Los ríos

miércoles, 21 de agosto de 2013

 

Los ríos presentan la simbología propia del agua viva, agua fecunda, que irriga la tierra y hace posible los cultivos y las civilizaciones. Todas las propiedades positivas del agua se encuentran en los ríos: refresca, purifica, irriga, lava, renueva, fecunda, sacia, es indispensable para la vida…

 

También, por su fluir constante, son metáfora de la vida que pasa, de lo irreversible, lo que no vuelve. El filósofo griego Heráclito dijo esta sentencia: “Nadie se baña dos veces en el mismo río”.

 

El dios sumerio Enki es patrón de las aguas dulces. Como en la mesopotamia asiática las aguas dulces eran aprovechadas  a través de los sistemas de irrigación por canales, eran un factor esencial para el desarrollo de la civilización. Por eso este dios Enki era un dios que simbolizaba la sabiduría ligada al progreso y la cultura.

 

El río de vida que brotaba del templo: Ezequiel cap. 47.

Apocalipsis 22,1-2

“Luego me mostró el río de agua de Vida, brillante como el cristal, que brotaba del trono de Dios y del Cordero. En medio de la plaza, a una y otra margen del río, hay árboles de vida, que dan fruto doce veces, una vez cada mes; y sus hojas sirven de medicina para las naciones”.

 

Ríos en el mundo bíblico

 

El Nilo, río de Egipto, que aseguraba la fecundidad para los sembrados. Una de las plagas fue convertir el río en sangre; el río, fuente de vida, se convirtió en lugar de muerte: Ex 7,14-25.

 

El Tigris y el Eufrates, ríos que demarcan la mesopotamia asiática. Se encuentran en la descripción de la vida que brota en el jardín de Edén: Gén 2,10-14

 

10 De Edén nace un río que riega el jardín, y desde allí se divide en cuatro brazos. 11 El primero se llama Pisón: es el que recorre toda la región de Javilá, donde hay oro. 12 El oro de esa región es excelente, y en ella hay también bedelio y lapislázuli. 13 El segundo río se llama Guijón: es el que recorre toda la tierra de Cus. 14 El tercero se llama Tigris: es el que pasa al este de Asur. El cuarto es el Éufrates.

 

El Jordán, que recorre Palestina de Norte a Sur.

 

 

 

El río Jordán

El nombre Jordán procede del hebreo yarden  que a su vez deriva del verbo yarad, descender o tal vez de yeor Dan “río de Dan”, o de Yar danus del iraní “río anual”. Este río serpenteante corre de norte a sur, desde el lago de Galilea hasta el mar Muerto, cubriendo una distancia de 105 km. Tiene  innumerables meandros, por lo que  en la forma real  tiene un recorrido 320 km. Fluye mucho, por eso pudo ser aprovechado por métodos de riego en la antigüedad; a veces se inunda en porciones pequeñas. No es navegable. En las zonas inundadas hay vegetación enmarañada y pequeñas regiones desérticas. El río Jordán nace en la zona más fértil de Galilea, pero ya cerca de su desembocadura se acerca a la zona rocosa y salitre del mar Muerto, por lo cual la última etapa de su recorrido es en medio del “desierto”.

 

La simbología del Río Jordán como agua que limpia y purifica se aprecia especialmente en la curación de Naamán el sirio por intermedio de Eliseo: 2 Re 5,1-14

 

1 Naamán, general del ejército del rey de Arám, era un hombre prestigioso y altamente estimado por su señor, porque gracias a él, el Señor había dado la victoria a Arám. Pero este hombre, guerrero valeroso, padecía de una enfermedad en la piel. 2 En una de sus incursiones, los arameos se habían llevado cautiva del país de Israel a una niña, que fue puesta al servicio de la mujer de Naamán. 3 Ella dijo entonces a su patrona: “¡Ojalá mi señor se presentara ante el profeta que está en Samaría! Seguramente, él lo libraría de su enfermedad”. 4 Naamán fue y le contó a su señor: “La niña del país de Israel ha dicho esto y esto”. 5 El rey de Arám respondió: “Está bien, ve, y yo enviaré una carta al rey de Israel”.

Naamán partió llevando consigo diez talentos de plata, seis mil siclos de oro y diez trajes de gala, 6 y presentó al rey de Israel la carta que decía: “Al mismo tiempo que te llega esta carta, te envío a Naamán, mi servidor, para que lo libres de su enfermedad”. 7 Apenas el rey de Israel leyó la carta, rasgó sus vestiduras y dijo: “¿Acaso yo soy Dios, capaz de hacer morir y vivir, para que este me mande librar a un hombre de su enfermedad? Fíjense bien y verán que él está buscando un pretexto contra mí”.

8 Cuando Eliseo, el hombre de Dios, oyó que el rey de Israel había rasgado sus vestiduras, mandó a decir al rey: “¿Por qué has rasgado tus vestiduras? Que él venga a mí y sabrá que hay un profeta en Israel”. 9 Naamán llegó entonces con sus caballos y su carruaje, y se detuvo a la puerta de la casa de Eliseo. 10 Eliseo mandó un mensajero para que le dijera: “Ve a bañarte siete veces en el Jordán; tu carne se restablecerá y quedarás limpio”. 11 Pero Naamán, muy irritado, se fue diciendo: “Yo me había imaginado que saldría él personalmente, se pondría de pie e invocaría el nombre del Señor, su Dios; luego pasaría su mano sobre la parte afectada y curaría al enfermo de la piel. 12 ¿Acaso los ríos de Damasco, el Abaná y el Parpar, no valen más que todas las aguas de Israel? ¿No podía yo bañarme en ellos y quedar limpio?”. Y dando media vuelta, se fue muy enojado. 13 Pero sus servidores se acercaron para decirle: “Padre, si el profeta te hubiera mandado una cosa extraordinaria ¿no la habrías hecho? ¡Cuánto más si él te dice simplemente: Báñate y quedarás limpio!”. 14 Entonces bajó y se sumergió siete veces en el Jordán, conforme a la palabra del hombre de Dios; así su carne se volvió como la de un muchacho joven y quedó limpio.

 

El río Jordán es el lugar donde Juan "el Bautista" proclama un bautismo de conversión, es decir, un cambio de vida. El agua del río es símbolo de purificación y renovación. Después de pasar por el agua, el creyente comienza una nueva vida: Mt 3; Mc 1,1-11; Lc 3,1-22; Jn 1,29-34; Jn 4,1-4.

Sigiendo esta tradición de bautizar en el río, los primeros cristianos siempre bautizaban en "agua viva", es decir, agua que fluye.

un pueblo  a la espera

 

 

Como el pueblo estaba a la expectativa y todos se preguntaban si Juan no sería el Mesías, él tomó la palabra y les dijo:

– Yo los bautizo con agua, pero viene uno más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de desatar la correa de sus sandalias; él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego.

Todo el pueblo se hacía bautizar, y también fue bautizado Jesús. Y mientras estaba orando, se abrió el cielo y el Espíritu Santo descendió sobre él en forma corporal, como una paloma. Se oyó entonces una  voz del cielo: "Tú eres mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección."

 

(Evangelio según San Lucas 3,15-16.21-22)

 

 

El tiempo de Jesús fue efervescente en expectativas mesiánicas. Los años de las ocupaciones, primero griega y después romana, habían potenciado en el pueblo la espera de un Ungido que viniera, finalmente, a realizar las promesas de Dios.

Cada grupo religioso y cada corriente interna del judaísmo guardaba su propia expectativa mesiánica. Y hasta tanto la manifestación del Mesías se realizara, cada uno de estos grupos tenía su propia receta sobre la forma de acelerar los tiempos de la justicia. Para la clase sacerdotal era la multiplicación de los sacrificios del Templo, para fariseos y escribas la observancia estricta de la Toráh, para los esenios el apartarse de los pecadores; para los celotes no había que esperar, había que realizar la justicia por la lucha armada. Estas tendencias bastan para hacernos una idea del panorama que presentaba, además de estas principales, otras corrientes y tendencias, y que generaba disputas y oposiciones entre los representantes de cada una de ellas. ¿En qué grupo inscribir a Juan Bautista?

Juan Bautista aparece como representante de un movimiento religioso que hunde sus raíces unos años atrás. El movimiento bautista había surgido durante el siglo II a.C, como un movimiento de purificación interior, que exhortaba a la conversión del corazón y a  adherir a una salvación que no dependía de rituales exteriores sino de una actitud sincera. Su signo era la inmersión en el agua, el bautismo. Esta propuesta ¿era simplemente una más dentro del convulsionado panorama de aquellos años?

Mientras saduceos, fariseos, maestros y escribas discuten entre ellos sus propias doctrinas, el pueblo está a la espera. ¿Cuándo llegará la salvación? ¿Cuándo Dios se acordará de nosotros? El pueblo, en gran parte excluido de muchos de aquellos sistemas y estructuras religiosas signadas por el Templo, el conocimiento de la Toráh y las normas de la pureza, pone su expectativa en horizontes más amplios: el movimiento bautista, que señala como única condición la conversión del corazón, es una respuesta para estos impuros e impuras, excluidos de la vida religiosa administrada por otros. Una buena señal de esta no exclusión la tenemos dada por la clase de gente que se acerca y recibe el bautismo de Juan: publicanos, soldados romanos, prostitutas.

 

Jesús adhiere al movimiento de Juan Bautista. Vive y sufre con la espera de su pueblo. Como Juan, Jesús no espera que Dios reine desde el Templo ni desde la pureza ni desde la legalidad, sino en los corazones.

En su práctica, Jesús asume aspectos del movimiento bautista. Esto es claro sobre todo en dos puntos:

* el movimiento que surja a partir de Jesús será, como el movimiento bautista, una llamada a todos y todas sin exclusiones,

* la participación en el Reino de Dios no está ligada a ningún rito o "pureza" exterior, sino al cambio de corazón, del cual el bautismo de Juan era signo.

 

 

Jesús se bautizó cuando se estaba bautizando todo el pueblo. Como todo el pueblo, Jesús espera que se cumpla el tiempo en el que Dios venga a reinar. Toda su vida  será expresión de que ese reinado ya se está realizando.

 

Muchas veces cuando abrimos los ojos, la realidad parece desmentir nuestra esperanza: muchas señales que no son del Reino, muchos sistemas de exclusión inclusive dentro de nuestra iglesia. La renovación que trajo el agua creadora del bautismo parece fosilizarse en aguas estancadas que ni animan ni reviven. Por algo dicen los teólogos que el Reino es "ya, pero todavía no". Con Jesús, creemos y esperamos lo que espera, ansiosamente, a veces angustiosamente, el pueblo: el Reino de Dios que ponga fin a las exclusiones y realice la justicia. Nos tiramos al agua con Jesús para que el Espíritu Santo se manifieste y realice nuestra condición de hijos e hijas, sentados a la mesa del banquete que el Dios Padre y Madre quiere festejar con todos.

 

María Gloria Ladislao, Palabras y Pasos, Ed. Claretiana, Bs.As.