Los padres de una Santa

lunes, 18 de febrero de 2008
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Luis Martin nació el 22 de agosto de 1823 en Bordeaux, al sudoeste de Francia, en una familia militar y en una época de revoluciones en la que poco antes Napoleón se había proclamado Emperador y pretendido erradicar la presencia católica romana y especialmente contribuir a disolver el orden de los jesuitas. La firmeza de la fe en casa de Luis constituyó la fuerza de su vida. En su juventud quiso ser relojero. Sin embargo regresó profundamente impresionado de una peregrinación al escarpado monasterio del Gran San Bernardo en las altas montañas de la frontera suiza. Después de vivir dos años en Estrasburgo, donde dominó el arte de la relojería, 1845 volvió a subir al monasterio, esta vez para intentar ser admitido allí. Tan fuertes eran su fe y su amor a Dios, que se creyó llamado al sacerdocio. Sin embargo el superior le dijo que sin concomimiento del latín no estaba preparado para entrar. Tenía veintitrés años. Tomó entonces ciento veinte lecciones de latín con un tutor pero al cabo de seis meses debió abandonar la idea principalmente a causa de una enfermedad que interrumpió sus estudios. Siguió aprendiendo relojería durante dos años más  en 1850 se estableció en Alengon, donde abrió su relojería…

…Llevó una cómoda vida de soltero durante ocho años…

Luis buscó ser u buen cristiano, en particular un buen católica del siglo XX francés. No buscaba originalidad o individualidad sino conformidad a la voluntad de Dios.

Gozaba de un maravilloso sentido del humor equilibrado con un conocimiento perspicaz de los dignificados más profundos de los asuntos de la vida. Era un nadador excelente y le encantaba caminar, leer, pescar y jugar al billar y dar largos paseos  por el campo. Fue un padre tierno y devoto a la vez que un caballero ingenioso y ocurrente.

Aunque vivía desprendido de los bienes terrenales se preocupaba enormemente por su prójimo y por conservar la valiosa herencia de la tradición. Fue un hombre reputado por su caridad por todos los que lo conocieron.

 

La mujer

 

Celia Guerin nació el 23 de diciembre de 1831 en las afueras de París, Francia, también en una familia militar: Su madre era estricta y poco afectuosa.

La familia se mudó a Alengon en 1857, donde Celia aprendió el arte sumamente intrincado de la confección de encajes. Antes de dedicarse a este negoció, buscó entregar su vida al Señor. Trató de entrar al convento de las hermanas de Caridad donde no fue aceptada. Defraudada se volvió a la virgen a quien amaba profundamente, en busca de una señal cobre lo que debía hacer. El 8 de diciembre de 1851, oyó claramente una voz interior que le decía: “Haz encajes de Alengon”. Inmediatamente entró en una escuela profesional y estudió durante siete años. Lo hizo tan bien que abrió su propia tienda en el living de su casa y la convirtió en un negocio lucrativo. Mientras tanto diariamente rogaba a Dios una y otra vez le enviara un marido que no sólo fuera buen católico sino también ferviente.

Después de siete años, al comienzo de 1858, cierto día le impresionó un hombre que pasó por el puente de San Leonardo, contó que de nuevo la voz interior le dijo:”Este es el que he preparado para ti”. Luis también la conoció. Tres meses después, el 13 de julio, a medianoche, Luis Martin y Celia Guerin realizaron sus votos solemnes de matrimonio. (Era el mismo año de las apariciones de Lourdes).

 

 

 

 

Luis y Celia

 

En lugar de gozar inmensamente de una total felicidad matrimonial y sublime santidad, ellos entraron en un horno donde se purificarían y se transformarían en los ejemplares esposos cristianos que fueron. El hecho es que el día de su boda, Celia estaba en Le Mans clamando con todo su corazón ante la reja de hierro del convento donde su hermana era monja. : Decía que recordaba su primitivo deseo de ser monja y las lágrimas le fluyeron más que nunca al comparar su vida actual  como mujer casada con la vida de su hermana en el convento. Celia se fue acomodando lentamente y con gran dificultad a la vida de casada. Durante casi un año, sus pensamientos estuvieron en el convento de la Visitación. Amaba muchísimo a su marido, pero era infeliz… Su matrimonio no se rompió gracias a la buena voluntad de Luis para amar, aceptar y entender a su joven esposa…

Después de diez meses de vivir como hermano y hermana, fueron auxiliados por un sacerdote que pudo ayudar a Celia a mirar al matrimonio como su vocación y hacerles ver que ambos debían considerar que Dios estaba llamándolos a ofrecerles hijos que también cumplieran  su voluntad. Un mes después concibió el primero de sus nueve niños (aunque cuatro se morirían entre la infancia y la temprana niñez). Las cinco sobrevivientes finalmente se dedicaron a la vida religiosa (cuatro en el mismo monasterio Carmelita). En las cartas de Celia, se puede sentir su alegría y regocijo ante la maternidad. A los cuarenta y un años y esperando el nacimiento de su noveno hijo, dijo: “por mi parte, yo estoy locamente encariñada con los niños, nací para tenerlos…” Luis y Celia reforzaban sus estrechos lazos a medida que nacía cada niño. Hasta los que murieron contribuyeron a fortalecer su unidad pues en los momentos de dolor mas profundos, ellos siempre se mostraron enamorados y confiaron en quien sabían era su amado Padre. Nunca perdieron de vista la diferencia entre la naturaleza y la gracia y siempre fueron capaces de espiritualizar el momento, viendo la bendición y bondad de Dios en cada prueba.

Su fuerza era la Eucaristía, que recibían diariamente al asistir juntos a la Santa Misa de las 5:30 de la mañana. Finalmente Celia en julio 1877, Celia empezó a ser torturada por el dolor de un cáncer que había tomado casi su cuerpo entero…

Murió el 28 de agosto de1877 a los cuarenta y cinco años. De allí en más, Luis tuvo que llevar la cruz solo como padre de cinco hijas de entre cuatro y diecisiete años…

Luis murió el 28 de julio de 1893, un domingo, día cuya santidad siempre había guardado