Los primeros discípulos de Jesús

lunes, 11 de enero de 2010
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“Al día siguiente, estaba Juan otra vez allí con dos de sus discípulos y, mirando a Jesús que pasaba, dijo: “Este es el cordero de Dios”. Los dos discípulos, al oírlo hablar así, siguieron a Jesús. “Él se dio vuelta y, viendo que lo seguían, les preguntó: “¿Qué quieren?”. Ellos le respondieron: “Rabbí –que traducido significa Maestro- ¿dónde vives?”. “Vengan y lo verán”, les dijo. Fueron, vieron donde vivía y se quedaron con Él ese día. Era alrededor de las cuatro de la tarde. Uno de los dos que oyeron las palabras de Juan y siguieron a Jesús era Andrés, el hermano de Simón Pedro. Al primero que encontró fue a su propio hermano Simón, y le dijo: “Hemos encontrado al Mesías”, que traducido significa Cristo. Entonces lo llevó a donde estaba Jesús. Jesús lo miró y le dijo: “Tu eres Simón, el hijo de Juan: tú te llamarás Cefas”, que traducido significa Pedro”.

                                                                                    Juan 1, 35-42

Este relato con el cual comenzamos la catequesis, nos presenta una sucesión de búsquedas, de encuentros, así se formó la primera comunidad cristiana en torno a Jesús. También de esta forma sigue creciendo la Iglesia, hasta hoy, hasta nuestro día, comenzar este año 2010. Podemos pensar, llevamos 2010 años de vida en Cristo, de búsquedas y encuentros entre quienes vivimos la experiencia de encontrarnos con Jesús y nos sentimos movidos a contarlo a otros. Esta es la esencia de esta palabra, que está también dirigida a cada uno de nosotros. Es la clave del evangelio, porque en definitiva en la Navidad celebramos el Dios con nosotros, Dios que sale a buscar al hombre, por lo tanto celebramos que Dios me sale a buscar a mí, Dios te sale a buscar a vos. Este enorme don de amor con el que Dios quiere encontrarse con nosotros los hombres. Y así esta realidad de encuentro y de búsqueda viene realizándose a lo largo de los años, a través de la historia, es el hilo que cruza la historia de los hombres, porque Dios se encuentra con nuestra historia para redimirla y para salvarla. Por eso cuando hemos escuchado este inicio de la misión de Juan el Bautista, descubrimos que se cumple la finalidad por la que Juan vino a la tierra, la finalidad con la que él llevó adelante su obra de precursor, él es que logra que sus propios discípulos sigan a Jesús, no lo sigan a él. Él solamente preparó el camino y lo mostró a Jesús, abrió la puerta para que sus discípulos se engancharan, por así decirlo, con aquel que era el importante, el Mesías, el Salvador, el Señor. Él solamente fue el anticipo, el que abrió la puerta para que nosotros, los hombres, podamos encontrarnos con Cristo. Por eso Juan el Bautista es el precursor de todos. Abre la puerta para que también hoy yo, vos, esta historia, este momento de nuestra vida, podamos entender que Juan el Bautista y otras formas, otros modos, otros medios de los que el Señor permite en su providencia, simplemente nos indique en el camino para poder encontrarnos con Él. Y en esa invitación, aparece Jesús que ofrece su intimidad, nos invita a estar con Él. Había un grupo que estaba con Juan el Bautista, que lo seguía a Juan, pero cuando está Jesús, es importante estar con Él, encontrarnos con Él, saber que allí está la plenitud de nuestra vida. Seguramente que el autor del evangelio, Juan, era uno de esos discípulos, porque Juan no quiere dejar pasar ningún detalle de este encuentro que marcó su vida, tan profundo que en el evangelio nos ha colocado hasta la hora en que se provocó este encuentro de impacto, este encuentro que lo golpeó, que caló profundo en su corazón, imposible olvidarlo, por eso no se olvida la hora de este encuentro. Al mismo tiempo este encuentro nos muestra lo que significa estar junto a Jesús, significa no sólo una experiencia viva en cada uno de nosotros, sino también, el impulso de poder comunicarlo a los otros, de compartirlo, a llevarlo a los demás, de hecho es Andrés el que inmediatamente se encuentra con su hermano, lo comunicó, lo transmitió, y lo condujo a Jesús. Es hermoso escuchar este texto de Andrés diciendo a su hermano de sangre y a aquellos que estaban también escuchando, “Hemos encontrado al Mesías”, ese era el Mesías esperado por su pueblo durante siglos, el Mesías que estaba en medio de ellos, el que era el esperado de los pobres, sufridos, desorientados, es el reclamado por los que necesitaban fuerzas, consuelo, es el Mesías prometido , el que traería la verdadera luz, el agua pura, el que podía cumplir las promesas más profundas, ese es el Mesías esperado. Estaba entre ellos, caminando. Nosotros también podemos unirnos al apóstol Andrés para decir a los demás que también lo hemos encontrado, que es simple, es bello, fuerte, fiel y que es bueno estar con Él, que vale la pena dejarse encontrar por Él.
Nosotros venimos de celebrar las fiestas de Navidad, espero que no usemos la palabra “pasar” la fiesta de Navidad, porque supone como que nos hemos sacado algo de arriba, no, no, hemos celebrado la Navidad, hoy aquí, en mi vida, en tu vida, en esta historia, en nuestra patria, que ha comenzado el año del bicentenario, hemos celebrado la Navidad, y hemos salido al encuentro del Señor, porque lo hemos querido buscar, nos preparamos para esto y el Señor también ha salido a buscarnos a nosotros, y hoy en estos primeros días del año, el Señor te viene a decir ven y ve, vengan y vean. Podemos compartir en la catequesis de hoy, ¿cómo me encontré con Jesús en esta Navidad?, y ¿cómo viví este encuentro con Jesús? Que salió a buscarme y yo lo encontré. En el rostro de que hermano, en que situación, en que acontecimiento, en que hecho, circunstancia, ¿Cómo viví este encuentro con Jesús?.
Hoy Jesús también viene a decirte a vos, ven y ve, ese es el encuentro con el Señor.
Aquellos discípulos de Juan el Bautista, que en determinado momento se encontraron con el Mesías y Juan les dijo, síganlo. Y aquellos discípulos pasaron todo el día con Jesús, compartiendo su vida, porque escucharon lo que Jesús les dijo: “vengan y vean”. Este encuentro lleva consigo un diálogo y una revelación, Jesús manifiesta a su intimidad a ellos, se revela a ellos como el Mesías, el Salvador. La página del evangelio nos guarda que es lo que ocurrió en aquel día de convivencia, de encuentro. Nosotros estamos acostumbrados, muchas veces, nuestros grupos cristianos, en las parroquias, las comunidades, en los movimientos a realizar encuentros, convivencias, nuestros chicos durante la etapa de secundaria, los grupos juveniles, realizan encuentros dónde se busca tener una experiencia con el Señor que es nuestro Mesías. Aquellos primeros discípulos tuvieron esta primera experiencia de encuentro, de convivencia, nada más, ni nada menos con el mismo Señor, pasaron todo el día con Él. La página del evangelio nos guarda que realizaron ese día, que les dijo Jesús, que es lo que ellos vieron, que es lo que cautivó tanto el corazón de ellos que después lo siguieron dejándolo todo. Uno puede imaginar esta realidad, pero no podemos dudar en decir que este encuentro fue un impacto, porque algo se les reveló a ellos, algo Jesús mostró de su intimidad divina y de su realidad humana que los cautivó de tal forma que los hizo sus testigos, por eso este encuentro provocó una comunión de vida, compartieron la misma vida, la compartieron de tal forma que después ellos, los discípulos fueron los que salieron a transmitir solamente lo que habían vivido, y ese compartir la comunión de vida, manifestó también una comunicación esencial, allí estaba lo real, lo concreto, lo necesario para ser discípulos de Jesús. No había medios que obstaculizaran este encontrarse personalmente con el Señor. Estaba la clave, estaba el Señor y estaba un discípulo con un corazón abierto que quería conocerlo, quería ver, que fue hasta dónde Él estaba para poder copar su vida con el Señor y después ser un testigo de esto. Jesús no tiene caras secretas, nada que ocultar. Por eso su vida era una vida abierta a todos y su vida es de todos. En la plenitud de la redención, en el árbol de la cruz, Él nos habrá dicho no hay mayor amor que dar la vida por los amigos, y ustedes son mis amigos si hacen lo que Yo les mando. Jesús no tiene nada que ocultar, no tiene nada secreto. Precisamente Él es el que viene a revelarnos lo que hasta ese momento era secreto para nosotros, que era el misterio mismo de Dios, Él lo viene a revelar, a mostrar, Él viene a romper el secreto para dar un grito, que es el grito del amor de Dios que abraza el corazón del hombre. Su vida está abierta a todos, es de todos, su casa es el pueblo, la gente el hogar que lo acoge, en definitiva, si podríamos decir, el único secreto de esto es el corazón del hombre que se abre y lo recibe, allí está el mayor de los secretos, porque a veces, nosotros queriéndonos quedar en nuestro egoísmo, en nuestro aislamiento, en nuestro individualismo nos cerramos y no permitimos que el Señor entre y nos revele el misterio del amor de Dios, pero Cristo no tiene secretos, a partir de ahora la tarea fundamental del cristiano es encontrarse con Jesús, y esa va a ser en definitiva la obra de toda la Iglesia, de los discípulos, de los que somos testigos del trabajo evangelizador, no va a tener otra clave sino esta, la tarea fundamental es encontrarme con Jesús y ayudar a permitir que otros se encuentren con Él. Descubrir su vida, rastrear sus huellas, cumplir con la misión que Él nos encomendó. ¿Pero dónde podemos encontrarlo ahora a Jesús? Así como aquellos discípulos, Andrés, señalados  por Juan, se encontraron con el Señor, nosotros lo podemos encontrar en la palabra. De hecho esta catequesis de cada día de Radio María, nos ayuda a tener un encuentro con la palabra viva de Dios. Nos encontramos con Él en la Eucaristía, en los Sacramentos, en la comunidad, en el pueblo, en los humildes, en los enfermos, en los pecadores. Qué bien que nos viene a repasar aquello que la iglesia va a presentarnos como obras de misericordia, aparecen en el evangelio, en el capítulo 25 de San Mateo, “Tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber, estaba desnudo y me vistieron, enfermo, preso y me vinieron a ver. Les aseguro que cuando hicieron esto con el más pequeño de mis hermanos, conmigo lo han hecho”. Es el modo en el que el Señor quiere encontrarse con nosotros ahora, es el modo en el que el Señor nos permite tener esta posibilidad de decir, aquí hay un modo y un medio donde yo me puedo encontrar con Él. Aquí hay una realidad concreta con la que yo puedo hacer que mi vida se meta en este misterio que no es secreto, sino que es una realidad manifestada, presentada, vivida, iluminada que me presenta el modo en el que el Señor ha salido a encontrarse con la historia del hombre. Esta realidad de encuentro necesita que nosotros también tengamos una capacidad de discernimiento para poder captar las múltiples formas en el que el Señor ha dejado su rostro en la historia y en el mundo. Nosotros como creyentes, hombres y mujeres de fe, necesitamos tener esta capacidad especial de poder discernir, cómo, qué rostro el Señor toma para venir a encontrarse conmigo, qué medio, qué circunstancia, que hecho, que acontecimiento el Señor toma para venir a encontrarse con mi vida. ese “vengan y vean”, a lo largo de la historia, hoy 2000 años después, necesita de estos modos, de este medio para que yo pueda tener este encuentro de impacto con el Señor que es el Mesías, el Salvador el que sale a buscarme.
Jesús ha salido a nuestro encuentro en la Navidad para ponerse de nuestro lado y compartir nuestra vida, al modo en que lo hizo con aquellos primeros discípulos que el evangelio de San Juan que estamos compartiendo en la catequesis, hoy nos iluminaba, “¿Maestro dónde vives?, Vengan y vean”, es la clave del discípulo. Decía que Jesús no tiene secretos, no nos presenta una vida de fe oscura, oculta, misteriosa, nos presenta una vida que envuelva todo lo que somos, que cautive todo nuestro ser, que haga real todo aquello que nuestra alma es deseo, búsqueda, nos presente este Dios con nosotros, Dios que está con nosotros.
Quiero que compartamos algún texto del documento de nuestros obispos argentinos hacia un bicentenario en justicia y solidaridad. Este es el año del bicentenario de nuestra patria, del 2010 al 2016 vamos a celebrar este bicentenario de nuestro existir como patria, como pueblo organizado, ordenado, y es un modo también de descubrir el paso de Dios en nuestra vida, porque Dios nos quiere ciudadanos, comprometidos, Dios necesita de nosotros que estemos metidos en las realidades temporales para iluminarla con la fe. Este documento nos ayuda a todos en forma personal, las comunidades, las parroquias, los movimientos, las instituciones a ir viviendo este año del bicentenario, que no tiene que ser solamente un año de recuerdo, sino que tiene algo mas profundo, hacernos descubrir que también Dios está pasando por la historia de nuestra patria, de nuestra vida de ciudadanos, por nuestras instituciones civiles, sociales, nuestra realidad económica, política, nuestras instancias muchas veces tan controvertidas de convivencia como pais para ayudarnos a madurar, a cerrar heridas y para ayudarnos a tener un corazón dispuesto también a recibirlo al Señor para que se quede con nosotros y entre nosotros para que nos ayude a ser argentinos, a tener una identidad propia, a vivir como verdaderos argentinos que amamos nuestra patria y que queremos dejar todo por ella, porque esta vendita tierra nos vio nacer, nos hace crecer, es también la tierra que nos dio la fe, la fe en Cristo que vino a visitarnos. Dice así el documento: “Los obispos de la Argentina nos dirigimos a todos nuestros hermanos que habitan esta bendita tierra, les escribimos desde nuestra fe como discípulos y misioneros de Jesucristo, rostro humano de Dios y rostro divino del hombre, porque la misión del anuncio de la buena nueva de Cristo, tiene una destinación universal, su mandato de caridad abraza todas las dimensiones de la existencia, todas las personas, todos los ambientes y todos los pueblos, nada de lo humano le puede resultar extraño. La iglesia sabe por revelación de Dios y por experiencia de la fe que Jesucristo es la respuesta total, sobreabundante y satisfactoria a las preguntas humanas sobre la verdad, el sentido de la vida, la realidad, la felicidad, la justicia y la belleza. Son las inquietudes que están arraigadas en el corazón de toda persona y que laten en lo más humano de la cultura de los pueblos, por eso todo signo auténtico de verdad, bien y belleza en la aventura humana viene de Dios y clama por Dios. Muchos signos nos hacen pensar que está por nacer un país nuevo, aunque todavía no acaba de tomar forma. Que los últimos años, gracias al diálogo, hemos vivido aprendizajes cívicos importantes de manera institucional logramos salir de una de las crisis más complejas de nuestra historia, elegimos la no violencia y se establecieron programas específicos para el cuidado de los más débiles. La experiencia histórica nos ha demostrado que por el camino de la controversia se profundizan los conflictos, perjudicando especialmente a los más pobres y excluidos. A partir de las crisis vividas ya nadie cuestiona la necesidad de un estado activo, trasparente, eficaz y eficiente. Crecimos en la promoción de los derechos humanos, aunque todavía debemos avanzar en su concepción integral que abarque a la persona humana en todas sus dimensiones, desde la concepción hasta la muerte natural. También maduramos en la aceptación del pluralismo que nos enriquece como sociedad, aunque todavía persisten resabios de antiguas intolerancias”. Este párrafo es del texto del documento de los obispos hacia un bicentenario en justicia y solidaridad. Marco de referencia que nos ayuda iluminar y a encarnar la palabra de Dios que vivimos, porque en este año hemos comenzado el año del bicentenario de nuestra patria y no nos tenemos que sentir excluido de esto. El bicentenario del país no es solo una cuestión que se estudia en historia o que recuerden en algún acto protocolar de los políticos o del Estado, es también una realidad de fe nuestra, porque vivimos y pisamos este bendito suelo, y aquí el Señor nos regaló la fe y es aquí donde el Señor nos quiere con una fe comprometida, de tal forma que ese rostro humano de Dios, ese rostro divino del hombre tengan un marco de referencia que son las realidades de nuestros días, que son las instancias por las que tenemos que vivir, las alegrías y las tristezas, las luces y las sombras va a decir el Concilio Vaticano II. El Señor se hace presente en estas realidades de nuestra historia y de nuestra patria. Ese vengan y vean que hoy el evangelio nos dijo, es el vengan y vean que el Señor nos está invitando a transitar cuando nos dice esta tierra, esta patria, esta historia, este pueblo, esta ciudad, estas instancias políticas, económicas, sociales, esta realidad que muchas veces nos duele de violencia, de desacato, de trasgresión a la ley gratuita, pero también todo aquello que nos enriquece forman el marco referencial donde el Señor hoy te dice y me dice: “Vengan y vean”. Esta es la realidad en la que tenés que ser discípulo y misionero en medio de una historia concreta, que tenemos que seguir redimiendo porque tenemos que seguir haciendo presente el mensaje salvador de Jesús, que nos llama a ser sus discípulos y misioneros.
Siguen diciéndonos el texto de los obispos argentinos, que nos ayudan a tener este marco referencial para ser discípulos en medio de nuestra historia de tal forma que podamos asumir este ser discípulos. Esta experiencia de impacto que nos da el encontrarnos con el Señor, manifestándolo a los demás. En el número 5, en el documento de los obispos nos dice: “Con vista al bicentenario 2010,2016, creemos que existe la capacidad para proyectar como prioridad nacional la erradicación de la pobreza y el desarrollo integral de todos. Anhelamos poder celebrar un bicentenario con justicia e inclusión social, estar a la altura de este desafío histórico depende de cada uno de los argentinos. La gran deuda de los argentinos es la deuda social. Podemos preguntarnos si estamos dispuestos a cambiar y a comprometernos para saldarla. No deberíamos acordar entre todos que esa deuda social que no admite postergación sea la prioridad fundamental de nuestro quehacer. No se trata solamente de un problema económico o estadístico, es primariamente un problema moral, que nos afecta en nuestra dignidad más esencial y requiere que nos decidamos a un mayor compromiso ciudadano, pero sólo habrá estables por el camino del diálogo y del consenso a favor del bien común, si tenemos particularmente en cuenta a nuestros hermanos más pobres y excluidas. Precisamente porque estamos alentando el diálogo, no pretendemos ofrecer una propuesta exhaustiva y detallada para resolver los problemas actuales del país, más bien expresamos la necesidad de buscar acuerdos básicos y duraderos mediante un diálogo que incluya a todos los argentinos, tampoco queremos caer en reduccionismos y simplificaciones sobre cuestiones que requieren el aporte de muchos, y valoramos como un don la pluralidad de miradas sobre la cuestión social y política. No obstante, como hombres de fe y pastores de la iglesia, hacemos nuestros aportes sabiendo que la evangelización ha ido unida siempre a la promoción humana y a la auténtica liberación cristiana, por eso, nos animamos a compartir nuestros anhelos y preocupaciones”.
El evangelio de hoy nos habla de este encuentro de impacto con Jesús, aquellos discípulos que le han preguntado al maestro dónde vives y Jesús que respondido, “Vengan y vean”, y hemos descubierto que Jesús no tiene nada que esconder, nada oculto, no tiene una vida misteriosa, la vida del hijo de Dios es luz, es simpleza, es belleza, por eso nos cautiva cuando lo conocemos y por eso cautiva a todo lo que somos y nos hace testigo de esto que ha impactado en nuestro corazón y en nuestra alma, y esa forma de ser testigos es a través de nuestra vida, de allí que hemos tomado este camino de vivir el bicentenario de nuestra patria sabiendo que allí está el marco adecuado en dónde tiene que desenvolverse nuestra vida de fe. los obispos nos decían que hay pautas que tener en cuenta en la que los cristianos hoy tenemos que basar nuestra vida testimonial, nuestra vida de discípulos. Nos habló del diálogo, nos hablaron de erradicar la realidad de violencia, no se puede construir una patria, un país de hermanos desde la agresión, desde el conflicto, desde el enfrentamiento permanente, desde las realidades que hacen que siga habiendo heridas. Tenemos que tener un criterio de discernimiento en la realidad del trabajo en los derechos humanos, nos decían los obispos, un ámbito donde hoy hay que sanar heridas, hay que predicar y vivir la reconciliación, no se pueden estar abriendo heridas por el pasado, tiene que existir voluntades, tiene que existir nuestra propia voluntad de ayudar a que se cierren esas heridas para que se provoque la reconciliación, para que exista un futuro de esperanza por el que trabajar pero sin ataduras al pasado que nos tira hacia abajo y hace que uno permanentemente estemos revolcándonos en ese barro del rencor, del resentimiento, hasta por allí del odio, de la venganza, eso no ayuda a la paz, eso no nos hace querer la tierra bendita que pisamos, y hace falta esa reconciliación para amar este bendito suelo y para amarnos entre nosotros que tenemos que construir una patria de hermanos, con la que tenemos que compartir este camino de la historia que tenemos que llevar adelante. Otras claves para entender esta celebración del bicentenario, no como una celebración de recuerdo histórico, sino como una celebración sentida desde lo profundo de nuestro corazón que quiere entregarse a la patria con lo mejor que podemos darle, es la clave de la inclusión. Hoy hay muchas instancias que excluyen, excluye la economía, excluye la moda, excluyen las costumbres, excluye la discriminación en sus manifestaciones más variadas. Hoy tenemos que hablar este lenguaje, que es el del evangelio de Jesús, Él lo trajo con la buena noticia, Él es el primero que incluyó en el misterio de Dios la vida del hombre, incluyó el misterio de la redención lo que nosotros los hombres somos y nuestra propia realidad histórica, Él la incluye en el amor redentor del Dios hecho hombre. Esa palabra inclusión, tenemos que incorporarla a nuestro término de discípulos y misioneros y a nuestras acciones, a nuestras actividades, porque tenemos que experimentar este desafío, encontrarme con Cristo  implica incluir a mi hermano y a sus realidades concretas, ya sea en el sufrimiento, en el dolor, en las alegrías, en las instancias que nos toca compartir. Hoy el Señor nos reclama esto.

                                                                                 Padre Daniel Cavallo