Algunos de los demonios son: el mesianismo, el activismo, no confiar en la fuerza de la verdad, predicar problemas y no certezas, reducir la esperanza, perder el sentido de las personas, hacer excepción de personas, el sectarismo, encerrarse en la propia experiencia, esperar del apostolado una carrera gratificante, la envidia pastoral, carecer de reciedumbre, esperar del apostolado esa carrera gratificante e instalarse en ella y el último que plantea el autor es perder el sentido del humor.