Miércoles de ceniza

miércoles, 22 de febrero de 2012
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 “Se cubrirán la cabeza de polvo
y se revolcarán en la ceniza”.
(Ez 27,30)

 

Comenzamos la Cuaresma con el ritual de la imposición de las cenizas sobre la frente de los fieles. Este símbolo de la ceniza aparece atestiguado desde tiempos remotos en el pueblo de Israel, como señal  de arrepentimiento y también de duelo.

En la liturgia cristiana la ceniza es un símbolo penitencial que nos evoca diversos significados. Por un lado, la ceniza nos habla del poder purificador del fuego, que destruye la basura y lo inservible reduciéndolo a polvo. Al recibir la ceniza, reconocemos que hay muchas cosas de nuestra vida que deben ser quemadas, porque así esta existencia nuestra “será mucho más valiosa que el oro perecedero purificado por el fuego” (1 Ped 1,7). La ceniza expresa nuestro arrepentimiento y nuestro deseo de recomenzar un camino sin “basuras” ni impurezas.

Al remitir a algo que fue destruido por el fuego, la ceniza también nos habla de lo efímero, de lo breve y limitado que pasa, de la caducidad de la vida.

La ceniza, como señal de duelo, es lo opuesto al traje de fiesta; la ceniza no embellece sino que oculta. Su simbolismo se opone también al del perfume, ya que éste se asocia con la alegría y la seducción.

Por todo esto, la ceniza tiene una connotación de tristeza y de dolor, porque la vida humana es finita y limitada, y se apaga en la muerte. La antigua fórmula para la imposición en el miércoles de ceniza dice: “Recuerda que eres polvo y al polvo volverás”. Es una invitación a la humildad, a recordar que cada uno de nosotros está de paso por este mundo…

Si nos quedamos sólo en este aspecto, puede parecer que Cuaresma es un tiempo de duelo, de tristeza, de no reírse y de escuchar música fúnebre. Pero el objetivo de la Cuaresma no es que nos pongamos tristes, sino que nos preparemos para la fiesta de Pascua. Y Pascua es justamente la celebración de este gran misterio de la victoria de la vida sobre la muerte. Es Jesucristo que nos dice que “al polvo volveremos”, pero que de allí  seremos levantados para una Vida plena que ya no será cenizas nunca más. 

Por eso la ceniza, como todo símbolo, puede invitarnos a más de una lectura. Dice el refrán popular: “Donde hubo fuego, cenizas quedan”. Y no se habla de ceniza como algo muerto, sino justamente como una señal del ardor que tal vez aún se puede rescatar. Incluso de las cenizas se puede rescatar  energía y  vitalidad. Lo sabe cualquiera que se haya tomado un rato para mirar el fuego: debajo de las cenizas hay brasas encendidas. Como la tumba de Cristo, que guardaba el misterio del fuego y de la luz.

Hoy, en la  celebración del miércoles de ceniza, la Iglesia prefiere la frase: “Conviértete y cree en el evangelio”. La ceniza que recibimos está hecha de unas ramitas de olivo que han pasado por el fuego. También nosotros debemos pasar por el fuego del Evangelio para que toda nuestra vida renazca en la Pascua. Así lo quiere Jesús: “He venido a traer fuego sobre la tierra, y cómo desearía que ya estuviera ardiendo” (Lc 12,49).

La ceniza, en su pluralidad de sentidos, nos acerca al misterio de la muerte y la vida, de la energía y del reposo, de lo eterno y lo efímero, del cielo al que aspiramos y de la tierra en la que andamos…
Sí, un día volveremos al polvo de la tierra, y viene bien que al menos una vez  al año la Iglesia nos recuerde nuestra frágil realidad: fuimos hechos de barro, del humus de la tierra, y en esto consiste la humildad, en reconocernos criaturas.

Y junto con la humildad, la esperanza que el Espíritu Santo pone en nuestro corazón. Esa esperanza de que nuestra debilidad, convertida en cenizas, se transforme en algo grande y luminoso. 

Con vibrante poesía lo expresa el famoso soneto de Francisco Quevedo:

Cerrar podrá mis ojos la postrera
Sombra que me llevare el blanco día,
Y podrá desatar esta alma mía
Hora, a su afán ansioso lisonjera;

Mas no de esotra parte en la ribera
Dejará la memoria, en donde ardía:
Nadar sabe mi llama el agua fría,
Y perder el respeto a ley severa.

Alma, a quien todo un Dios prisión ha sido,
Venas, que humor a tanto fuego han dado,
Médulas, que han gloriosamente ardido,

Su cuerpo dejará, no su cuidado;
Serán ceniza, mas tendrán sentido;
Polvo serán, mas polvo enamorado.

Textos bíblicos:

 

Las cenizas de la vaca roja: Números Cap. 19,1-10

 

1 El Señor dijo a Moisés y Aarón: 2 Esta es una prescripción de la ley que promulgó el señor: Di a los israelitas que te traigan una vaca roja, sin ningún defecto ni imperfección, y que nunca haya estado bajo el yugo. 3 Ustedes se la entregarán al sacerdote Eleazar. Luego será sacada fuera del campamento y degollada en su presencia. 4 El sacerdote Eleazar recogerá con el dedo un poco de sangre y hará siete aspersiones hacia la Carpa del Encuentro. 5 Después la vaca será quemada a la vista de él: se deberá quemar el cuero, la carne, la sangre, e incluso los excrementos. 6 Entonces el sacerdote tomará un trozo de madera de cedro, un ramillete de hisopo y una cinta de púrpura roja y los arrojará en el fuego donde se queme la vaca. 7 En seguida lavará su ropa y se bañará con agua; después podrá entrar de nuevo en el campamento, pero será impuro hasta la tarde. 8 El que haya quemado la vaca lavará su ropa, se bañará con agua y será impuro hasta la tarde. 9 Un hombre que no haya incurrido en impureza recogerá las cenizas de la vaca y las depositará fuera del campamento, en un lugar puro. Así la comunidad de los israelitas las tendrá reservadas para preparar el agua lustral, que se usará en el rito de purificación. 10 El que recoja las cenizas de la vaca deberá lavar su ropa y será impuro hasta la tarde. Este es un decreto irrevocable para los israelitas y para los extranjeros que vivan entre ellos.

 

 

“La mezcla de agua y cenizas recuerda al ser humano de qué elementos está hecho, porque el conocimiento de sí mismo es la más completa forma de purificación.” (Filón de Alejandría, filósofo judío del siglo I)

 

Cristo penetró en el santuario una vez para siempre, no con sangre de machos cabríos ni de novillos, sino con su propia sangre, consiguiendo una redención eterna. Pues si la sangre de machos cabríos y de toros y la ceniza de vaca santifican con su aspersión a los contaminados, en orden a la purificación de la carne, ¡cuánto más la sangre de Cristo, que por el Espíritu Eterno se ofreció a sí mismo sin tacha a Dios, purificará de las obras muertas nuestra conciencia para rendir culto al Dios vivo! (Heb 9,12-14)

 

 

El ser humano, polvo y ceniza: Gén 2,7; 3,19; 18,27. Eclo 17,32; Ecl 3,20; Sal 104, 29

Signo de penitencia, conversión y súplica: Jos 7,6; Jer 6,26; Job 42,6; Jonás 3,5-6; Jud 4,11; 9,1

Signo de duelo: 1 Sam 4,12; 2 Sam1,2