Los viejos y los geriátricos. Mitos y realidades

martes, 25 de marzo de 2008
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El tema del envejecimiento de la población, sumado al decrecimiento de la natalidad está planteando problemas a los cuales es preciso enfrentar desde un punto de vista sanitario, económico y humano. Para evitar seguir sumando injusticias a la injusticia que suele estar ya demasiado presente en la actual organización social.

 

Se está planteando en la sociedad esto que se lo ve como un problema y me encontré en artículos con la palabra “problema”, el problema de los viejos, el problema de los adultos mayores, el problema de los ancianos, como si siempre fuera un problema llegar a esta etapa de la vida y yo quería empezar por la parte de atrás, lo que uno piensa para cerrar el tema.

 

Me encontré con un material del Papa Juan Pablo II que habla de los viejos, pero de los viejos que se encuentran en la Biblia y como el Señor ha ido encontrando en estos adultos muy mayores la misión para ellos.

 

La historia de salvación está tejida, justamente, con los mayores. Las historias de los patriarcas son particularmente elocuentes al respecto. Cuando Moisés vive la experiencia de la zarza ardiente, Dios se le presenta así: “Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob”.

Dios pone su nombre junto al de los ancianos que representan la legitimidad y la garantía de la Fe de Israel. El hijo, el joven, recibe de éste Dios a un Dios que siempre se va a presentar a través de los ancianos.

 

En esto que mencionamos, podemos leer en la Palabra Éxodo 3,6 “el Dios de”, que vamos a encontrarlo en diferentes lugares que la Palabra se hace presente cuando Dios habla con los profetas. Esta experiencia que era el patrimonio de los ancianos, era también la razón de la juventud espiritual y con su serenidad ante la muerte.

 

Paradójicamente, el anciano que transmite lo que ha recibido es voz del presente en un mundo que ensalza una eterna juventud sin memoria y sin futuro.

Esto da motivo para reflexionar. Dios nos muestra que en nuestros ancianos está depositada la Fe, depositada la cultura, está garantizado el mensaje.

 

Estamos aquí con dos invitadas especiales, la doctora Mirtha Cumini, abogada y mediadora, especialista en la tercera edad.

 

Anabel Thanos: Bienvenida doctora Cumini.

 

Mirtha Cumini: ¿Cómo estás? ¿Cómo están todos los oyentes? Un gusto de nuevo estar acá.

 

AT: Para nosotros también. Y por supuesto ésta mesa se completa con Susana Altamira, mediadora, docente y antropóloga. Muy buenos días Susana.

 

Susana Altamira: Buenos días. También para mi un gusto estar acá y participar con ustedes.

 

AT: Participar en esta realidad que asusta un poco. Cuando uno queda asustado tenemos el riesgo de quedarnos quietos. Como cuando uno es chico y lo asustan o salís corriendo y te ponés en funcionamiento para escapar o nos paralizamos y nos quedamos mudos, quietos sin saber que hacer.

Nuestros mayores viven más años, es una realidad por el avance de la medicina, acá se plantea como una problemática el tener viejos en una sociedad.

 

MC: Si, y a la vez hay un mito porque se piensa que todos cuando están viejos están enfermos o están con problemas de Alzehimer o cosas por el estilo.

Sin embargo yo vivo la realidad cotidiana del PAMI y realmente es increíble los jóvenes – viejos por todas las expectativas, los proyectos que tienen, por la fuerza, porque a eso suman su gran experiencia.

 

AT: Es interesante tener una antropóloga en la mesa para poder ver que rol ocupa antropológicamente la persona en esta etapa de la vida.

 

SA: Justamente yo les quería hablar de la integridad de la persona. Cuando descontextualizamos una situación, como esas notas donde se maltrata a los mayores, parece que únicamente se maltrata a los adultos y en realidad nos estamos maltratando como sociedad, y en eso incluimos a los mayores que impacta más porque son como más débiles, están más desprotegidos.

 

En realidad, desde el punto de vista antropológico y trabajando en una idea del hombre, se me ocurría pensar en la idea del hombre que nos da Jesús, el hombre que atiende al más débil, Jesús se ocupaba de los desposeídos, de los más marginados. Estamos como cristianos posibilitándonos ver al hombre que nos trajo Jesús, o estamos trabajando con los valores de la sociedad actual que atiende a la productividad, a la juventud, a los sanos.

Estamos trabajando con un paradigma que deja de lado todo esto.

 

Si nos ponemos a ver cual es en su conjunto el estereotipo del viejo, es todo lo opuesto a los valores que estamos manejando como sociedad.

 

AT: Una sociedad hedonista como la que tenemos, no quiere de esta gente que no es productiva y que encima nos han hecho creer que no son productivos.

 

MC: Exacto.

 

SA: Y encima son enfermos.

 

AT: Tenemos que ver que se entiende por productividad y nosotros como hombres íntegros debemos considerar como productividad. Porque si es así, yo ya estoy vieja para esta sociedad, pasamos los 30 años y ya somos viejos.

 

SA: Fijate vos que hasta en el lenguaje que utilizamos, la línea que ponemos “nosotros y ellos” como si fuéramos seres disgregados.

Primero somos bebés, después dejamos para ser adolescentes, dejamos de ser adolescentes y pasamos así de categorías.

Somos una integridad, somos una totalidad y al disgregarnos también nos debilitamos y nos debilitamos como personas, como seres humanos, como hombres y como sociedad. Así estamos.

 

AT: En esta disgregación vamos perdiéndonos como seres humanos, vamos perdiendo a nuestros adultos mayores y se nos están yendo y no estamos haciendo lo necesario para ver todo esto.

 

El libro que les quiero recomendar, gente que desde la experiencia que vive lo escribe y lo transmite, no todos tienen esa posibilidad.

El escritor es el doctor Enrique Poletti, nacido en Córdoba en 1946 con muchos títulos que habilitan este libro.

El libro se llama “Los viejos y los geriátricos. Mitos y realidades.”

 

Esta realidad puede no gustarnos pero sucede.

En este libro, en el prólogo, dice el doctor:

 

“Trataré de clarificar algunas de las actitudes que los hijos tenemos para con nuestros padres y que son perjudiciales para su bienestar.

Además, intentaré analizar algunos aspectos del geriátrico, que son, como deberían ser y cuales son los objetivos de un buen geriátrico y que errores pueden cometerse al elegir uno, las diferencias que deberían existir entre una clínica, un hospital y un hogar de ancianos.

Temas diferentes que a veces englobamos en una cosa.

Estas páginas no han sido escritas para los profesionales, ellos ya tienen su experiencia hecha y sus conocimientos que deberían ayudarlos, para entender al anciano y sus problemas.

Han sido escritas para la gente común, esa gente que cada vez más a menudo se ve enfrentada a situaciones para las que no han sido en absoluto preparada, ya que no es fácil para nadie hacer la transición entre depender o apoyarse en una persona y de pronto pasar a tomar decisiones sobre la vida y los intereses de otra persona.

Por lo tanto, trataré de ser en todo momento lo más claro posible, evitando términos técnicos, utilizando un lenguaje simple y cotidiano, asumiendo el riesgo de ser tildado de vulgar o poco académico.

No puedo pensar en otro aspecto de la vida en que este ámbito, tan humano de anteponer la apariencia a la esencia porque sea peligrosa.

Estas páginas tampoco están dirigidas a ciertos grupos comerciales que a través de su poder económico intentan monopolizar el así llamado “negocio de los geriátricos”. Si no fuera porque no me dirijo a ellos, les desearía suerte y expresaría mi convencimiento acerca de su seguro fracaso.

El dinero puede hacer muchas cosas, pero no puede por sí sólo construir un hogar para viejos.

Nadie puede sentirse ofendido por mi uso de la palabra “viejo”, para mi como para muchas personas es perfectamente válido dirigirse a alguien de cierta edad como viejo, así como también es referirse a personas de cierta edad como “jóvenes” o como “niños”.

La diferencia general no está dada por la edad de quien recibe este adjetivo, sino por la edad de quien adjudica al adjetivo.

Según el diccionario de la lengua española, eufemismo significa modo de expresar decorosamente ideas o conceptos de expresión dura o desagradable.

De acuerdo a esto, al no considerar el término “viejo” como expresión dura o desagradable, sino exactamente lo opuesto, me declaro liberado de la necesidad de utilizar otros términos en el lugar de “viejo” a no ser que mi sentido de la redundancia por repetir así me lo indique.”

 

AT: Me parece que aquí podemos sacar varias cosas. Cuando decimos “viejo” parece que estamos siendo peyorativos con algunas personas y ¿por qué sentimos esto? ¿qué nos ha pasado como sociedad?

 

SA: Ciertamente las palabras tienen valores, pesos y construyen. Nosotros construimos nuestro mundo a diario con las palabras, y en esto de construir mundo, cuando decimos “joven” le agregamos un valor, un valor social.

Entonces el joven, justamente, se identifica con el paradigma actual de la productividad, de la capacidad, de la acumulación de riquezas, de la vitalidad.

Como ese paradigma no responde a la incapacidad, a la falta de productividad, a la enfermedad porque es el valor que se le ha cargado a la palabra viejo, pasa a ser un disvalor, entonces socialmente hemos cambiado el valor de viejo.

 

Antes, ser viejo era un orgullo, era el acervo cultural y la tradición, era el que transmitía todo lo que teníamos como valor en la sociedad, era el guardián de la familia, de la sociedad, de la religión, el que transmitía la religión a los niños, el ser viejo tenía una carga muy positiva, era un orgullo ser viejo.

 

En la época de mi abuelo, que además era maestro, cuando había una dificultad se consultaba al sacerdote, al maestro y al anciano. Hemos perdido los tres, peor no hay que asustarse, yo creo que es la posibilidad de construir nuevamente, eso es la posibilidad genial que Dios nos ha dado, de elegir en libertad, podemos elegir construir con otro soporte a la palabra vejez.

 

AT: Y para nuestros viejos saber que no están solos en la separación de todo esto.

Porque si vamos a hablar de marginación en nuestra sociedad, somos los primeros en marginar.

Ojalá podamos encontrar la punta del ovillo por donde empezar esto que es algo muy grande.

 

En el material que me acercaron de producción, parece como una película de terror, abuelos maltratados, algunos adultos mayores, hijos que se quedan con sus jubilaciones, hijos que los llevan a sus casas para quedarse con la casa de sus padres, uno piensa que es ciencia ficción y no.

Tampoco quiero quedarme solo con eso, pero aprovechando que hay dos mediadoras, saber que estas situación existe y saber si una mediación puede ayudarnos en esta difícil tarea.

 

Hay veces que la realidad se da vuelta de golpe, una enfermedad repentina, la muerte de un cónyuge inesperadamente. La mediación no es algo muy conocido y hay mediadores para problemas entre los cónyuges, problemas de juicios, ¿en esto nos puede ayudar el mediador?

 

MC: Si, por supuesto. Nosotros estamos trabajando mucho. En el PAMI está funcionando hace unos años un centro de mediaciones, totalmente gratuito donde se toman varias problemáticas pero sobre todo se toma el viejo y su entorno familiar y social.

 

Se piensa que el viejo se jubiló y no sirve más y fijate que en muchas circunstancias ésta persona no es un deshecho sino que podría colaborar, dejamos de ver todas las cosas positivas que puede tener, te puede dar una colaboración en la casa, en el cuidado de los nietos, transmitirle su experiencia a los nietos, la relación nieto – abuelo es muy buena, si no existe es que porque los hijos no lo incentivaron o porque los niños escuchan que los abuelos son como de descarte.

 

AT: Quizá por esto que nos explicaba Susana, hay una sociedad que está formada por nosotros, no por otros, en esto de hacernos sentir por fuera de esta realidad.

Parece ser que “esto” no es una persona, deja de ser mi mamá, mi papá, mi tío y es “esto” como un objeto que yo puedo trasladar y que no tiene ninguna capacidad de decisión, de plantear para su vida lo que quiere, cuando justamente por la edad y experiencia está más capacitado que nosotros.

 

MC: Fijate vos el tema de los geriátricos. Hay varias aristas en esto, puede ser que la persona está muy enferma, necesita una atención médica continua, pero muchísimas veces el geriatrizarlo es porque necesito más espacio en casa y porque no quiero que convivan el adolescente con el viejo.

Sin saber que con el desarraigo de llevarlo a un geriátrico vos agudizando las pequeñas cosas que pudieran tener y nunca trataste de regar y hacer crecer las cualidades positivas que pudiera tener e hiciste hincapié en el que a veces se olvida las cosas, se queja.

No pensaste que esa persona te puede dar una mano en la cocina, con los chicos.

También pensar en integrarlo con su grupo. En México existe el pueblo de los viejos donde muy cerca de la ciudad se creó un barrio donde ellos hacen todo, se administran, tienen su banco, tienen una atención clínica.

 

AT: Para nuestros viejos ¿hay un lugar en la mediación?

 

SA: Si, en el PAMI, como dijo Mirtha. Yo quería agregar con respecto a los hijos, y poniéndome en el lugar del hijo. No es fácil para un hijo geriatrizar a un padre, la situación del hijo es dolorosa, tiene una presión en trabajar, su casa, sus hijos, no le alcanza el dinero y no se puede ocupar de un padre que a lo mejor está inválido o simplemente no tiene lugar en su casa.

 

AT: Esa puede ser una primera traba que no es tan difícil de imaginar.

 

SA: Entonces, mirémonos de vuelta como sociedad. ¡Qué maltrato! No sólo estoy maltratando a mi papá, sino me estoy maltratando yo, lo sufro, me angustia, me deprime, me enferma.

Yo creo que el mayor porcentaje de enfermedad de los ancianos es la tristeza.

 

AT: Cuando vamos a una mediación, ¿se lo escucha al viejo? En las mediaciones se encuentran las partes y tengo la sensación que a veces no se lo escucha al mayor lo que tiene para decir.

 

MC: Si, obviamente. Nosotros trabajamos con lo que llamamos el taller del recuerdo, ver para atrás y ver si el viejo con sus hijos tenía el papel relevante, era el puntal de ese hijo y de ahí avanzar y ver porque ha llegado la relación a esto.

Cuando empiezan a regresar un poco y empiezan a valorizarlo y legitimizarlo a ese padre, normalmente se produce un vuelco en la mediación.

 

AT: Ese vuelco es el que justamente buscamos. Encontrarle la vuelta a lo que parece no tener vuelta.

Nadie quiere estar sólo, ni un bebé, ni un niño, ni un anciano. Esto de sentirnos solos está marcando una característica del hombre.

 

SA: Justamente, estamos sólos todos. Los viejos, los jóvenes, los niños. Imagínate, hemos creado una sociedad donde tenemos que llevar a nuestros chicos a la guardería, donde me “guardan” a mi hijo, después escuela a veces doble escolaridad. El adolescente sin rumbo y llegamos a la adultez y estamos sólo ante un mundo terriblemente competitivo, violento.

No están sólo los ancianos, estamos todos solos y es hora que hagamos algo para dejar de estar sólos. Es un reto.

 

MC: Estamos solos y con falta de tiempo, estamos corriendo permanentemente y no nos tomamos el tiempo de mirar lo que nos rodea.

 

AT: De mirar lo que nos rodea y fijarnos que podemos llegar a realidades duras.

 

SA: Dios nos enseñó que el cuerpo es el templo de El, estamos dañando nuestro cuerpo, estamos descuidando el templo de Dios.

 

AT: En esa conciencia que bueno que podamos hacer verdaderamente flexión en ese punto y darnos cuenta que se está dañando una parte de mi aunque no tenga un viejo en mi casa.

 

Aquí en la revista del CEPRAM estaba leyendo las siete señales y advertencias del maltrato y negligencia hacia los adultos mayores:

 

-1º lesiones tales con contusiones, torceduras, arañazos, marcas dejadas por sogas, cigarros u otros que no tengan ninguna explicación.

-2º señales de abandono tales como llagas o escaras por estar en cama mucho tiempo, desnutrición, deshidratación, pérdida de peso inexplicables.

-3º cambios en el modo de vivir e invasión de la privacidad del adulto mayor como personas que se mudan a la vivienda del mayor, ya sean parientes o conocidos.

-4º impedir que se reúnan con alguien a solas, leer sus correspondencias y perseguirlos.

-5º cambios en la situación financiera, cuentas impagas, condiciones de vida que no corresponden a su economía, retención de bienes, control ilegítimo de la actividad bancaria.

-6º el no cuidado de la intimidad y pudor a la higiene, mostrar su desnudez a extraños al levantarlos.

-7º cambios en el comportamiento como la depresión, la introspección, la ansiedad, estar temblorosos y no mirar a los ojos.

 

Estos son elementos, señales para tener en cuenta con nuestros adultos.

Ustedes en la mediación ¿Cuáles son las cosas que más reciben? ¿cuál es la preocupación más grande del lado del mayor?

 

MC: Los conflictos más comunes son el tema de cuando los hijos van a vivir a la casa y les desestabilizan el ritmo de vida que llevaba hasta ese momento, el no permitirle cierta relación con los nietos convivan o no, los divorcios y la amenaza o que se concrete la geriatrización.

 

AT: ¿Hay miedo en nuestros viejos?

 

SA: Seguro, hablando ahora como mediadora, te digo que lo mediación es el lugar especial para hablar porque justamente trabamos con la comunicación, donde no hay culpables ni inocentes, víctimas ni victimarios, son personas en situación de conflicto.

El conflicto es lo que se trae a la mesa, es lo que se resuelve y se trabaja y nuestra tarea es que todas las voces sean escuchadas.

 

AT: ¿En eso pueden percibir los miedos? A perder su casa, del manejo del dinero de la jubilación, terminar en un geriátrico.

 

SA: Si, y mucho el tema de los hijos que no dejan ver a los nietos con sus abuelos. Es un derecho del niño estar con su abuelo y todos sus familiares.

Los hijos que se van a vivir a la casa paterna y el viejo va a la fondo, se desdibujan las posesiones.

 

MC: Otro tema es que cuando uno queda viudo, los hijos le piden que venda la casa para cobrar su parte y ahí no sólo es el hecho de a donde ir a vivir, sino es verse obligado a dejar su historia, es un tema muy recurrente. Igual la ley ampara que si no volvió a contraer matrimonio, los herederos no pueden obligarlo a vender el hogar conyugal.

 

AT: La mediación es el lugar correcto para buscar solución a estos problemas.

 

Tengo un testimonio que elegí del libro que les recomendé, porque refleja la parte del sufrimiento de los hijos, tema que no se puso en la mesa porque el tema era nuestros viejos, no los hijos.

 

“Al momento de escribir esto, que sólo pretende ser un modesto testimonio de una vivencia muy profunda, me pregunto si es posible transmitir con palabras aquello que es ha experimentado tan adentro del propio corazón, tan en la intimidad del propio ser.

No se si es posible pero se que tengo la obligación moral de intentarlo, de compartir mi experiencia con otros, a quienes quizás pueda servirles de ayuda.

 

Soy miembro de una generación que fue criada en el culto a los mayores, una generación para la cual los abuelos eran el mayor orgullo y el mejor patrimonio del hogar, una fuente incesante de ternura y sabiduría.

Fuimos educados para cumplir fielmente el mandamiento “honrar padre y madre”, para cuidar amorosamente de nuestros viejos y la expresión “hogar de ancianos” o “asilo” como se lo llamaba entonces, nos inspiraba horror y un profundo rechazo y asociábamos a esto como un abandono.

 

Ninguna persona que se consideraba bien nacida hubiera tenido la osadía de enfrentar el drama de conciencia y hasta el estigma social que significaba delegar en otros el cuidado de los viejos de la familia.

 

Estos sentimientos arraigados desde la infancia habrían sido acompañados durante toda la vida y para muchos de nosotros han sido el origen de conflicto muy dolorosos que no permiten terminar de resolverlos.

 

Hace 5 años, mi madre tuvo un accidente cerebro vascular que la dejó hemipléjica, brazo y pierna derechos inválidos, afásica, imposibilidad de hablar. A pesar de los esfuerzos del tratamiento de la rehabilitación no dieron resultado.

Mi padre minado por la angustia de ver a su compañera y el amor de toda la vida en esa condición, se enfermó y falleció un año después.

 

Siendo la única hija, la toma de decisiones quedaba únicamente en mis manos.

Acondicioné para ella el dormitorio de mis hijos, mandando a los chicos al cuarto de servicio que no se ocupaba. Muy pronto me di cuenta lo inadecuada que era mi casa para satisfacer las necesidades de mi madre.

Resultaba estrecha para el paso del sillón de ruedas, los escalones eran un obstáculo, la distribución de la casa, los muebles, los artefactos del baño, todo era anormal.

Para nosotros era inadecuado y para una persona en su condición.

 

Jamás escuché un reproche de la boca de mi marido ni de mis hijos, pero su tristeza era evidente.

Nuestro hogar que había estado lleno de música y bullicio de adolescentes pasó a ser un ambiente de silencios y llantos.

La presencia permanente de una empleada durante la semana y de otra durante el fin de semana nos quietaba intimidad a la familia.

 

A pesar de la invalorable ayuda de los empleados yo vivía en función de mi mamá, de su comida, de sus remedios, ejercicios, de la natural depresión. Aún cuando me iba a trabajar la llevaba conmigo, porque no podía desprendérmela de mi mente en ningún momento.

No se que extraño sentimiento de omnipotencia me hacía creer que podía cumplir mis roles de hija, esposa, madre y trabajadora de un modo satisfactorio.

 

Gracias a Dios pronto me di cuenta que no era así, que mis pretensiones eran varias. Además aún en el caso que yo estuviera dispuesta a hacer sacrificios, ¿podía imponerle sacrificios a los demás?

La mente, esa tremenda compañera del alma me torturaba. Consulté con mi marido, con algunos familiares, amigos íntimos y llegué a una determinación, llevar a mi mamá a un instituto geriátrico, me esperaba la prueba más difícil.

Visité varios hogares y finalmente me decidí por uno. No era el más avanzado en cuanto a equipamiento, sino el que me inspiró más confianza. El tiempo corroboraría después que mi intuición fue acertada.

 

A pesar de ello, recuerdo el día que dejé a mi madre en otras manos como el día más negro de mi vida. No puedo comparar a ese dolor con el que sentí cuando murió mi padre. Perderlo a él fue un dolor enorme, intenso, pero con paz al saber que el finalmente descansaba después de la larga tortura espiritual que sufrió cuando mamá se enfermó.

 

Dejar a mamá en el geriátrico fue un dolor lacerante, insoportable, porque no había paz en ese dolor, dio un enorme remordimiento de conciencia, yo la única hija, a la que mi madre había entregado su vida, la que sufrió para tener y criar, la que disfrutó de todo su amor y de sus sacrificios la dejaba, anciana e inválida en otras manos.

Mi madre, que había perdido la salud, el marido, la casa, perdía ahora la compañía de su hija y sus nietos para pasar a vivir con gente desconocida.

 

La veía tan frágil, tan desprotegida, tan atemorizada que tuve el deseo de morir, de desaparecer para no seguir siendo el verdugo. Me odié por haberles evitado el sacrificio a mi marido y a mis hijos imponiéndoselos a ella que era la más indefensa.

Me odié por no ser lo suficientemente fuerte como para amarlos y protegerlos a todos por igual, sentí que había traicionado a mi padre que murió suplicándome que no la abandonáramos. Sentí que había traicionado a mi moral, a mi religión, que me había condenado al infierno eterno.

 

Han pasado más de tres años. Años en los que aprendí una nueva dimensión del amor de la entrega a los demás personificados en todos aquellos que cuidan de mi madre como si fuera la propia madre.

 

La visito y la encuentro tranquila, me recibe con amor, se comunica conmigo a pesar de las limitaciones físicas, está rodeada de cariño, protegida, bien atendida. Cuando se deprime o se enoja, lo cual es natural considerando su enfermedad, vuelve a invadirme el remordimiento, después reflexiono, rezo y me tranquilizo.

Vienen a mi mente las imágenes de todas las personas que he visto perdiendo la paciencia con sus viejos, gritándoles y mirándolos con irritación.

Yo podría ser uno de ellos, nadie es tan perfecto o tan paciente como para soportar una situación de presión por tan largo tiempo sin perder alguna vez los estribos.

 

Desde este punto de vista, doy gracias a Dios por guiarme a tomar la decisión que tomé. A El le ofrezco el dolor que nos ha tocado pasar de diferentes modos a mi madre y a mi.

En El deposito de todo ésto esta confianza en mi Seor, a El le dejo todo, a El le agradezco por esta gente sencilla y buena que trabaja en el cuidado de los ancianos con un sentido humanitario y generoso, para ellos todo mi cariño y mi respeto.” Noviembre 1994.

 

AT: Evidentemente hay mucho dolor en este tema. La buena noticia es que existen mecanismos, existen instituciones, existe gente que trabaja para que esto se dignifique y que tenemos profesionales a los que podemos acudir, como es en este caso la mediación.

 

MC: Lo que tenemos que tener presente siempre es que cada uno tiene una realidad distinta y a la vez una historia de vida diferente. Lo que si tenemos que tratar es ver que podemos construir y generar nuevas opciones como para que esta propia realidad pueda ir mejorando o pueda servir de experiencia o de ejemplo a otros.

 

AT: Vemos que es complejo el panorama. Es una realidad que nos golpea y para poder transformarla tenemos que conocerla.

 

SA: Yo traje un pensamiento de Juan Pablo II que él escribió a los viejos en su ancianidad. “Cuando las capacidades operativas disminuyen, los ancianos son más valiosos en el designio misterioso de la providencia. El valor de la vida terrenal alcanza su plenitud al final en una perspectiva de luz llena de esperanza.”

Recuperemos esto de los viejos, pero nosotros tenemos que crear el lugar, el contexto.

 

AT: Este es un tema que tiene muchas aristas. Muchísimas gracias a las dos, fue una tarea que seguro traerá más programas.

 

MC: Gracias a ustedes.

 

SA: Muchas gracias y hasta pronto.