27/04/2022 – En “Terapéutica de las enfermedades espirituales”, el padre Juan Ignacio Liébana presentó los remedios de la oración, los mandamientos y la esperanza, y luego avanzó con la práctica de las virtudes genéricas. “Por la fe, el hombre reconoce a Cristo como a su Dios y como el único médico capaz de curarlo. Este es el remedio de la oración. Por la penitencia, se vuelve hacia Él lamentando sus faltas para obtener el perdón, se acerca a Él reconociendo que está enfermo para obtener la curación, y manifiesta ante Él la conciencia dolorosa de su insuficiencia para acercarse a Él y no volverse a alejar más. La oración aparece como el complemento de estas dos actitudes; por ella el hombre invoca la ayuda de Dios para obtener los cuidados que su estado de enfermedad necesita, para ser curado y purificado, para abrirse a su gracia y unirse a Él. La oración cura al hombre de las pasiones, que son sus enfermedades, las extirpa de su ser y las aniquila hasta en sus efectos. Lo que posee tal poder es sobre todo la oración continua, lo cual se comprende si se considera que, a diferencia de los pecados, que son actos puntuales, las pasiones constituyen estados permanentes”, sostuvo el sacerdote radicado en Santiago del Estero.
“La fe, el arrepentimiento y la oración, unidos a la recepción de los sacramentos, no bastan para la salvación y la deificación del hombre, si no van acompañados por el cumplimiento de los mandamientos divinos. A causa de nuestra naturaleza caída, no nos resulta espontánea la práctica de los mismos, de acuerdo a lo que dice San Pablo en el capítulo 7 de su carta a los Romanos: no hago el bien que quiero, y hago el mal que no quiero. Como dice San Macario el Grande: “debe hacerse violencia el hombre que desee ser espiritual para practicar todos los mandamientos de Dios”. Se trata de una colaboración activa con la obra del Espíritu en nosotros, de secundar su acción. San Doroteo de Gaza dice que “no hay más obstáculo para la salud del alma que su propio desorden. El enfermo es desobediente y no observa las prescripciones (mandamientos) de su médico (Cristo) y por ello no sana”. La tardanza en la curación no viene, entonces, de la inexperiencia del médico o de la ineficacia de sus remedios, sino de la disposición del paciente que no se deja curar, por no seguir las recomendaciones del médico, ni usar adecuadamente las medicinas”, indicó.
“La esperanza es otra condición fundamental para la curación espiritual del hombre y para su salvación. Aquel que no espera nada, que no espera la salud prometida por Cristo, sigue viviendo en su estado de enfermedad, e incluso se entrega cada vez más a las pasiones. Aquel que, por el contrario, espera la curación, actúa con vistas a ella y se esfuerza por todos los medios para obtenerla del médico celestial, apartándose del mal para volverse hacia Él con todo su ser y en todo momento. La esperanza es también la que ayuda al hombre a soportar con paciencia los esfuerzos de la ascesis, cuyos frutos no son inmediatos, lo cual fácilmente arrastra al desaliento. Como dice san Juan Clímaco, es el “antídoto de la desesperación”, en particular de la que el hombre experimenta ante su estado de enfermedad y de pecado”, agregó Liébana.
“El proceso de la curación implica la conversión interior para llegar al estado anterior a la llegada del pecado al hombre, es un retorno hacia el lugar de verdadero encuentro con Dios. Puesto que todas las pasiones se derivan de la enfermedad de las tres potencias del alma, más exactamente de la perversión de sus diversas funciones, la terapéutica espiritual tendrá que consistir en poner de nuevo en orden estas facultades. Así, la curación de la parte desiderativa del alma comienza por realizarse con la virtud de la temperancia; la de la parte agresiva, con la virtud de la valentía; la de la parte racional, con la virtud de la prudencia. A estas tres virtudes genéricas añaden a menudo los Padres una cuarta: la justicia, cuyo papel es realizar una especie de acuerdo y armonía entre las partes del alma”, dijo el padre Juani.
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