Nacer del agua y del espíritu – El Bautismo

domingo, 1 de julio de 2012
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“Entre los fariseos había un personaje llamado Nicodemo. Este fue de noche a ver a Jesús y le dijo: “Rabbí, sabemos que has venido de parte de Dios como maestro, porque nadie puede hacer señales milagrosas como las que tú haces, a no ser que Dios esté con él.”

Jesús le contestó: “En verdad te digo que nadie puede   ver el Reino de Dios si no nace de nuevo desde arriba.”

Nicodemo le dijo: “¿Cómo renacerá el hombre ya viejo? ¿Quién volverá al seno de su madre? Jesús le contestó: “En verdad te digo: El que no renace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo que nace de la carne es carne, y lo que nace del Espíritu es espíritu. No te extrañes de que te haya dicho: “Necesitan nacer de nuevo desde arriba”. El viento sopla donde quiere, y tú oyes su silbido, pero no sabes de dónde viene ni adónde va. Lo mismo le sucede al que ha nacido del Espíritu”.

Juan 1, 1 – 8

Nacer del agua y del espíritu es lo que Jesús le propone a Nicodemo. Éste es un maestro de la ley que se acerca a Jesús porque se ha sentido profundamente atraído por el mensaje del Maestro de Galilea; desea encontrarse con Jesús pero, al mismo tiempo, le da vergüenza exponerse y por eso va al encuentro con Él de noche.

En la noche, en la oscuridad, Jesús pone luz en el corazón de Nicodemo invitándolo a comenzar a recorrer un camino nuevo que supone un nuevo nacimiento, que no es volver al seno materno sino nacer del agua y del Espíritu Santo. Sin duda, Jesús está hablando del don, de la gracia bautismal, un nuevo nacimiento en nosotros. El renacer, el comenzar de nuevo, no depende tanto de un propósito, de un esquema de vida, de una pauta de conducta con la que comenzamos a rehacer nuestra vida, sino de un cambio radical, una transformación desde lo hondo.

Jesús propone una metanoia, una transformación desde la raíz, un cambio desde el origen de donde hemos sido concebidos. Es volver al acto creacional, pero con la gracia de la recreación. Dice Jesús que este don, esta transformación, nos viene dada por la obra del Espíritu Santo que actúa en nosotros a través de la gracia bautismal.

El bautismo tiene una serie de ritos que se suceden unos a otros, que guardan un sentido claro en toda su significación ritual. Como todo sacramento, ha sufrido modificaciones en el tiempo; pero lo esencial ha quedado, que es esto que Jesús dice en la Palabra, el agua donde nos viene dada la gracia del Espíritu, el agua que es común, pero con la presencia de Dios que bendice y comunica un don: el don de la tercera persona de la Trinidad, el Espíritu Santo. Cada uno de los gestos del Bautismo que recibimos viene a renovar el corazón y nos mueve a aquello que Jesús hoy nos invita: a volver a nacer.

Sería bueno que te preguntes: de volver a nacer, ¿cómo quisieras ser? Que es como preguntarse ¿qué proyecto de vida está postergado en mi corazón? Si yo volviera a nacer, ¿cómo quisiera ser? En realidad no es ¿qué borraría de mi historia?, sino que sería ¿qué le falta a mi vida, tal cual hasta aquí se ha dado, para que llegue a ser lo que estoy llamado a ser? Quisiera ser más manso, más humilde, más fuerte en mi modo de pararme frente a la vida; quisiera tener más decisión, más capacidad para comunicarme con los demás, más posibilidades para entregarme a los demás para amar. En el ¿cómo quisiera ser? no nos preguntamos si quisiera ser más alto, más rubio, más delgado, más gordo; no nos preguntamos por la exterioridad del cómo quisiera ser, sino por la interioridad: ¿qué de mi vida está llamado a ser cambiado? Al plantearnos esta pregunta no lo hacemos para soñar con algo imposible, sino para que ese aspecto de lo que quisiera ser sea justamente donde Dios venga a moverme en la renovación de la gracia bautismal, a volver a nacer como Nicodemo.

Signos del Bautismo

En el Bautismo hay una serie de signos que acompañan la celebración que son los que nos traen vida, la vida nueva de Dios capaz de hacer el cambio profundo en nuestro corazón. La celebración del bautismo se inicia con la señal de la cruz sobre la frente del que va a ser incorporado a la familia de Dios por la gracia del Espíritu y con el agua que se va a derramar sobre su cabeza o en el sumergirse de todo su cuerpo en la fuente bautismal. Este signo indica que esta persona está llamada a nacer de nuevo. La señal de la cruz indica que los frutos de la vida en Cristo vienen de la cruz, la cruz es el lugar donde el Señor nos regala la vida, y también es la llave con la cual entramos a participar de la vida de Dios. La cruz hecha en la frente en este momento de la celebración indica que el bautizado puede comenzar a formar parte de la familia de Dios; por eso esta señal suele hacerse en la puerta, antes del ingreso al templo, en lo que llamamos atrio, que es ese espacio que precede a la puerta. En el atrio de la iglesia se hace la señal de la cruz con lo cual se le está entregando al bautizado la llave con la que puede abrir la puerta; la llave que abre la puerta a la riqueza de Dios que se vincula con nosotros por la gracia bautismal, es la cruz. Toda la abundancia que Dios ofrece a una persona para su vida en dones, en bendiciones, en presencia, en compañía, en fortaleza, en consuelo, en luz, en riqueza, en armonía, en amor, en paz, viene por la vida de Dios ofrecida en el misterio pascual de la cruz. Por eso Jesús va a decir en el Evangelio de San Juan: “Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser glorificado. Les aseguro que si el grano de trigo no cae en la tierra, no muere y queda solo; pero si muere da mucho fruto”. El grano de trigo que cae en la tierra es el crucificado. Cuando Jesús esta hablando de su hora, habla de la hora de la pascua, esa hora que Jesús adelanta en las Bodas de Caná donde el agua se transforma en vino como signo de aquel misterio de boda que se había anticipado proféticamente en el Antiguo Testamento hablando acerca de los tiempos mesiánicos.

El que va a ser bautizado comienza a participar de este tiempo, de esta hora de Dios para la humanidad su vida. Y es invitado a hacer también él este gesto de entrega. El sumergir al bautizado en el agua del Bautismo -como lo hizo Jesús en su Bautismo- está diciendo que el bautizado se dispone a morir a lo que le aparta de la vida, y a nacer a la vida nueva. En el misterio del Bautismo se participa de la muerte, el sumergido es hundido en el agua de la muerte, para nacer a la vida nueva. El agua representa el signo de la muerte y también, bíblicamente, representa la vida. El que le da un sentido nuevo a la ambivalencia de sentidos opuestos muerte-vida es Cristo. Cuando Jesús es sumergido en las aguas del Jordán, las aguas de la muerte se constituyen definitivamente en aguas de la vida, la muerte ha sido vencida. Ahora el bautizado puede ser sumergido en el agua, porque el agua tiene solamente un sentido de vida: muriendo a la muerte, vivir solo para Dios.

El kairós, el tiempo de Dios

El bautizado comienza a participar del kairós, que es el tiempo de Dios. El kairós es el tiempo en el que Dios viene a establecer con nosotros un nuevo modo de vínculo. No es el tiempo cronológico sino que es el tiempo en que Dios se hace presente en nuestra historia. El cristiano comienza a participar del tiempo de Dios en su propia historia por el misterio de la Pascua, donde está concentrada la hora de Dios. A la hora exacta Dios la marca allí, en el lugar donde la muerte y la vida se entrelazan en un duelo, la vida vence, la muerte es vencida. Y a partir de allí la vida comienza a fluir en un sentido nuevo. La cronología, el tiempo medido por nosotros, empieza a tomar una dimensión distinta: es la eternidad que toma el tiempo cronológico y Dios se hace presente en la historia, habitándola en la conciencia interior del cristiano, de un modo y de una manera distinta. Y así la realidad, en su estructura tal vez más importante que es el tiempo, comienza a ser modificada. El nacimiento a la vida nueva es el nacimiento a un tiempo nuevo, a una concepción del tiempo y de la historia desde una perspectiva nueva.

Se dice que para cambiar, algo tiene que cambiar. Se dice que solamente cuando se rompen los paradigmas con los cuales uno ha convivido habitualmente, puede comenzar la construcción de un nuevo paradigma, a moverse en la vida en un sentido distinto. ¿Qué es un paradigma? Los paradigmas son los puntos de referencia y la construcción de un mapa mental, interior, con el que nosotros habitualmente funcionamos, nos movemos, nos referenciamos y vivimos. Cuando uno percibe que hay algo dentro suyo -o en la comunidad o sociedad a la que pertenece- que tiene que cambiar, uno no puede repetirse en como viene siendo, sino que evidentemente tiene que modificar el esquema mental, el modo de entender la realidad para poder desde ese lugar generar el cambio al que aspira. En el caso particular de la transformación de la vida que obra el Espíritu haciéndonos nacer de nuevo, a ese nuevo mapa lo trae Dios y no afecta cualquier aspecto de nuestra vida sino un modo determinado de entender la presencia en el tiempo nuestro. Concretamente, si el tiempo es solamente la agenda, la vida se hace rutinaria. Si no hay perspectiva del mañana, la vida se hace una náusea, es decir, uno no entiende para qué vive.

Cuando Jesús se propone estar en medio de nosotros, la eternidad toma el tiempo y el paradigma del tiempo comienza a ser modificado. Ya no se mide solamente por presente, pasado y futuro. Ahora una categoría nueva ha entrado a formar parte de la conciencia de la humanidad, a partir de que lo eterno asumió el tiempo: es la eternidad. El hombre ahora tiene perspectiva de eternidad, perspectiva de cielo. Y cuando uno se da cuenta de que su vida está orientada hacia el cielo, su comportamiento, su agenda, su orden, sus elecciones, apuntan a aquel lugar. Y entonces allí sí comienza a cambiar el mapa de referencialidad. Ya no es mañana y lo que me espera como tarea, sino que es hoy mismo, viviéndolo en profundidad, eligiendo el hoy, el presente, con perspectiva de eternidad; y entonces el corazón se abre a la Vida, y se anima a vencer los límites que la vida pone desde la dimensión de eternidad, que cambia la manera de entender la realidad. Esto está ausente en la sociedad actual, que ha construido sobre valores muy finitos, que no le permiten al hombre de hoy soñar con mañana, y entonces todo se hace corto-placistamente, todo confluye en coyuntura porque no hay perspectiva de mañana ni concepto de eternidad, porque Dios ha sido reemplazado por el dinero y el consumo, por el placer y el tener. Cuando esto es así, todo se termina rápidamente. Y también se vive rápidamente, la vida se hace liviana y frágil. Para que haya un cambio profundo en la sociedad, hay que hacer presente nuevamente a Dios, de manera tal que se tengan perspectivas de eternidad.

Bautismo: liberación del pecado

La palabra Bautismo significa liberación, liberación del pecado y de su instigador, el diablo; por esto se pronuncian exorcismos sobre el que va a recibir el don bautismal. Éste es ungido con el óleo de los catecúmenos (o bien el celebrante le impone las manos y el candidato renuncia explícitamente a Satanás). Y así puede confesar la fe de la Iglesia a la que va a ser confiado por la gracia del bautismo, renunciando al espíritu del mal y a todo lo que éste como consecuencia deja en el corazón, por la fuerza destructora con que el pecado opera en nosotros.

Para “volver a nacer”, si yo quiero ser distinto a lo que soy hoy para seguir el proyecto de Dios, además de recibir su Palabra, de meditarla, de confrontarla con mi vida, en un momento determinado tengo que hacer una opción que me supone dejar de lado todo lo que me aparta de Dios y, particularmente, distanciarme y diferenciarme del pecado, de la tentación, del enemigo. Esto está incluido dentro del “volver a nacer”: elijo a Dios y renuncio a todo lo que no es de Dios. Renunciamos al enemigo, al diablo, al que divide, al que genera confusión, al que odia a Dios, al que se ha lanzado contra nosotros. Hace falta cerrarle la puerta y decirle: mi vida, no. Decimos esto cada ves que nos renovamos en la gracia bautismal, por ejemplo en cada Reconciliación, cuando pedimos perdón a Dios por nuestros pecados.

Padre Javier Soteras