Los procesos de amistad con Jesús

martes, 11 de diciembre de 2012
image_pdfimage_print
 

No existe relación afectiva humana que, como la amistad, se extienda a lo largo de todos los ciclos vitales de la existencia. Son amigos los niños, los adolescentes y jóvenes, los adultos y los ancianos. En cada etapa con sus peculiaridades específicas, vamos como haciendo de la amistad un lugar de desarrollo, madurez y de crecimiento y en cada una de ellas hay como una meta de madurez que no necesariamente supone la perspectiva de la actitud absolutamente madura de la última etapa, sino se puede ser en la relación de amistad, maduros en la niñez, maduros en la adolescencia, maduros en la juventud, maduros en la adultez y maduros en la ancianidad. ¿De qué depende? De respetar los procesos de madurez de la persona en su evolución, psicológica y afectiva y el vínculo de la amistad, adecuado a ese proceso.                
 

A veces tenemos como la tendencia a eliminar las distancias que separan la amistad desde su más tierna infancia al estado ideal. En realidad lo que tenemos que hacer es respetar los procesos de cada etapa. ¿Cómo se da el vínculo de amistad en cada etapa? Vamos a ir como describiéndolo de alguna manera para después descubrir que eso mismo nos ocurre en los procesos interiores en nuestro vínculo de amistad con Jesús, comparativamente, claro. Ya desde la más tierna infancia por atracción y por rechazo, se va produciendo este vínculo amistoso. A partir de un año los bebés prefieren a los de su misma edad y la compañía de a dos. Tan sólo a partir de los tres años, iniciando la consolidación de su Yo social, una parte importante del proceso de integración del niño a la sociedad, adoptarán posiciones menos egocéntricas, con una mayor consciencia de las emociones de los otros y una mejor disposición a compartir lo que tienen. Para esto es clave que el mundo adulto ofrezca al niño en su proceso de madurez e integración desde el yo social, un plafón saludable, digámoslo no violento, no agresivo, sino sano, sereno y de cordial vinculación del mundo adulto para que desde ese lugar, lo otro que aparece en el vínculo con otros niños no sea sino también como una posibilidad de integración de su yo social más allá de su posición primera egocéntrica de afirmación de su identidad.

 

Alrededor de los seis años los niños comienzan a disponer de una capacidad para el diálogo, dando así un salto colosal en las relaciones de amistad. Entre los ocho y los diez hacen aparición las primeras pandillas, con una separación generalizada entre los sexos, ya que los procesos de identificación psicosexual se ven así facilitados. La amistad desempeña de este modo una función importantísima en la construcción de la propia identidad. A lo largo de toda la segunda infancia, el amigo se convierte en un apoyo fundamental en esa maravillosa, sorprendente y, a veces también, angustiante exploración de los misterios de la vida, tal como nos lo supo mostrar de modo magistral la película Secretos del corazón del realizador español Montxo Armendariz. Quizás por ello, estas amistades no se olvidan nunca y movilizan siempre en nosotros cálidas y hondas emociones.

 

A partir de la pubertad se inicia el proceso de superación de la dependencia infantil en busca de una integración social más amplia. Se inicia así un proceso de ampliación en las relaciones interpersonales con una búsqueda importante de vínculos amistosos que pueden durar unas semanas o toda la vida. En cualquier caso, la relación de camaradería va dejando paso a la búsqueda de relaciones más selectivas y exigentes, no sin un grado importante de idealización que, con frecuencia, conduce a la frustración y consiguientemente a sentimientos de clara tonalidad depresiva. Es el momento en el que le oímos decir “¡la Amistad (con mayúscula) no existe!”. No ha comprendido todavía el adolescente que esa mayúscula, que manifiesta la totalidad imposible a la que aspira el deseo, no la encontrará en ninguna parte.

 

Durante el período de la adolescencia, el Yo no dispone aún de fronteras sólidas y eso supone, de una parte, una gran disposición a mostrar afecto a otros, igualmente vulnerables. Por otro lado, hay una gran inseguridad en el manejo de los propios sentimientos de soledad, miedo, tristeza… En ese contexto, las amistades suelen mantenerse todavía con otros del mismo sexo. Al otro sexo se le espía y se procuran las primeras aproximaciones, preferentemente en compañía de otros del mismo sexo, a modo de apoyos auxiliares. Las relaciones de amistad sirven igualmente para sostener la búsqueda de una independencia, todavía débil, en relación a los adultos.

 

La edad adulta representa, según E. Erikson, un reto fundamental: madurar en la capacidad de llegar a la intimidad, tanto en la amistad como en el amor. En la década de los veinte a los treinta años la relación con los amigos llega a ser la que más tiempo ocupa. Más tarde puede sobrevenir el conflicto de intereses entre la relación de amistad y la de pareja, así como entre los intereses profesionales y los de relación interpersonal. Pero las amistades van haciéndose, por lo general, más selectivas, más estables y más afianzadas también.

 

Formada la familia, las relaciones de amistad pueden pasar (al menos por un tiempo) a un segundo plano o experimentar una etapa de acomodación a las nuevas circunstancias. Fácilmente se produce una decantación por las amistades de uno de los miembros de la pareja, a las que el otro sabrá o no adaptarse. La relación de amistad entre parejas puede, por su parte, venir a facilitar la tarea de ser padres, como en la adolescencia facilitó la de separarse de ellos. La posibilidad, por otra parte, de introducir amistad en la misma relación de pareja se muestra como una actitud inteligente que corona y perfecciona la relación amorosa, mientras que la de introducir sexo en la amistad funciona fácilmente entorpeciendo y perturbando el lazo previo de amistad.

 

Finalmente, en la ancianidad, la conciencia de la muerte acentúa fácilmente el valor de los vínculos humanos, si es que no han ido ganando terreno la involución mental o los sentimientos de amargo repliegue en sí mismo. La relación grupal parece más beneficiosa en esta etapa, al proporcionar el sentimiento importante de integración y facilitar la puesta en común de los propios recursos, preocupaciones, ocupaciones. Lo que se recogió en la vida, la sabiduría compartida en esta etapa de la amistad es de una riqueza increíble.

Así como las distintas etapas de la vida la amistad atraviesa por momentos diversos y se va configurando en el modo de ser de acuerdo al proceso afectivo de madurez de la persona, en el vínculo de amistad con Jesús también hay etapas distintas.

 

Conversión, el nombre del procesos de la amistad con Jesús

 

En el proceso de la amistad con Jesús hay un llamado constante al crecimiento, a la evolución, a la madurez y al desarrollo. En la mística cristiana conversión es la palabra que identifica este proceso vincular y tiene dos significados complementarios. Significa la primera decisión de seguir a Jesús y de cambiar de vida, es el inicio del camino discipular.

 

Podemos hablar de dos grandes etapas: la de la primera conversión o primer vínculo de amistad y el camino de la conversión permanente o segunda conversión, o conversión madura .

 

En el camino de la conversión permanente se produce de manera progresiva, no lineal, entre curvas, contra curvas, subidas y bajadas el camino donde esta amistad se va profundizando y purificando, por el camino de la transformación progresiva a la propuesta amigable de Jesús. Esto en términos cristianos supone pascua: muerte y resurrección. Morimos al hombre viejo y nacemos por el vinculo de amistad con Jesús a un Hombre Nuevo en Cristo Ef 4,21-27. En ese proceso de transformación pascual elegida, se aprende a caminar pascualmente muriendo y resucitando, para eso hay que negarse cada día, tomar la cruz y seguirlo Mt 16, 24, morir como el grano de trigo Jn 12, 24 y renunciar a todo lo que es incompatible con las exigencias de la amistad que plantea Jesús Lc 14,33.

Tipos de conversión

 

Activa

En el camino de seguimiento la luz que Jesús pone en nosotros hace que trabajemos nuestra naturaleza herida por el pecado y nos esforcemos en dejar vicios y malos hábitos, luchar contra las tentaciones, trabajar sobre nuestras formas de egoísmos y defectos de carácter para ser más libres, más fraternos, para que podamos verdaderamente estar y permanecer con Jesús. En esta purificación activa lo que ocurre es que nosotros estemos eso, muy activos, muy laboriosos en poner en orden la propia vida.

 

Pasiva

Hay vicios y miserias que no vemos que nos resultan ocultas, que se instalan en actitudes que nos gobiernan desde el inconsciente, que están arraigas en lo colectivo a lo que pertenecemos y que nada tienen que ver con la propuesta de Jesús, al mismo tiempo hay realidades de las que somos conscientes y que no deberían convivir con nuestro estado de vida cristiano y sin embargo por debilidad no las podemos modificar. Sobre toda esta realidad oscura de nuestra amistad con Dios ante la cual somos prácticamente impotentes, se requiere ser purificados por la intervención del Espíritu Santo. El nos va sacando de raíz la fuerza del mal que atenta en lo oculto y esto a veces a pesar nuestro. El Señor hace como en la pesca milagrosa, nos dice después de la experiencia de frustración, “Tira la red a la derecha”. Y Dios, dice Teresa de Jesús, es capaz de hacer en muy poco segundos, los que uno intentó por mucho tiempo y así pasivamente somos purificados. Porque Dios pone mano en donde no nos alcanza con nuestro quehacer, con nuestro compromiso, con nuestra laboriosidad. No es que tengamos que dejarlo todo en manos de Dios y nosotros olvidarnos lo que nos toca, sino es necesario recorrer este camino de encontrarnos con el límite, de experimentar el fracaso. Solo cuando llegamos allí después de una infructuosa noche de pesca, escuchar la voz del Señor que nos dice, “Tira la red a la derecha”. Es tanto lo que comienza a entresacarse que uno se asombra. Dice Teresa comparando esto con el buscar agua para regar el campo, que después de ir al rio muchas veces a buscarla de golpe llueve y ya no hay más que ir a buscar. Ahora es la lluvia copiosa que viene del cielo y riega nuestro campo.

 

El fuego del amor que purifica y une

 

La purificación dolorosa es un efecto inevitable de muestro progreso de amistad en Dios. Jdt 8,22 “recordemos cómo fue probado Abraham, nuestro padre, y purificado por muchas tribulaciones hasta llegar a ser amigo de Dios.”

 

En uno de sus escritos más bello, llama de amor Viva, Juan de la Cruz nos regala esta bellísima expresión al comienzo:

 

“Oh llama de amor viva, que tiernamente hieres de mi alma en el más profundo centro.

Pues ya no eres esquivas, acaba ya si quieres, rompe la tela de este dulce encuentro.”

 

Es en el ascenso del Monte Carmelo, donde el amor haciéndonos salir de la noche oscura, con Dios que transforma, se hace uno con el alma. En esa fusión la llama enciende el corazón, en un momento determinado y parece confundirse con ella aunque en realidad, son bien distintos las dos realidades., la llama y lo que se prende, nosotros. El proceso de vínculo de amor del Señor supone esta purificación de la que hablamos.

    

Sintiéndose ya el alma, enteramente inflamada, quiere decir encendida, rebozando todo su paladar, gloria y amor. Sintiendo que llegan hasta lo íntimo de su sustancia, quiere decir lo más profundo de su ser, no menos que a ríos de gloria, nadando en deleites. Sintiendo que de su entraña, manan ríos de agua viva, como está transformada en Dios, tan poderosamente y poseída por Él., tan sublimemente adornada, con ricas riquezas de carisma y virtudes, parece que está tan cerca de la bienaventuranza que solo una leve tela la separa de ella.

 

Por eso dice, rompe la tela de este dulce encuentro.

Se produce cuando en el proceso de transformación vamos aprendiendo a morir para vivir de cara a Dios, como decíamos al principio de la catequesis. Porque en realidad la perspectiva de San Juan de la Cruz, el vínculo de amistad con Jesús, en ese proceso de purificación por el fuego del Espíritu que toma el corazón conduce a lo que Pablo llama la profunda identidad con Cristo cuando dice, “Ya no vivo yo, es Cristo que vive en mi”

A ese fuego del Espíritu Santo vamos a pedirle que venga sobre nosotros para que nuestra relación de amistad con Jesús verdaderamente madure.

 
Ojalá la Radio pueda cumplir este rol, de encender el fuego del amor de Jesús, y hacernos peregrinar, ascender hasta Él, con ese lugar de purificación y de vínculo de hermandad, fraternidad y amistad con el Señor y que lleguemos a ser uno con Él, hasta que como dice Pablo, ya no sea yo quien vive en mi sino es Cristo el que está dentro mío.

 

                                                                                                    Padre Javier Soteras