MARÍA, como misionera y discípula

martes, 18 de octubre de 2011
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Ella que es servidora y esclava, desde una opción fundante y fundamental hace de la orientación de todo su ser una tarea de misión. La misionalidad de María como servidora y esclava, que no es otro lugar, dice el Cardenal Martini, que un reconocimiento de sí misma de cuánto Dios la mira con un amor de predilección.

 

Esto de ser esclava es un término que vamos a aclarar desde la perspectiva que el Cardenal Carlos María Martini plantea en su libro El camino de María, meditaciones sobre la mujer en la sociedad. Hay un capítulo dedicado particularmente a esta dimensión: el espíritu de sacrificio de la consagración de María como misionera y servidora del Señor.

 

Al querer meditar hoy sobre María en ese cuadro hermoso que nos ofrece la Anunciación, lo primero que se nos despierta es el deseo de estar en silencio, en recogimiento; necesitamos de la atención y de la sorpresa con la que Dios, encontrándose con Ella, viene también a nuestro encuentro. Es como que uno se detiene allí, en silencio; no quiere pronunciar palabras. Como María, que tenía esa misma actitud, uno se la imagina recogida interiormente. Como Moisés, que hasta tenía un cierto temor de mirar la zarza ardiendo. En un primer momento se acercó con algo de curiosidad interior y luego se le cautivó el rostro y se lo cubrió con sus manos, por miedo de ver a Dios.

En el mismo sentimiento nosotros nos detenemos ahora y sencillamente queremos orar así:

"MARIA"

(Escrita por Monseñor Carlo María Martini)

María:
háblanos tú, porque nosotros no sabemos hablar de ti.

Háblanos pues tú a nosotros.
Intuimos que el misterio de la encarnación,
está vinculado al de la cruz:
el uno explica al otro,
uno es la raíz del otro.
Tú que bajo la cruz viviste la muerte de tu Hijo
y el amor infinito del Padre hacia el hombre,
haznos comprender
las raíces misteriosas de este amor
y penetrar en tu "sí" el deseo del Padre,
de quien todo nace
y al que todo retorna y conduce.

Gracias María, por aceptar darnos a Jesús.
Amén.

María, poné palabras de tu silencio a nuestro silencio, que no queremos que sea mudez sino lugar donde pueda habitar el mismo misterio que habitó en tu corazón, ése donde dijiste que eras servidora del Señor.

 

Dijo María: he aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu Palabra.

Dice el Cardenal Martini que estas palabras expresan sin duda una conciencia de relación; quien se define como esclavo, define su relación con otro. En un primer momento esto representa un problema, por cuanto parece trasladarnos a una relación servil. La palabra exacta en griego es dulé, esclava; pero si reflexionamos sobre el contexto espiritual y bíblico del que surge, comprendemos que indica algo mucho más tierno y a la vez profundo. Las palabras de María son respuesta a la expresión que leemos en Isaías: he aquí a mi siervo a quien yo sostengo, mi elegido en quien se complace mi alma. La Virgen, seguramente, se nutría de la lectura del profeta Isaías y ese versículo resuena en cada fibra de su respuesta, he aquí la esclava. Y esta expresión se muestra después como un eco que surge del encuentro con Dios en esa relación. Dios le dice has hallado gracia delante de Dios. María, entonces, se define delante de Dios como la que es toda llena de gracia.

He puesto mi espíritu en él, dice Dios en Isaías.

Y el ángel a María: el Espíritu Santo vendrá sobre ti.

 

La relación que María tiene con Dios es de un profundo amor. Ese vínculo la hace servidora y la pone de cara al misterio del silencio habitado por la Palabra que la llena de vida, que toma todo su ser haciéndose carne.

En la expresión aquí está la servidora, sin duda hay una respuesta a una relación de amor de predilección de parte de Dios. Esta expresión define un modo de vínculo con el Señor.

 

Y nosotros, ¿cómo nos vinculamos con el Señor?

 

El Cardenal Martini habla de la conciencia misionera de María que se hace pueblo. María habla en nombre de su pueblo, del que ella expresa lo mejor, y eso también lo encontramos reflejado en la meditación de Isaías: y tú, Israel, siervo mío eres, tú Jacob, a quien yo escogí, simiente de mi amigo Abraham; desde lo más remoto te llamé y te dije: siervo mío eres tú, te he escogido, no temas que contigo Yo estoy.

 

A María el ángel le dice: el Señor está contigo, no temas María. María vive su conciencia en unidad con el pueblo al que pertenece, un pueblo amado, elegido, que ha experimentado sobre sí el sostén de Dios.

 

Hay otra palabra de conciencia de pueblo en Isaías: porque Yo soy el Señor tu Dios, el santo de Israel, tu Salvador. No temas que yo te he rescatado, te he llamado por tu nombre, eres precioso a mis ojos.

El modo de vínculo que tenemos con el Señor nos marca una historia y termina por reflejarse, seguramente, en un acontecimiento comunitario o familiar, un vínculo de pueblo con el que el Señor quiere que mantengamos relación de alianza, en el lugar al que pertenecemos (familia, comunidad, espacio de trabajo, de servicio, de ciudadanía), donde uno es pueblo. Y desde esa pertenencia podemos descubrir que Dios nos ha signado por nuestro nombre, nos ha elegido por amor y nos invita a ser presencia y testimonio suyo.

 

María, elegida del Señor, quien en el silencio de su corazón nos invita también a reconocer la elección que Dios ha hecho por nosotros, se dispone al servicio reconociéndose servidora y esclava, misionera, en un corazón al que pertenece, que es el de un pueblo del que forma parte. Y así nos hace vivir en clave de alianza también a nosotros, desde donde el Señor quiere establecer un vínculo con nosotros.

 

María hace de su vida una ofrenda cuando dice hágase en mí según tu palabra. Es un verbo en operatividad, desiderativo, que expresa de una manera clara el corazón de María.

 

Martini nos dice que nos ayuda a recordar la exposición de Pablo acerca del espíritu de fe en los once primeros capítulos de la Carta a los Romanos. Con distintas palabras dice lo que nosotros hemos descripto como espíritu de fe evangélica del pecador justificado y rehabilitado por el amor de Dios. Pablo termina, en los capítulos 12 y 15, hablando del espíritu de sacrificio cristiano, generado por el espíritu de fe evangélica en clave penitente: Los exhorto, hermanos, por la misericordia de Dios, que ofrezcáis vuestros cuerpos como una víctima viva, santa, agradable a Dios: tal será vuestro culto espiritual (Romanos 12:1).

María, cuando hace ofrenda de su vida, la hace porque es el modo de ser al modo de Dios, donde las personas, en el misterio trinitario se entregan y se ofrendan unas a otras. El modo de entrega de la segunda persona de la Santísima Trinidad, que se ha encarnado asumiendo todas nuestras condiciones y las heridas que el pecado dejó en la humanidad, sin ser pecador Él, va a hacer, al modo de María (quien Lo educa), de la ofrenda suya también un sacrificio, una oblación. Pablo nos muestra un camino. Es un camino mariano ciertamente el que él nos indica. El mismo apóstol nos dice no se acomoden al tiempo presente, antes bien, transfórmense mediante la renovación de su mente,
de forma que puedan distinguir cuál es la voluntad de Dios,
lo bueno, lo agradable, lo perfecto (Romanos 12:2).
Pero eso se hace una vez que se ha hecho la entrega. Es decir, en el acto creyente de vínculo con el Señor que nos elige en amor y nos permite reconocernos como pueblo en humilde y sencilla fe, Dios nos invita y nos llama a entregarnos, a ofrecernos, a darnos, a ser uno con Él; y en ese ser uno con el Señor, aprender a descubrir la transformación que el mismo Señor nos provoca por opción y por elección, discerniendo qué es lo que más conviene. No es que la opción es el fruto del discernimiento desde la perspectiva de Pablo, sino que hay una opción que es fruto de la perspectiva creyente, que se hace camino de discernimiento y que permite en lo de todos los días, reafirmar paso a paso esa misma elección. A esta opción la llamamos “opción fundamental”, opción fundante de la vida. Es una opción creyente que después se hace discernimiento. En términos misioneros marianos, María es misionera hacia la casa de Isabel una vez que ha hecho esta opción. Por eso la misionalidad necesita, y mucho, de la experiencia orante en fe, en vínculo a oscuras con el Señor, sin que muchas veces todo el desarrollo potencial de nuestra actividad de presencia suya en el mundo se viva sino solo en la oscuridad de un encuentro personal sencillo, simple, muchas veces luchado y peleado en la oración y en la meditación.

 

Así es María en su peregrinar: desde su encuentro con el ángel, Ella que se ve sacudida por el soplo del Espíritu, sale llevada por el viento del Espíritu, libre al encuentro de Isabel después de esta opción fundante de su vida que marca, por así decirlo, el modo y el estilo con el que el cristiano, el discípulo de Cristo, siguiendo el estilo mariano, se vincula de ahora en adelante. Sólo con el código de la gracia, con el código vincular de la experiencia que surge del encuentro con el Señor.

Y por eso a partir del encuentro con María, dejándonos enseñar por Ella, comienzan nuestros vínculos a ser de otra manera. Ella nos muestra el camino de libertad, de gratuidad con el que Dios se relaciona con nosotros, y nos enseña la actitud de disponibilidad al querer de Dios. La gratuidad de Dios genera disponibilidad. La disponibilidad en Dios genera libertad. La libertad en Dios despierta la alegría. La alegría de Dios se hace comunicativa y la misionalidad termina siendo una experiencia gozosa, que supone todo este entorno de proceso mariano interior con el que la Madre viene a educarnos en este tiempo. María, la mujer de la libertad en la gracia. Llena eres de gracia y bendita entre todos.

El corazón humano, a partir del vínculo con María, comienza a adquirir las características de ese ritmo cardíaco donde el Señor nos invita a desplegar el corazón, la interioridad, en apertura a recibir lo que Dios quiera. Y nosotros, junto a María, aprendemos a decir así sea, que se haga en mí. Lo decimos con la absoluta conciencia de nuestra fragilidad, de nuestra debilidad. Y con la absoluta certeza de que decirlo en María es decirlo de tal modo que la Palabra en nosotros, como en Ella, adquiere una voluntad de producción en lo que Dios quiere hacer que transforma nuestro ser. Es activa y es transformadora la Palabra de Dios a la que adherimos desde nuestro corazón en sintonía y en vínculo de amor y de alianza con María. De allí que el modo a través del cual el Señor nos quiere es un modo orante en la Palabra. En este sentido, María es educadora orante, misterio contemplativo de la Palabra.

 

Padre Javier Soteras