09/07/2021 – ¡Feliz día de la Independencia! Un grito de libertad sonó por allá por 1816 en Tucumán en un deseo profundo de darle mayor consistencia a lo que ya había ocurrido 6 años antes en Buenos Aires para integran el territorio en un solo lugar. Nos ponemos en sintonía con la Virgen de Itatí, en su día, en el Evangelio de la Visitacion Lucas 1, 39-45, que nos recuerda a María, quien, para poder llevar adelante la vocación de acompañar a su hijo en la misión de fundar una Patria nueva, la del Cielo, se puso al servicio y salió presurosa.
“En aquellos días, María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá. Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó: «¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno. Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor». María dijo entonces: «Mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi salvador” Lucas 1,39-47
“En aquellos días, María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá. Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó: «¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno. Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor». María dijo entonces: «Mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi salvador”
Lucas 1,39-47
María en su actitud alegre, contagia y comunica con transparencia el centro de lo que está pasando. María es de las que se corren del eje central y se deja llevar por la centralidad del acontecimiento de la encarnación que ha tomado su vida y busca expandirse por toda la humanidad a través del comienzo de su testimonio. Dios la ha visitado con su amor y con su misericordia, haciéndola Madre del Redentor. Es la centralidad del misterio de Dios en su vida, la que la permite moverse con libertad, en gratitud y regalarle a Isabel y a cada uno de nosotros a quienes nos visita, una presencia de gracia que conmueve lo más profundo del ser. Isabel, la prima es testigo de esta conmoción interior generada por la presencia Mariana que ofrece a Jesús dice: “Apenas oí tu saludo, saltó de alegría en mi seno el niño”.
La presencia de María en la vida de los creyentes es una presencia que despierta alegría. Es el modo como Dios en su misericordia se comunicó con Ella a través del ángel, cuando le dice: “Alégrate llena de gracia, el Señor está contigo”. Esta presencia alegre de Dios en su vida tiene como fuente la misericordia divina. Ella experimenta la misericordia de Dios por todos en su corazón, y este sentir profundo suyo de generosidad y de gratitud de Dios misericordioso, le desborda el alma y por eso María se comunica en alegría, y en servicio a quien la necesite.
María nos descubre el camino, el camino de la alegría que nace de la confianza como creyente, que acepta lo que Dios le pide. Lo dice Isabel y lo expresa así “Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado por parte del Señor”. Ésta felicidad Mariana que brota de la misericordia de Dios, quiere ganarnos el corazón en estos días. Para que prenda en nosotros la alegría de María, Ella nos muestra con su ejemplo el camino, “Hágase en mí lo que has dicho”.
La alegría evangélica, nos enseña nuestra Madre, es fruto de la conjunción de la misericordia de Dios y la respuesta confiada nuestra al modo de María.
María tiene la capacidad de donarse en gratuidad en el servicio, no es una declamación de principios la que ella hace, sino una demostración concreta en un gesto concreto, en este caso particular, el elocuente gesto de entrega y servicio a su prima Isabel. A esto se llegó María a la casa de Isabel, para servirla y servirla con humildad.
El servicio alegre nace de un corazón que se dona en la confianza sin esperar nada a cambio. Esta es la alegría que resulta de acompañarnos mutuamente en el camino y que nos lleva a comprometernos como María a transformar la realidad en donde Dios nos necesita, como Dios la necesitaba a Ella cercana a Isabel. Es desde este corazón mariano, incontaminado de egoísmos, desde donde somos nosotros formados para donar y donarnos sin que lo entregado suponga la expectativa de recibir algo a cambio. Quien se dona y dona, no espera algo de lo donado sino que entiende la lógica del entregarse como camino de felicidad. Ya la vuelta está en el mismo hecho de donarse y donar, porque llena el corazón de alegría. Cuando nosotros nos entregamos y nos donamos, la donación que hacemos de nuestro ser y de lo que entregamos es en sí mismo, un motivo de alegría. Cuando la entrega que hacemos es una entrega en expectativa a recibir algo a cambio, la alegría al menos sino desaparece, se opaca podríamos decir. La entrega generosa, desinteresada, es la entrega acompañada por este don de alegría de gozo. Si vos verdaderamente querés encontrar el camino de la alegría, dónate, entrégate, ofrécete, no esperes en el darte por amor algo a cambio. ¿Cómo y a dónde estás llamado a ser un signo de alegría? ¿Cómo y a dónde te sientes llamado a entregarte de una manera, aún más generosa de lo que lo haces?. Como mamá, como papá, como trabajador, como evangelizador, como comprometido en la causa de la transformación de la realidad en dónde te toca y como te toca. ¿Cómo y de qué manera podes donarte sin reservas, sin miramientos?.
María despierta, cuando llega a la casa de Isabel, el niño saltó de alegría en el seno de Isabel. La alegría de María es como que hace brotar la primavera en medio del invierno, podríamos decirlo nosotros, referenciando esta presencia suya en el tiempo de estación en el que nos encontramos. Ella misma se percibe en este sentido también gozosa y alegre. Isabel lo dice, “Yo viví la alegría de tu presencia y el niño saltó en mi seno”, y María dice, “Mi alma canta la grandeza del Señor y mi Espíritu se alegra en Dios mi salvador”. Es todo un ambiente gozoso el que impregna la presencia de visita de María.
Todo es alegría con la presencia mariana, hay un motor que genera esta alegría, es la generosidad de la entrega suya como respuesta, sin reservas de la entrega que Dios hizo de todo su ser. Es como si Dios hubiera encontrado un corazón dónde poder ofrecerse a sí mismo, en el estilo propio que Dios tiene para ofrecerse hacia adentro del misterio trinitario. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, se entregan a sí mismos, todo, enteramente, eternamente, dándose y recibiéndose mutuamente, en plenitud, en gratuidad de amor, para que despierte el gozo en lo más profundo del ser, ese que puede estar adormitado. Necesitamos de esa presencia mariana, que nos venga a visitar y a despertar por el amor de gratuidad suyo, también nosotros a un amor de ofrenda y gratuidad.
María en su entrega alegre y al modo y estilo de Dios, es perfecta discípula y es educadora. Este modo y este estilo mariano, lo quiere Dios para nuestro modo de convivencia y en ese sentido María se transforma en una educadora y modelo de entrega, que la hace, como bien decimos nosotros en las letanías marianas, “puerta del cielo”. El cielo es gozo y alegría, gozo, paz y justicia, dice San Pablo. Esta presencia de gozo y de alegría que es el cielo, la tiene María como la puerta, es decir, es desde donde se nos abre el gozo, la paz, y la alegría en plenitud. En este sentido María es un lugar por donde Dios nos quiere conducir para regalarnos esta condición en la que Dios nos quiere habitualmente viviendo como resucitados.
Dios no nos quiere de vez en cuando gozosos y alegres, Dios nos quiere siempre en esta actitud. Dios quiere que nuestro estado habitual de vida sea el gozo, la paz y la alegría. A este estado le llamamos desde la perspectiva de la espiritualidad, consolación. El consuelo interior es el estadio en el que Dios nos quiere viviendo. Es a este estado dónde Dios nos quiere siempre interiormente en comunión con Él, viviendo como María, llena de gozo y alegría, nosotros también llenos de gozo y alegría.
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