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Mirar la vida con ojos de mosca
jueves, 14 de junio de 2007
Todo lo que hasta ahora yo consideraba una ganancia, lo tengo por pérdida a causa de Cristo. Más aún, todo me parece una desventaja comparado con el inapreciable conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por Él he sacrificado todas las cosas, las que considero como desprecio, con tal de ganar a Cristo y estar unido a Él con mi propia justicia. Lo que procede de la Ley, aquella que nace de la fe en Cristo, la que viene de Dios y se funde en la fe. Así podré conocerlo a Él y conocer el poder de su resurrección y participar de sus sufrimientos, hasta hacerme semejante a la muerte, a fin de llegar, si es posible, a la resurrección de los muertos. Esto no quiere decir que yo haya alcanzado la meta ni haber logrado la perfección, pero sigo mi carrera con la esperanza de alcanzarla, habiendo sido yo mismo alcanzado por Cristo Jesús. Hermanos, yo no pretendo haberlo alcanzado, digo solamente, olvidándome del camino recorrido, me lanzo hacia delante y corro en dirección de la meta para alcanzar el premio del llamado del Cielo, que Dios me ha hecho en Cristo Jesús.
Filipenses 3, 7 – 14
Exploradores de la vida, buscadores de sueños que llenan el corazón de esperanzas, constructores, no de ilusiones sino de realidades fundadas en Jesús, que nos invita a despertar a la vida cada mañana, con la Gracia de la resurrección.
Como Pablo nos dice:
“olvidate de lo que quedó atrás, animate a caminar por lo que viene por delante”
.
La vida te ofrece una nueva oportunidad. ¡Cuántas veces hemos descubierto esto!, ¿no?, todo parecía que terminaba y en realidad comenzaba una nueva etapa, la que se construía con aquella experiencia de vida que vence toda angustia, toda tristeza, toda muerte, toda desesperación y todo dolor.
Esta es la experiencia de Jesús resucitado que puede más que todo aquello, que forma parte de la vida y es justamente en ese lugar donde Jesús no nos quiere ni sufriendo, ni angustiados, ni entristecidos, ni deprimidos, Jesús viene para rescatarnos, redimirnos y hacernos testigos de la vida, bajo el signo de la esperanza con la que nos dice:
“un pasito mas allá está lo que estabas buscando, animate a darlo”
.
¿Cuántas veces te ha pasado de decir “hasta acá llegamos”?, y después que diste el paso que tenías que dar, encontraste lo que estabas buscando o esperando, sabiéndolo o habiéndolo intuido, sin saberlo, viéndote sorprendido, por cuanto la vida te dió una caricia en medio de muchos golpes y de muchas heridas, con las que también la vida se va construyendo.
Nos pasa, más de una vez, casi te diría todos los días. ¡¿Cuántas veces a la mañana nos solemos decir, “empezar el día de hoy?!. Cómo me quedaría hoy en la cama, cuanto daría hoy para que fuera uno de esos domingos donde uno puede despertarse un poquito más tarde, remolonear un poco, darse un tiempo para un respiro más largo, porque la exigencia de lo cotidiano suele aparecer como demasiado fuerte para darle frente de batalla en el comienzo mismo de la jornada.
Sin embargo, en vez de dejarte tentar por el discurso del “quedate, está bien, dejalo para mañana”, decidís que es para hoy el paso que hay que dar, y la vida te sorprende gratamente, y así “menos mal que vine”, “qué bien que hice en dar este paso”, cuantas veces nos pasa eso, ¿no?.
Viste cuando te invitan a una reunión y vos decís: “voy o no voy”, ¿qué hago?, no tenés muchas ganas, pero bueno, diste tu palabra, dijiste que ibas a ir y después que estás allí en esa reunión, en ese encuentro, decís “menos mal que vine”.
Esto que es experiencia, que se da con cierta frecuencia en nosotros, nos habla de aquello que la Palabra nos invita a recorrer como camino hoy, con Pablo. Cuando él experimenta esto mismo, dice
“yo me lanzo hacia delante y dejo atrás lo que fue atrás porque he encontrado delante de mí el camino: es Cristo, es Jesús”
.
Claro, cuando uno vive en Jesús todas las cosas que ocurren son oportunidades para crecer en Jesús, también las más dolorosas, las más duras, las más difíciles y las más crucificantes, todo sirve y todo alcanza para que en Cristo podamos madurar y crecer.
Te invito a que nos cuentes de ese espíritu explorador que hay en vos, de ese espíritu de audacia que hay en vos, de ese corazón que se anima a un paso más, de ese de no arrepentirte, de, a pesar de no tener todo claro y definido, haber seguido hacia delante. ¿Te ha pasado alguna vez?, yo sé que sí, contanos tu historia.
Era la primera vez que los abuelos la llevaban del pueblo al campo, la niña tenía 3 años, y en ese mundo nuevo para ella veía por primera vez un corral con gallinas, se asombraba ante la nariz olisqueante de los conejos, miraba con temerosa admiración el nerviosismo de las mulas en la cuadra, y cuando parecía concluida la hora de los asombros, y caída la noche comenzaron a cenar, llegó, de pronto, la pequeña con los ojos multiplicados por el entusiasmo y comenzó a tirar de la manga de su mamá, sin decir otra cosa que un imperante “¡Vení! ¡Vení, vení!”. La madre se dejó arrastrar hasta el patio y allí vio como la niña levantaba su manito hacia el cielo, y desde la cima de la oratoria decía una sola palabra “¡Mirá, mirá!”, ¿qué había descubierto?, lo que en los pueblos con luces y en las ciudades llenas de luminarias a veces perdemos: la dimensión de la belleza de las estrellas, y esa niña no podía decir otra cosa que “¡mirá, mirá!”.
Sirve esta pequeña historia para ayudarnos a conectarnos con ese “¡mirá que lindo, mirá que bello!”, mirá que costado hermoso tiene la vida, mirá que oportunidad nueva te ofrece, mirá que vale la pena dar el paso hacia delante.
“Yo”
, dice Pablo,
“habiendo dejado atrás lo que fue, me animo a ir hacia delante para buscarlo a aquel que me invita a ir hacia delante”
.
Hay una expresión que a los argentinos nos causa mucha gracia, pero que es propia del espíritu lleno de esperanza de nuestros hermanos brasileños: “pa frenchi”, adelante, vamos para adelante. Pa frenchi es ese ánimo propio de una cultura que está impregnada de positivismo, que ve las cosas con un espíritu que conduce hacia el futuro, hacia lo que vendrá.
De eso se trata, de la posibilidad de descubrir lo nuevo, de nuestra posibilidad de decir “¿dónde están las estrellas que por allí se nos han apagado en el corazón?”, de animarnos a ir hacia delante.
Hoy es un día de aquellos, lo que el Señor quiere es sacudirte la modorra, el cansancio, la fatiga, la desesperanza, la angustia y tal vez la tristeza, para decirte Él a vos: ¡Mirá, mirá!.
Animate a mirar lo que Dios te invita a mirar, no está muy lejos de vos la oportunidad que se te ofrece para que el día de hoy sea distinto, tan distinto como es descubrir, cuando uno es niño, las cosas que admiran, asombran y dejan el corazón lleno de satisfacciones, que invitan a una nueva experiencia de descubrir y seguir descubriendo.
Por eso, en esa etapa de nuestra amiga de 3 años, a los niños se les llama
reambulantes,
porque andan entre la pollera de la madre y las ollas, en el patio comiendo tierra y un poquito jugando con el perro, metiendo la mano en la boca del perro, porque están descubriendo el mundo, porque están admirándose de lo nuevo.
Jesús nos quiere de ese estilo, nos quiere en realidad como niños. Si ustedes no son como niños, no podrán nunca terminar de encontrar, como nuestra amiga, las estrellas del cielo, admirarse y decir: ¡Mirá, mirá!.
Yo te recuerdo una de las reglas de discernimiento de San Ignacio, de la primera semana. Dice: “cuando una persona va de bien en mejor, el mal espíritu pone impedimento”. Cuando uno va de bien en mejor, ¿qué hace el mal espíritu?: muerde, entristece el alma, dice San Ignacio de Loyola, te pone la traba, te molesta, te hace el boicot, te hace una escaramuza, no te puede hacer la guerra, porque la vas ganando, entonces te plantea una pequeña batalla por acá, otra por allá.
¿Qué hay que hacer?: darle poca importancia, no darle demasiada importancia, seguir con paciencia en los proyectos.
Fijate que el mal espíritu es un inútil colaborador en este sentido, porque ayuda a la paciencia, ayuda a la humildad, a no agarrar los proyectos como la súper mujer o el súper héroe, sino a tomarlos entre las manos como quien sabe caminar con veracidad y con realismo, ayuda a afrontar las cosas con ese espíritu de sencillez con el que Dios quiere que vivamos los proyectos que Él nos propone. Así que, ánimo, te invito a no cansarte en tu lucha por cuando te pone la traba, y a empezar de nuevo.
A veces uno da un paso sobre lo nuevo y lo que no se animaba, se animó a decir: “bueno, está bien, voy”, y entonces descubre: “menos mal que fui”, y lo sorprende el hecho de haber estado en aquel lugar que soñaba o esperaba de otra forma, porque el ánimo lo disponía de una manera distinta, la vida siempre tiene alguna buena sorpresa.
A veces también Dios te sorprende, ¿no?, y en vez de dar vos el paso hacia delante, Él lo da sobre vos y te sorprende gratamente, más allá de lo que esperabas, como es una visita, no damos nosotros el paso, el paso lo da Él. Vino, nos sorprendió….
¡Qué lindo es encontrarse con ese costado de la vida, donde más que dar uno el paso, lo dan por uno!, y a veces es así, Dios te toma upa, porque no te da para dar pasos, sino que te sentís como que te llevan, que te conducen.
En uno y en otro sentido es ser como niños, es recuperar esa condición de ser como niños, la única con la cual podemos contar para entrar en el Reino de Dios, en el Reino de los Cielos.
El ser como niños nos pone de cara a mirar lo nuevo que Dios tiene para nosotros “ahí, un poquito más adelante”, si nos animamos a dar el pasito, o, a veces, cuando no podemos, porque no nos da la tela, no nos da el cuero,
Dios
hace eso mismo por nosotros,
nos alza, nos pone entre sus brazos, y abrazándonos
en su ternura y en su amor, nos hace dar pasos más allá de lo que por nosotros mismos podemos dar.
¿Qué hace Dios con todo esto?:
recrea en nosotros la esperanza.
La esperanza es la virtud teologal, junto a la fe y a la caridad, donde Dios construye nuestro organismo espiritual, para hacernos a Él y a su medida, para ponernos a la altura de Él.
Una virtud quiere decir una fuerza, la virtualidad es eso, no es lo virtual, como entendemos hoy en la comunicación, a algunos fenómenos de no realidad con los que nos vinculamos.
La virtud es una fuerza.
La virtud viene de arriba, de lo Alto, y nos permite con Dios dar un paso hasta donde Él nos quiere llevar, nos quiere conducir.
Hay una gran virtud, hablando de fuerzas, una gran posibilidad para ir adelante cuando no demoramos los pasos, corremos el riesgo de apurar los pasos y meter la pata, de no respetar los tiempos que tienen las cosas, porque las cosas tienen su misterio, y el hombre, por más que sea lo más grande que hay en la existencia, no es el que maneja todas las cosas, es así.
Uno tiene varias posibilidades cuando va “pa frenchi”, digamos, te ponés anteojeras y no mirás más nada, vas para adelante… y tenés varios riesgos, no de atropellar, sino de que te atropellen, ¿porqué no mirás en un grado angular más amplio?, también corrés el riesgo de mirar “pa frenchi”, de no mirar para arriba, de no darle una mirada al Cielo.
Yo creo que hay que caminar como en una esfera, con dimensión de esfera, hacia atrás porque la historia enseña, hacia los costados porque no hay que dejarse atropellar; hacia delante porque no tengo que atropellar; y hacia abajo porque hay que mirar donde uno pisa.
Hay que caminar con ojos de mosca.
Fijate el ejemplo de las anteojeras, es una figura muy linda, se las usa en los caballos de carrera, se les colocan para que no se dispersen, para que no se asuste el caballo, ojo, cuando mucha gente está como muy orientada hacia delante, puede estar muy asustada.
Cuando te encasillás y perdés la apertura, es porque tenés miedo también, mucha gente tiene miedo de vivir y de proyectarse en su vida humana, miedo al fracaso, a veces la memoria de los fracasos hace que hoy tenga miedo.
Dice la persona: “esto no me pasa de nuevo”, se pone la coraza, y, ¡vamos para adelante!, no es ese el ir para adelante del que estamos hablando.
Humanamente, sin Dios, yo necesito seguridades, necesito definiciones. Sin embargo, yo, confiando en Dios y creyendo en Él, y poniendo mi vida en Él, no necesito tener arreglados todos los asuntos de la temporalidad y de la certeza, necesito creer en Él, necesito confiar, ser como niño.
Esto de decir las palabras de Jesús:
“ustedes pongan su tesoro en el Cielo”,
cuidarse de esta tentación en la sociedad de hoy, ¿dónde nace el materialismo?: nace en la búsqueda de seguridades por la ausencia de Dios.
Dios no está, y entonces hay que crear algún otro dios que lo reemplace, entre otros el materialismo, los ídolos, porque es tan evidente que la persona no se puede llenar con nada sino con lo que es persona.
En la Carta a los Filipenses,
“habiendo sido alcanzado por Jesucristo me lanzo hacia delante para ver si yo lo puedo alcanzar. No porque yo no esté ya con Cristo sino porque no he alcanzado del todo la plenitud que Cristo me ofrece”
, dice Pablo.
Este caminar, y esta condición de peregrinos es la que define el corazón del cristiano.
Somos peregrinos.
Como siempre repetimos, si nosotros nos paramos, si nos detenemos, si en la vida nos frenamos y pensamos que hemos llegado o que nos podemos tirar unas largas vacaciones, lo más fácil es, como decimos “que nos coman los piojos”.
No podemos darnos el lujo de detenernos o de frenarnos, si, por supuesto, que hay que respirar hondo, que el descanso es necesario para poder retomar nuevas fuerzas, pero para eso:
para seguir peregrinando,
para seguir caminando, para una vez más renovarnos en el andar y en el caminar.
Te invito a que renueves tu decisión de hacer lo que hace tiempo deberías haber hecho, o que te está golpeando las puertas, para que le abras el corazón a la oportunidad de enfrentar lo que tenés por delante.
No dejemos para mañana lo que hoy podemos hacer.
No hagamos como Mafalda, que decía “mañana empiezo”, sino, animémonos a dar el pasito, no grandes pasos, sino el pasito que hoy hay que dar, para mañana dar otro, y pasado otro.
Por allí, cuando sentimos que interiormente los problemas nos abruman, es porque estamos en esa actitud llena de temor, de miedo, de llamar a las cosas por el nombre que tienen, y entonces nos van como ganando los fantasmas interiores, que nos impiden caminar con la Verdad, con la veracidad en la vida.
Vamos hacia delante, para adelante, no con anteojeras, sino rodeados por una esfera del amor de Dios, que es en definitiva, el que nos envuelve y nos hace vivir, reconciliados con el pasado, con los pies sobre la tierra del presente y con el futuro lleno de esperanzas.
Es esa justamente la virtud de la esperanza, la que alienta el corazón para animarnos a dar el paso que no sabemos cómo dar, esto es un regalo de Dios,
es una ofrenda que Él nos hace,
tal vez digas, “pero yo no tengo esto”, bueno, pedilo, pedí la esperanza, porque es de Dios, es directamente de Él.
Hay otras acciones que vienen más mediadas, por ejemplo, la amistad es de Dios, pero viene mediada de un vínculo, de acuerdo a libertades que se hacen una, para caminar juntas.
Las
virtudes
, la
fe
, la
caridad
y la
esperanza
son de Dios.
Por ahí nosotros decimos “mi marido no tiene fe”, entonces pensamos que bajándole el catecismo de la Iglesia Católica, insistiéndole en que vaya a misa, y poniéndonos un poco pesados y cargosos, vamos a lograr que reaccione positivamente, lo más fácil es que tu marido le tome bronca a la actitud con la que vos le estás planteando el camino, y también al camino mismo, que vos descubriste por gracia de Dios, ese lugar no te pertenece, ni lo has conquistado por algún esfuerzo, por algún acto de piedad en particular o por tu compromiso con la comunidad.
La fe es esto, esta absoluta originalidad y primacía que tiene Dios en el primer paso que se da en la existencia, que siempre parte de Él, pasa en la vida temporal, y pasa en la vida de la fe.
Papa Juan Pablo decía, cuando terminaba el segundo milenio:
“los cristianos tenemos que vivir el pasado con agradecimiento, el presente con pasión y el futuro con esperanza”
, de una manera más existencial entendemos el ejercicio de esta esperanza.
Yo creo que ese desafío de mirar el pasado con agradecimiento es muy importante para poder vivir el realismo en el presente y proyectar la vida.
La esperanza, como virtud teologal, es la que nos hace vivir todos los días con algún proyecto, porque el gran proyecto es el Cielo.
Como decía un amigo mío en el seminario: “yo antes creía que el cielo era como una gran pantalla de cine, en donde estaban viendo una película todo el tiempo, ¡qué aburrido!”.
No, de ninguna manera, el cielo es realmente una cosa muy divertida, muy dinámica, muy llena de vida, es verdad que va a desaparecer, como dice Pablo, la esperanza en el cielo, pero en realidad es, que hasta que lleguemos allá, tenemos que vivir en la expectativa de…
Es tener expectativa de vida, es tener esperanza, hay una diferencia que yo descubro en este tiempo entre el deseo y la ilusión, a veces nosotros nos quedamos prendidos en la ilusión de los proyectos, y nos movemos en un plano un tanto ideal, y si no es como uno se imaginó, capaz que caiga un poquito en la desilusión.
Padre Javier Soteras
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