Nacido de las entrañas de la misericordia mariana

miércoles, 17 de abril de 2013
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Esto surge del canto del Magníficat, allí María reza, “El colmó de bienes a los hambrientos, despidió a los ricos con las manos vacías, socorrió a Israel, su servidor acordándose de su misericordia, como lo prometió a nuestros padres a favor de Abraham y su descendencia por siempre”

Unos versos antes María reza: “Su Misericordia se extiende de generación en generación, sobre aquellos que le temen y le aman”

Juan Pablo II, ha proclamado a María siguiendo la tradición de la iglesia de 2000 años, como Madre de la Misericordia. María ha engendrado la misericordia. En ella la misericordia ha dado a luz. En María la misericordia sigue dándose a luz. María ha engendrado la misericordia y la luz de Jesús, sigue proyectándose en gestos de amor misericordioso que toma a los hijos nacidos del sí de María y la entrega de Jesús en la cruz. María como madre de la misericordia, viene a engendrar la misericordia en los lugares de la vida en donde nosotros todavía no hemos sido alcanzados por la gracia de la reconciliación. Este es un proceso que se desata en algún momento de la historia personal y la historia comunitaria. Y en la medida en que sabemos sostenernos en ese proceso, en el tiempo los frutos son inmensos. Saber permanecer en la misericordia, en el amor misericordioso de Dios. Francisco nos viene diciendo en estos días, repetidas veces, que para con uno mismo, para con los demás, este proceso de encuentro con el amor misericordioso de Dios que perdona siempre, todo pecado Dios lo perdona. Este siempre perdonar de Dios supone por parte de nosotros para con nosotros y para con los demás paciencia. Si nos dejamos acompañar por este don y sabemos darle cauce alcanza a todos y cada uno de los momentos de la vida, donde Dios quiere hacerse realmente presente. Y con ese rostro el que ya comienza a notarse en el Antiguo Testamento y termina por plasmarse en Jesús, cuando nos presenta a Dios como el Padre, el Padre de la misericordia, viene a instalarse dentro de nosotros. Con un amor incompresible para la razón, que superas las expectativas, que va más allá de lo que iríamos por nuestras propias cuentas. Es el amor misericordioso del Padre que nos dice, como me dice mi Padre a mí cuando en su vejez le digo que lo quiero, y vos no sabes hijo, cuanto yo te quiero. Así nos dice Dios a nosotros, no tenemos idea cuanto Dios nos quiere, nos ama. Amor misericordioso de Dios que se nos acerca para mostrarnos un camino nuevo en María, la madre de la misericordia, hemos nacido a ese amor de Dios. El ser Madre de misericordia, María lo aprende en el contexto Israel. Israel ha vivenciado la Misericordia y María como hija predilecta de Israel ha encarnado en sus entrañas a la misericordia misma de Dios, dando a luz a Jesús, El que nos revela este rostro, El que le da la verdadera identidad al Padre, lo que es novedad absoluta en términos de un proceso que nace en Israel, del rostro verdadero de Dios. Dios es el Padre de la misericordia, termina por alcanzarnos a cada uno de nosotros.

Sería bueno preguntarnos ¿Cuánto de amor misericordioso de Dios necesito que hoy aparezca en mi historia para conmigo, para mis vínculos con los demás y cómo soy invitado a traducir en gestos concretos el amor misericordioso de Dios que viene a algunos lugares donde todavía yo no he sido reconciliado con Él? Como este doble movimiento, se acerca sobre lugares de la vida donde necesito ser recompuesto, reordenado, reorientado en mi vida, perdonado, y al mismo tiempo como traducir en compromiso concreto ese amor misericordioso de Dios que siempre en la vida para con los demás se traduce en un gesto.

Misericordia en la alianza

Israel ha sido el pueblo de la alianza con Dios, alianza que se rompió muchas veces, cuando a su vez adquiría conciencia de la propia identidad  a lo largo de la historia, en Israel no faltaron los hombres ni los profetas que van despertando esta conciencia de ser surgidos de la misericordia ante estas múltiples rupturas con las que Israel desconcertaba con Dios. Ojalá podamos encontrar este don maravilloso que es una gracia, que yo lo pongo así, en la catequesis de hoy, te da vuelta, y en la que Dios quiere regalarte inmensidad de bendiciones con la cual darle verdadero sentido a tu vida. Verdaderamente que este grito en gestos y en palabras, en decisiones y en su modo de encarnar a la paternidad de Dios por parte de Francisco, además de conmoverte, como de hecho lo ha hecho con mucho de nosotros, hasta las lágrimas, podamos como ha dicho él, que Dios, después de la conmoción, deja una huella a seguir, y la huella, que yo entiendo está dejando el Señor detrás del pontificado de Francisco, es esta huella de la misericordia. Algunos han dicho, ya es la primera encíclica que ha empezado a escribir con sus gestos.

Vos podrás decir, yo ya estoy convertido. Te puedo asegurar que hay mucho más por el camino. Siempre es posible reorientar una y otra vez en honduras y en profundidad la vida de cara a Dios. En la expresión de Ignacio de Loyola somos invitados a ir de más tras más. El dar un paso más, no más allá de lo que supone el tiro del pantalón, sino más allá hasta donde Dios nos quiera conducir y por eso el más siempre tiene que ser discernido a la luz de la presencia de caridad de Dios, es decir es en la caridad donde elegimos por más. Más desde el amor, más desde donde Dios nos pide, más que puede ser menos, en el sentido de que Dios nos puede pedir, más humildad, más sencillez, más silencio, mas estar escondido, más tanto cuanto Dios quiera y lo que Dios quiera cuando Él quiera y como quiera. Ahí somos invitados a dar paso.

Las consoladoras garantías ofrecidas por Isaías al pueblo de Dios en el camino a la misericordia nos pueden ayudar para entender este camino que abre Dios delante de nosotros. Isaías habla de la misericordia de Dios en nosotros traducida en gestos concretos. Dios no quiere sacrificios, ni oblación, Dios quiere amor misericordioso. Este es el penitencial modo con el que Dios nos quiere viviendo en este tiempo y lo que yo amo dice el Señor es esto, que den de comer al hambriento, que vista al que está desnudo, que atiendas a la viuda, que sea capaz de comprometerte en estos días de inundación con los inundados en tus gestos de amor con lo que donaste de ropa, de agua, de leche, con lo que hiciste y ayudaste, para que lo sigas haciendo y la gloria del Señor aparecerá sobre ti.

En estos días de tanta gloria de Dios manifestada para nuestro pueblo argentino por la elección de Francisco, uno de nuestra tierra como sucesor de Pedro, me acordaba de la expresión de Juan Pablo II, en el estadio de Vélez, en el año 87, en una Homilía con los consagrados, decía así: “Argentina, levántate, ponte de pie porque la gloria del Señor está sobre ti”. Leído desde el texto de Isaías, la gloria del Señor, se hace presente en medio de nosotros cuando según el profeta, en el capítulo 58, de su libro, habla de los compromisos de amor misericordiosos con los que nosotros abrazamos  a los más pobres y a los más desposeídos. Cómo esta gloria de Dios, que viene a nosotros en este hermoso regalo que Dios ha hecho a la iglesia en Francisco, tiene que ver con esto que Isaías nos proclama. Dice así: “Este es el ayuno que yo amo, oráculo del Señor, soltar las cadenas injustas, desatar los lazos del yugo, dejar en libertad a los oprimidos y romper todos los yugos. Compartir tu pan con el hambriento y albergar a los pobres sin techo, cubrir al que veas desnudo y no despreocuparte de tu propia carne, entonces despuntará tu luz como la aurora y tu llaga no tardará en cicatrizar. Delante de ti avanzará tu justicia y detrás de ti la gloria del Señor, entonces llamarás y él responderá, pedirás auxilio y él dirá aquí estoy”.

Los profetas como en el Antiguo Testamento, como Isaías ponen en su predicación la misericordia en el lugar justo, en donde el pueblo tiene que pegar la vuelta hacia Dios. Hay un llamado grande en este tiempo de nuestro pueblo a volver a Dios y volver a Dios por el camino de la misericordia, del encuentro, del perdón, de la reconciliación supone siempre un gesto de compromiso con los más débiles y los más postergados. Con el amor de predilección semejante al amor de un esposo que perdona los pecados de su esposa o viceversa. Dios nos quiere reconciliados con Él por el amor con el que nos invita a acercarnos a Él y nos quiere cercanos a los más desposeídos y a los más postergados.

Consigna de hoy: En la catequesis de hoy nos dejamos inundar de la misericordia de Dios. ¿En qué lugar de tu historia necesitas que se manifieste la misericordia de Dios, su perdón? ¿En qué gestos concretos de amor para con los demás Dios te invita a mostrar su misericordia?

Dios te está esperando con los brazos abiertos, ha dicho Francisco ayer, y solo espera que des un paso. No hay camino de encuentro, de la misericordia de Dios, de reconciliación sino está en el corazón de los que sienten el llamado de volver a Dios la decisión, la elección, la determinación de ir a aquel lugar de donde habíamos pedido el rumbo. Como el hijo pródigo, decirnos a nosotros mismos, volveré a la casa de mi Padre.

Las profecías y los profetas, son los que llaman por boca de Dios al pueblo a volver por el camino que había perdido de esta rica y honda tradición israelita, María es portadora, se ha embebido de ella y desde ese lugar y desde esa vivencia de Israel, asume su maternidad misericordiosa. María conoce los caminos de Israel y por eso dice, Él ha extendido su misericordia, de generación en generación y también reza, Dios  se acuerda de su misericordia cuanto contempla a su pueblo.

De las experiencia que Israel ha vivenciado a lo largo de su camino como pueblo en torno a la misericordia de Dios, hay una que es fundante, es la experiencia que el pueblo de Dios hace de cara a la esclavitud en Egipto. A lo largo de los siglos se coloca la experiencia fundante de la misericordia del pueblo de Dios cuando los tiempos del Éxodo, el Señor vio la miseria de su pueblo, reducido a la esclavitud, oyó su grito, conoció su angustia y decidió liberarlo. El Señor dijo. “Yo he visto la opresión de mi pueblo que está en Egipto y oído los gritos de dolor provocados por su capataces, si conozco bien su sufrimientos, por eso he bajado a librarlo del poder de los egipcios y hacerlo subir desde aquel país a una tierra fértil y espaciosa. Tierra que mana leche y miel, al país de los cananeos, los sititas, los amorreos, los prisitas, los gevitas y los jebuseos. El clamor de los israelitas ha llegado hasta mi, he visto cómo son oprimido por los egipcios, ahora ve Yo te envío al faraón para que saques de Egipto a mi pueblo, a Israel.

Esta es como la raíz de la gran vuelta de Israel a Dios. Es una decisión de Dios. A partir de la escucha de Dios, del corazón del pueblo, del clamor, del dolor de su pueblo que está en una situación de esclavitud y de opresión. Y podríamos nosotros decir parafraseando el texto, que acabamos de compartir, que así como en su momento Dios envió a Moisés para expresar su misericordia, así también Dios ahora en estos tiempos ha escuchado y escucha el clamor de su pueblo y nos ha enviado a la Madre quien es y va a ser la misericordia, en donde se va a engendrar la misericordia. María es la madre de Jesús misericordioso. Dios escuchó el clamor del pueblo y le puso a Moisés un bastón de mando para que se abriera el camino por las aguas del Nilo. Y pasar él y su pueblo abriéndose un sendero que lo conduzca a la tierra prometida. Dios ha escuchado el dolor de este pueblo, de nosotros como pueblo suyo y nos ha regalado a María quien nos lleva en su lugar de mando, que ya no es un bastón sino una cuenta de oraciones, un rosario, es el misterio de su Hijo encerrado allí, en cada uno de los Avemarías y los Padrenuestro, con los glorias que contemplamos el rostro de Jesús, el que misericordiosamente el Padre nos ha regalado para abrirnos un camino de misericordia y volvernos otros, de la mano de María al Padre.

Tomados de la mano de María para recorrer este camino de misericordia con el que Dos nos bendice en el perdón y nos invita a abrazar a los pobres y en los débiles siendo abrazados en nuestra pobreza y en nuestra debilidad y guiados por la exhortación de Francisco, ayer decía, la paciencia de Dios debe encontrar en nosotros la valentía de volver a Él, sea cual sea el error, sea cual sea el pecado que haya en nuestra vida. Jesús invita a Tomás a meter sus manos en las llagas de su mano y de sus pies y en la herida del costado. También nosotros podemos entrar en las llagas de Jesús, podemos tocarlo realmente. Y esto ocurre cada vez que recibimos los sacramentos. Y cita Francisco a San Bernardo en una bella homilía que dice: “A través de estas hendiduras, las llagas, puede libar miel silvestre y aceite de roca de pedernal, es decir, y cita el texto de el cantar de los cantares, Gustar y ver qué bueno es el Señor”.

Decía el Papa es precisamente en las heridas de Jesús que nosotros estamos seguros, ahí se manifiesta el amor inmenso de su corazón. Tomás lo había entendido. San Bernardo se pregunta, ¿En qué puedo poner mi confianza, en qué mis méritos? pero mi único mérito es la misericordia de Dios. No seré pobre en méritos mientras, él no lo sea en misericordia. Y porque la misericordia de Dios es mucha, muchos son también mis méritos. Esto es muy importante decía el Papa. La valentía de confiarme a la misericordia de Jesús, de confiar en su paciencia, de refugiarme siempre en las heridas de su amor y aunque tengo conciencia, decía San Bernardo de mis muchos pecados, si creció el pecado más desbordante fue la gracia, citando el texto bello de Romanos 5, 20. Allí donde abundó el pecado, sobreabundaba la misericordia y la gracia de Dios. Al final cierra Francisco su homilía de ayer, “Tal vez algunos de nosotros pueda pensar mi pecado es tan grande, mi lejanía a Dios es como la del hijo menor de la parábola, mi incredulidad es como la de Tomás, no tengo las agallas para volver, para pensar que Dios pueda acogerme y me esté esperando precisamente a mí, pero Dios te espera a ti. Te pide solo el valor de regresar a Él. Cuantas veces en mi ministerio pastoral, decía el Papa ayer, me han repetido, padre tengo muchos pecados y la invitación que he hecho siempre es, no temas, ve con Él, te está esperando. Él hará todo. Cuantas propuestas mundanas sentimos a nuestro alrededor. Dejémonos sin embargo aferrar por la propuesta de Dios. La suya es una caricia de amor. Para Dios no somos números, somos importantes, es más somos lo más importante que tiene, aún siendo pecadores, somos lo más importante que Él tiene.

 

                                                                        Padre Javier Soteras