Señor, Tú me has cautivado y no he podido resistirte.
Largo tiempo escapé, pero me perseguías,
yo corría en zigzags, pero Tú lo sabías.
Me alcanzaste.
Y yo me debatí.
¡Me venciste!
Y hoy heme aquí, Señor: he dicho «sí» cansado y sin aliento,
a pesar mío casi.
Yo estaba allí, temblando, como un vencido a merced del vencedor,
cuando Tú pusiste sobre mí tu mirada de Amor.
Ya está hecho, Señor, ya no podré olvidarte,
en un instante Tú me has conquistado,
en un instante Tú me has cautivado,
has barrido mis dudas,
mis temores volaron.
Te reconocí sin verte,
te sentí sin tocarte,
te comprendí sin oírte.
Ya estoy marcado con el fuego de tu amor,
ya está hecho: nunca podré olvidarte.
Ahora yo te sé presente junto a mí, y trabajo en paz
bajo tu mirada de Amor,
ya no he vuelto a saber lo que es tener que hacer esfuerzos para orar:
me basta con levantar los ojos de mi alma hacia Ti
para encontrar tus ojos
y no hace falta más: nos comprendemos, todo está claro, todo es paz.
En algunos momentos — oh, gracias Señor — vienes irresistible a invadirme
como un brazo de mar que lento inunda la playa.
O bruscamente me abrazas como el amante estrecha a la esposa
que se abandona a él.
Y yo no evito nada: cautivo como estoy, te dejo hacer,
seducido, contengo la respiración, y todo el mundo se desvanece,
Tú detienes el tiempo.
¡Ah, cómo quisiera que estos minutos durasen horas y horas!
Cuando Tú te retiras dejándome encendido, trastornado de gozo,
yo no sé cosas nuevas pero sé que Tú me posees más aún,
alguna nueva fibra de mi ser queda herida,
la quemadura ha crecido
y yo estoy un poco más cautivo de tu amor.
Señor, sigues haciendo el vacío en torno a mí, pero ahora
de un modo muy distinto:
es que Tú eres demasiado grande y eclipsas todas las cosas.
Todo cuanto yo amaba ahora me parece bagatela,
mis deseos humanos se funden como cera bajo el fuego de tu Amor.
¡Qué me importan las cosas!
¡Qué me importa mi bienestar!
¡Qué me importa mi vida!
Ya no deseo más que a Ti.
Tan sólo a Ti te quiero.
Los demás van diciendo «Está loco».
Pero son ellos, Señor, los que lo son.
Ellos no te conocen,
ellos no saben de Dios, ellos no saben que no se le puede resistir.
Pero a mí… a mí me ha cautivado, Señor, y yo estoy seguro de Ti.
Tú estás aquí y yo salto de gozo,
el sol lo invade todo y mi vida resplandece como una joya,
todo es fácil,
todo es luminoso,
todo es puro,
¡todo canta!
Gracias, Señor, gracias.
¿Por qué a mí, por qué me has escogido a mí?
¡Oh, alegría, alegría, lágrimas de alegría!
Michel Quoist, en Oraciones para rezar por la calle