Misericordia quiero y no sacrificios

viernes, 4 de julio de 2014
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04/07/2014 – El amor de Jesús lo lleva a buscar a los que no cuentan, a los que están afuera y nadie busca y necesitan de esa acción misericordiosa de Dios. Así como lo llama a Mateo te llama a vos y a mí.

 

Al irse de allí, Jesús vio a un hombre llamado Mateo, que estaba sentado a la mesa de recaudación de impuestos, y le dijo: "Sígueme". El se levantó y lo siguió. Mientras Jesús estaba comiendo en la casa, acudieron muchos publicanos y pecadores, y se sentaron a comer con él y sus discípulos. Al ver esto, los fariseos dijeron a los discípulos: "¿Por qué su Maestro come con publicanos y pecadores?". Jesús, que había oído, respondió: "No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos.Vayan y aprendan qué significa: Yo quiero misericordia y no sacrificios. Porque yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores".

Mt 9, 9-13

 

 

Yo quiero misericordia y no sacrificios. ¿Por qué? Porque la misericordia arranca del corazón, en cambio el sacrificio muchas veces puede ser una hipocresía porque es algo externo. Eso pasaba con el pueblo de Israel, ellos ofrecían grandes sacrificios pero no tenían la apertura de corazón para recibir al Salvador que estaba entre ellos.

La misericordia sale únicamente del corazón, asi como la misericordia sale de la profundidad del corazón de Dios. Mi corazón puede estar distante de eso, y Jesús lo denuncia “el corazón de ustedes está lejos de Dios”, por eso presentan sacrificios que falsean. En la primera lectura que se lee hoy, habla de esto, el profeta Amós dice que están falseando la balanza, midiendo el tiempo en que dura el ayuno, por ende ese sacrificio no sirve porque es hipócrita.

3 puntos nos da el evangelio de hoy: la llamada de Jesús a Mateo, la invitación a esta mesa nueva que Jesús hace a los pecadores, y Jesús que viene a sanar a los que estamos enfermos, no a los sanos, por eso prefiere la misericordia y no el sacrificio.

El amor de Jesús lo lleva a buscar a los que no cuentan, a los que están afuera y nadie busca y necesitan de esa acción misericordiosa de Dios. Así como lo llama a Mateo te llama a vos y a mí. Nos llama a todos, y no excluye en su llamada. A veces somos nosotros los que ponemos “peros” y sentimos que llama a otro pero no a nosotros. Vos estás invitado a reconocer tus limitaciones, y en medio de ellas, al Señor que te busca. La Iglesia, como dice Francisco, está llamada a ser un hospital de campaña donde sale a sanar heridas con la misericordia del Padre que sana y pone de pie. Más importante que la ley y el sacrificio es la misericordia. La Iglesia nacida de las entrañas de Cristo tiene por misión caminar en búsqueda de los extraviados, traerlos, sanarlos y ser fuente de perdón. Esta es la verdadera inversión de tiempo y recursos que tenemos. Cada uno de los bautizados deben hacer presente esta obra de la misericordia de Dios en lo de todo slos días. Hay una llamada especial que Dios hace a cada uno de nosotros, para que cuando tomemos conciencia, seamos los primeros transmisores de esta misericordia de Dios.

Mateo, siendo pecador, está llamado para poder transmitir la misericordia de Dios a los pecadores. Quien tiene experiencia de haber recibido la misericordia de Dios es el mejor testigo para poder llegar al corazón de los demás, sus dolores y heridas. El Señor nos llama para enviarnos, luego de habernos “misericordiados”. A ésto lo podemos hacer camino concreto de apostolado, porque como Mateo, nosotros también estamos llamados a recibir la misericordia de Dios para después propagarla en la de todos los días. Aunque a veces sean lugares hostiles, allí estamos nosotros, para hacer presente la misericordia que Cristo nos regaló con palabras y gestos.

Todos estamaos invitados a esa cena. Llamando a Mateo, Jesús llegó a todos sus allegados y amigos, y Jesús comparte con ellos la cena sin miramientos del resto que lo criticaban. Él ha venido por los que estamos enfermos. Necesitamos una experiencia viva de Cristo, que es el gran desafío de la evangelización. Necesitamos tener una experiencia concreta d elo que es la misericordia de Dios para después poder testimoniarla a los demás. Sin esa experiencia es muy dificil comunicar a los demás lo que yo no tengo.

Misericordiados para llevar misericordia

Aparecida 32 hace referencia a la alegría de ser discípulos y misioneros de Jesucristo. “La alegría que hemos recibido en el encuentro con Jesucristo, a quien reconocemos como el Hijo de Dios encarnado y redentor, deseamos que llegue a todos los hombres y mujeres heridos por las adversidades; deseamos que la alegría de la buena noticia del Reino de Dios, de Jesucristo vencedor del pecado y de la muerte, llegue a todo s cuantos yacen al borde del camino pidiendo limosna y compasión (cf. Lc 10, 29-37; 18, 25-43). La alegría del discípulo es antídoto frente a un mundo atemorizado por el futuro y agobiado por la violencia y el odio. La alegría del discípulo no es un sentimiento de bienestar egoísta sino una certeza que brota de la fe, que serena el corazón y capacita para anunciar la buena noticia del amor de Dios. Conocer a Jesús es el mejor regalo que puede recibir cualquier persona; haberlo encontrado nosotros es lo mejor que nos ha ocurrido en la vida, y darlo a conocer con nuestra palabra y obras es nuestro gozo”

Sólo la misericordia arranca lo mejor del corazón. Dios nunca abandona a la humanidad y viene a sanar a los enfermos y pecadores, para que experimentáramos su misericordia y pudieramos ser testigos de ellos. En el punto 30 y 31 continúa el Documento de Aparecida:

“La Iglesia debe cumplir su misión siguiendo los pasos de Jesús y adoptando sus actitudes (cf. Mt 9, 35-36). Él, siendo el Señor, se hizo servidor y obediente hasta la muerte de cruz (cf. Fil 2, 8); siendo rico, eligió ser pobre por nosotros (cf. 2 Cor 8, 9), enseñándonos el itinerario de nuestra vocación de discípulos y misioneros. En el Evangelio aprendemos la sublime lección de ser pobres siguiendo a Jesús pobre (cf. Lc 6, 20; 9, 58), y la de anunciar el Evangelio de la paz sin bolsa ni alforja, sin poner nuestra confianza en el dinero ni en el poder de este mundo (cf. Lc 10, 4 ss). En la generosidad de los misioneros se manifiesta la generosidad de Dios, en la gratuidad de los apóstoles aparece la gratuidad del Evangelio.

En el rostro de Jesucristo, muerto y resucitado, maltratado por nuestros pecados y glorificado por el Padre, en ese rostro doliente y glorioso21 , podemos ver, con la mirada de la fe el rostro humillado de tantos hombres y mujeres de nuestros pueblos y al mismo tiempo su vocación a la libertad de los hijos de Dios, a la plena realización de su dignidad personal y a la fraternidad entre todos. La Iglesia está al servicio de todos los seres humanos, hijos e hijas de Dios” (30 y 31)

La llamada de Jesús es conccreta y se manifiesta en lo cotidiano. Como decía santa Teresita “en lo ordinario está lo extraordinario” cuando obramos desde el amor. Sin embargo la llamada no necesariamente es estruendosa.

Dice el Papa Francisco en “Evangelii Gaudium”: 119. En todos los bautizados, desde el primero hasta el último, actúa la fuerza santificadora del Espíritu que impulsa a evangelizar. El Pueblo de Dios es santo por esta unción que lo hace infalible «in credendo». Esto significa que cuando cree no se equivoca, aunque no encuentre palabras para explicar su fe. El Espíritu lo guía en la verdad y lo conduce a la salvación. 96

Como parte de su misterio de amor hacia la humanidad, Dios dota a la totalidad de los fieles de un instinto de la fe –el sensus fidei – que los ayuda a discernir lo que viene realmente de Dios. La presencia del Espíritu otorga a los cristianos una cierta connaturalidad con las realidades divinas y una sabiduría que los permite captarlas intuitivamente, aunque no tengan el instrumental adecuado para expresarlas con precisión.

En virtud del Bautismo recibido , cada miembro del Pueblo de Dios se ha convertido en discípulo misionero (cf. Mt 28,19). Cada uno de los bautizados, cualquiera que sea su función en la Iglesia y el grado de ilustración de su fe, es un agente evangelizador, y sería inadecuado pensar en un esquema de evangelización llevado adelante por actores calificados donde el resto del pueblo fiel sea sólo receptivo de sus acciones. La nueva evangelización debe implicar un nuevo protagonismo de cada uno de los bautizados. Esta convicción se convierte en un llamado dirigido a cada cristiano, para que nadie postergue su compromiso con la evangelización, pues si uno de verdad ha hecho una experiencia del amor de Dios que lo salva, no necesita mucho tiempo de preparación para salir a anunciarlo, no puede esperar que le den muchos cursos o largas instrucciones.

Todo cristiano es misionero en la medida en que se ha encontrado con el amor de Dios en Cristo Jesús; ya no decimos que somos «discípulos» y «misioneros», sino que somos siempre «discípulos misioneros». Si no nos convencemos, miremos a los primeros discípulos, quienes inmediatamente después de conocer la mirada de Jesús, salían a proclamarlo gozosos: «¡Hemos encontrado al Mesías!» (Jn 1,41). La samaritana, apenas salió de su diálogo con Jesús, se convirtió en misionera, y muchos samaritanos creyeron en Jesús «por la palabra de la mujer» (Jn 4,39). También san Pablo, a partir de su encuentro con Jesucristo, «enseguida se puso a predicar que Jesús era el Hijo de Dios» (Hch 9,20). ¿A qué esperamos nosotros?

Por supuesto que todos estamos llamados a crecer como evangelizadores. Procuramos al mismo tiempo una mejor formación, una profundización de nuestro amor y un testimonio más claro del Evangelio.

En ese sentido, todos tenemos que dejar que los demás nos evangelicen constantemente; pero eso no significa que debamos postergar la misión evangelizadora, sino que encontremos el modo de comunicar a Jesús que corresponda a la situación en que nos hallemos. En cualquier caso, todos somos llamados a ofrecer a los demás el testimonio explícito del amor salvífico del Señor, que más allá de nuestras imperfecciones nos ofrece su cercanía, su Palabra, su fuerza, y le da un sentido a nuestra vida. Tu corazón sabe que no es lo mismo la vida sin Él, entonces eso que has descubierto, eso que te ayuda a vivir y que te da una esperanza, eso es lo que necesitas comunicar a los otros. Nuestra imperfección no debe ser una excusa; al contrario, la misión es un estímulo constante para no quedarse en la mediocridad y para seguir creciendo. El testimonio de fe que todo cristiano está llamado a ofrecer implica decir como san Pablo: «No es que lo tenga ya conseguido o que ya sea perfecto, sino que continúo mi carrera […] y me lanzo a lo que está por delante» (Flp 3,12-13)

Padre Daniel Cavallo