María, forjadora de la Paz.

jueves, 6 de septiembre de 2007
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En la tarde de ese mismo día, era el primero de la semana, los discípulos estaban con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Jesús se hizo presente allí y de pie en medio de ellos, les dijo; “La paz esté con ustedes”, después de saludarlos les mostró las manos, y el costado. Los discípulos se llenaron de gozo al ver al Señor.  Él les volvió a decir; “ La paz esté con ustedes, así como el Padre me envió a mi, así los envío a ustedes.” Dicho esto, sopló sobre ellos. Reciban el Espíritu Santo a quienes ustedes perdonen, quedarán perdonados y a quienes ustedes no liberen de sus pecados quedarán atados.

Juan 20, 19 – 23

Jesús, conocedor del corazón humano, como nadie, sabe que en los momentos de mayor tribulación, de mayor oscuridad, en aquellos en donde los caminos se desdibujan, donde la invitación es quedarnos en el andar. Lo que hace falta para caminar, para ir hacia delante, para no detener la marcha, es este don, el de la Paz .

Para sacarlos de ese temor que los ha paralizado, Jesús los invita a la Paz, que no es la de los cementerios. Una paz que no es la de “está todo bien”, que no es el no-conflicto.

 Es la Paz diversa. La que ante el dolor de la desesperación, de la ausencia del maestro en medio del conflicto que se ha generado en la comunidad, por todo lo que fue el final de la vida de Jesús, viene, más que a superar, asumir todo lo ocurrido, y a buscar un nuevo rumbo. Desde este lugar.

Gracia de Resurrección con el que Jesús vence el pecado bajo cualquiera de las formas. Y la muerte como la consecuencia más terrible del pecado.

Tengan Paz. Yo he vencido- dice Jesús.

Cuando nosotros oramos el Rosario, encontramos este don de la Gracia de la Resurrección.

Juan Pablo II en Rosarie Virgines Maríe, lo recuerda. La Iglesia-decía el papa- ha visto siempre en esta oración del Rosario, una particular eficacia. Confiando las causas más difíciles a la recitación comunitaria. Y a su práctica constante. En momentos en que la misma historia de los pueblos se ha visto amenazada, se atribuyó a la fuerza de esta oración, la liberación del peligro.

Y la Virgen del Rosario- dicho sea de paso- Patrona de nuestro pueblo, fue considerada como propiciadora de la Paz. Como dadora de este don. Claro, ella, con el Rosario, nos entrega a Jesús. Y todo el misterio de Jesús, está entendido definitivamente, desde este lugar; el de la Resurrección, desde donde brota el verdadero don de la Paz.

Que sea esta catequesis y este anuncio de hoy, presencia resucitada de Jesús. Que llene tu corazón de Paz y que puedas encontrarlo particularmente en el día de hoy, orando y recitando esta oración que interiormente, nos regala la presencia de Jesús.

Por allá por el año 1981-82, la Virgen en Medjugorje se manifestaba como la Reina de la Paz. Como la Señora de la Paz. Y a seis niños, entre niños y adolescentes, les decía, oren por su pueblo. Recen por él. Todavía no se había planteado el conflicto en Bosnia Herzegovina, donde después la historia nos mostró terribles enfrentamientos. Oren por la paz de este pueblo y por la Paz del mundo, decía María.

Nosotros, que somos hijos suyos, queremos seguir el legado de Juan Pablo II. Nos dice: “en este camino, de oración está el don que anhelamos mas hondamente en nosotros. Y que ese anhelo se acrecienta cuando está amenazada. Es la Paz de lo que estamos hablando.

El Rosario que nos ofrece a Jesús, y su misterio de Resurrección, nos lo regala.

Las dificultades, decía el papa Juan Pablo, que presenta el panorama mundial en los comienzos de este nuevo tiempo, llamado Nuevo Milenio, nos mueven a pensar que sólo una intervención de lo alto, es la única capaz de orientar los corazones de quienes viven situaciones conflictivas. Y particularmente, decía el papa, de quienes dirigen los destinos de los pueblos. Sólo la intervención de lo alto puede hacer que esperemos un futuro menos oscuro.

El Rosario, decía el papa, es una oración orientada por naturaleza a esta gracia de lo alto, que llamamos Paz.

¿Por qué? Porque el hecho de contemplar a Cristo, Príncipe de la Paz, y nuestra paz, es como el fruto primero que brota de esta oración. Quien va interiorizándose en Cristo, desde la oración del Rosario, aprende el secreto de la Paz, decía el papa, y hace de esto un proyecto de vida.

No solamente un salir del atolladero conflictivo que generan situaciones que nos ponen a todos en vilo, con la posibilidad de ver desaparecer de en medio de nosotros, por el conflicto social, el don de la Paz. Sino como un modo de vivir.

Francisco de Asís, encarnó en su corazón, este don.

Paz y Bien.  Ese era su saludo. Como gracia de encuentro con el misterio Pascual. De muerte y Resurrección de Jesús. Aprender el secreto de la Paz, y hacer de esto un proyecto de vida. Buscar donde esta la Paz. Y no frenar nuestro camino nuestro peregrinar, hasta que no llegue de la mano de la justicia en clave social.

Es Magisterio de la Iglesia, esto que acabo de decir. Es el Magisterio de la Iglesia que nos invita a buscar, a luchar a trabajar, por la justicia bajo el signo de la Paz. Sin violencia. Sin agresividades. En todo caso con la agresividad de quien busca la Verdad, si. Pero sin herir a los demás.

Insistir en buscar lo que nos da Paz, bajo el signo de lo justo.

No se puede sembrar el don de la Paz, si no están dadas las condiciones de la justicia social.

Este carácter meditativo, con la sucesión de una Ave María tras otro, en el Rosario, va como dándonos esa posibilidad. Y ejerce sobre nosotros, los que oramos, una acción pacificadora, que no es inmovilizante.

Cuando Jesús les da el don de la Paz a los discípulos, veamos claro, porque ellos estaban encerrados, tenían miedo, se sentían amenazados. Cuando les da el don de la Paz, se abren las puertas y ellos salen lanzados, pacíficamente, el triunfo sobre la muerte y la corrupción que genera el pecado.

Un ave María tras otra, nos da esta posibilidad. Un corazón peregrino en marcha, pero no bajo cualquier consigna. Bajo la consigna del don de la Paz. Y de la búsqueda de la paz que nace de la verdad y de la justicia en clave social.

Esto es lo que en corazón del Evangelio se nos plantea como desafío. A los que verdad queremos hacer del mundo en el que vivimos, más a la altura de lo que humanamente nos merecemos.

El Don de la Paz. Como Gracia del resucitado, nos llega Ave María tras Ave María, de la mano de la Madre. En la oración meditada y comprometida del Rosario.

Mientras nos hace contemplar a Cristo, el Rosario nos hace también constructores de la Paz en el mundo. Con el compromiso que asumimos por ello.

Su invitación incesante y comunitaria está en sintonía con invitación que Jesús nos hace en el Evangelio. “Oren, oren siempre, oren sin desfallecer” Recen es nuestra fuerza la oración. Y en el Rosario, ave María tras otro, en su incesante repetición, nosotros lo que hacemos es justamente tomar conciencia, en este repetirnos, sin cansarnos, donde está nuestra fortaleza. Donde está nuestra posibilidad más grande de aportar al mundo esto que busca, anhela y espera.

Y lo hacemos, nosotros por nosotros, necesitados del don de la Paz, y nosotros por los que no pueden orar. No saben orar, no entienden la lógica de esta confianza de entrega en Dios, el Hacedor de lo creado, y de lo que tiene que recrearse. Señor de la creación y Señor de la re-creación.

Es justamente desde este lugar de insistencia, desde este lugar reiterado, repetitivo, ave María tras ave María, en el Rosario, que nos conduce a los misterios de Jesús. Y en el centro el misterio de la Pascua de Resurrección donde nosotros nos podemos considerar con Jesús, capaces de vencer la más dura batalla que enfrentamos, que es la de pacificar el alma. Bajo el signo de la Verdad. Y como constructores en la justicia del bien de todos.

Es un combate la vida. Es una lucha.

No nos es dado fácil. Pero no es imposible. Encontrar detrás de esa luz y de ese combate, de esa batalla, el don que nos espera; la gracia de pacificar nuestros corazones y el de nuestros hermanos. Es difícil conquistar este don, pero no es imposible.

Surge de saber nosotros meternos dentro del misterio. Y particularmente, de ese donde se juega la historia: Jesús, crucificado y muerto, resucitando y dando Vida nueva.

Tengan Paz, les doy la Paz, tengan mi Paz. No se la doy, como la da el mundo, la doy de otra manera. Jesús no está hablando de una paz carente de conflictos. Está hablando de una Paz que supone lo conflictivo, pero lo trasciende y lo asume.

Animémonos a caminar detrás del verdadero don de la Paz, que brota de la Presencia del Resucitado.

El testimonio nos llega Monseñor Thomas Peta, arzobispo metropolitano de Astana, en Kazajstán. Kazajstán, un país de mucho sufrimiento y el centro de reuniones de la Señora de todos los pueblos. “Queridos hermanos del episcopado, decía Monseñor Thomas Peta, queridos organizadores de la jornada de oración, queridos peregrinos. Kazajstán es el noveno país más grande del mundo. Tiene 2.700.000 km2, se halla situado entre China y el mar Caspio. Es 65 veces más grande que Holanda. Una parte de Kazajstán forma parte de Europa.

Kazajstán ha sido en el pasado un país de mucho sufrimiento, empapado de sangre y de lágrimas. Entregando la vida en ello, muchos que testimoniaron la vida en la fe. En la década de los años `30 y `40, muchas personas de diferentes naciones y religiones fueron deportadas a las inmensas estepas de Kazajstán, entre las que había también católicos. En esas condiciones de vida, sin asistencia alguna sacerdotal, no les quedaba más esperanza que sólo Dios. Se agarraron a la única arma posible: la oración, y sobre todo al Rosario.

El Rosario sustituía a la misa, los sacramentos, los sacerdotes, la vida de la Iglesia. En un canto a la Virgen, compuesto después de la liberación, cantamos, “en la estepa de Kazajstán me abrieron las puertas y con el Rosario en la mano, me salieron al encuentro”. Por eso se pueden imaginar, la alegría con que hemos recibido, en Kazajstán, el anuncio que Juan Pablo II nos ha hecho del año del Rosario. Para nosotros un signo de la Divina Providencia, y de la presencia de la Santísima Virgen en el Santuario de la Reina de la Paz, en Hoson De.

Lo llamamos el santuario más pequeño del mundo. Ese pueblo, que ahora es de unos 600 habitantes, surgió en 1936, formado por católicos deportados de Ucrania. El 25 de Marzo de 1941, cerca del pueblo, de la nieve que se derretía se formó un lago, de unos 5 km de longitud, que en tres días se llenó de peces. Durante la guerra, cuando mandaban todos los víveres al frente, Dios salvó así la vida de muchas personas, que carecían de todo.

Entre 1990 y 1993, los habitantes de este pueblo, construyeron una Iglesia dedicada a María, Reina de la Paz. Como sugirió el sacerdote, Nico Jotland. Él mismo consiguió una hermosa imagen de la Virgen para la Iglesia y fue precisamente en este pueblo, donde el obispo, Monseñor Jean Pawel Lenga ha puesto a Kazajstán y toda el Asia central, bajo la protección de la Reina de la Paz.

Cada año el obispo renueva esa consagración. Hace dos años, Juan Pablo decía “el obispo de Kazajstán ha renovado personalmente esa consagración, en la capital, junto con todos los obispos y sacerdotes de nuestro país, visitando espiritualmente Josa Noye. Esta oración ha designado a nuestro pueblo, como el Santuario nacional de Kazajstán.”

Es un hermoso ejemplo cómo Dios escucha la oración y la confianza en Él.