Misericordia y no sacrificio

viernes, 19 de julio de 2024
image_pdfimage_print

19/07/2024

En el evangelio de hoy (Mt 12,1-8) pasa lo siguiente:

En aquel tiempo, Jesús cruzaba por los sembrados un sábado. Y sus discípulos sintieron hambre y se pusieron a arrancar espigas y a comerlas. Al verlo los fariseos, le dijeron: «Mira, tus discípulos hacen lo que no es lícito hacer en sábado». Pero Él les dijo: «¿No habéis leído lo que hizo David cuando sintió hambre él y los que le acompañaban, cómo entró en la Casa de Dios y comieron los panes de la Presencia, que no le era lícito comer a él, ni a sus compañeros, sino sólo a los sacerdotes? ¿Tampoco habéis leído en la Ley que en día de sábado los sacerdotes, en el Templo, quebrantan el sábado sin incurrir en culpa? Pues yo os digo que hay aquí algo mayor que el Templo. Si hubieseis comprendido lo que significa aquello de: ‘Misericordia quiero y no sacrificio’, no condenaríais a los que no tienen culpa. Porque el Hijo del hombre es señor del sábado».

  1. Misericordia quiero y no sacrificio

“. ¿Qué significa esta frase del profeta Oseas que repite Jesús? ¿Acaso que es inútil todo sacrificio y mortificación y que basta con amar para que todo vaya bien? Partiendo de este pasaje se puede llegar a rechazar todo el aspecto ascético del cristianismo, como residuo de una mentalidad aflictiva o maniquea, hoy superada.

Ante todo hay que observar un profundo cambio de perspectiva en el paso de Oseas a Cristo. En Oseas, la expresión se refiere al hombre, a lo que Dios quiere de él. Dios quiere del hombre amor y conocimiento, no sacrificios exteriores y holocaustos de animales. En labios de Jesús, la expresión se refiere en cambio a Dios. El amor del que se habla no es el que Dios exige del hombre, sino el que da al hombre. “Misericordia quiero, que no sacrificio” significa: quiero usar misericordia, no condenar. Su equivalente bíblico es la palabra que se lee en Ezequiel: “No quiero la muerte del pecador, sino que se convierta y viva”. Dios no quiere “sacrificar” a su criatura, sino salvarla.

Con esta puntualización se entiende mejor también la expresión de Oseas. Dios no quiere el sacrificio “a toda costa”, como si disfrutara viéndonos sufrir; no quiere tampoco el sacrificio realizado para alegar derechos y méritos ante Él, o por un malentendido sentido del deber. Quiere en cambio el sacrificio que es requerido por su amor y por la observancia de los mandamientos. “No se vive en amor sin dolor”, dice la Imitación de Cristo, y la misma experiencia cotidiana lo confirma. No hay amor sin sacrificio. En este sentido, Pablo nos exhorta a hacer de toda nuestra vida “un sacrificio vivo, santo y agradable a Dios”.

Sacrificio y misericordia son ambas cosas buenas, pero pueden hacerse uno y otra perjudiciales si se reparten mal. Son cosas buenas si (como hizo Cristo) se elige el sacrificio para uno y la misericordia para los demás; se vuelven malas si se hace lo contrario y se elige la misericordia para uno y el sacrificio para los demás. Si se es indulgente con uno mismo y riguroso con los demás, dispuestos siempre a excusarnos y a ser despiadados al juzgar a los demás. ¿No tenemos nada que revisar al respecto en nuestra conducta?

  1. La contrición y la humildad como gracia

Desde una espiritualidad deformada nos representamos la humildad y la contrición como fruto de un esfuerzo que nace de un arrepentimiento por el mal cometido acompañado por la carga de un sentimiento de culpa por haber faltado a lo que en principio estaba mandado, determinado por un deber ser.

Esta perspectiva culposa de la contrición y su derivado en la supuesta “humildad” no es la que nos presenta la Palabra cuando nos invita a un corazón contrito y un espíritu humilde. La verdadera contrición y humildad nacen de un quebranto del corazón fruto de una manifestación de la grandeza de Dios que pone en evidencia nuestra pequeñez y pobreza. Al modo de Pedro después de la pesca milagrosa, nunca vio tantos peces junto en sus años de pescador, la intervención prodigiosa del Señor le revela su pobreza y lo baja del pedestal de creerse el mejor entre los que surcaban el mar de Galilea. Su expresión es clara: “apártate de mi Señor soy un pecador”.

Cuando el corazón humano se rompe ante la grandeza del Señor sale de adentro de nosotros lo mejor que tenemos para dar. Es la expresión del hijo que perdió todos sus bienes, cuando recupera la memoria del padre decide volver arrepentido para ofrecerse desde su pobreza para recuperar el vinculo paterno, se dice a si mismo: “volveré a la casa de mi padre”

La verdadera conversión nace de una profunda contrición que permite humildemente ponernos en las manos de Dios para que como alfarero rehaga la obra de sus manos. Esta entrega como ofrenda es la que Dios acepta ahí donde El es plenamente Dios y nosotros crudamente rehechos por el amor recreador de su misericordia.

  1. La verdadera caridad nos cambia la mentalidad

La palabra griega metanoia, conversión significa un cambio de raíz de lo profundo, la gracia de la contrición y la humildad fruto de la Misericordia Divina generan esa transformación desde lo mas profundo de nuestro ser. Es promesa de Dios cuando en el AT dice: “les daré un corazón nuevo les infundiré un espíritu nuevo, les arrancaré el corazón de piedra les daré un corazón de carne”, esto es capaz de latir al ritmo de la frecuencia cardiaca divina

Dios da a entender los motivos por los cuales obra de esa manera: el viene a sellar un vínculo de alianza nueva con su pueblo: “ustedes serán mi pueblo yo seré el Dios de ustedes”. De ahí que al final del proceso de transformación profunda lo que se implanta en nosotros es en realidad el corazón de Dios sus propias entrañas maternas, su infinita Misericordia