Mirar a los ojos del fracaso

miércoles, 4 de agosto de 2010
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Habitualmente no somos adiestrados en la vida para la experiencia del fracaso, sobre todo en estos tiempos que corren
El fracaso es una experiencia muy intensa, muy oscura. En la Biblia hay muchos que fracasan. Son relatos muy iluminadores para esta realidad de una experiencia oscura de fracaso.

…….qué es el fundamentalismo? Voy a compartir una ‘definición doméstica’. Aunque no recuerdo en qué momento ha sido usada, debe haber sido en este contexto: el fundamentalismo es el tomar los fundamentos de la propia vida –sean ideológicos o religiosos-, aquellos principios que rigen y fundamentan nuestra vida, tomarlos para sí, volcarlos sobre la vida pública, sobre la vida social, sin matices y sin excepciones. Es decir: estos fundamentos que rigen mi vida, o mi forma de pensar, o mi inteligencia, yo los vuelco fuera del ámbito estrictamente personal y espiritual donde generalmente han crecido, los aplico fuera de ese ámbito sin matices y sin excepción, es decir, de una manera absoluta. Por lo tanto estos fundamentos son innegociables, no se los puede discriminar de ninguna manera, no puede introducirse ninguna clase de relativizaciones. Por supuesto que esto abarca como actitud humana muchas cosas: desde un sentimiento religioso, hasta una ideología política, incluso puede ser un fanatismo deportivo por un club o lo que fuera.
A esto le llamamos fundamentalismo, porque los fundamentos de la propia vida están claros para ser los cimientos en los cuales uno levanta el edificio de su propia forma de pensar, de vincularse. Pero de alguna manera el fundamentalismo desentierra esos cimientos de la propia personalidad y los emplea como estandarte, como escudo, como arma muchas veces, en una imagen que yo comento muchas veces: es como si Moisés, en vez de romper las tablas de la ley cuando vio la traición de su pueblo, les hubiera dado por la cabeza al otro. A veces hacemos eso: hacemos de nuestros fundamentos una piedra que se la partimos al otro por la cabeza a veces concientemente, a veces sin darnos cuenta.
Los fundamentalistas sufren mucho en un mundo en el que justamente cunde el otro extremo que es el relativismo. Y paradójicamente, me he encontrado con ‘fundamentalistas del relativismo’: de tanto fanatismo por el relativismo termina siendo eso. Sería cómo se tocan los dos polos.
Lo que me gustaría salvaguardar de alguna manera sobre todo en la experiencia espiritual, fuerte y profunda, que en ese ámbito, cuando un alma se encuentra con Dios, con lo divino, tiene una experiencia luminosa, la vivencia espiritual es de todo o nada, porque estamos frente a ‘lo Absoluto’. Ya no estamos frente a ideas, interpretaciones, doctrinas, formas de pensar. Y de pronto, en algunos momentos de la existencia se abre la puerta del ‘todo o nada’ sin matices y sin excepciones. Son momentos muy importantes, y generalmente marcan la existencia, porque se producen giros de 180º, o porque ocurren experiencias por ejemplo como la de Abraham, en la que no hay matices porque esa experiencia del todo o nada se da para que se desapropie del don que había recibido en su hijo. En la Biblia hay muchos ‘todo o nada: con Moisés: liberación del pueblo o esclavitud. Cuando a Jesús le llega ‘la hora’ ocurre lo mismo: amar hasta el fin, o nada. Esto no es fundamentalismo. Esto es una experiencia radical de encuentro con lo Absoluto donde toda el alma queda embargada por la experiencia de Dios que es el fundamento de todo lo viviente y estas opciones, que a veces se viven como mandatos, otras veces como órdenes, otras veces como ruegos, otras veces como ‘serás lo que debas ser, y si no , no serás nada’.

La vida no es un sueño de ilusión, Más bien es un proceso de elección,
Unos son capaces de luchar Y otros nunca lograran avanzar,
Como una lucha fugaz, Sin tregua y sin piedad, Unos podrán vencer Y otros perderán,
Oh, dime donde estas, Desde donde ves tú la puerta principal.

No hay compromiso bilateral, O estas dentro o no estas,
O estas en la barca o te hundes en el mar, No, no hay compromiso bilateral.

Algunos piensan: “no hay porque reaccionar, Es mas cómodo y seguro dejarse llevar”,
Siguen la corriente, y cuando lo intentan Ya no hay forma, no hay camino hacia atrás,
Circulo mágico y cruel, Cadenas en la piel, Ansias de vida y amanecer,
Oh dime donde estas, Desde donde ves tú la puerta principal.

De pronto viene a escena uno más, Y nos dice que el es el camino y la verdad,
Que nos es fácil seguirle, que hay dolor pero que no hay otra posible solución,
Dice que el sabe volver, pero solo pide tu fe, Puedes ignorarle o puedes ir con el,
Oh, dime donde estas, Desde donde ves tu la puerta principal. Marcos Vidal

Causa un poco de preocupación la cantidad de propuestas exitistas que se ven en las librerías, en general en la literatura o en el mundo de la empresa (por supuesto que una empresa no se va a proponer fracasar sino tener éxito) pero esto ya se va trasladando cada vez mas a distintos estamentos de la vida. O mejor dicho: cada vez se va configurando más la existencia en el sentido de que es un discurso muy fuerte que circula mucho y que es la cultura del éxito, un poco por todo lo enlatado que traemos de Estados Unidos, que realmente hace del éxito un ídolo –y que tiene mucho que ver con su propia filosofía de vida-: me refiero a series, películas, etc. Y un poco también porque se ha expandido este pensamiento único de un capitalismo salvaje que necesita como muy bien decía Miguel Rodriguez Villafañe, este mercado necesita gente muy inteligente y exitosa para producir y gente muy zonza para consumir.
En el plano de la carrera y de la competitividad en el que nos encontramos envueltos en este marco de cultura de competencia permanente terminamos compitiendo hasta con nosotros mismos. Nuestras metas se convierten a veces en verdaderos ídolos, no importa cual sea la carga emocional que pongamos en ellas. A veces nuestras metas pueden ser hermosas, como tener una hermosa familia, tener hijos sanos y felices, ser un gran apóstol, ser un intelectual brillante, ser un profesional noble y talentoso, ser un verdadero revolucionario y por fin alcanzar los ideales propuestos por tal o cual sueño… en fin: esos sueños y metas pueden ser hermoso.
El punto está en que este mandato del éxito va penetrando muy fuerte en todos los sectores
El libro “Fracasos exitosos” -no lo terminé de leer. Me saturó un poco tanto maltrato con nuestros fracasos, a los que le hace falta un poco mas de dignidad- y allí lo que se propone como recetas, soluciones, propuestas terapéuticas para hacer del fracaso un éxito es casi un mandato permanente del ‘no fracaso’. Y lo que queda sin espacio en la sociedad, lo que queda sin nombrar, como la muerte, la vejez, la enfermedad, es el fracaso. Esto me parece realmente peligroso, porque el fracaso –estoy hablando del fracaso existencial, ese que no tiene ‘viaje de vuelta’, de ese que no es fácilmente manipulable ni transformable en una lección que se aprende ni en un éxito, como intenta decir este autor- he tratado de llevar las formulas para transformar el fracaso en un éxito, y hay experiencias existenciales a las que no son aplicables para nada esas recetas, a menos que se reduzca fuertemente la carga, el peso de estos fracasos existenciales (cosa que se hace habitualmente).
Cuando hablo de fracasos existenciales, hablo de aquellas metas o sueños por los que se ha trabajado a veces toda una vida. Y están resumidos en esta expresión de Pedro cuando dice “Maestro, hemos trabajado toda la noche , y no hemos pescado nada”. Podríamos decir como metáfora: “vida: he invertido todo de mis mejores años, mis mejores energías, mis mas caras primicias en esta familia, y no he pescado nada. He invertido mi trabajo, mi talento, mi dinero, mi esfuerzo para poder acceder a la carrera que siempre anhelé, y no he pescado nada. He puesto lo mejor de mí, he dado hasta lo que nos tenía, he procurado sembrar y volver a sembrar para obtener a cambio algún fruto de afecto y reconocimiento, y no he pescado nada. He trabajado y peleado contra este cáncer hasta las últimas consecuencias: busqué todas las opiniones, caminé todos los hospitales, y no he pescado nada. He trabajado intensamente por desarrollar todos los talentos a mi alcance para poder ser un gran artista. Me he quedado sin dormir, he tomado todos los cursos habidos y por haber, y no pude serlo”
Y así, podríamos seguir una larga lista de sueños, metas, objetivos, planes, cosas muy amadas, en donde se ha puesto lo mejor de nuestra energía, de nuestra inteligencia, de nuestra voluntad, de nuestros afectos, con mucha esperanza, superando una y otra tormenta, una y otra derrota, volviendo otra vez a la carga, y llega un momento en la vida en que nos damos cuenta, como dice la canción, en que ‘nos encontramos sentados chupando un palo pelado en una calabaza’. Eso pasa con mucha más frecuencia de lo que imaginamos o nos quieren hacer imaginar.
DONDE VAN
Dónde van las luces que no duermen y las palabras que nunca llegaron al papel,
se pierden sin remedio, florecen en secreto. en el cielo pintado de cualquier atardecer.
Dónde van todos los sentimientos cuando de repente se lastima un corazón
se escapan por la espalda lejos de las miradas o quedan solitarios para siempre en un rincón.
Dónde van los besos que olvidamos una vez dónde están las marcas escondidas de tu piel.
A dónde van tus sueños, yo quiero ser el dueño el tesoro más valioso cuidaré.
Dónde van las horas tibias del amanecer dónde van las manos si no acarician la piel.
Dónde van las sombras por la noche y las voces que nunca se llegan a escuchar
Se pierden el tiempo, se mezclan con el viento y dejan que los lleve en un viaje sin final.
Dónde van las melodías, si en tu alma para ellas no hay lugar.
Dónde duermen las palabras hasta que el sol las viene a despertar.
Donde van…
Que mira, mira donde van tus sentimientos
donde van aquellas horas tibias del amanecer. Diego Torres

El fracaso es una experiencia muy intensa, muy oscura. En la Biblia hay muchos que fracasan. Son relatos muy iluminadores para esta realidad de una experiencia oscura de fracaso.
Generalmente, ante la experiencia de fracaso existencial, cuando sentimos que el rumbo de la vida se ha truncado, cuando sentimos que el camino por donde caminábamos llega a un muro sin salida o a un abismo, aparecen preguntas y casi diríamos todas las etapas del duelo, porque el fracaso es una muerte en vida. Es una de las experiencias más próximas a la muerte, y es tan así que algunos realmente prefieren la muerte (como Elías), le piden a Dios la muerte (como Job), porque sienten y experimentan que la vida se ha quedado como una cáscara vacía, como un tronco seco sin savia y sin sentido al fracasar aquellos objetivos que tanto animaron las mejores fuerzas.
Habitualmente no somos adiestrados en la vida para la experiencia del fracaso, sobre todo en estos tiempos que corren. Cuando los hombres estaban más expuestos a los avatares de la naturaleza y de la misma vida, cuando no tenían tanta tecnología para ‘protegerse de’, cuando la muerte pasaba a buscar en casi todas las casas algún miembro –una madre al parir, un hijo al nacer, personas jóvenes, un padre en un accidente, etc- había un ‘tuteo’, un acompañamiento de la experiencia de la muerte, y por lo tanto del fracaso, que es un punto final en muchas cosas.
Y seguir viviendo después de un ’punto final’ es como comenzar a escribir un nuevo libro. Es una tarea ardua, y muchas veces un proceso de transformación y de resurrección que no nos animamos a transitar. Y para eso lo primero que tenemos que hacer es mirar a los ojos al fracaso. Porque frente a la experiencia del fracaso, que se hace absolutamente imposible de ignorar puesto que trae su secuela de angustia y de sintomatologías a veces incluso físicas, no podemos ignorar que hemos fracasado. Cuando fracasa un hijo, un vínculo, una profesión, en fin, cuando fracasa cualquier sueño, no lo podemos ignorar. Lo que podemos hacer es no mirarle a los ojos. Es un intento de fuga medio trucho, pero intento de fuga al fin. Mirarle los ojos al fracasos es de alguna manera animarse a aceptarlo y escuchar qué tiene para decirnos. Es quitar la máscara burlona que éste tiene a veces, es quitarse el traje que nos hemos puesto, es quitarnos las mentiras que intentan minimizar el impacto que ese fracaso tiene en nuestra vida, es recorrer su territorio, esdarnos cuenta de las emociones, sentimientos e implicancias que ha tenido en nuestra vida. Mirarle a los ojos al fracaso es quedarse callados largo tiempo, mucho tiempo, a veces incluso años. Es un acto descomunal de esperanza en Dios, en la vida y en nosotros mismos.
El fracaso tarda en hablar. Habla lentamente y necesita una escucha atenta y un corazón acogedor para comenzar a susurrarnos sus verdades. Verdades que seguramente no van a estar inscriptas en ningún libro de autoayuda ni en ningún manual para vivir mejor, ni en ninguna fórmula escapista, ni en ningún atajo para sufrir menos. Lástima que muchas veces no terminamos nunca de hacer silencio, aquietarnos un poco y mirarle a los ojos, a pesar de convivir con el fracaso durante todo el resto de nuestra vida. Y no lo hacemos por la enorme experiencia de soledad que es mirarle a los ojos. Porque una de las primeras características que tiene su mirada es el poder darnos cuenta -y ahí recién comenzamos el proceso- que no hay nadie a quien culpar, nadie. Que no hay nadie que pueda acompañarnos en lo más íntimo de esta experiencia, nadie, salvo Dios, que en definitiva, cuando le miramos los ojos, le decimos ‘te escucho, frente a El, estamos solos

SOLO – Jorge Fandermole

Solo como al aclarar esta el lucero, como el ojo pálido del cielo, va girando en la órbita lunar.
Solo como el primer hombre de la tierra, como el último lobo de Inglaterra, como el viejo más viejo del lugar.
Solo como uno bailando en sus ensueños como el monstruo que sobrevivió un milenio y se esconde en una gruta bajo el mar.
Solo como el que tiene la virtud del mago como el que conduce un pueblo al estrago mientras se imagina la felicidad.
Solo como el esclavo, solo bajo el yugo como la conciencia del verdugo como el único beso del traidor
Solo como un grandioso golpe de la suerte como cada uno frente a su propia muerte solo como un ángel exterminador

Solo como un Dios que niega, sus criaturas como el que dio color a la blancura y pintó los cuerpos y el trigal.
Solo como están en su mundo los muertos como la voz que calla en el desierto como el que dijo siempre la verdad.
Solo como el que logra ver todo muy claro , solo como la atenta luz de un faro o el último minuto del alcohol.

Solo como este mismo instante que se pierde como el único que ha visto el rayo verde cuando se apagó el último sol.
Solo como el que desentraña algún presagio como el único vivo del naufragio como el que pierde la razón
Solo como el que se alejó sin darse cuenta como un ave ciega en la tormenta así estoy en el mundo sin tu amor
Solo como si fuese un animal eterno parado en la puerta del infierno así estoy en el mundo sin tu amor

Las experiencias de estos fracasos fuertes, hondos, que parecen cortar el aliento de la vida en algún momento, que aunque vistos desde afuera no sean espectaculares, a veces hay cosas muy pequeñas que tienen una hondonada en nuestro corazón y en el rumbo de nuestra vida muy grande, y nos dejan así, como sin rumbo, como sin entender, como sin fuerzas, como sin ganas de vivir…
De éstas, hay muchas historias en la Biblia. La actividad de Elías por ejemplo. El tiene un celo y una valentía incomparables, y quiere convertir el absolutismo de poder de los reyes y se convierte en un enemigo de la reina y en un combatir la religión que esta reina intenta propagar. Dios se vale de esta capacidad defender el proyecto de Dios que tiene que ver con la liberación del pueblo. Este profeta asedia a los profetas de Baal, lucha contra ellos, y fracasa, y termina huyendo al desierto y deseando la muerte. Choca contra la tozudez de la reina y de pronto todo se derrumba en él. Siente que su pureza y su claridad y su fuerza han sido inútiles, y al mismo tiempo descubre que sus faltas y sus debilidades –porque en la experiencia del fracaso las propias debilidades emergen con una fuerza muy grande- salen a la luz y las expresa en este ‘yo no valgo más que mis padres’:
Esta es una expresión muy fuerte, porque de alguna manera llevamos en nosotros una especie de mandato vital implícito que es “llegar más lejos que nuestros padres” en todo sentido: en lo material, se vive mal la experiencia de ser mas pobre que la generación anterior, en lo intelectual, si mi padre fue analfabeto yo quiero aprender a leer, etc… y ¡gran problema para aquellos hijos cuyos padres son brillantes!, porque le hacen mucha sombra. Tomar la antorcha es como un mandato vital, es como ley de vida. Porque de alguna manera la historia –se supone- avanza. Decir ‘no soy más que mis padres’ ¡vaya que es una experiencia de fracaso! Y que tiene que ver con que en la experiencia de fracaso, lo que faltó, lo que se quebró, el límite infranqueable, se impone con toda su amargura. Es hora de confrontar las propias sombras, ya sea por un acontecimiento, por una persona, evidentemente se cae en una depresión y no se quiere seguir adelante.
La experiencia de Elías es la típica experiencia de fracaso que muchas veces acontece en la mitad de la vida, cuando ya hemos intentado suficiente cantidad de veces transformar o cambiar algo o alcanzar alguna menta, y comenzamos a darnos cuenta que nos tenemos que despedir de ese sueño para siempre. Comienza a gravitar la palabra ‘nunca más’. Comienza a pesar ‘lo que hubiera podido ser’ y nunca mas va a ser. Nos hemos esforzado por ser correctos, hemos procurado verdaderamente cosas que creíamos Dios quería, y todo ha sido inútil. Mirar el fracaso a los ojos.

PLAYA GIRÓN Silvio Rodriguez
Compañeros poetas, tomando en cuenta los últimos sucesos en la poesía, quisiera preguntar, —me urge—,
¿qué tipo de adjetivos se deben usar para hacer el poema de un barco sin que se haga sentimental,
fuera de la vanguardia o evidente panfleto, si debo usar palabras como Flota Cubana de Pesca y «Playa Girón»?
Compañeros de música, tomando en cuenta esas politonales y audaces canciones, quisiera preguntar —me urge—,
¿qué tipo de armonía se debe usar para hacer la canción de este barco con hombres de poca niñez,
hombres y solamente hombres sobre cubierta, hombres negros y rojos y azules, los hombres que pueblan el «Playa Girón»?
Compañeros de historia, tomando en cuenta lo implacable que debe ser la verdad, quisiera preguntar, —me urge tanto—,
¿qué debiera decir, qué fronteras debo respetar? Si alguien roba comida y después da la vida, ¿qué hacer?
¿Hasta donde debemos practicar las verdades? ¿Hasta donde sabemos? Que escriban, pues, la historia, su historia

Miremos el fracaso a los ojos. Juntos es mejor, aunque la experiencia es solitaria, por lo menos nos animemos a sacarnos las máscaras y a sacarnos también de encima esos mandatos que lo único que hacen es hacernos perder tiempo, energía y a veces también plata haciéndonos creer que vamos a encontrar alguna fórmula o alguna receta para evitar la experiencia del fracaso. Mas o menos como pretender ser inmortales, o como para pretender sortear la muerte, solamente que como aquella es física, es evidente, entonces nos sentimos muy necios cuando nos decimos a nosotros que quisiéramos ser inmortales. Pero ese es el correlato anímico espiritual esencial de la muerte.
– Mi meta en la vida era encontrar el gran amor de mi vida y fracasé. Hoy estoy en pareja con una hermosa familia, pero aunque soy amada no siento yo el amor. No elegí según mis metas, no me jugué. Siento angustia por eso
GL: el fracaso en este caso es “no haberme animado a…”, es la experiencia del fracaso por cobardía

En Reyes 1, leemos cómo la fe, la fuerza, hasta el fanatismo en algunos casos, y de pronto llega un momento en que Elías está harto, y se va al desierto. Le pide al Señor la muerte. No se suicida, pero ir solo al desierto es casi como un suicidio. Job también tiene esa experiencia de querer morir. ¿Alguna vez sentimos esa experiencia? Y ¡qué pasa en ese momento? El suicidio no resultó, y no hubo tampoco otra evasión, otra fuga. Entonces un ángel le toca y le dice “levántate y come”, y Elías se levanta, come un pan cocido en cenizas y bebe agua. Es algo parecido a lo que hace Jesús cuando resucita a la hija del centurión. Le dice “denles de comer”.
Cuando se atraviesa un túnel tan oscuro como el del fracaso, que son muertes internas, quedamos ligados a lo esencial y básico de la vida. Todo se cae y lo único que se sostiene es lo primordial, entre otras cosas la comida y el agua. Cuando uno ya no encuentra alimento de su vida por sí mismo, comienza a aparecer de alguna manera misteriosamente, luminosamente, maravillosamente alguna fuerza que nos empuja a las cosas más elementales y básicas, como por ejemplo comer un pan, que ha sido cocinado en las cenizas de nuestros propios sueños, en las cenizas de nuestras propias metas quemadas, y allí aparece un pancito, y tenemos que volver a creer en la vida, y en el más inmediato paso, porque más no vemos: vemos solo el día a día, a veces el minuto a minuto y cada bocanada de aire comienza a tener valor por sí mismo. Comamos y bebamos, y dejémonos ayudar paso a paso, aunque todavía estemos muy enojados con Dios, o con la vida, o con nosotros mismos, aunque todavía estemos decepcionados por el engaño, la traición, hay un ángel que nos acompaña y se aparece a través de las cosas más sencillas, mas vitales como el dormir, el comer. Aunque no nos queramos levantar, nos exhorta. Y luchamos con fuerzas negativas contra estos pasos que nos susurran una y otra vez “levántate y come, que el camino es superior a tus fuerzas”. Nadie nos lleva sobre sus alas, no hay atajo. Habrá que seguir transitando por el desierto de este fracaso. No se va a revertir el fracaso de ninguna manera. ¡qué experiencia existencial tan fuerte! Hay dolores que generan un aturdimiento real, que hacen perder las coordenadas. A veces el alma, porque siente que no va a poder tolerar esos dolores, se disocia como una forma de amortiguar esos fracasos. Pero tiene que caminar mucho tiempo (40 años para el pueblo de Dios, una generación) para que pueda abrirse a la vida, a Dios. Estamos ahora solos en el desierto y tendremos que enfrentarnos a nosotros mismos sin distracciones, sin fuga.
Elías, llegada la noche, se mete en una cueva. Eso también, igual que el pan y el agua, son metáforas de nuestro camino atravesando el país de la sombra del fracaso. Porque la cueva es un símbolo de seguridad, y también un símbolo del seno materno: eso donde uno quisiera volver a refugiarse cuando la experiencia del fracaso es existencial: abarca metas y sueños muy largamente acariciados, que han significado casi la causa de nuestras vidas. Todos, como Elías, necesitamos una ‘cueva’ donde poder retirarnos, donde no tengamos que hacer nada mas que estar en casa, esperando que el gran remedio del tiempo cure. Lamentablemente nos estamos olvidando de lo que ‘la cueva’ y ‘el tiempo’ curan.
Y Dios no le da descanso. Le dice ‘¿qué hacés ahí, en la cueva?’. Elías le hecha en cara todo lo que él hizo por El, y la retribución que tuvo: todos abandonaron la fe, y ahora también intentan matarlo.
Interesante llevar esto a nuestras vivencias: después de tanta ‘sangre que se llevó el río’, después de tantos esfuerzos ¿quién quiere ofrecer el corazón? ¡es demasiado luchar solo contra el mundo!
Y Dios no se deja impresionar por los lamentos.
Y esta es una hermosa experiencia también en esto de ‘mirar a los ojos’ al fracaso. A Dios le podemos decir de todo, pero permanece inmutable. Y no es que no tenga compasión. Es que esto es una resurrección, es un parto. Hay que salir al otro lado, y no es fácil. “Sal fuera y ponte de pie” es lo que Dios dice a Elías. Salgamos fuera, no nos quedemos en el seno materno. Una cueva para ‘pasar la noche’ está bien. Todos la necesitamos. Pero no es allí donde vamos a encontrar una promesa nueva. Hay que salir de la cueva, fuera: fuera de la regresión, del infantilismo, fuera de la victimización, del dramatismo. Tenemos que ponernos de pie, fuera, y enfrentarnos con una nueva lucha, donde las inclemencias prosperan. Hay terremoto, tormenta, fuego, pero Dios no está en ninguno de esos fenómenos. ¿Creíamos haber terminado la batalla? No. Nos quedan otras aún. Es que Dios nos muestra, como a Elías, que no son correctas las imágenes que nos hemos hecho de El, ni tampoco las que nos hemos hecho de nosotros mismos. Dios no es el dios de la tormenta que destruye todo lo malo que hay en el mundo. Mas bien es el Dios que deja que crezcan juntos el trigo y la cizaña. Tampoco quiere a un hombre que frente a eso desencadene una tempestad. Dios no quiere aniquilar todo lo negativo, no quiso aniquilar la muerte. No rompe todo lo que nos hiere. No es el que arranca el desorden y lo expulsa fuera del universo, a otra dimensión. Ni quiere que nosotros hagamos añico todo lo que nos contradice o nos traiciona o nos frustra. Tampoco es el Dios del fuego, que quema todo lo negativo. Dios aparece finalmente en la suave y silenciosa brisa. No es un Dios ruidoso como tal vez lo habíamos imaginado, sino un dios suave, dulce, cauteloso, delicado, benigno, indulgente. Necesitamos descubrir ese otro rostro de Dios.
Y puede pasarnos al revés: creíamos que Dios era suave, dulce y cauteloso… y justamente la experiencia del fracaso nos presenta la imagen de un dios fuerte, violento, firme.
Cada uno, en la experiencia del fracaso, descubrimos una nueva dimensión tanto de sí mismo como de la vida, como de Dios. Se trata de escuchar en silencio. Después de la experiencia del fracaso, ya no podemos hablar con Dios de la misma manera que antes.
En esta escena magnífica, en que Dios se vuelve un ‘velo protector’ sobre el corazón de Elías, en el que Elías vuelve a recuperar sus propias fuerzas y sus ganas de vivir mas allá de su voluntad y su valor, en esta experiencia que acontece siempre que nos animamos a mirar al fracaso a los ojos, experimentamos ‘la resurrección’. No es un cambio pasajero. Es como poder divisar ‘un extranjero’ que vivía dentro nuestro y no conocíamos. Es recuperar una identidad distinta, una nuevo sabor de la vida, que es hermosa por el solo hecho de ser vivida. Ya no necesitamos causas ni misiones ni emblemas para vivir. Simplemente la vida misma, en su pan, su agua, su desnudez, comienza a resultarnos gozosa.

Clavo Mi Remo En El Agua Llevo Tu Remo En El Mio Creo Que He Visto Una Luz Al Otro Lado Del Río
El Día Le Irá Pudiendo Poco A Poco Al Frío Creo Que He Visto Una Luz Al Otro Lado Del Río
Sobre Todo Creo Que No Todo Esta Perdido Tanta Lágrima , Tanta Lágrima Y Yo Soy Un Vaso Vacío
Oigo Una Voz Que Me Llama Casi Un Suspiro Remaaa , Remaaaa , Remaaaa En Esta Orilla Del Mundo
Lo Que No Es Presa Es Baldío Creo Que He Visto Una Luz Al Otro Lado Del Río
Yo Muy Serio Voy Remando Muy Adentro Sonriendo Creo Que He Visto Una Luz Al Otro Lado Del Río
Sobre Todo Creo Que , No Todo Esta Perdido Tanta Lágrima , Tanta Lágrima Y Yo Soy Un Vaso Vacío
Oigo Una Voz Que Me Llama Casi Un Suspiro Remaaaa,Remaaaaa,Remaaaa
Clavo Mi Remo En El Agua Llevo Tu Remo En El Mio Creo Que He Visto Una Luz l Otro Lado Del Río

No hay que asustarse en “querer morir”. Suele aparecer en algunos momentos de la vida. Pero es tan difícil mirar a los ojos a ese sentimiento que nos asustamos mucho, dramatizamos mucho, aumentamos el peso del agobio de ese sentimiento. Hablemos con nuestro “querer morir”. Digámosle “buenos días, tristeza”. No nos asustemos. No es terrible. ¡Es tan humano! ¿quién no ha querido morir alguna vez? ¡quién alguna vez no sintió aunque mas no sea algo parecido , que la vida no tenía mucho sentido, aunque sea en una experiencia de aburrimiento extremo? ¡’por qué tanta lucha? ¡para qué correr tanto? ¿quién no se sintió alguna vez paralizado? ¡Saquémosle a la vida todas las ‘lentejuelas que le hemos puesto! Esto es la vida: inviernos y primaveras.
Atravesemos el túnel.

“Y en ese momento el Señor pasaba. Sopló un viento huracanado que partía las montañas y resquebrajaba las rocas delante del Señor. Pero el Señor no estaba en el viento. Después del viento, hubo un terremoto. Pero el Señor no estaba en el terremoto. 12 Después del terremoto, se encendió un fuego. Pero el Señor no estaba en el fuego. Después del fuego, se oyó el rumor de una brisa suave. 13 Al oírla, Elías se cubrió el rostro con su manto, salió y se quedó de pie a la entrada de la gruta. Entonces le llegó una voz, que decía: “¿Qué haces aquí, Elías?”.

QUE EL SEÑOR PASE SOBRE NUESTRO CORAZÓN COMO BRISA SUAVE DICIÉNDONOS QUE AQUÍ ESTÁ

Balada para mi muerte Música: Astor Piazzolla Letra: Horacio Ferrer
Moriré en Buenos Aires, será de madrugada, guardaré mansamente las cosas de vivir,
mi pequeña poesía de adioses y de balas, mi tabaco, mi tango, mi puñado de esplín.
Me pondré por los hombros, de abrigo, toda el alba, mi penúltimo whisky quedará sin beber,
llegará, tangamente, mi muerte enamorada, yo estaré muerto, en punto, cuando sean las seis.

Hoy que Dios me deja de soñar, a mi olvido iré por Santa Fe,
sé que en nuestra esquina vos ya estás toda de tristeza, hasta los pies.
Abrazame fuerte que por dentro me oigo muertes, viejas muertes,
agrediendo lo que amé. Alma mía, vamos yendo, llega el día, no llorés.

Moriré en Buenos Aires, será de madrugada, que es la hora en que mueren los que saben morir.
Flotará en mi silencio la mufa perfumada de aquel verso que nunca yo te supe decir.
Andaré tantas cuadras y allá en la plaza Francia, como sombras fugadas de un cansado ballet,
repitiendo tu nombre por una calle blanca, se me irán los recuerdos en puntitas de pie.

Moriré en Buenos Aires, será de madrugada, guardaré mansamente las cosas de vivir,
mi pequeña poesía de adioses y de balas, mi tabaco, mi tango, mi puñado de esplín.
Me pondré por los hombros, de abrigo, toda el alba, mi penúltimo whisky quedará sin beber,
llegará, tangamente, mi muerte enamorada, yo estaré muerto, en punto, cuando sean las seis,