María, discípula que recibe y entrega la paz

miércoles, 1 de junio de 2011
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  1. Todos los misterios de María son misterios de paz

 

 

En el Evangelio, María a través de sus palabras, sus silencios y las diferentes actitudes de su corazón, irradia la paz que brota del interior, de lo más profundo de su ser. Nosotros podemos encontrarnos con ese corazón mariano pacificado y pacificador, transformado y transformador. Podemos hacerlo guiados por la oración y asi, entrar en esa corriente de paz que nos abre María al encuentro con su Hijo Jesús en la contemplación. María, además de ser madre cercana, discreta, comprensiva, es la mejor maestra para llegar al conocimiento de Jesús, laVerdad, a través de la gracia de la contemplación que ella viene a regalar en la oración.

 

El drama de la cultura actual es la falta de interioridad, la ausencia de un espíritu contemplativo. Sin interioridad la cultura carece de entrañas, es como un cuerpo que no ha encontrado su alma. Cuando falta el espíritu contemplativo no se defiende la vida y se degenera todo lo demás. Sin interioridad el hombre pone en peligro su misma integridad.

 

Hay que formar parte de la escuela de María, ella es modelo insuperable de contemplación, ejemplo admirable de una interioridad fecunda, gozosa y enriquecedora. Ella nos enseña a no separar nunca la acción de la contemplación.

 

El camino de la oración mariana nos pone en actitud contemplativa del misterio de María en comunión con el misterio de su Hijo Jesús. A partir de allí, nos llega el mensaje central del Evangelio: Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Cf Jn 3, 16). La entrega de Jesús por nosotros no termina en la muerte, sino que se prolonga en la gracia de la resurrección.

 

Encontramos en la pascua de Jesús, nuestra propia pascua. Es en Nazaret donde, aún desconcertada María, se la ve como mujer de paz. Si uno contempla el misterio de la anunciación, la descubre a María entre las cosas sencillas. María recibe en lo cotidiano la visita del ángel, que, si bien la desconcierta con su presencia, la encuentra en paz y la llena de paz.

 

En cada Ave María repetimos las primeras palabras que el ángel le dirigió. La palabra latina Ave, corresponde a un vocablo griego que constituye una invitación a la alegría y que se podría traducir como “alégrate”. “Alégrate María”, dice el ángel como invitación a una alegría pacificadora. Cuando contemplamos el misterio de la anunciación estamos entrando en el gozo de una mujer, que desconcertada y en paz, recibe la visita de Dios en las cosas suyas de todos los días.

 

Es esta imagen de María en el hogar, la que nos familiariza con la ternura de Dios. María es la mujer que nos muestra el rostro materno que Dios tiene. A quien Dios invita a que se alegre, no lo saca de las cosas cotidianas, sino que, al contrario, Él se mete en lo sencillo de la vida de todos los días. Justamente el don del gozo y la alegría transforma el ambiente conflictivo en el que a veces se desarrolla nuestra vida. En este sentido la anunciación y la resurrección se hermanan, el momento de la encarnación y el momento de la pascua se dan un abrazo, que es el mismo mensaje de paz y alegría con el que Dios nos viene a transformar la vida.

 

No busquemos a Dios lejos de nosotros. Está muy cerca nuestro, este Dios que en medio de las dificultades y los conflictos que tenemos en nuestra vida nos dice “Yo estoy con ustedes”,” Yo estoy con vos”,” Yo te acompaño en el camino”.

 

 

Es el Dios de lo cotidiano, el Dios nuestro de cada día. Es el mismo Dios que se hace alimento y pan nuestro de cada día en la oración, cuando ésta surge del corazón. Este Dios trae el anuncio de la paz y en la persona de María se nos muestra cercano a lo nuestro, a lo de todos los días. En la anunciación Dios aparece en la casa de María, diciéndole: “Alégrate María” (Cf Lc 1, 18). Este mensaje de alegría y de gozo llena de paz el corazón.

 

 

2. La paz y sus frutos

 

 

La paz interior es fuente de una energía que fortalece el corazón y nos da la decisión de cumplir con prontitud la voluntad de Dios superando los obstáculos que puedan encontrarse en el camino. Cuando hay paz en el corazón existe una fuerza interior que nos fortalece y nos hace desear vivir según lo que Dios nos pide.

 

Esta es la paz que buscamos, la que nos pone en contacto con Aquél que tiene en sus manos los designios de la historia y que ha dicho que no nos va a abandonar. Cuando todo parece que se destruye y se acaba, Cristo Jesús nos invita a confiar en Él y a esperar sabiendo que no abandona nunca.

 

Este mismo mensaje de paz, Dios quiere que lo comuniquemos a los demás desde un corazón pacificado, resucitado y transformado. María en la visitación es mensaje de paz para su prima Isabel, que se encuentra sorprendida en el sexto mes de su embarazo, cuando era estéril y ya había renunciado al don de dar vida desde su vientre. María es un mensaje de paz en la visitación. La paz viene de su presencia y de un saludo muy simple y muy sencillo: apenas oí tu saludo, dice Isabel, el niño saltó de alegría en mi seno” (Cf Lc 1,41)

 

Los frutos que genera la paz que Dios nos comunica en la persona de María es el gozo y la alegría, pero no una alegría cualquiera, sino aquella que brota de las entrañas: “el niño que llevo en mis entrañas saltó de gozo y de alegría cuando oí tu saludo”, dice Isabel. Somos como María, portadores del mensaje que despierta el gozo y la alegría en los demás.

 

Cuando hay alegría se disipan las sombras, desaparecen los conflictos, se licuan las oscuridades, la luz gana el corazón y el horizonte se abre por delante para nosotros. Nosotros somos mensajeros verdaderos de paz, por los frutos que genera nuestra presencia, nuestro mensaje y nuestro testimonio en el corazón de los demás. Si los frutos son alegría, gozo e interioridad pacificada, seguramente estaremos siendo mensajeros de la buena noticia, como lo fue María.

 

Después de que María recibe de Isabel el hermoso testimonio de que el niño ha saltado de alegría en su seno ante su saludo, como contagiada por esa misma alegría que está en el corazón y en el vientre de su prima, también ella estalla en gozo con una oración de alabanza, el Magníficat, mensaje de la buena noticia de Aquél que ha venido a traer el don de la paz.

 

 

El Magníficat reviste una belleza inmensa y nos habla de la victoria de Jesús. Es también el cántico de aquellas personas que son concientes de que todo lo bueno que hay en ellas es un don de Dios. Esto hace que no caigamos en la vanidad y que remitamos todos los elogios a Aquél que es el autor de todo lo bueno, lo bello, lo noble y lo justo que hay en el corazón. El Magníficat es un canto que nace de la humildad.

 

Si oramos con María el Magníficat, seguramente vamos a entrar en esa sintonía de reconocimiento de nuestra pequeñez, de la grandeza de Dios y del don de paz que se comunica entre Dios y nosotros. En ese misterioso encuentro entre la grandeza y la pequeñez, entre la riqueza y la pobreza, entre la misericordia y el que necesita ser rescatado de su miseria, se produce la pacificación que Dios viene a traer al corazón.

 

 

María es portadora de paz, nos trae un mensaje de paz desde la situación en la que estamos, en las cosas de todos los días, sin nada extraordinario.