María, un alma que canta

martes, 22 de diciembre de 2020

22/12/2020 – Hoy, en el Evangelio del día Lucas 1,46-55, compartimos el canto del Magníficat que es un canto de alabanza, una profecía, es el eco de un canto de pueblo, la conjunción de mucha historia compartida que se hace canto u abre caminos hacia adelante.

¿Cómo se hace para recrear el canto en el pueblo? Dejando que desde las raíces de nuestra cultura aparezca el deseo profundo de cambio, María lidera ese canto.

Dejáte contagiar por el canto que más te guste, hacélo tuyo y llena de esperanza y alegría tu alma. Canta, no dejes de cantar.

“María dijo entonces: «Mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi salvador,porque el miró con bondad la pequeñez de tu servidora. En adelante todas las generaciones me llamarán feliz, porque el Todopoderoso he hecho en mí grandes cosas: ¡su Nombre es santo!Su misericordia se extiende de generación en generación sobre aquellos que lo temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón. Derribó a los poderosos de su trono y elevó a los humildes. Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías. Socorrió a Israel, su servidor, acordándose de su misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abraham y de su descendencia para siempre».

Lc 1,46-55

 

Toda la oración de aquellos cinco días de viaje «estalló» en un canto.

Ricciotti recuerda que en Oriente la alegría conduce fácilmente al canto y la improvisación poética. Así cantó María, la hermana de Moisés; así Débora, la profetisa; así Ana, la madre de Samuel. Así estallan en cantos y oraciones aún hoy las mujeres semitas en las horas de gozo.

En el canto de María se encuentran todas las características de la poesía hebrea: el ritmo, el estilo, la construcción, las numerosas citas. En rigor, María dice pocas cosas nuevas. Casi todas sus frases encuentran numerosos paralelos en los salmos (31,8; 34,4; 59,17; 70, 19; 89, 11; 95, 1; 103, 17; 111,9; 147, 6), en los libros de Habacuc (3, 18) y en los Proverbios (11 y 12). Y sobre todo en el cántico de Ana, la madre de Samuel (1 Sam 2, 1-11) que será casi un ensayo general de cuanto, siglos más tarde, dirá María en Ain Karim.

Pero —como escribe Fillion— si las palabras provienen en gran parte del antiguo testamento, la música pertenece ya a la nueva alianza. En las palabras de María estamos leyendo ya un anticipo de las bienaventuranzas y una visión de la salvación que rompe todos los moldes establecidos. Al comenzar su canto, María se olvida de la primavera, de la dulzura y de los campos florecidos que acaba de cruzar y dice cosas que deberían hacernos temblar.

Mi alma canta la misericordia

Mi alma engrandece al Señor y mi espíritu se alegra en Dios, mi Salvador. Porque ha mirado la humildad de su esclava. Por eso desde ahora me llamarán bienaventurada todas las generaciones. Porque el Poderoso ha hecho en mí maravillas, santo es su nombre.

Y su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón, derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes. A los hambrientos les colmó de bienes y a los ricos les despidió vacíos. Acogió a Israel, su siervo, acordándose de su misericordia —como había anunciado a nuestros padres— en favor de Abraham y su linaje por los siglos (Lc 1, 47-56).

Este canto dónde se inspira

Otra vez debemos detenernos para preguntarnos si este canto es realmente obra de María personalmente o si es un canto que Lucas inventa y pone en su boca para expresar sus sentimientos en esa hora. Y una vez más encontramos divididos a los exegetas.

Para algunos sería un texto que Lucas habría reconstruido sobre los recuerdos de María.
Para otros un poema formado por Lucas con un atadijo de textos del antiguo testamento.
Para un tercer grupo, se trataría de un canto habitual en la primera comunidad cristiana que Lucas aplicaría a María como resumen y símbolo de todo el pueblo creyente.

A favor de la primera de las opiniones milita el hecho del profundo sabor judío del Magníficat; el hecho de que no aparezcan en él alusiones a la obra de Cristo que cualquier obra posterior hubiera estado tentada de añadir; y el perfecto reflejo del pensamiento de María que encierran sus líneas. Por otro lado nada tiene de extraño que ella improvisara este canto si se tiene en cuenta la facilidad improvisadora propia de las mujeres orientales, sobre todo tratándose de un cañamazo de textos del antiguo testamento, muy próximo al canto de Ana, la madre de Samuel (1 Sam 2, 1-10) que María habría rezado tantas veces. Pero un canto que es, al mismo tiempo, un espejo del alma de María, como escribe Bernard.
Es, sin duda, el mejor retrato de María que tenemos. Un retrato, me parece, un tanto diferente del que imagina la piedad popular. Porque es cierto, como ha escrito Boff, que la espiritualización del Magníficat que se llevó a cabo dentro de una espiritualidad privatizante e intimista, acabó eliminando todo su contenido liberador y subversivo contra el orden de este mundo decadente, en contra de lo que afirma de manera inequívoca el himno de la Virgen. Su canto es, a la vez, bello y sencillo. Sin alardes literarios, sin grandes imágenes poéticas, sin que en él se diga nada extraordinario ¡qué impresionantes resultan sus palabras!

Cómo se arma este canto

Es como un poema con cinco estrofas:

● la primera manifiesta la alegría de su corazón y la causa de ese gozo;
● la segunda señala, con tono profético, que ella será llamada bienaventurada por las generaciones;
● la tercera —que es el centro del himno— santifica el nombre del Dios que la ha llenado;
● la cuarta parte es mesiánica y señala las diferencias entre el reino de Dios y el de los hombres:
● en la quinta María se presenta como la hija de Sión, como la representante de todo su pueblo, pues en ella se han cumplido las lejanas promesas que Dios hiciera a Abrahán.
Es, ante todo, un estallido de alegría. Las cosas de Dios parten del gozo y terminan en el entusiasmo. Dios es un multiplicador de almas, viene a llenar, no a vaciar. Pero ese gozo no es humano. Viene de Dios y en Dios termina.