María, madre de la Iglesia

martes, 10 de junio de 2014
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09/06/2014 –  El lunes siguiente a la Fiesta de Pentecostés, la Iglesia celebra a María como madre de la Iglesia. En el Espíritu somos engendrados como hijos suyos y de la Iglesia.

 

 

 

Al ver a la Madre y cerca de Ella al discípulo a quien Él amaba, Jesús le dijo: Mujer, aquí tienes a tu hijo. Luego dijo al discípulo, aquí tienes a tu madre. Desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa”

Juan 19, 26-27

 

La maternidad eclesial de María

Obediencia, caridad, servicio, oración, son los caminos que María muestra para que nosotros podamos desarrollar el don de la filiación con su hijo, y también del encuentro amoroso y de filiación con Ella. El título “Madre de la Iglesia”, lo hemos como rescatado en el Concilio Vaticano II y desde aquí es de donde comienza como a redescubrirse esta dimensión mariana. En novimebre del año 1964 la Iglesia la proclama como María, Madre de la Iglesia, y desde entonces la celebramos el día siguiente a la fiesta de Pentecostés.

Ha sido en el Concilio cuando se cerraban los decretos sobre la Iglesia oriental, católica, el decreto sobre el ecumenismo y sobre todo la constitución dogmática Lumen Gentium, donde Pablo VI, siguiendo a lo que le sugerían los padres conciliares, reconoció en el  capítulo octavo, a María como Madre de Dios en el ministerio de Cristo y de la Iglesia. Y fue llamada como vértice, como corona de este documento conciliar.

Nosotros queremos hoy poner en su lugar a este vínculo maternal, con cada uno de nosotros y en nuestras comunidades, en lo nuevo que ella viene a gestar y hacer crecer en medio de nosotros. Los vínculos nuevos, las nuevas relaciones, los nuevos caminos que se abren para nosotros en el seguimiento de Jesús. A la sorpresa con la que Dios nos conduce por la vida la queremos confiar a su maternal protección.

Después de la fiesta de Pentecostés que hemos celebrado este fin de semana, aparece María como madre de la Iglesia, Ella ha engendrado a Cristo, por el anuncio de Ángel y la acción del Espíritu Santo. En Pentecostés lo hizo por cada uno de nosotros, nos ha engendrado por la oración de intercesión. “Estaban todos reunidos con María en oración” dice el libro de los Hechos. Nos engendra también por obra del mismo Espíritu Santo a nosotros, como hijos, como hermanos miembros de la misma Iglesia. María entonces es la Madre del Iglesia, Madre de cada uno que somos Iglesia. Es Jesús desde la Cruz que nos la dio como Madre. Dice Juan Pablo II, es un mandato de Jesús para con María, para con nosotros, en este vínculo de relación filial. Juan representa a todos los que como él desean ser discípulos amados de Jesús.

 

 

María nos engendra en el Espíritu Santo

Nosotros como Juan llevamos a María a nuestra casa. María verdaderamente es nuestra Madre, es la que nos cobija en su cariño, en su amor, su cercanía. La ofrenda de la vida de Ella misma, nos atrae. Su maternidad tiene características sobrenaturales. No nace de la sangre, como tampoco nació Jesús de la sangre sino por vía del Espíritu.

Nosotros también recibimos el don de la maternidad mariana, el don del Espíritu Santo, y la Iglesia ubica su celebración después de Pentecostés, como reconociendo que así como Jesús nació del Espíritu en la Anunciación y en Belén, así la Iglesia y cada uno de nosotros nace por el Espíritu en Pentecostés. Ella como Madre, además de engendrarnos en el Espíritu como un día lo engendró a Jesús, intercede continuamente por nosotros delante de su Hijo y nos muestra el camino, el por dónde y nos concede la gracia necesaria para ir por ese camino. Ella indica el camino con la ternura, suavidad, con su mirada, con su llamada de atención, pero por sobre todas las cosas nos lo muestra por el camino de la oración.

Ese es el lenguaje mariano de revelación. Como para los discípulos el camino de la oración es el camino para llegar hasta donde Dios nos quiere llevar. Ha dicho el Papa Francisco que para ir hasta donde Dios nos quiere llevar a veces ofrecemos resistencia, sin embargo cuando rompemos el chachito de la seguridad y liberamos las fuerzas que están contenidas en nosotros, desaparecen los miedos, la resistencia y somos llevados por Dios más allá de lo que supondríamos, imaginaríamos si somos fieles al querer de Dios.

Que María nos regale esa docilidad suya para que el Espíritu Santo obre en nosotros lo que Dios, el Padre ,en Cristo soñó desde siempre. Que ella configure el rostro real de nuestra existencia a la medida y anclados en Cristo Jesús, su hijo.

 

María, madre de la Argentina

Necesitamos de María esa protección materna, cercana, que nos cuida pero que no nos malcría, no es nuestra niñera. Ha dicho Francisco, la Virgen es Madre por lo tanto engendra hijos para la vida, nos cuida y nos protege, pero nos lanza a la vida y nos acompaña en el camino de la vida.

En estos tiempos en donde también descubrimos que nuestra sociedad Argentina está, como muchos reconocemos, ante la gestación de algo nuevo, que produce mucho dolor. La gestación de esta novedad queremos ponerla, como nación, en su lugar, bajo la advocación protectora y materna, de María de Luján. Creemos que realmente en Ella, en su patrocinio, hay una parte importante de la gestación de lo nuevo de la argentinidad. Para los que creemos en Jesús y en su maternidad, queremos también que los caminos nuevos que tienen que abrirse para nuestra nación, la tienen a María como particular gestora, que acompaña la vida nueva que está naciendo en la Argentina.

En ésto de María, siendo madre de la Iglesia y de la Argentina, ella también nos muestra el camino en Brochero. Brochero como incansable misionero, en la promoción de la persona, el hijo de la Purísima. Queremos pedirle que abrace especialmente desde su lugar de intercesión la gracia que nos hace falta para poder acompañar a los más pobres. “Aquí estamos, abriendo caminos” como decía Brochero en la carta a Juarez Celman.

 

 

Padre Javier Soteras