Los discípulos de Emaús

domingo, 17 de abril de 2011
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Buen día para todos, iniciamos este último día de despertar mariano junto a la experiencia de Ignacio de Loyola, de esto se trata de reconocer a Jesús en la vida fraterna, partiendo el pan y descubriendo que entre la palabra y la vida fraterna celebrada se abre el camino que nos hace vivir en el Espíritu.

Es lo que nos regala el evangelio de San Lucas en el capítulo 24 del verso 13 en adelante.

Jesús que se hace compañero de los discípulos que van hacia Emaús por el fracaso de la cruz en la que Cristo ha muerto dejando sin ilusiones el corazón de los que esperaban que el viniera a reconstituir al pueblo de Israel en sus distintos aspectos. El Señor que escondido detrás del velo de un peregrino comienza a dialogar con ellos y en el dialogo va entresacando del corazón de los discípulos la nostalgia de un tiempo que no fue, la pena y el dolor de un fracaso por el líder que ha  muerto, la desazón de no saber cómo y de que manera poder comenzar lo nuevo después de este fracaso, y de repente él que comienza a explicarles que todo aquello tenía que suceder y desde las Escrituras comienza a decirles que en el fondo no era un término sino el cumplimiento de una promesa y de repente comienza a arder en el corazón y la luz viene ganando el corazón en medio de las noches, y al final cuando parten el pan y comparten la vida se les abren los ojos y en torno al misterio de Jesús ofrecido en ese pan ellos descubren que el peregrino es el mismo Cristo que se había entregado eucarísticamente.

En nuestro peregrinar nosotros también vamos descubriendo que a veces entre sombras hay luces que nos abren caminos y esas luces vienen del costado de dialogar con la realidad y con todo lo que nos rodea de una manera cordial. Cuando establecemos este vínculo de relación cordial con la realidad en medio del dolor y del sufrimiento empezamos a encontrar lo que estaba escondido, la luz que aparece en el medio de las sombras, la que el dolor nos ha marcado fuertemente.

 

Hoy estamos en el día 26 de los Ejercicios de San Ignacio, es la aparición de Jesús a los discípulos de Emaús, en este tiempo nosotros estamos buscando el camino de consolidación de lo confirmado, estamos a la expectativa de que sea configurado definitivamente lo confirmado, es la consumación de las gracias recibidas.

Todo el Ejercicio Ignaciano ha sido una reforma de vida, una elección de Dios en esa reforma de vida. Después de ese camino de elección, un ver confirmada la elección y ahora la queremos verla consumada es decir que comience a hacerse verdad y realidad la elección que Dios ha hecho en nosotros para el proyecto de vida con el que nos quiere construyendo los tiempos que vendrán. Por que se trata de buscar la voluntad de Dios y llevarla a su plenitud en el querer de Cristo Jesús.

 

En la noche encontramos la luz

 

Cuantas veces en la historia personal, momentos de mucha oscuridad, de mucha sombra, marcada por la tristeza, el dolor, el sufrimiento, la desazón, el fracaso, de repente comenzó una luz que te mostró un nuevo camino. De eso se trata, de intentar descubrir que en nuestra historia entre sombras la luz brilla.

Es la historia de los discípulos de Emaús y es nuestra propia historia. Que sea la luz en el camino de todos nosotros al mirar hacia atrás y reconciliarnos con las historias mas dolorosas de nuestro propio peregrinar, ¿cómo? Trayéndolas bajo el signo de la luz que apareció en medio de la noche.

 

Tu luz brilla en la noche, Señor, nosotros sabemos que en medio de las sombras del dolor, del fracaso, de la muerte, de la enfermedad, de la privación de la libertad, cuando los vínculos no están en el mejor estado, cuando nuestras relaciones pasan por momentos críticos, Vos con tu luz traes la esperanza, sembras la reconciliación, nos regalas la gracia de ponernos de pie y desde ese nuevo lugar – por tu presencia que nos permite ver lo nuevo que vendrá – nos animas a resucitar de nuestras muertes. Que veamos consumado, Señor, el don de tu gracia de Resurrección en las elecciones que en este tiempo nos has invitado a hacer, saliendo de lo que no nos hace bien, de manera reformada sobre nuestra vida, aquel proyecto a que nos convocas. A María que te llevó en su seno, a Vos luz del mundo y a José que te cargó en sus brazos para conducir tu camino, junto a Ignacio de Loyola que guía estos ejercicios, les pedimos que intercedan por nosotros al contemplar hoy el evangelio de los discípulos de Emaús, en Lucas 24, del 13 en adelante.

 

El mismo día de la resurrección, iban dos de los discípulos hacia un pueblo llamado Emaús, situado a unos once kilómetros de Jerusalén, y comentaban todo lo que había sucedido.

Mientras conversaban y discutían, Jesús se les acercó y comenzó a caminar con ellos; pero los ojos de los dos discípulos estaban velados y no lo reconocieron. Él les preguntó: “¿De qué cosas vienen hablando, tan llenos de tristeza?”

Uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: “¿Eres tú el único forastero que no sabe lo que ha sucedido estos días en Jerusalén?” Él les preguntó: “¿Qué cosa?” Ellos le respondieron: “Lo de Jesús el Nazareno, que era un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo. Cómo los sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron.

Nosotros esperábamos que él sería el libertador de Israel, y sin embargo, han pasado ya tres días desde que estas cosas sucedieron. Es cierto que algunas mujeres de nuestro grupo nos han desconcertado, pues fueron de madrugada al sepulcro, no encontraron el cuerpo y llegaron contando que se les habían aparecido unos ángeles, que les dijeron que estaba vivo. Algunos de nuestros compañeros fueron al sepulcro y hallaron todo como habían dicho las mujeres, pero a él no lo vieron”.

 

Entonces Jesús les dijo: “¡Qué insensatos son ustedes y qué duros de corazón para creer todo lo anunciado por los profetas! ¿Acaso no era necesario que el Mesías padeciera todo esto y así entrara en su gloria?” Y comenzando por Moisés y siguiendo con todos los profetas, les explicó todos los pasajes de la Escritura que se referían a él.

Ya cerca del pueblo a donde se dirigían, él hizo como que iba más lejos; pero ellos le insistieron, diciendo; “Quédate con nosotros, porque ya es tarde y pronto va a oscurecer”. Y entró para quedarse con ellos. Cuando estaban a la mesa, tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. Entonces se les abrieron los ojos y lo reconocieron, pero él se les desapareció. Y ellos se decían el uno al otro: “¡Con razón nuestro corazón ardía, mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras!”

Se levantaron inmediatamente y regresaron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, los cuales les dijeron: “De veras ha resucitado el Señor y se le ha aparecido a Simón”.

Entonces ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan. Palabra del Señor.

 

Es el camino de la vida y tiene que ver con esto de atravesar las oscuras quebradas de la existencia en la que somos invitados a ofrecernos y a entregarnos sin temor de permanecer en ellas sino a descubrir al final del proceso de transformación personal –siempre doloroso- la luz que nos espera para un nuevo nacimiento.

Como ocurre de hecho en el útero materno, salimos a la luz después de haber atravesado el cuello uterino y aparecemos con un grito dándole la bienvenida a la vida junto a los otros que están allí para esperarnos.

Como ocurre de hecho en el parto final de la vida, cuando también entre dolores nos despedimos en las sombras de la existencia a la que pertenecimos para abrirnos definitivamente a una luz donde ya no habrá mas sombras.

Mientras tanto la vida es un proceso de luces y sombras. En la experiencia de fe mas profunda – místicamente hablando-  la noche oscura de la fe es un tiempo y un proceso de tránsito que nos lleva a una mayor plenitud de identificación con el misterio de Jesús, en plena comunión con su sentimiento mas hondo y mas profundo.

Toda la vida esta marcada – en el trabajo, en la convivencia, en la superación de las propias limitaciones, en la educación permanente de nuestro ser, en ese ir aprendiendo en cada fracción de la historia, en actitud dócil para ser formados permanentemente, todo está atravesado por este padecer, sufrir, entregarnos y volver a comenzar con una vida fortalecida y gestada en y de este sufrimiento.

Por eso hoy queremos invitarte a reconocer este costado de la existencia, cómo de hecho ha habido momentos de dolor y oscuridad en tu vida, donde después de atravesarlos o en el tránsito del mismo momento de tu Getsemaní – por así decirlo – apareció la luz.

 

Es la historia de los que peregrinan por Emaús, ellos van con un andar cansino, triste, cabizbajos, el alma está apagada, el dolor, la preocupación puede más. El dolor por el fracaso de haber puesto la esperanza en un líder que terminó muriendo de la peor manera, en la cruz como un maldito, y en la búsqueda de lo nuevo que tendrá que comenzar sin saber cómo ni por dónde porque todas las esperanzas estaban puestas allí. “Nosotros esperábamos”, dicen que él viniera a reconstruir a Israel en su estado original, “y ya van tres días de que murió “y su muerte nos ha dejado desconcertados… Algunas mujeres nos han sacudido el corazón diciendo que fueron al sepulcro y Jesús no estaba y al mismo tiempo algunos ángeles decían que había resucitado, pero ellos no creen por lo que les cuentan, tienen que hacer un proceso, posiblemente algo de lo que les han contado ha despertado alguna inquietud pero no terminan de adherir a lo que es el mensaje que el peregrino viene a traerles. ¿Qué hace el peregrino? Recuerda que esta historia de oscuridad/dolor /muerte/sufrimiento que tiene escondida la esperanza de un Mesías que vendrá ya estaba relatada en el Antiguo Testamento y particularmente en Isaías que el cita hablando de cómo todo esto debía ocurrir.

Es decir, el peregrino, Jesús, para ellos oculto en algún velo que no permite descubrir quién es el peregrino, les habla desde el corazón de la historia y los pone en sintonía con su penosa historia, su dolorosa y fracasada historia y les dice, todo esto tenía que pasar según dicen la Escrituras y todo esto tienen que pasar también ustedes, y es mientras van en el camino. Esto llama también la atención, siguen caminando. En el camino este buen hombre les explica de qué se trata aquella historia que debía cumplirse.

A ellos comienza a abrírseles otra posibilidad desde adentro, ya no inquietada desde fuera sino movilizada desde lo más hondo del corazón. ¿Acaso no ardía nuestro corazón cuando nos hablaba por el camino? Cuando algo arde trae luz, cuando algo brilla ilumina. Ellos comienzan a recibir luces en medio de sus oscuridades, como nosotros también – seguramente- en algún pedazo de la historia pasada o presente, somos testigos de que la luz brilla en medio de las sombras.

 

San Juan de la Cruz es quien describe con mayor claridad la noche oscura en que la fe va a despuntar la nueva luz con la que Dios bendice en un nuevo nacimiento al que atraviesa los oscuros valles de la vida en confianza y en entrega absoluta, sabiendo que Dios no abandona el peregrinar. Y en esas descripciones bellas que Juan de la Cruz hace hay un poema que quisiera compartir con ustedes donde aparece este costado de vida y amor de luz que Dios regala al corazón cuando se anima a la entrega  y a la ofrenda de la vida dejándose llevar por el camino por donde el Señor nos conduce a veces incomprensiblemente.

 

 

¡Oh llama de amor viva

que tiernamente hieres

de mi alma en el más profundo centro!

Pues ya no eres esquiva

acaba ya si quieres

¡rompe la tela de este dulce encuentro!

 

¡Oh cauterio suave!

¡Oh regalada llaga!

¡Oh mano blanda! ¡Oh toque delicado

que a vida eterna sabe                        

y toda deuda paga!

Matando, muerte en vida has trocado.

 

¡Oh lámparas de fuego

en cuyos resplandores

las profundas cavernas del sentido,           

que estaba oscuro y ciego,

con extraños primores

color y luz dan junto a su querido!

 

¡Cuán manso y amoroso

recuerdas en mi seno                          

donde secretamente solo moras,

y en tu aspirar sabroso

de bien y gloria lleno,

cuán delicadamente me enamoras!

 

Bellísima expresión del encuentro con quien en la noche oscura de la fe se ve sorprendido por esta llama de amor que purifica, en un momento sin terminar de expresarse del todo, y al mismo tiempo sin dejar de detenerse en su avanzar. Y despertando en el corazón de quien se sabe habitado por la esperanza de este amor que habita por dentro, el deseo y el ansia de que pronto se exprese con mayor claridad, en toda su posibilidad, la fuerza de esta llama que nos guía. Es la presencia escondida de Dios que nos visita a todos en lo más profundo de la interioridad. Es su morada, ha dicho el evangelio de Juan. La luz que brillaba en las tinieblas ha venido a morar para quedarse con nosotros. Es la que encuentran los discípulos mientras peregrinan, esta llama de amor vivo. ¿Acaso no ardía nuestro corazón cuando nos hablaba por el camino? Y cuál es el momento donde ya la llama brilla con toda su claridad y las sombras quedan en el pasado, cuando muy sencillamente el peregrino de Emaús decide seguir adelante, hace el amago de seguir su camino dejando los peregrinos en su lugar y ellos que sienten que ya es tarde y la poca o mucha luz que habían encontrado en el camino sería bueno que no se vaya, la que les trajo el Cristo escondido no pasara ante aquella noche que volvía a avecinarse. “Quédate con nosotros, se hace tarde” Tenemos miedo que vuelva la noche, esa es la expresión. Hemos encontrado luz, y lejos de apagarse la luz  en la noche o dejar que la noche gane a la luz que venía brillando en el peregrinar, ella queda definitivamente instalada en la convivencia y mas aún en la esperanza. Se parte el pan y en el partirse el pan todo comienza a verse claro…  y habiendo partido el pan, ellos lo reconocieron, lo reconocieron al partir el pan.

 

En aquel tiempo Jesús dijo a los discípulos, ustedes son la sal de la tierra, si la sal se vuelve insípida con qué se volverá el sabor, ya no sirve de nada. También les decía: ustedes son la luz del mundo, no se puede ocultar una ciudad construida en lo alto de un monte.

 

Esa es la experiencia de los discípulos, ellos brillan ahora, se partió el pan y del pan partido brotó la luz de la gracia de la resurrección que invadió todo el ambiente y ellos ya no tenían solo el corazón ardiendo sino en el vínculo fraterno con el que Jesús selló el encuentro se ven decididos a ir por el camino por donde habían llegado a Emaús de vuelta hacia Jerusalén para decirle a los otros y que los otros le digan es verdad que el Señor ha resucitado. Hemos sido construidos para la luz, para gloria de él y para bien de los demás. No se puede esconder el don de gracia con el que Jesús nos hace brillar. En este ir de más tras más, en los ejercicios de Ignacio de Loyola, somos conducidos a brillar para gloria de Dios y para el bien nuestro. Dios nos quiere bien, muy bien.

 

Buscamos ubicarnos en el momento en que los peregrinos van cabizbajos, con sombras en el corazón, tristes… podría ser un peregrinar de alianza en el matrimonio por aquello que dice el texto: “uno de ellos se llamaba Cleofás…” En el evangelio de Juan se habla de María la mujer de Cleofás, posiblemente sea ella la que camina con Cleofás, y en ese peregrinar en alianza ven rotas las esperanzas y de pronto vemos que aparece un peregrino – no sabemos quien es – nosotros también vamos acompañando el camino.

¿Cuáles son las penas que llevamos en el alma? Es una pregunta que brota en la confrontación del texto bíblico con nuestra vida. ¿Qué pena llevo en el corazón? ¿Qué aqueja mi alma? ¿Que hace que yo muchas veces camine mirando el suelo sin mirar hacia adelante? ¿Qué hace que la preocupación me gane el corazón y conmueva negativamente mi andar que se hace cansino?

De repente yo observo que este peregrino se acerca a nuestro andar y le pregunta a ellos y yo escucho: – ¿qué hablan por el camino? Y veo que los peregrinos – este posible matrimonio – dicen cómo, que nos pregunta. Yo también digo, cómo este hombre pregunta semejante cosa y de repente veo que empieza un dialogo afable y en ese dialogar sencillo hay gestos, hay actitudes, hay palabras, hay expresiones que hacen que el camino se haga mas ágil, yo también siento que mis piernas se agilizan en el andar. Se va liberando el corazón, yo también necesito hacer algunas catarsis y contar lo que me pasa y hablar sobre mis penas y en ese decirlo ir viendo como se libera mi corazón y de repente hay una palabra que toca mi alma y me trae luz donde había solo sombras, y me trae calor donde hacía frío, y me trae esperanza donde había desesperanza. Y con la que sea me quedo, con ella medito, es lo que estamos haciendo como ejercicio final, la composición de lugar con la imaginación de lo que ha ocurrido en aquel momento donde yo estoy como allí presente – diría Ignacio de Loyola. En ese momento al llegar a un punto donde el corazón recibe luz, consolación, gracia, allí me detengo y recuerdo eso de “no el mucho hablar satisface el alma sino el gozar interiormente las cosas de Dios”, contemplo, me detengo y en el silencio me dejo enseñar.