“Los últimos serán los primeros: el llamado de Dios a trabajar en su viña”

miércoles, 20 de agosto de 2025

20/08/2025 – El Evangelio de Mateo 20,1-16 nos invita a descubrir la lógica del Reino: un Dios que no paga con criterios de mérito humano, sino con la gratuidad de su amor. La parábola de los obreros de la viña revela el valor del trabajo como participación en la obra creadora de Dios y como camino de santidad y fraternidad.

La lógica sorprendente del Reino

El relato de los obreros de la viña desconcierta a primera vista: todos reciben la misma paga, tanto los que trabajaron desde la madrugada como los que llegaron al final de la jornada. Jesús nos muestra que el Reino de los Cielos no se mide con parámetros de justicia humana ni cálculos de proporcionalidad. La recompensa es la misma para todos, porque no se trata de dinero, sino de comunión plena con Dios.

El propietario de la viña es figura de un Dios que siempre sale al encuentro, llama en distintos momentos y paga con generosidad infinita. Nadie queda excluido de su invitación, y todos son llamados a participar en la misma dignidad de hijos.

Dios confía en sus obreros

San Juan Crisóstomo recuerda que el primer y más grande obrero es Dios mismo, creador del cielo y de la tierra. Sin embargo, su obra no está concluida: Él la confía al ser humano para que, bajo la guía de Cristo, complete el proyecto del amor.

Cada uno recibe una misión distinta, en tiempos y formas diferentes, pero todos participan de la misma paga: la comunión con Dios. Lo esencial no es cuánto ni cuándo trabajamos, sino la disponibilidad de responder al llamado del Señor.

Reflexión patrística: cooperadores en la nueva creación

Los Padres de la Iglesia vieron en esta parábola una enseñanza sobre nuestra participación en la obra de Dios:

San Ireneo: “Dios que nos creó sin nosotros, no quiso salvarnos sin nosotros”. La libertad humana coopera con la gracia.

San Atanasio: “El Verbo de Dios se hizo hombre, para que nosotros fuésemos divinizados en Él”. Nuestro trabajo se transfigura en Cristo.

San Agustín: “El que te creó sin ti, no te justificará sin ti”. La gracia pide nuestra respuesta.

San Juan Crisóstomo: somos instrumentos vivos al servicio de la justicia.

San Gregorio de Nisa: el hombre coopera libremente en un crecimiento constante hacia la perfección en Cristo.

Así, nuestro trabajo no es mera obligación, sino participación en la obra redentora de Dios.

Juan Pablo II: el trabajo como santificación

En Laborem Exercens, San Juan Pablo II afirma: “El hombre, creado a imagen de Dios, mediante su trabajo participa de la obra del Creador”. El trabajo humano —desde la tarea más sencilla hasta el esfuerzo más exigente— adquiere valor redentor cuando se vive en unión con Cristo.

El Papa nos recuerda tres claves:

El trabajo es para el hombre: no para explotarlo, sino para humanizarlo.

El trabajo es redentor: unido a la cruz de Cristo, se convierte en camino de santificación.

El trabajo es comunitario: siempre se realiza con otros y para otros, construyendo fraternidad.

Un pequeño lápiz en la mano de Dios

La Madre Teresa de Calcuta se definía a sí misma como “un pequeño lápiz en la mano de Dios”. Esa imagen expresa con sencillez lo que esta parábola enseña: Dios escribe su obra de amor en el mundo a través de nosotros. No importa si llegamos al inicio de la jornada o en la última hora: lo decisivo es dejarnos tomar por Él, disponibles para su obra.

Vivir en la gratuidad

El Evangelio de hoy nos invita a revisar nuestra vida y preguntarnos:

¿Cómo vivo mi trabajo cotidiano: como peso o como participación en la obra de Dios?

¿Miro con envidia lo que otros reciben, o me alegro de que Dios sea bueno con todos?

¿Creo que el valor de mi vida está en el mérito, o confío en la gratuidad del amor de Dios?

Responder al llamado del Señor es siempre un motivo de alegría. El verdadero jornal es la comunión con Él, que comienza aquí y se consuma en la vida eterna.