“Nadie es extranjero en la Iglesia”, afirmó la religiosa Liliana Di Gialleonardo

miércoles, 1 de septiembre de 2021
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01/09/2021 – La hermana Liliana Di Gialleonardo misiona en Mozambique, aunque actualmente se encuentra de visita en Argentina. Forma parte de la comunidad de las Hermanas Auxiliares Parroquiales de Santa María y nos dejó su historia de vida. “Nací en la ciudad de Mar del Plata un 1 de Septiembre de 1970, en el seno de una familia de inmigrantes italianos y profundamente cristianos. Soy la segunda de siete hijos, cinco mujeres y dos varones. Mariana, una de mis hermanas falleció hace cinco años. Mis papas Ana y José me enseñaron a conocer y a amar a Dios y me formaron, junto con mis seis hermanos, en los valores cristianos. Con ellos aprendí a vivir la fraternidad y la Comunidad. Fui bautizada un 10 de octubre de 1970, con 40 días de vida, en la parroquia San Antonio de Padua de Mar del Plata y allí mismo participamos, compartimos y alimentamos nuestra vida de fe. Los siete hijos de José y Ana recibimos los sacramentos de la iniciación cristiana en nuestra amada parroquia”, sostuvo Liliana.

“Fundamental e importantísimo en mi vida, el testimonio de vida y de fe de mis abuelos y de mis padres: luchadores, buscadores de caminos y de futuro, trabajadores y personas de bien, así como su amor a Dios y a la Iglesia, que con ellos aprendí a conocer y a amar. La parroquia siempre fue mi segunda casa, mis padres estaban muy comprometidos con la vida y la misión de la Iglesia, participaban del Movimiento Familiar Cristiano. Así también lo experimentaba en la Escuela Parroquial San Antonio, donde se respiraba un ambiente familiar y donde curse mis estudios de la escuela primaria”, aseveró la religiosa.

“Cursé la escuela secundaria en la Escuela Nacional de Comercio número 1, un ambiente totalmente distinto, y diverso que me ayudó a conocer otras realidades y a hacer nuevos amigos y compañeros de camino. Como decía, aprendí a conocer y a amar a Dios desde la cuna, pero de verdad me encontré más personalmente con Jesús a los 15 años, participando de un encuentro de conversión para adolescentes  llamado “Caminos de vida cristiana”. A partir de allí mi relación con Jesús cambio y también mi compromiso en la vida de la Iglesia, concretamente en la parroquia. Comencé a participar del grupo Juvenil de la Acción Católica, donde fui miembro activo hasta entrar en la vida religiosa. En la Acción Católica viví experiencias hermosas de fe y de compromiso con la sociedad, con el apostolado ambiental. También participaban todos mis hermanos, así como mis primos y amigos del barrio y de la escuela, lo que hacía una vivencia muy cercana y muy en espíritu de familia, así la parroquia era casa de todos”, dijo Di Gialleonardo.

“A los 17 años comencé a hacer acompañamiento espiritual con  mi párroco, el padre Pablo Etchepareborda, quien me fue ayudando en mi discernimiento vocacional.  Así al terminar la escuela secundaria y estudiando magisterio, comencé a sentir fuerte que lo que me plenificaba y llenaba de sentido era mi encuentro personal con Jesús, participar de la Eucaristía diaria y estar todo el tiempo disponible para la vida de la Iglesia: la misión, la liturgia, el trabajo con niños, jóvenes y las familias. Era también el tiempo de los amores o enamoramientos, con los que pude descubrir la capacidad de amar y la pasión que Dios colocó en mí para el servicio de su Reino. Siempre soñé con formar una familia grande, al modo de mis padres, su testimonio siempre fue un referente, pero poco a poco fui descubriendo que esa familia grande era la Iglesia, el Reino y fui conociendo el llamado de Jesús a entregarme por entero en su seguimiento. Mi papá nos decía, que en la vida no se puede transcurrir sin tomar decisiones fundamentales que nos hagan encontrar el camino de la felicidad. Jesús me fue mostrando ese camino y su invitación ser toda suya, a Consagrarme para seguirlo y servirlo en los hermanos”, añadió.

Conocí a las Hermanas Auxiliares Parroquiales de Santa María, gracias a una amiga de la parroquia que había ingresado con ellas, la hermana Rosana Bujones. Las hermanas no eran conocidas en ese momento en mi diócesis. Así que viajé para conocerlas y fue desde el primer momento que me sentí en casa, sentí la vida con ellas como una prolongación de aquello que ya vivía en mi familia y en la parroquia. Me entusiasmó y me enamoré del carisma sacerdotal y mariano que nos anima: el amor a la Iglesia con un corazón profundamente eclesial, la ofrenda de toda la vida por la santidad de los sacerdotes, la confianza infinita en la providencia, el espíritu de familia, los patrones san José y santa Catalina, todo sintonizaba con mis vivencias y con la búsqueda de Dios en mi corazón. Sentí fuerte que este era mi lugar, con las Auxiliares y en estos casi 28 años de pertenencia a la congregación,  lo he seguido afirmando”, sostuvo la hermana Liliana.

“Entré finalmente en la congregación un 19 de marzo de 1994. La fecha inicial había sido el 24 de octubre de 1992, pero 10 días antes y de manera repentina vivió la pascua mi papá José, así me quede un tiempo más con mi familia acompañando a mi mamá y mis hermanos más chicos. Tengo que destacar que las hermanas me acompañaron en todo ese tiempo con mucho cariño y respeto en el proceso de duelo que tenía que hacer. Sin dudas iba descubriendo que había una ofrenda grande para hacer al Señor y era mi familia. Comencé mi postulantado en la vomunidad de Cervantes, provincia de Río Negro, dejando resonar en mi corazón la Palabra de Jesús a Andrés y Juan: “Maestro donde vives, vengan y lo verán”. El 22 de abril de 1995 comencé el tiempo de noviciado, en Monte Chingolo, en la provincia de Buenos Aires. Fue un tiempo rico, profundo, de mayor interioridad y crecimiento en la relación con mi amado Jesús. Tiempo de conversión y de purificación de las motivaciones para ir gestando un nuevo sí”, manifestó.

Hice mi primera profesión el 13 de septiembre de 1997 y en marzo de 1998 fui enviada a la comunidad de Reconquista al norte de la provincia de Santa Fe. Tiempo lindo de mucho despliegue pastoral y de conocer un nuevo lugar, su cultura, su gente, el trabajo con los pobres y con los jóvenes me llenó el corazón. En febrero de 2001 fui trasladada a Buenos Aires para ser parte de la comunidad formadora del postulantado y para estudiar en la Universidad Católica Argentina, en la facultad de Teología, la carrera del Profesorado de Teología. El 12 de octubre de 2003 en mi parroquia de origen, hice mis votos perpetuos, pronunciando mi si definitivo a Jesús, mejor dicho, afirmé mi si, ese que di el primer día en que me largue a seguirlo y que renuevo todos los días. Una gracia grande poder hacerlo en mi lugar de origen para compartirlo con tanta gente querida, con mi familia y con las hermanas que fueron testigos de mi entrega al Señor de la vida, con el lema que anima mi vida de todos los días “Aquí estoy Señor, para hacer tu voluntad” . En abril de 2005 fui enviada junto con dos hermanas a fundar la comunidad de Batán en la diócesis de Mar del Plata. Allí estuve durante seis años, años muy fecundos y llenos de vida y de entrega en la misión con  muchas iniciativas pastorales  que hicieron crecer a la comunidad parroquial”, indicó Di Gialleonardo.

Desde el año 2008 hasta el año 2016 fui consejera de la Congregación, siendo parte del Equipo de Gobierno General. En el año 2011 fui enviada a la diócesis de Xai-Xai, en Mozambique. Sin dudas que sentí un nuevo llamado y una fuerte invitación a la misión ad-gentes que hasta entonces no habíamos tenido experiencia como congregación. Sentimos junto con las hermanas una gracia grande de Dios que nos llamaba a sembrar el Carisma en el continente africano, por medio del pedido del obispo local, monseñor Lucio Andrice Muandula, quien habiendo tomado conocimiento de nuestra vida, carisma y misión hizo concretamente el pedido de una comunidad en su diócesis. Allí estoy desde hace 10 años compartiendo mi vida y entregando el tesoro más grande que tengo que es Jesús. Con corazón sacerdotal y mariano, junto con mis hermanas, vamos sembrando el carisma en el continente negro y vamos haciendo muchos aprendizajes, junto con nuestros hermanos mozambiqueños. Hay experiencias muy lindas como el sentir que nadie es extranjero en la Iglesia, como el sentido de familia y de la acogida, como la vivencia del “soy porque somos”, como la capacidad de hacer fiesta, el color, la música y la danza que llevan en la sangre. Y nosotras vamos haciendo camino, respetando la cultura y abriéndonos a los desafíos y las novedades que Dios nos regala en esa realidad cultural diferente”, puntualizó la religiosa marplatense.

Hace 9 meses que estoy momentáneamente en Argentina, primero para acompañar a mi mamá en su salud y también atendiendo mi salud. Desde enero estoy compartiendo la vida con las hermanas de la casa general hasta mi regreso a Mozambique, si Dios quiere el próximo mes. Mirando el camino recorrido y en este hoy, puedo junto con el salmista cantar: “Te doy gracias Señor por tu amor, no abandones la obra de tus manos”. Esto lo tomo del salmo 137”, agregó.

Por último, la hermana Liliana compartió esta oración misionera:

Mi vida es obra de tus manos, mi amado Señor.

Por eso mi corazón está lleno de gratitud

porque me fuiste modelando

con mucho amor, respeto, ternura, paciencia.

Cuidaste tu obra y la fuiste cubriendo

con tu Misericordia y tu Providencia.

Me fuiste dando forma con la ayuda de mis padres,

hermanos, familia, amigos, con mis hermanas Auxiliares Parroquiales

y con todos los que fuiste poniendo en el camino de la vida.

Me regalaste un corazón Sacerdotal y Mariano

capaz de interceder, ofrecer, entregarse, cuidar,

sanar y amar, para hacer presente tu Reino.

Que esta, tu obra Señor, siga transparentando

y comunicando la grandeza de tu amor y fidelidad.

Con el salmista quiero cantar:

“El Señor completará en mi la obra que ha empezado.

Señor, tu amor es eterno, no abandones la obra de tus manos”.

Amén.