Los primeros años de la vida de noviciado

lunes, 4 de julio de 2011
image_pdfimage_print

 “Hermanos: Ya que ustedes han resucitado con Cristo, busquen los bienes del cielo donde Cristo está sentado a la derecha de Dios. Tengan el pensamiento puesto en las cosas celestiales y no en las de la tierra. Por que ustedes están muertos, y su vida está desde ahora oculta con Cristo en Dios. Cuando se manifieste Cristo, que es la vida de ustedes, entonces ustedes también aparecerán con él, llenos de gloria.”

Col 3, 1-4

 

Este texto de Colosences era el que estaba como lema colgado en un cartel en el cuarto del Padre Pío: ustedes están muertos, y su vida está desde ahora oculta con Cristo en Dios. Pero su vida está en Él y ustedes resucitarán en Él. Éste es el sentido con el que hoy nos invita la catequesis a elevar la mirada, junto con el Padre Pío, y poner nuestros ojos en los dones que la gracia desde el Cielo viene a darnos.

 

Fray Pío, el 25 de enero de 1904, saludó a su superior, al maestro de novicios y a los hermanos de la comunidad y junto con Fray Anastasio y el Ministro provincial, Padre Pío de Benevento, partió para el Estudiantado Menor de Saint Elías de Piancini. Los tres llegaron a la tarde de ese día. En Saint Elías estaban ellos descalzos y tiritando de frío por la abundante nieve. Los esperaba Fray Fidel, quien los acompañó al Convento donde saludaron al Superior, Padre Ángel Faetto. El calor del fuego común que había en una de las salas logró que se sintieran bien. Fray Pío despertó pronto en todos una vivísima admiración. Testimonios de él dicen: “Estaba siempre mortificado, recogido, en silencio. No había peligro de que dijese una palabra que fuera innecesaria. En él había algo que lo distinguía del resto. Era amable, sabía decir siempre una buena palabra, siempre le surgía algún consejo de manera dulce. Era señalado por su modestia, por su espíritu de mortificación y por su profunda oración. Era ubicado, reservado y al mismo tiempo afable, cercano. Su presencia  infundía confianza.”

Para testimoniarlo estarán los hermanos de la comunidad: el Padre Rafael, el Padre Damasco y el Padre Agat Ángel, que estudiaron durante este período junto a él.

En esta nueva sede, Fray Pío respira la atmósfera de santidad que todavía se percibe, por quien había sido un siervo de Dios, el Padre Rafael, quien había volcado desde el cielo toda su bendición. Hacía tres años que había pasado a la casa del Padre. Sobre el mismo, Fray Pío había escuchado hablar durante el noviciado. Visitó la habitación que lo había hospedado, luego de haber leído un cartel: en esta celda, el siervo de Dios, Padre Rafael de Saint Elías de Piancini, vivió con piedad y murió santamente el 6 de enero de 1901. Se dirigió a aquella figura santa y, según él escribe después en su biografía, mentalmente rezó: Alma cándida y elegida del Padre Rafael, yo no he sido digno de ser uno de aquellos que te han conocido en tu peregrinar terreno, pero agradezco a Dios que me haya hecho conocer el perfume de tus virtudes. Tu vida toma mi mente y mi corazón. Sea grato a Dios el poder, aunque sea mínimamente, imitarte. Ahora que gozas de la visión del Cielo y de Dios, ora por mí y por la provincia monástica, de modo que tu espíritu y el del seráfico Padre San Francisco resplandezcan siempre en nosotros.

 

También nosotros, que vamos conociendo poco a poco la figura de este santo -tal vez una de las figuras santas más llamativas de la historia del siglo XX- le pedimos, junto al Beato Juan Pablo II, que nos den la gracia de poder conocer y profundizar sobre la obra de Dios, de Cristo Jesús, en el corazón de Fray Pío de Pietralcina, el Padre Pío, San Pío.

 

Ya en la casa de estudios, iba acompañado de una asidua y fervorosa oración. Tal vez éste sea el gran testimonio del Padre Pío, quien hizo toda su teología desde la oración. Respecto de eso dice el Padre León de San Giovanni Rotondo, su compañero de estudios: “Era de un ingenio particular. En clase siempre sabía la lección, aunque estuviéramos persuadido de que no era el estudio a lo que él más le dedicaba tiempo. Con una u otra excusa, yo entraba a menudo a su habitación y casi siempre lo encontraba rezando de rodillas, con los ojos enrojecidos por las lágrimas. Podría decir que era un estudiante de continua oración hecha de lágrimas, ya que bastaba ver sus ojos para entender que las lágrimas eran algo ordinario y común en él. Durante su estudiantado conservó el espíritu santo del noviciado, el espíritu que lo llevó a la santidad. Una vez no se presentó en el Coro para el oficio nocturno. Fui a llamarlo y lo vi arrodillado sobre la cama, con una manta sobre sus espaldas, sumergido en oración. No recuerdo una queja con respecto a la pobre comida, si bien las condiciones del convento podían permitir algo mejor. Cuando los otros se quejaban, él los reprendía o se alejaba.”

 

El preceptor, el Padre Antonio de San Giovanni Rotondo, aseguró que en Saint Elías durante las oraciones o después de