13/07/22- “Hoy el mundo necesita de nuestra alegría. Tiene derecho de nuestra alegría ya que decimos que creemos en esta Buena Noticia. ¿Pero quién va a creer esta Buena Noticia si los que la anunciamos parece que estamos de velorio o de luto? Ante todo, nos debemos dejar inundar por la alegría de Dios. Hay algunos consejos prácticos: disfrutar de las pequeñas alegrías cotidianas y no perder la capacidad de asombro y de maravillarse frente al tesoro de la vida”, aconsejó el Padre Juani Liébana en el ciclo “Las virtudes de María”, en el programa “Acortando Distancias”.
La venida del Salvador es la causa de mayor alegría en la tierra. San Lucas es el evangelista que más habla sobre la alegría. Ya aparece en el anuncio del ángel a María: ¡Alégrate! Llena de gracia, el Señor está contigo. También la presencia de Jesús en el seno de María hace saltar de gozo a Juan el Bautista en el seno de Isabel. (Lc 1,41-44.) Luego, María entona enseguida un canto de alegría y de júbilo que le viene por la presencia del Salvador en su seno. Ella está desbordante y la alegría se expresa en el canto del Magnificat: Mi alma canta la grandeza del Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador. (Lc 1,46-55.) María debe ser el modelo de una Iglesia alegre y de una Iglesia que se alegra por ser portadora de este gran tesoro que es Jesús.
La alegría brota de un corazón que se siente en paz con Dios. De un corazón que se siente amado y sostenido por la ternura del Padre. Si no nos sentimos amados por Dios, vamos a tener que buscar la seguridad en otras cosas: la mirada ajena, la fama, el dinero, las cosas superficiales. Estas cosas nos causan tristeza porque no nos llenan el corazón, sino que lo dejan más vacíos.
Hay dos cosas que nos quitan la paz y la alegría: la comparación con el otro y la crítica. La crítica desgasta, destruye, es injusta: ya que juzgamos al otro sin conocerlo. Apenas podemos con nosotros mismos y somos un misterio para nosotros, ¿cómo entonces me voy a atrever a juzgar y criticar al hermano? En especial, frente a cada persona con la que me encuentro, saber descubrir que es amado por Dios y que Jesús derramó su sangre por ella. Por tanto, es valiosísima pues vale la sangre del Hijo de Dios.
La alegría cristiana no consiste en una alegría simplemente humana que podemos tener algunos días porque nos fue bien en algo. No se trata tampoco de estar siempre sonrientes. Ya que esto depende de los temperamentos y de los momentos por los que estamos atravesando. Se trata de una alegría interior que nada ni nadie nos puede sacar. Por eso puede y de hecho pasa que convive con dolores, cruces y problemas. Se trata de una alegría que procede de la experiencia de sentirse amado por Dios y cuidado por Él. Por eso, como esta experiencia uno no la puede forzar, hay que pedirla diariamente a Dios y con gran insistencia. Jesús promete la alegría en el momento más difícil de su vida, en la pasión. Por tanto, la alegría se engendra de la cruz y del dolor. No es que la alegría recién aparecerá cuando se vaya la cruz, sino que en el mismo momento de la cruz se engendra la alegría. La alegría es pascual, incluye Viernes Santo.
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