Mis hermanos: generosos campos de Dios

martes, 7 de julio de 2015
image_pdfimage_print

10887316_10153116069899238_6457063226469568509_o

07/07/2015 – En cuanto se fueron los ciegos, le presentaron a un mudo que estaba endemoniado. El demonio fue expulsado y el mudo comenzó a hablar. La multitud, admirada, comentaba: “Jamás se vio nada igual en Israel”. Pero los fariseos decían: “El expulsa a los demonios por obra del Príncipe de los demonios”. Jesús recorría todas las ciudades y los pueblos, enseñando en las sinagogas, proclamando la Buena Noticia del Reino y curando todas las enfermedades y dolencias. Al ver a la multitud, tuvo compasión, porque estaban fatigados y abatidos, como ovejas que no tienen pastor. Entonces dijo a sus discípulos: “La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha.”

Mt 9,32-38

Queremos detenernos frente al campo de la vida fraterna y descubrir los frutos que se esconden detrás de esos con los…

Posted by Radio María Argentina on Martes, 7 de julio de 2015

 

La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos

El Evangelio relata que “Jesús recorría todas las ciudades y aldeas… Al ver a las muchedumbres, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas “como ovejas que no tienen pastor”. Entonces Jesús dice a sus discípulos: “La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos; rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha”. Estas palabras nos sorprenden, porque todos sabemos que primero es necesario arar, sembrar y cultivar para poder luego, a su debido tiempo, cosechar una mies abundante. Jesús, en cambio, afirma que la cosecha es abundante. ¿Pero quién ha trabajado para que el resultado fuese así y en medio de tanta riqueza sobreabundara el amor de Dios? La respuesta es una sola: Dios.

Evidentemente el campo del cual habla Jesús es la humanidad, somos nosotros. Y la acción eficaz que es causa del “mucho fruto” es la gracia de Dios, la comunión con él. Por tanto, la oración que Jesús pide a la Iglesia se refiere a la petición de incrementar el número de quienes están al servicio de su Reino.

San Pablo, que fue uno de estos “colaboradores de Dios”, se prodigó incansablemente por la causa del Evangelio y de la Iglesia. Con la conciencia de quien ha experimentado personalmente hasta lo más hondo de su ser que la voluntad salvífica de Dios, y que la iniciativa de la gracia es el origen de toda vocación. Es en el corazón de los hermanos donde abunda esa riqueza, por eso el Apóstol recuerda a los cristianos de Corinto: “Ustedes son campo de Dios”. La mirada ha de detenerse en el alma de mi hermano, mi amigo, mi vecino mis compañeros, como buscando entender que por encima de ciertas malezas, que hay en todo campo, por sobre todas las cosas abunda el buen trigo.  Hoy queremos detenernos en el campo maravilloso de la vida fraterna y descubrir los frutos que hay en nuestros cercanos y reconocerlo con nombre y apellido. Puede ser fruto de la bondad, de la alegría, del servicio, de la mirada esperanzadora… Estamos llamados a trabajar para que aparezca lo mejor que está escondido en el campo de nuestros hermanos. 

Así, primero nace dentro de nuestro corazón el asombro por una mies abundante que sólo Dios puede dar; luego, la gratitud por un amor que siempre nos precede; por último, la adoración por la obra que él ha hecho y que requiere nuestro libre compromiso de actuar con él y por él.

El Señor obra con generosidad sin que nosotros hayamos hecho nada. La cosecha de valores, de dones y bienes, es sobreabundante. Necesitamos primero mirar con ojos creyentes el campo tan bien sembrado y trabajado en el corazón de cada hermano. 

Muchas veces nosotros miramos la realidad con espíritu de sospecha sin vincularnos con confiamos con lo bueno, noble y justo que el Señor ha puesto a nuestro alrededor. La cosecha es mucha, y eso quiere decir que la siembra lo es más aún. Si ensombrecemos la mirada y sólo vemos la maleza, implica que me estoy perdiendo la riqueza del evangelio. A veces la actitud poco creyente de la vida de Dios en medio nuestro hace que a veces le creamos más a la mirada de mundo llena de amargura y tristeza. Lo bueno, lo noble, lo bello y lo abundante de vida está allí, ya es una realidad para ser gozado.

Pertenecemos a Jesús

Muchas veces hemos rezado con las palabras del salmista: “Él nos hizo y somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño”; o también: “El Señor se escogió a Jacob, a Israel en posesión suya”. Nosotros somos propiedad de Dios y los que están con nosotros también, no en el sentido de la posesión que hace esclavos, sino de un vínculo fuerte que en Dios nos hace ricos.

El Señor ha sembrado en nosotros un pacto de alianza que permanece eternamente porque su amor es para siempre. Dios nos bendice en el compartir de todos los días cuando nos vinculamos desde esos lugares de vida que nos sacan de la mirada opaca y desesperanzada frente a lo que vendrá. El Señor nos invita a mirar con nuevos ojos y nos abre un campo frente a nosotros con un campo extenso y rico. 

Hay distintas razones o motivos desde donde uno puede despertar éstos valores de la vida fraterna. El buen hermano te capacita para descubrir lo mejor que hay en vos y en otros, quizás sin decirlo. El hermano que te muestra lo mejor de sí y saca a la luz lo mejor de vos, es el que te quiere en serio, e incluso conociéndote se queda con lo mejor. El hermano de corazón aún cuando haya error, te defiende sin dejar de decirte la verdad sobre tu pifiada. Hace que te veas bien frente a los demás, habla bien de vos, aunque conozca partes tuyas que no son buenas…

 

Una mañana, en un retiro, meditando un anuncio me encontré con una expresión que resonó de una manera muy especial en mi corazón: “descalzarse para entrar en el otro”. Le pregunté al Señor qué significaba esto. Se me ocurrían palabras como respeto, delicadeza, cuidado, prudencia.

Me sentí impulsada a leer las palabras del Éxodo (3,5): “No te acerques más, sácate tus sandalias porque lo que pisas es un lugar sagrado”. Fueron las palabras de Yaveh a Moisés ante la zarza que ardía sin consumirse y pensé: “Si Dios habla al interior de mi hermano, su corazón es un lugar sagrado”.

No tardé en ponerme en oración. Jesús me presentaba uno a uno a mis hermanos de comunidad y luego a otros, y descubrí cómo habitualmente entro en el interior de cada uno sin descalzarme, simplemente entro; sin fijarme en el modo, entro. Experimenté una fuerte necesidad de pedir perdón al Señor y a mis hermanos.

Sentí que el Señor me invitaba a descalzarme y luego a caminar. Inmediatamente experimenté una resistencia: “no quería ensuciarme”. Me resultaba más seguro andar calzada. Vi, entonces, dos cosas básicas que me impiden entrar descalza en los otros: la comodidad y el temor.

Vencido ese primer momento comencé a caminar y el Señor a cada paso iba mostrándome algo nuevo. Advertí cómo él mismo estaba descalzo dentro mío.  *

 

Familia (5)

Descalzos, cuidar la familia

Decía ayer el Papa Francisco en la misa multitudinaria en Guayaquil (Ecuador):

“Allí en la familia «se aprende a pedir permiso sin avasallar, a decir “gracias” como expresión de una sentida valoración de las cosas que recibimos, a dominar la agresividad o la voracidad (es decir a no vincularnos a la maleza), y allí se aprende también a pedir perdón cuando hacemos algún daño, cuando nos peleamos. Porque en toda familia hay peleas. El problema es después pedir perdón. Estos pequeños gestos de sincera cortesía ayudan a construir una cultura de la vida compartida y del respeto a lo que nos rodea» (Laudato si’, 213).

La familia es el hospital más cercano, cuando uno está enfermo lo cuidan ahí mientras se puede. La familia es la primera escuela de los niños, es el grupo de referencia imprescindible para los jóvenes, es el mejor asilo para los ancianos. La familia constituye la gran «riqueza social», que otras instituciones no pueden sustituir, que debe ser ayudada y potenciada, para no perder nunca el justo sentido de los servicios que la sociedad presta a sus los ciudadanos. En efecto, estos servicios que la sociedad presta a los ciudadanos no son una forma de limosna, sino una verdadera «deuda social» respecto a la institución familiar, que es la base y la que tanto aporta al bien común de todos”

 

Padre Javier Soteras

 

* Fragmento “La semilla que crece” de Lili Guita. Editorial de la Palabra de Dios. 2000