Los frutos del Espíritu Santo

sábado, 5 de marzo de 2011
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En esta catequesis temática hacemos centro en La vida en el Espíritu. Queremos hoy concluir parte de lo que ayer comenzamos a compartir cuando reflexionamos juntos en los dones del Espíritu Santo y como trabajan en el aparato interior, en las virtudes y en la invitación del llamado a la plenitud que Dios ha puesto en nuestros corazones con la gracia suya y nuestra laboriosidad. Esto es propio de quien vive en la virtud. Cuando hablamos de los dones del Espíritu Santo hablamos sólo de la gratuidad de Dios, sólo de la donación y la entrega de Dios que en algunos modos, a nuestra medida, nos acerca gracias para permitirnos vivir en plenitud según su llamado a la santidad.

Oración Inicial

A tu amor Madre nos entregamos,

 a tu presencia que nos bendice con la gracia de reunirnos como familia alrededor de tu radio

y recibimos del Espíritu, en vos, con vos, la gracia de renovar nuestra mirada y nuestro vínculo con él,

dándole la bienvenida a todos sus dones y aprendiendo a vivir según los frutos del Espíritu Santo.

Anímanos Madre a discernir cuáles son esos frutos para poder trabajar sobre ellos y desechar todo lo que no viene del Espíritu y que nos conduce por mal camino, sobre todo aquello que brota de nuestro desorden interior, aquello que brota del desorden nuestro unido a otros desórdenes donde constituimos tantas veces, con otros, un espíritu de resistencia a la obra de Dios, también apartarnos definitivamente de las fuerzas del mal que buscan meterse en medio nuestro para dividir, para confundir, para angustiar.

Madre de Dios, bendícenos con tu presencia,

danos la gracia de sintonía con tu corazón de vivir en el Espíritu Santo.

 

 

1.- Nos queda por recorrer un camino comenzado ayer en torno a los dones del Espíritu Santo:

Hablábamos ayer del don de Consejo, del don de Piedad, del don de Fortaleza en el Espíritu Santo y del don del Temor del Señor.

 

 Don de Ciencia

 Hoy queremos detenernos para reflexionar, entre otros en el don de Ciencia y de Perfección.

Este don, de Ciencia y Perfección llegan y asisten la virtud de la Fe, enseñándole a juzgar rectamente las cosas creadas, viendo en todas ellas la huella, el vestigio de Dios. Con esto terminamos ayer, y en esto decíamos que Francisco de Asís es el modelo de un hombre de ciencia y no por ser un hombre de libros sino por ser un hombre capaz de leer en la naturaleza la presencia de Dios escondido en todas y cada una de sus criaturas, estableciendo un vínculo tal de familiaridad que todo le resulta fraterno. Las almas en las que la ciencia actúa intensamente tienen instintivamente el sentido de la fe. Sin haber estudiado teología se dan cuenta en el acto si una determinada doctrina, un consejo, una máxima cualquiera, está de acuerdo y sintoniza con la fe o está en oposición a ella. En este sentido yo lo he experimentado en la radio cuando por allí nosotros, por distintos motivos no tenemos afirmaciones en orden a la fe muy depuradas y ajustadas y claras y firmes, el oyente tiene un oído en algunos casos sumamente habituado y en esto que decíamos, hacemos juntos la radio, es verdad, y la verdad, como lo he compartido con un Obispo que me hacía una corrección, a nosotros no se nos cae la cara de vergüenza por decir que en esto no hemos dicho todo lo que teníamos que decir, no hemos dicho todo con la fuerza propia del que cree, lo hemos dicho tal vez de una manera no muy clara y es bueno que lo rectifiquemos y lo digamos de una manera distinta, mejor. Así es el camino y la verdad es que muchas veces esas observaciones nos vienen muy bien y vienen de personas sencillas, simples, pero muy profundas, y muy viviendo en el sentido de fe que habita en el corazón del Pueblo de Dios.

 

 Don del Entendimiento

Otro don que nos sale al encuentro es el don del Entendimiento. Este don perfecciona, en otro aspecto, también a la virtud de la Fe dándole una penetración muy profunda de los misterios sobrenaturales. Cuando decimos que el Espíritu Santo nos inhabita con el Padre y el Hijo en lo más profundo del corazón, que el misterio del Redentor en el Calvario nos trae una vida nueva, que nuestra incorporación a Cristo como miembros de su Cuerpo Místico es una realidad que nos hace ser personas en camino de santidad, que el valor infinito que tiene la Eucaristía y la celebración de los Misterios de Jesús una vez más celebrados en su pascua en medio nuestro, cuando lo decimos con el don del Entendimiento lo decimos con una fuerza y con una eficacia santificadora que es extraordinaria. Ayer, justamente fuimos a ver la película “El Rito”, en un momento uno de los personajes que hace un exorcismo, muy bien hecha por otro lado y muy bien asesorada teológica y pastoralmente, cuando uno de los sacerdotes hace el exorcismo repite la fórmula y el enemigo, el diablo, se le burla, se le ríe, lo maltrata, no reacciona al mandato de salir de la persona que está siendo poseída y saliendo hacia fuera de la sala donde se estaba realizando el exorcismo dice: “Me doy cuenta que no es recitar palabras”, es que en realidad hace falta de este don de penetración en la Fe de la palabra por el don del entendimiento para obrar con eficacia, esto está queriendo decir. El don del entendimiento hace que la fe vivida, el misterio de Dios contemplado, la mirada sobre las realidades que se educen de él, vividas en plenitud, tengan una fuerza y una eficacia que la da sólo la vida del Espíritu Santo a través de este don, de esta gracia, que además, Dios la da para sí pero por sobre todo para el bien de los demás.

 

Don de Sabiduría

Este don perfecciona la virtud de la Caridad dándole a la caridad la modalidad divina que reclama y exige por su propia condición de perfecta virtud para no quedarnos en un plano de horizontalidad, de sólo solidaridad, de sólo un ejercicio de bondad, de sólo un ejercicio de compasión. Solidaridad, bondad, compasión, horizontalidad en los vínculos, todo Dios lo quiere pero lo quiere en el, en el modo suyo, en el estilo suyo. El don de la Sabiduría permite ejercer la caridad en plenitud. A partir de este don, el que ama, conoce. Lo hemos dicho en otras oportunidades, vivía este don en Teresita del Niño Jesús, también en sor Isabel de la Trinidad, en el padre Pío. Conocen el corazón de las personas, penetran el corazón de las personas, edifican desde ese lugar y esto es fruto de que es el Espíritu Santo a partir del don del conocimiento interior fruto del amor. Y digo que es signo de que edifica porque el conocimiento interior, también como ayer veíamos reflejado en la película, también puede darlo el mal espíritu. En que se diferencia cuando es del Buen Espíritu del mal espíritu.: cuando es del Buen Espíritu la persona sale edificada, cuando es del mal espíritu la persona sale mal, destruida, culposa, enredada, sin sentido.

 

2.- Los Frutos del Espíritu Santo

El texto de Gálatas 5, 17-26 nos ayuda para poder encontrar luz sobre este tema. Dice así Pablo: “Si viven según el Espíritu no darán satisfacción a las apetencias de la carne. La carne tiene apetencias contrarias al Espíritu y el Espíritu contrarias a la carne, como que son entre sí antagónicos, de forma que no hacen lo que quisieran. Pero si son conducidos por el Espíritu no están bajo la ley. Ahora bien, las obras de la carne son: fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, odios, discordias, celos, iras, rencillas, divisiones, disensiones, envidias, embriagueses, orgías, y cosas semejantes sobre las cuales les prevengo, como ya les previne, que quienes hacen todas estas cosas no van a heredar el Reino de Dios, en cambio, el fruto del Espíritu es: amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí. Contra tales cosas no hay ley. Los que son de Cristo Jesús han crucificado la carne con sus pasiones y sus apetencias. Si vivimos según el Espíritu, obremos también según el Espíritu. “

Los dones del Espíritu que obran sobre todas nuestras virtudes producen frutos. Los frutos del Espíritu son frutos de la acción de Dios en nosotros y crecen por la fidelidad, este es el horizonte en torno al cual somos introducidos en este espacio de la perfección. Si son el resultado de la acción de Dios en el alma se trata de frutos que vienen del Cielo. Todo lo que es sobrenaturalmente bueno en nosotros es y puede llamarse fruto del Espíritu Santo. Si bien suele reservarse este nombre para designar los actos humanos y naturales que proceden de las virtudes infusas perfeccionadas por el Paráclito, cuando son perfectos en su orden y en su consecuencia, otorgan una Consolación espiritual. Es decir, cuando la vida está ordenada a la plenitud en todos los ámbitos de nuestro ser en lo vincular, en lo laboral, en lo vincular trascendente, en nuestro compromiso social, cuando todo nuestro ser está puesto en orden en función de un bien mayor y a la vez vivimos ese orden de manera creciente, virtuosa, generando un hábito en nosotros que nos hace connaturalmente vincularnos de ese modo, y además esto es habitado y movido por el Espíritu, estamos en presencia del don del Consuelo, de la Consolación. Este don de Consolación abarca toda la realidad que Pablo enumera cuando dice: “Fruto del Espíritu: Caridad, Gozo, Paz, Paciencia, Benignidad, Bondad, Longanimidad, Mansedumbre, Fe, Modestia, Continencia, Castidad”.

¿En cuáles de todas estas dimensiones vos sentís que necesitas llenar tu corazón? ¿Cuáles son los frutos del Espíritu que debieran aparecer con mayor abundancia en tu corazón? Mayor caridad, mayor gozo, mayor paz, mayor paciencia y benignidad, mayor bondad, mayor capacidad de espera en el Dios que va a cumplir su promesa, eso es la longanimidad, mayor mansedumbre, una fe más crecida, mayor modestia, continencia y castidad. Hablando de la perspectiva de los frutos del Espíritu nosotros podemos reconocer, a la luz de ellos, que algunos están más y que otros necesitan desarrollarse más en nosotros y prestar nosotros mayor atención sobre ellos en la oración y en la práctica de nuestras buenas obras y entonces crecer desde esos lugares y aumentar el volumen de nuestro corazón, de nuestro ser, y de nuestra capacidad de vivir en la Gloria de Dios y para el, y para el bien de los hermanos, siendo plenos como Dios nos quiere. Dios nos quiere plenos, llenos, completos. No se conforma con darnos algo o vernos un poco felices, nos quiere muy felices, contentos y agradecidos. Cuando uno tiene la canasta llena de los frutos está muy contento y viene con la carga de los frutos, por eso estamos buscando aumentar los frutos en nosotros, como don del Espíritu y como compromiso nuestro de trabajo en función de ello. Te invito a que desde ese lugar compartas con nosotros tu sentir en torno a la Catequesis de hoy, los frutos del Espíritu Santo.

 

3.- Dejarnos podar por la gracia de Dios

Cuando uno poda un árbol al tiempo oportuno, éste después da los mejores frutos, nos acerca sus mejores frutos. Hay que podarlo justo, en el tiempo en el que corresponde según su floración, su crecimiento, su desarrollo. También en el orden sobrenatural, como lo decía Jesucristo en el Juan 15: “Yo soy la vid y mi padre es el labrador, todo sarmiento que en mí no lleva fruto lo cortará y a todo aquél que diera fruto lo podará para que dé más fruto”. Esa poda divina en el sufrimiento, la cruz que nos une a Cristo y nos crucifica con El de modo que vamos aprendiendo a ser uno con él, es para ahondar más el vínculo con el Señor y entender aquello de que “quien permanece en mí y yo en él, ese da mucho fruto” Se nos pide entonces ser hombres y mujeres de oración capaces desde allí ordenar nuestra naturaleza, comenzar y recomenzar nuestra pelea espiritual siempre que haga falta con una docilidad rendida a la actividad del Espíritu Santo. Dejarnos podar, dejarnos trabajar por la gracia de Dios. El fruto crece y los frutos aumentan cuando le permitimos a Dios que en el trabajo de nuestra naturaleza, articulados por la fuerza de su presencia en el Paráclito, vaya limpiando, vaya purificando, vaya podando en el tiempo justo. Claro que la purificación, la limpieza, la poda, en un momento determinado, desconcierta, duele, nos parece que todo se pierde, pero si lo vivimos en Dios a las cosas que nos hacen sufrir y creemos que verdaderamente Dios las permite como poda, es para dar mayor fruto, en estos lugares donde necesitamos crecer, mayor caridad, mayor gozo, mayor paz, paciencia, benignidad, bondad, longanimidad, mansedumbre, fe, modestia, continencia, castidad. Dios hace crecer que deseamos que aumenten en nosotros por el trabajo, a eso le llamamos poda, o por circunstancias no queridas ni deseadas por nosotros pero vividas con dolor y con sufrimiento, entregadas y permaneciendo en Dios. Permanezcan en mí como yo permanezco en el Padre. “Si permanecen en mí en el momento del dolor, del sufrimiento, de la crisis, en el momento del desconcierto, entonces ustedes darán mucho fruto”. Son frutos diversos los que Dios quiere que demos, como variadas son las manifestaciones del Paráclito en el corazón. Para que la sabiduría multiforme de Dios resplandezca en todos los pensamientos, palabras y acciones, hay que darle la libertad a Dios para que actúe, sin miedos, sin temores, Dios sabe a donde y por donde nos conduce aunque a nosotros nos cueste muchas veces comprender los designios y los caminos de Dios. En este andar en Dios y caminar en la lucha de todos los días poniendo las cosas en su lugar con orden, laboriosidad, entrega, sacrificio, y en profunda comunión con el Misterio Pascual de Jesús, está la clave para que nosotros crezcamos en la vida en el Espíritu y demos fruto abundante.

 

4.- La primacía de la Caridad

El primero de los frutos que en el Espíritu Santo recibimos es la Caridad, el amor, y es el coronamiento de la vida sobrenatural. Vean que exactitud en las palabras de Pablo,  que conveniencia en su doctrina exclama San Juan Crisóstomo: “Ante todo pone la caridad y enseguida los actos que de ella provinieren, fija la raíz u después muestra los frutos”. Lo que está diciendo Juan Crisóstomo es lo que Pablo también dice después en Corintios, “El don es la Caridad”, es el camino dirá Pablo, “Yo les mostraré el Camino”, es el mandato. De algún modo podría no ser considerado fruto sino, como dice Juan Crisóstomo, la raíz, la corona de toda la realidad. Y es lógico que así sea porque el mismo Paráclito, el mismo Espíritu es en el seno de la Trinidad, el amor inmenso, infinito, desde siempre y por siempre, con que el Padre y el hijo se aman en toda la eternidad. Este fruto del Espíritu Santo se manifiesta ante todo por un amor fuerte y sin medida a Dios en su misterio trinitario, a quién el corazón considera vívidamente sin sombra de duda como el centro en el que han de converger todas las acciones, todos los pensamientos, todos los afectos, la vida, la vida concentrada en el Misterio Trinitario. Todo atraído por el Misterio de la Trinidad como si fuera un imán que atrae un metal hasta fundirse en una única realidad. Sólo amando a Dios encontramos los hombres la felicidad verdadera, porque, como escribió Agustín en esa frase célebre, conocida: “Nos hiciste Señor para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”. Este fruto incomparable lleva consigo necesariamente otra realidad, es el amor a todos los hombres sin excepción. El amor a Dios primero, el amor a los hombres sin excepción. No se entiende uno sin el otro, nadie puede decir que ama a Dios si no ama a los hombres, y nadie puede decir que tiene un amor verdadero por los hombres si de verdad no hay un amor de ellos en Dios, porque el amor en Dios a los hermanos califica el estilo de amor de una manera distinta. Yo le suelo decir a los novios cuando se van a casar “Ustedes ya se aman, ustedes se aman con un amor de atracción que los ha puesto en el mismo camino en el noviazgo, han decidido unirse en ese amor que se tienen a partir de haber descubierto en el amor que se tienen que la vida no puede ser vivida sin el otro, ahora, en el sacramento del matrimonio reciben un amor que califica el amor que ya tienen, lo celebran porque no es que Dios no estuvo allá pero está ahora sacramentalmente uniéndolos en un misterio de alianza que los hace fundir definitivamente uno en otro, claro que en un proceso, en un camino, germinalmente como semilla, como posibilidad, pero como llamado también y como realidad al mismo tiempo” El amor de Dios le da un contenido distinto al amor humano. Nadie puede decir que ama a Dios si no ama a los hombres, pero también lo otro vale, nadie puede decir que ama plenamente a los hombres si no los ama en Dios.

 

5.- Los frutos del Espíritu Santo que nos ponen en Dios

 A este primer y principal fruto del Espíritu Santo, el de la caridad, sigue necesariamente el gozo. El que ama se goza en la unión con el amado. De este gozo hablamos. Hablamos de gozo, hablamos del disfrute de un bien que poseemos, hablamos de gozo cuando hablamos de unión de un bien que compartimos. El amor es eso, el amor nos pone en sintonía de vínculo con otros en un bien compartido, no en un bien poseído. Cuando compartimos un bien determinado nos unimos en eso que compartimos y el alma se goza. El placer es fruto de un bien disfrutado, poseído, no está mal, pero el gozo es más que el placer. El gozo es la fruición interior que brota de la unión con un bien amado y compartido con otros. La alegría es el descanso de la voluntad en nosotros, las personas, cuando la cosa amada nos permite entrar y adentrarnos en ella en profundidad. Si se ama a Dios, el gozo que brota de este amor es inenarrable, no tenemos palabras para decir lo que nos genera la vida en el Espíritu Santo y este tesoro que llevamos dentro, este gozo de unión con Dios en el Espíritu Santo y desde allí con los hermanos, en el bien primero, el más importante de todos, Dios es para nosotros y nosotros para él, nadie nos lo puede arrebatar cuando lo hemos encontrado. Cuando hemos encontrado este don nadie nos lo puede quitar y en ese sentido no es una alegría pasajera, como suelen ser a veces nuestras alegrías placenteras, pasajeras, está bien que así sea, que tengamos alegrías pasajeras, pero esta alegría ¿quién nos la va a robar? Cuando verdaderamente nuestra vida está unida toda en Dios y a partir de allí en los hermanos, nadie nos puede robar la alegría, ni el dolor, ni el sufrimiento, porque el dolor y el sufrimiento no necesariamente traen como consecuencia la tristeza de base, nosotros hemos identificado al sufrimiento con la tristeza, pero hay gente que sufre y al mismo tiempo es capaz de estar alegre, no está triste, permanece la alegría por encima del sufrimiento. Felices ustedes, dice la Palabra, cuando sean perseguidos, insultados, cuando los maltraten por mi nombre, felices cuando trabajen por la Paz, felices cuando sean perseguidos, felices. La felicidad, el gozo, la alegría, son fruto del Espíritu Santo en nosotros y viene como base de ese fruto en el amor de Dios que nos hace vivir todo en plenitud. Estos tres primeros frutos del Paráclito, caridad, gozo, paz, hacen saborear la vida en la tierra de lo que va a ser la bienaventuranza en el cielo, Ya, ahora, anticipadamente, es como un pedazo de cielo. A veces tenemos esos pedacitos de cielo, que lo anticipan y nos hacen pensar en él. En la vida de los santos, a veces este gozo de cielo en lo más profundo de su interioridad les hace pensar si se van o se quedan como lo dice la canción: “no sé si me tengo que ir o me tengo que quedar”, es también la expresión de Pablo, “si por mi fuera me iría pero hay algo que demanda mi presencia en medio de ustedes”, es la caridad pastoral que lo mueve al apóstol a dar lo mejor de sí por mandato de Dios para el bien que se tiene y ha de ser compartido y entonces el gozo crece. Teresa de Jesús dice lo mismo de su experiencia interior: “Muero porque no muero, vivo sin vivir en mí, y tan alta vida espero que muero porque no muero” Es tan fuerte el deseo que hay del encuentro con Dios que la persona siente que se muere por el hecho de no partir al encuentro definitivo. Cuando eso se experimenta así en profundidad es porque estamos en realidad en presencia del cielo anticipado en el corazón y eso es un bien para ser compartido con otros. Qué mejor regalo podemos hacerle a una persona que mostrarle que el cielo no está lejos, que está cerca, que la verdad de la Palabra de Jesús “El Reino de los cielos está entre ustedes” lo podemos vivir y lo podemos testimoniar. La caridad el gozo y la paz son signos de anticipo del Cielo, ¡qué mejor regalo a la humanidad que estos tres frutos como vida que surge del Espíritu!

 

 Padre Javier Luis Soteras