Navega mar adentro

lunes, 13 de agosto de 2007
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Mucha gente se agolpaba frente a Jesús para escuchar la Palabra de Dios. El estaba de pié a la orilla del lago de Genesaret.

Vio dos barcas amarradas al borde del lago. Los pescadores habían bajado y lavaban las redes. Subió a una de las barcas, era la de Simón, y le pidió a este que se apartara un poco de la orilla. Luego se sentó en la barca y empezó a enseñar a la multitud.

Cuando terminó de hablar dijo a Simón: “Lleva a la barca a la parte más profunda y echa las redes para pescar.

Simón respondió: Maestro, hemos trabajado toda la noche sin pescar nada pero si tú lo mandas echaré las redes. Así lo hicieron, pescaron tantos peces que las redes estaban a punto de romperse.

Pidieron por señas a sus compañeros que estaban en la otra barca que vinieran a ayudarlos. Llegaron, y llenaron tanto las dos barcas que por poco se hundían. Al ver esto Simón Pedro se arrodilló y le dijo: Señor, apártate de mí porque soy un pecador. Tanto él como sus ayudantes estaban asustados por la pesca que acababan de hacer.

Lo mismo le pasaba a Santiago y a Juan hijos de Zebedeo, compañeros de Simón, pero Jesús dijo a Simón: No temas, de hoy en adelante serás pescador de hombres. Entonces llevaron su barca a tierra, lo dejaron todo y siguieron a Jesús.

Lucas 5, 1 – 11

Cuando Juan Pablo II nos invitaba a entrar en este tercer milenio nos dejó una frase que marca el rumbo del camino que la iglesia debe recorrer en este tiempo: “Duc in altum”, métete en lo profundo, navega mar adentro. Es la palabra de Jesús a Simón en este evangelio que acabamos de compartir.

Meterse en lo profundo, ir mar adentro, supone reconocer en la voz de Jesús aquella invitación suya de colaborar con El en la tarea de evangelización. Como dice el papa: con memoria agradecida por el tiempo que pasó, con pasión por el tiempo presente y con una profecía por el tiempo que vendrá.

Así queremos nosotros compartir con vos este tiempo de meternos mar adentro, de navegar hacia lo profundo. Esta barca a la que nos hemos subido es para meternos en lo hondo, meternos en lo profundo.

Meterse en lo profundo, ir a lo hondo, supone encontrarnos de una manera nueva y renovada con la persona de Jesús, como Simón que al principio lo escucha como se lo escuchaba a un predicador, y después del proceso que va de la prédica de Jesús hasta el momento del encuentro con El en la pesca milagrosa se genera este reconocer en este predicador al mismo Dios: “Apártate de mi Señor, soy un pecador”.

Este reconocer la presencia de Jesús hace que Simón lo deje todo y se vaya detrás de Jesús. El que se ha dedicado por un momento a la pesca sabe cuánta pasión despierta esto y que difícil que es dejar la red, la caña, la barca, cuando uno tiene que emprender otra tarea. Cuánto más para el que vive de la pesca.

Hace un tiempo tuve la posibilidad de vivir un mes en el pueblo de unos pescadores en Brasil, y todo lo que rodea el folklore de ese momento de pesca hace que el pescador conviva entre la barca, la red, el olor a pez como en su propio hábitat. Cuánto ha significado para Simón dejarlo todo, dejar todo aquello que lo rodea, la pasión que despierta el hecho de estar vinculado al mar, a las redes, a la barca, a la pesca. Simón lo deja todo, deja su oficio, deja su pasión por el mar, por la pesca, y se va detrás de Jesús. Con memoria agradecida por lo que pasó, con pasión por el presente y como una profecía del futuro somos invitados nosotros también a dejarnos llevar a lo hondo, a lo profundo, a un encuentro nuevo y transformante con Jesús. El Señor nos regale, desde esta nueva barca, esa posibilidad de ir todos más hondo, más profundo, mar adentro.

Memoria agradecida del tiempo que fue, presencia de pasión por el tiempo presente, profecía de un tiempo que vendrá, en esta clave Jesús nos invita a vivir desde la invitación de Juan Pablo II al nuevo milenio, en este espíritu se inaugura un tiempo nuevo para esta obra que compartimos todos los días.

Cuando hablamos de memoria agradecida del tiempo que fue hacemos recuerdos, traemos a la memoria y recordamos gracias que en el tiempo que pasó Dios ha puesto y ha grabado en nuestros corazones.

Cuando hablamos del tiempo presente y la pasión con la que Dios nos invita a vivir este tiempo presente reconocemos el hoy de Dios, el hoy que tantas veces en la Palabra se manifiesta, tantas veces en la Palabra se muestra.

Hoy, con El, los ángeles anunciaban a los pastores el acontecimiento maravilloso del nacimiento de Jesús: “Hoy les ha nacido en la ciudad de David un salvador que es Cristo el Señor”. “Hoy, dice Jesús al comienzo de su ministerio, se cumple la escritura que acaban de oír”. “Hoy, le dice Jesús al ladrón arrepentido, estarás conmigo en el paraíso”. El hoy de Dios, para vivirlo con plenitud en este tiempo, vivir con pasión este hoy. Ojalá puedas descubrir que hoy es el día en el que el Señor sale a tu encuentro y puedas vivir con plenitud esa presencia viva del fuego del amor de Dios que te hace redescubrir el sentido de la vida en tu hoy, en tu presente, ese que esperabas hace tiempo, sabiéndolo o no, que estaba allí a la puerta y que te invitaba a reconocer que tu vida sólo tiene sentido cuando ese hoy se manifestara.

Hoy viene a tu encuentro y se manifiesta el Dios que quiere regalarte la gracia de la redención sencillamente con un “Yo estoy aquí y estaré siempre contigo”. Este estar de Dios siempre con nosotros es el eterno presente de Dios que nos invita a vivir lo de cada día en clave de eternidad. El Reino de los Cielos ya está con ustedes. No hay que esperarlo ni decir viene por aquí o viene por allí, ya está en medio de ustedes. Que puedas descubrir ese Reino de Dios como un eterno presente, un hoy en el que Dios te llama a vivir con pasión tu presente.

Que Jesús es pasión del tiempo presente se revela en la actitud de Pedro ante el encuentro sorprendente con el Señor. Este encuentro que lo sorprende a Simón hace que caiga el de rodillas y le dice apártate de mí Señor que soy un pecador, y después, al regresar a la orilla donde lo esperaban los suyos, Jesús, en su comunicación con Simón hace que esta pasión gane aún más su corazón y apartándolo de aquél lugar donde Pedro siente culpa lo invita a recorrer un nuevo camino y Simón en la pasión ardiente por el encuentro con Jesús lo deja todo para irse detrás de El.

Este seguimiento de Jesús sólo se entiende por la fuerza del amor de Dios que toma el corazón de Simón y lo hace nuevo, lo transforma de tal manera que lo hace verdaderamente nuevo. La pasión del presente por Jesús hace nuevo a Simón. Esta es la profecía del tiempo que vendrá y Jesús se la revela. La novedad que hay ahora en la vida de Simón es la semilla de la profecía del tiempo que vendrá. En el tiempo que vendrá serás pescador de hombres. “Con memoria agradecida por el tiempo que pasó, con pasión por el tiempo presente, como una profecía del tiempo que vendrá”.

Este navegar mar adentro supone un camino a recorrer, a navegar con Jesús por la senda de la santidad. La oración, en este sentido es nuestra guía, es el alma de este tiempo, en la oración encontramos, en su respirar profundo, la fuerza nueva para nuestros pulmones y nuestro corazón y nos permite ir hasta donde nos quiera llevar Jesús.

La Eucaristía, en el centro de nuestra tarea y de nuestro servicio a favor del tiempo nuevo en el que el Señor quiere inaugurar su novedad, inaugurarla para muchos que no lo conocen. El sacramento y el camino de la reconciliación y la primacía de la gracia en la escucha de la Palabra de Dios y en la proclamación y el anuncio de la Palabra.

Estas son como las pinceladas detrás de las cuales Juan Pablo II en el documento Nuevo Milenio Ineunte nos invita a vivir el tiempo nuevo del Jubileo, la santidad es un llamado que Dios nos hace a todos desde la gracia del Bautismo, el don de la Eucaristía, donde Jesús nos invita a reconocerlo como fuente y término de nuestra vida cristiana, la Gracia de la Reconciliación, el encuentro bajo el signo del Perdón con nosotros mismos, con los demás, con Dios, con todos los que Dios nos ha regalado para que seamos señores de la historia.

La primacía de la Gracia, la gracia de Dios de todo, en la escucha de la Palabra de Dios y la proclamación del anuncio de la Palabra de Dios. Este es nuestro navegar, este es nuestro mapa de navegación. Siguiendo estos puntos vamos hasta donde Dios nos quiera conducir. Te invito a que vamos recorriendo en estos días uno tras uno esta invitación que Jesús nos hace a navegar mar adentro.

La santidad, dice Juan Pablo II, la que revela el misterio de la iglesia como pueblo congregado en la unidad. Esa unidad que hay entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. La santidad entendida en un sentido fundamental de pertenecer a aquél que por excelencia es el Santo, el tres veces Santo.

Confesar a la Iglesia como Santa, decía el papa, significa mostrar su rostro de Esposa de Cristo, por la cuál El se entregó precisamente para santificarla. Este don de santidad, objetiva, expresaba el papa, y se da a cada bautizado. El don de la santidad, a su vez, es un compromiso que debe dirigir toda la vida cristiana. Pablo lo decía en 1Tesalonicences 4,3: “Esta es la voluntad de Dios, su santificación. Es un compromiso que no afecta sólo a algunos privilegiados.

Todos los cristianos de cualquier clase o condición están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección en el amor. Recordar esta verdad elemental poniéndola como fundamento de la programación pastoral que nos involucra a todos al inicio de este camino nuevo, podría parecer, decía el papa, en un primer momento algo poco práctico. Acaso, decía Juan Pablo, ¿se puede programar la santidad?, ¿qué puede significar esta palabra en la lógica de un plan, de un camino conjunto?, en realidad, decía el, poner la programación pastoral bajo el signo de la santidad es una opción llena de consecuencias.

Significa expresar la convicción de que si el bautismo es una verdadera entrada en la santidad de Dios por medio de la inserción en Cristo y la inhabitación del Espíritu Santo, sería un contrasentido contentarse con una vida mediocre vivida según una ética de mínimas y una religiosidad superficial. Preguntar a un catecúmeno: ¿quieres recibir el bautismo? significa al mismo tiempo preguntarle ¿quieres ser santo?

Significa poner en el camino del sermón de la montaña: Sean perfectos porque es perfecto el Padre del Cielo. Inaugurar un tiempo nuevo en la gracia nueva que Dios nos da subidos a esta nueva barca es animarnos a soñar con un camino de santidad personal y comunitaria.

El camino de la oración es el que alimenta y sostiene el camino de la santidad. El camino de la santidad es el camino de la identificación con la Persona de Jesús. El alma de la santidad es la oración, porque la oración es guiada, sostenida y llevada a término por el don del Espíritu Santo que es en definitiva el que configura el rostro de Jesús en cada uno de nosotros.

El Espíritu Santo es el que nos permite entrar en comunión y hacernos uno con El.

Cuando los discípulos lo veía orar le decían a Jesús: “Enséñanos a orar”. Este orar en Jesús, este orar con Jesús es una escuela donde el Señor nos va formando.

Hay una plegaria que nos enseña el camino del Peregrino Ruso que el Señor la desea, es una frase que golpeteaba su corazón y golpeaba la puerta del cielo: “Señor Jesús, ten piedad de mí que soy un pecador”, hasta tal punto, cuenta el en su experiencia que esta oración se le hizo así, como el respirar. En el orar vamos aprendiendo un camino que nos conduce a la santidad.

La tradición de la Iglesia tanto en oriente como en occidente puede ayudarnos mucho en este camino de la oración. La oración puede avanzar como verdadero y propio diálogo de amor, hacer que nosotros seamos totalmente poseídos por ese fuego de amor divino,  sensibles al Espíritu Santo, abandonados filialmente en el corazón del Padre.

Hacer la experiencia viva de la promesa de Jesús: “El que me ama será amado de mi Padre, yo le amaré y me manifestaré a El”.

¿De qué se trata la oración? Se trata de un camino sostenido por La Gracia. Requiere de un intenso compromiso interior. Encuentra dolorosas purificaciones, lo que San Juan de la Cruz y otros místicos llaman Noche Oscura, pero que llega de tantas formas posible al gozo más indecible, vivido por los místicos en esa unión y en esa comunión esponsal.

Juan Pablo II recuerda particularmente el testimonio de dos místicos muy queridos para el cuando nos muestra el camino de la oración: Juan de la Cruz y Teresa de Jesús. Nuestras comunidades cristianas, cada uno de nosotros, tiene que llegar a participar de una verdadera escuela de oración donde el encuentro con Jesús no se exprese solamente en una petición de ayuda sino también en una acción de gracias, de alabanza, de adoración, de contemplación, de escucha, con un afecto de arrebato del corazón.

Una oración que sea intensa y que no esté apartada del compromiso con la historia, con el presente, con el aquí y ahora, abriendo el corazón al amor de Dios y también al amor a los hermanos, eso que nos hace capaces de construir la historia según el querer de Dios.

Oramos con intensidad, oramos incesantemente, oramos en el Espíritu, oramos en el Padre y en el mismo momento en que oramos nuestro corazón se hace a las necesidades de nuestros hermanos.

Orar y comprometerse con la realidad van de la mano. Vida de oración y vida regalada no caminan juntas decía Santa Teresa. Una auténtica vida de oración supone una auténtica ascética y la ascética, que es ese camino de identificación con la persona de Jesús en un proceso de purificación, supone de parte nuestra un compromiso puntual, concreto, con los hermanos y particularmente con los que menos tienen, menos pueden, menos saben.

Camino de oración, camino de compromiso.

La oración es el alma de la santidad.