Los ojos

miércoles, 9 de febrero de 2011
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Desde el punto de vista intelectual, el simbolismo de los ojos se relaciona con la luz, que es un símbolo positivo, y con el conocimiento.
Por otro lado, los ojos forman parte del lenguaje sin palabras del amor:

Me robaste el corazón, novia mía,
me robaste el corazón
con una mirada tuya,
con una vuelta de tus collares.

Retira de mis tus ojos,
que me subyugan. (Cantar de los Cantares, 4,9 y 6,5)

En muchas religiones, los ojos de los dioses simbolizan su conocimiento y vigilancia. Uno de los casos más representativos es el ojo de Horus, el dios egipcio del firmamento, cuya imagen era usada como amuleto. Estos atributos de los ídolos son criticados por la sabiduría de Israel: Los ídolos de las naciones son plata y oro, obra de manos de hombre, tienen boca y no hablan, tienen ojos y no ven, tienen oídos y no oyen (Sal 135,15-16).

Los creyentes expresan su deseo de ver a Dios. Así por ej. Moisés en el monte (Ex 33,18). Pero, al ser Dios un ser superior, pura luz, la creencia popular decía que era imposible ver a Dios y no morir:

19 Manóaj tomó el cabrito y la oblación, y los ofreció sobre la roca en holocausto al Señor, que es misterioso en sus acciones. Manóaj y su mujer estaban mirando. 20 Y cuando la llama subía del altar hacia el cielo, el Ángel del Señor subía en la llama del altar, a la vista de Manóaj y de su mujer, que cayeron con el rostro en tierra. 21 El Ángel del Señor ya no se volvió a aparecer a Manóaj ni a su mujer. Entonces Manóaj reconoció que aquel hombre era el Ángel del Señor, 22 y dijo a su mujer: “¡Vamos a morir, porque hemos visto a Dios!”. 23 Pero su mujer le respondió: “Si el Señor quisiera hacernos morir, no habría aceptado de nuestras manos el holocausto y la oblación; tampoco nos habría mostrado todo esto, ni nos habría comunicado una cosa así”. (Jueces 13, 19-23)

Jesús viene a colmar ese deseo humano de ver a Dios:
“El que me ha visto a mí, ha visto al Padre.” (Jn 14,9)

Sobre el simbolismo de la curación del ciego de nacimiento (Evangelio según San Juan, Cap. 9):

“Siguiendo los pasos del hombre ciego en el texto de Juan capítulo 9, podemos ver cómo este Evangelio nos lleva de la mano por un proceso que toca las entrañas de nuestra fe y que tiene como destino confesar a Jesús como Señor. Esto es, creer en Él, creerle a Él bajo la savia que nutre toda identidad y todo vínculo: el Amor.
    El ciego experimenta una imposibilidad aparentemente física que lo mantiene en situación de exclusión, y por ello, de falta de luz y de felicidad. Recordemos el contexto bajo el cual se narra la escena: la fiesta de las luces. La ciudad de Jerusalén iluminada por grandes candelas, la celebración en torno a las calles, las aguas de la piscina por las que se creía que pasaba la presencia de Yahvéh… Toda aquella riqueza de tradición, de experiencia de Dios, de profunda alegría y encuentro, estaba vedada para la vida de aquel ciego.
    Jesús se compadece. Desde su ternura profunda, devuelve “la vista” al ciego. Este acto inicial no es sino el símbolo del proceso posterior que el mismo hombre hará: irá dejando atrás y poco a poco su ceguera, irá “abriendo sus ojos” a Jesús, se irá encontrando con la intimidad de Él. “Ese hombre que se llama Jesús” (v 11), dice el ciego al comenzar. Luego lo confiesa como profeta (v 17). Sigue el texto y Jesús es anunciado como enviado de Dios (v 33) y finalmente es llamado “Señor” (v 38).
    Confesar a Jesús, adentrarnos en su misterio, gozar de su amor que siempre incluye y que trasciende los muros levantados por las diferencias sociales, económicas, étnicas y religiosas es la invitación del texto, es la invitación del Evangelio todo. Supone un proceso, una decisión; supone desafíos y conflictos. Pero seguir a Jesús también supone caminar viviendo otro tipo de exclusión: la exclusión de sistemas inhumanos que generan opresión y que no pueblan de vida -y vida abundante- al corazón de cada hombre y de cada mujer.
    Ojalá nos sintamos invitados e invitadas a aceptar la propuesta de vida de Jesús  y animarnos a disfrutar de la alegría que nos renueva.” (Luján Manzotti)