María nos trae el don de la paz

viernes, 24 de diciembre de 2021
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24/12/2021 – En la catequesis de hoy el padre Javier Soteras, director de Radio María nos regaló un mensaje de navidad para que acompañe en esta nochebuena “entre el abrazo familiar que están reunidos, y en aquellos que deben estar aislados.”

 

“Entonces Zacarías, su padre, quedó lleno del Espíritu Santo y dijo proféticamente: «Bendito sea el Señor, el Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su Pueblo, y nos ha dado un poderoso Salvador en la casa de David, su servidor, como lo había anunciado mucho tiempo antes, por boca de sus santos profetas, para salvarnos de nuestros enemigos y de las manos de todos los que nos odian. Así tuvo misericordia de nuestros padres y se acordó de su santa Alianza, del juramento que hizo a nuestro padre Abraham de concedernos que, libres de temor, arrancados de las manos de nuestros enemigos, lo sirvamos en santidad y justicia, bajo su mirada, durante toda nuestra vida. Y tú, niño, serás llamado Profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor preparando sus caminos, para hacer conocer a su Pueblo la salvación mediante el perdón de los pecados; gracias a la misericordiosa ternura de nuestro Dios, que nos traerá del cielo la visita del Sol naciente, para iluminar a los que están en las tinieblas y en la sombra de la muerte, y guiar nuestros pasos por el camino de la paz»”.

Lucas 1, 67-79

 

 

 

El gran regalo que nos traen los textos bíblicos de este tiempo, es el don de la paz. Navidad es el tiempo en el que la paz gobierna el corazón. María sale a nuestro encuentro para regalarnos ese don que está en su corazón, el don de la paz. Nosotros también en esta noche queremos recibir el don maravilloso de la paz con la que Dios quiere bendecir a los hombres de todos los tiempos.

María hoy nos regala la presencia de su hijo, que ha colmado todo su ser y está en su vientre, para ofrecerlo especialmente en este tiempo en el que se aproxima la Navidad, en un nuevo nacimiento para cada uno de nosotros y para el mundo entero. María nos ofrece al Príncipe, al Rey de la Paz.

María conduce al Pueblo de Dios, con su guía maternal, sencilla, humilde, siempre laboriosa, casera y cercana, por el camino de la Paz. Ella hace eco en su corazón de aquel que vendrá a comunicarnos el don de la paz, de aquel que vendrá a guiar nuestros pasos por el camino de la paz.

La paz y María van de la mano, porque la paz es Jesús mismo, María nos ofrece, nos entrega al Príncipe de la paz, en el Evangelio vemos que María, a través de sus palabras, sus silencios, y las diferentes actitudes, irradia la paz que brota del interior de su corazón.

El cristiano puede orar guiado por la oración del rosario, recorriendo las escenas de la vida de María y de Jesús mientras que pide a Dios el don de la paz interior; esta oración simple y sencilla nos conduce a entrar en comunión y en sintonía a la frecuencia en la que María acerca el don de la paz. Aquí podemos encontrar el mismo regalo que recibieron los pastores de parte de los ángeles “Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres”.

La paz nos llega de la certeza de Dios que está con nosotros, “si Dios está con nosotros ¿quién estará contra nosotros?, dice San Pablo y esa es lo que lo anima a seguir anunciando el evangelio en medio de tantas dificultades. Que la paz esté con nosotros implica que la luz del Señor aparezca en medio de nuestras oscuridades, guiándonos a un lugar nuevo y viniendo a hacer nuevas todas las cosas.

La frecuencia interior con la que María nos da el don de la paz viene por el impulso que el Hijo de Dios que vive en ella nos ofrece, María portadora de paz, María te trae la paz, María te regala la paz en lo más hondo de tu interioridad.

El camino de paz que María nos ofrece entregándonos a Jesús en el corazón, acompañándonos en todas y cada una de las cosas en las que nos movemos, las que hacemos, con las que nos comprometemos a transformar, apunta particularmente a esto de hacernos hondamente hombres y mujeres de paz.
María nos trae el don de la ternura y la bondad.

La Navidad nos trae recuerdos de ternura y bondad, suscitando cada vez nueva atención hacia los valores humanos fundamentales: la familia, la vida, la inocencia, la paz y la gratuidad. La Navidad es la fiesta nuestra y no hay nada que nos la pueda robar. Navidad acontecerá si nosotros disponemos el corazón y la familia se abre a darle la bienvenida al niño que busca un lugar dónde ser cobijado. Que tu hogar en medio de las circunstancias que sea disponga de todo, lo poco o mucho para ser celebrado y así acontezca lo de los pastores que fueron sorprendidos por una luz en lo alto que anuncia que ha nacido la esperanza, ha nacido la alegría, ha nacido el que trae la Buena Noticia, ha nacido el Redentor. Que los ángeles vengan a decirte “Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor”. Que la paz en tu corazón pueda más que la guerra, pueda más que los conflictos, y que la oscura noche de los poderes articulados con la fuerza del mal para terminar con la vida humana. Que la humanidad renazca en esta Navidad por la luz que nos trae el Niño que está naciendo.

La Navidad es la fiesta de la familia que, reunida en torno al belén y al árbol, símbolos navideños tradicionales, se redescubre llamada a ser el santuario de la vida y del amor. La Navidad es la fiesta de los niños, porque pone de manifiesto “el sentido profundo de todo nacimiento humano, y la alegría mesiánica constituye así el fundamento y realización de la alegría por cada niño que nace” (Evangelium vitae, 1). La Navidad del Señor lleva a redescubrir, además, el valor de la inocencia, invitando a los adultos a aprender de los niños a acercarse con asombro y pureza de corazón a la cuna del Salvador, recién nacido. Necesitamos que el cielo vuelva a poner su mirada.

Hay lugares de la vida que claman por la venida del Señor, “Ven Señor Jesús”.
La Navidad es la fiesta de la paz, porque “la paz verdadera nos viene del cielo” y “por toda la tierra los cielos destilan dulzura” (Liturgia de las Horas, oficio de lectura de Navidad). Los ángeles cantan en Belén: “Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres que él ama” (Lc 2, 14). En este tiempo, que invita a la alegría, ¿cómo no pensar con tristeza en los que, por desgracia, en muchas partes del mundo, se hallan aún inmersos en grandes tragedias? ¿Cuándo podrán celebrar una verdadera Navidad? ¿Cuándo podrá la humanidad vivir la Navidad en un mundo completamente reconciliado? Algunos signos de esperanza, gracias a Dios, nos impulsan a proseguir incansablemente en la búsqueda de la paz.

La Navidad es también la fiesta de los regalos: la alegría de los niños, y también de los adultos, que reciben un regalo navideño, al sentirse amados y comprometidos a transformarse ellos mismos en don, como el Niño que la Virgen María nos muestra en el Belén. Jesús es el gran regalo que Dios le hace al pueblo.

Pero estas consideraciones explican sólo en parte el clima festivo y sugestivo de la Navidad. Como ya es sabido, para los creyentes el auténtico fundamento de la alegría de esta fiesta estriba en el hecho de que el Verbo eterno, imagen perfecta del Padre se ha hecho “carne”, niño frágil solidario con los hombres débiles y mortales. En Jesús, Dios mismo se ha acercado y permanece con nosotros, como don incomparable que es preciso acoger con humildad en nuestra vida.

Nosotros queremos decirle al Señor, Maranathá, ven Señor Jesús. Los niños tienen la frescura de pedirle al Niño Dios un regalo. Nosotros como adultos sabemos que el mejor regalo que podemos recibir es el mismo don de Dios, a Jesús.

A Dios el Padre le decimos gracias por este regalo inmenso que nos hace en Jesús desde las entrañas de la Trinidad. Que incomprensible para nuestra pobre razón y nuestros frágiles sentimientos. Solo los niños y los pequeños, o agachándose entran al misterio. Dejá que te lo hagan a este regalo; dejate regalar a Jesús y recibí todos los regalos que Él te trae, esos intangibles de reconciliación, de esperanza y de amor.