Los pesimistas

jueves, 25 de agosto de 2022
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25/08/2022 – Cómo nos disponemos en clave de ser felices. Atención porque nuestro corazón puede estar en cable pesimista, vividora o ardiente. El ardor ha de ser la mejor disposición en la que nos disponemos a recibir lo mejor que nos ofrece el encuentro con el Dios que llega.

 

Estén prevenidos, porque ustedes no saben qué día vendrá su Señor. Entiéndanlo bien: si el dueño de casa supiera a qué hora de la noche va a llegar el ladrón, velaría y no dejaría perforar las paredes de su casa. Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora menos pensada. ¿Cuál es, entonces, el servidor fiel y previsor, a quien el Señor ha puesto al frente de su personal, para distribuir el alimento en el momento oportuno? Feliz aquel servidor a quien su señor, al llegar, encuentre ocupado en este trabajo. Les aseguro que lo hará administrador de todos sus bienes. Pero si es un mal servidor, que piensa: «Mi señor tardará», y se dedica a golpear a sus compañeros, a comer y a beber con los borrachos, su señor llegará el día y la hora menos pensada, y lo castigará. Entonces él correrá la misma suerte que los hipócritas. Allí habrá llanto y rechinar de dientes.

Mt 24, 42-51

En una interesante conferencia de Pierre Teilhard de Chardin S.J. en Pekín en torno a la felicidad, presentaba un panorama interesante entre lo que el pensador podía distinguir entre tres clases de personas conforme a la felicidad y en relación a la disposición de los servidores.

 

Están en primer lugar las personas pesimistas. Para este grupo de personas la vida es algo peligroso, miran siempre con desconfianza, para ellos lo importante es huir de los problemas. Para él, esta actitud llevada al extremo lleva al excepticismo y al pesimismo.

El que entra por esta línea anda escapando de la vida. La vida y sus problemas son un espacio para huir y para defenderse. En el fondo el pesimista es un ingenuo porque cree que las cosas son de color de rosa y cuando se encuentra con que las cosas no son así, decide mirar desde lo oscuro. Tiene una bondad: sabe que hay una perspectiva de mejora pero no está dispuesto a superar los obstáculos para alcanzarlo. En la ingenuidad hay algo de bondad y a la vez de infantilismo. La vida misma se presenta compleja y es necesario enfrentarla para llegar a ese lugar donde se percibe entre luces y sombras que estamos llamados a algo superior. Es como si el pesimista se hubiera quedado clavado en la vida infante y no se anima a afrontar la vida con todos sus riesgos y desafíos para poniendo el cuero mejorarla.

En el evangelio de hoy aparece el Señor viniendo. Es el estadio final de la vida, la presencia de un Dios que da plenitud. Este final no es después de la muerte, sino que creemos que los Tiempos ya se van cumpliendo ahora y por lo tanto es posible vivir una cierta plenitud a la espera de la plenitud total mientras vamos en la marcha. El problema de la sociedad de hoy es que el modelo de hombre, mujer, familia, educación y economía no tienen parámetros de relación más que la relatividad. Es lo que Benedicto XVI denunció con crudeza “vivimos en el mundo de lo absoluto de lo relativo”. Cuando todo da lo mismo el pesimista encuentra la excusa para andar huyendo de todo y deja de pelearla… lo mejor aparece cuando somos capaces de dar pasos para recibir lo bueno. Cuando uno es pesimista difícilmente espera lo mejor.

El Dios en el que nosotros creemos, Jesucristo, nos dice que somos capaces de ser felices aún en medio del dolor, de la prueba, de la persecución… es la enseñanza de las bienaventuranzas. A ese Dios le apuntamos y esperamos que la felicidad no pase, que de su mano nos traiga los regalos que el Padre nos tiene preparados desde siempre. A Él le pedimos que nos muestre un lado distinto de la vida.

 

Los vividores

 

Algunas personas son vividoras, sólo se preocupan de vivir en cada momento e intentan vivir cada momento del modo más placentero posible como intentando acallar el destino de muerte que tenemos. El placer a veces viene como a mitigar los dolores existenciales profundos. Claro que el placer forma parte de la vida y cuando viene hay que darle cabida para que de verdad pueda acompañarnos y disfrutemos como Dios quiere de las cosas bellas de la vida.
Los placeres son parte importante de la vida y hay que darle lugar pero no se los busca en sí mismos si no que son una añadidura. El placer no es la felicidad, y la sociedad de consumo nos ha hecho creer que tener y disfrutar son el gran motivo de la vida como si las cosas nos regalaran la sonrisa y felicidad. Tenemos la posibilidad de ser nosotros entregándonos todo a todos sin perdernos, como dice Hegel. Y la única forma de esto es guiarnos por un amor que nos sostiene y nos trasciende, sacándonos del mundo propio. El único modo de salir auténticamente donándonos sólo es posible desde el dolor. En el placer tendemos a poseer, en cambio en el amor nos donamos. La vida a veces nos reclama mayor esfuerzo para alcanzar los objetivos que estamos invitados a alcanzar para cumplir con nuestra misión y vocación, y a veces para llegar necesitamos de un impulso de adentro mayor, y eso están en la memoria de los buenos tiempos. A esos momentos hay que tenerlos en el corazón de modo que aparezcan y liberen la memoria de lo bueno. La memoria es como la tabla del náufrago en medio de las dificultades, así en medio de las tormentas nos agarramos de las cosas que nos han dado vida.

El dolor es inevitable y aún cuando lo quieras cubrir por algun lado aparece. La angustia, las circunstancias de dolor y sufrimientos por las razones que sean que aparezcan, están y la posibilidad de superarlas no están en el placer sino en el encontrar razones de plenitud que las trascienda. En este sentido en la capacidad de amar y entregarnos a los demás hay una posibilidad de respuesta.

Los ardientes

 

¿Por dónde llegará el don de la felicidad de tu vida? Quizás por un camino inesperado y eso está bueno. Así cuando la felicidad llega nos sorprende que es como lo que dice el Papa Francisco “dejense primeriar”. Los hombres y las mujeres del espíritu son los que se animan a soltar las riendas. Son los ardientes («les ardents»). Son las personas que entienden la vida como crecimiento constante. Siempre buscan algo más, algo mejor. Para ellos, la vida es inagotable. Un descubrimiento en el que siempre se puede avanzar. Para ellos las dificultades son oportunidades y los malos momentos tiempos de purificación. Los dolores son una enseñanza, fragmentos de la vida (dirá Amadeo Cencini) que si uno está atento permanentemente se está como aprendiz y discípulo. Al hombre maduro todo lo de la vida se le convierte en enseñanza, en cambio el viejo verde vive desde la superficie.

Los que son ardientes son sabios. La felicidad que va llegando nos puede agarrar o medio dormidos pesimistas, o un poco queriéndole sacar el jugo al placer o puede ser que todo acontecimiento cualquiera sea que vengo nos encuentre viviendo como posibilidad de crecer. El que llega es Jesús, y de alguna manera en el anticipo de su llegada indica que va llegando… Es como le decía el zorro al Principito, cuando me decis que vas a llegar a las 4, desde las 3 soy feliz. La expectativa a lo que llega nos va despertando la felicidad para vivirla con mayor plenitud cuando llegue finalmente. Hoy hemos perdido esa oportunidad, y queremos todo ya, hay inmediatez que nos roba el disfrute. Así las cosas van pasando y no las terminamos de gustar. En cambio el sabio sabe detenerse y disfruta lo que va llegando.

Comamos y bebamos que mañana viviremos”. ¿Y cómo enfrentarnos al dolor más grande, el de la muerte? Ni se tapa, ni se olvida ese dolor… se lo supera duelando bien y animandose a trascender, y esa trascendencia viene por la donación de la vida, al modo como lo hace Jesús. “A mí nadie me quita la vida, yo la doy” dice Jesús. Con eso responde a la muerte fatal, cuando uno se entrega trasciende el sufrimiento. Por eso decía Teresa de Calcuta que la posibilidad de dar la vida aún en el dolor. No bajemos los brazos, después de las noches aparecen las luces en el camino.