Navidad poética: La sublime belleza del misterio

miércoles, 19 de diciembre de 2007
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Texto 1:

 

Hay palabras y silencios que, en sí mismos, generan belleza, suscitan armonías de imágenes y colores permitiendo que brote la poesía.

 

Te propongo que ése sea el acceso al misterio de Belén hoy: Reflexiones y poemas.

 

Que ésta sea una Navidad transfigurada de belleza humana, que la poesía pronuncie aquél misterio que ninguna palabra humana alcanza a proferir y silencio alguno logra expresar.

 

Un Pesebre de poesía y belleza, palabra y silencio, plegaria y canción.

 

 

Texto 2:

 

 

Contemplar la Navidad desde la poesía y la música, no significa que esa belleza sea para nosotros una idílica evasión de la realidad. Al contrario, nos recuerda que la primera Navidad de la historia no fue tal como muchas veces la imaginamos. Lejos de la serena y pacífica dulzura en la cual nuestra ensoñación envuelve la atmósfera de la Navidad, sabemos que los caminos del Pesebre se  forjaron con el cruce de duros desafíos.

 

María tuvo que decirle a su esposo José que el hijo que esperaban no era de él. José debió optar por dejarla en secreto o aceptarla en público, con todas sus consecuencias. Cuando el niño nació, no hubo un lugar para él en el mundo. Su cuna fue un establo de animales. La noticia fue dada por mensajeros celestes que avisaron primero a los cuidadores de ovejas. Fueron invitados a ver a ese niño pobre, tanto los humildes pastores como los excéntricos sabios de Oriente. Después de nacer tuvo que emigrar a un país lejano en el territorio pagano de un Egipto de dioses ancestrales. El exilio en el extranjero marcó los primeros rumbos de la familia, lejos de su patria. El niño fue buscado sangrientamente y la ambición de poder mató, en su lugar, a muchos niños. Sobre los menores de dos años pesaba la sentencia de una pena de muerte segura. Los más indefensos pagaron con sus vidas inocentes el precio de la avidez y la envidia. Al regresar a su tierra, el pequeño y su familia eran desconocidos. El niño vivió oculto en el anonimato de quien crecía aprendiendo y trabajando en el artesanal oficio de su padre. Se sumergió silenciosamente largos años, siendo uno más de tantos. Nada especial en la rutina prolongada del ejercicio cotidiano de luchar y sobrevivir…

 

Su vida nada más lejos de lo que podemos pensar la existencia de un Dios. Nada menos glorioso y divino. Todo demasiado cotidiano y usual, a menudo dramático. La primera Navidad no tenía nada de lo que nosotros imaginamos desde el pesebre ornamental. Tuvo poco de lo imaginado y mucho de una drástica realidad.

 

La primera Navidad histórica guarda un invisible vínculo con lo que nosotros hoy seguimos viendo y padeciendo: La pobreza, la persecución, el exilio, el desamparo, las exclusiones, las muertes injustas e inocentes, las preguntas sin respuestas…

 

La vida de Dios en la tierra fue la vida de un hombre más. O mejor dicho, lo “menos” de la vida de un hombre…

 

El drama de nuestra Navidad en el mundo tiene que ver esencialmente con el drama de la Navidad original. El mundo vuelve a reeditar sus viejas heridas.

 

Por todo esto aún es, paradójicamente, posible la esperanza. Si hay continuidad en el drama, entonces, existe también prolongación de la esperanza: Dios se hizo hombre en el drama del mundo para darnos el regalo una esperanza posible.

 

En la Navidad del este año y en el Pesebre de nuestra Argentina, la esperanza se inaugura abriéndose camino desde el drama. No hay que evadirse de la realidad que nos duele para que el nacimiento de Dios no sea en vano también para el mundo. La esperanza es permitirle a la historia no nacer en vano para Dios.

 

La Navidad del drama cotidiano puede ser también la Navidad de la esperanza sino nos evadimos de nuestra dolorida realidad. No hay que “maquillar” la Navidad: El drama de Dios es que se hizo hombre entre las sombrías grietas del mundo fragmentado. No el mundo que nosotros imaginamos sino el nos toca transitar.

 

Si aceptamos la realidad, es posible la esperanza porque la única transformación verdadera del mundo empieza por la aceptación de la realidad.

 

Ojalá tengas una Buena Navidad en la medida en que te comprometas un poco más con la realidad. Dios ya nació. No lo busqués donde no aparece.

 

Si celebrás la Navidad, celebrás la vida y si levantás tu copa resobando de vida hacé que también se rebalse de realidad. Sólo así la Navidad podrá cambiar algo de lo que hay en tu corazón para que, desde allí, puedas cambiar algo de lo hay más allá de vos.

 

Que la Nochebuena anticipe muchos días buenos. Que el Año Nuevo nos regale un nuevo tiempo y una mejor vida. Que no sea un Año Nuevo en un tiempo viejo. Los años no son nuevos solamente porque figuren en el calendario. Que la gracia de la primera sea también la de ésta Navidad, la que ahora Dios te dona seguramente para que hagas algo. Ojalá que armemos el “Pesebre de los sueños” donde las pobrezas de la vida sean los pasos de Dios que transita por todas las esperanzas humanas.

 

 

Texto 3:

 

Diálogos susurrados.

 

Desde arriba

las sinuosidades del tiempo

declinaron en las curvas del camino.

 

 Yo nunca había hablado con ángeles.

 

Hay mensajeros misteriosos

que recorren simultáneamente

múltiples espacios y tiempos

sin tiempos, ni espacios.

 

Me han dicho que mi aldea es muy pequeña

como para ser reconocida desde lo alto o desde lejos.

 

Sus colores son blancos y terrosos.

Piedra y paja.

 

¿Los ángeles distinguen colores?,

¿Acaso contemplan como nosotros?…

 

Creo que miran en profundidad.

Más que colores, intuyen intensidades.

Observan las cosas como son en realidad,

desde adentro,

en lo invisible que tienen,

palpitan su esencia.

 

¿En qué lenguaje hablamos?

 

En verdad, no lo sé.

Aunque no dudo que nos entendimos.

Tampoco puedo decir que fue un intercambio de miradas.

Lo vi como una transparente palidez de lo divino.

 

¿Habrá sido lenguaje de ángeles,

o en algún idioma de los hombres,

o en la lengua que esta tierra me dio?

¿Qué expresión compartimos?

¿En qué habla se dijo la noticia más importante?

 

Todo cambió desde entonces.

Yo lo sé, aunque muy pocos lo sospechan.

 

Sólo puedo decir que Dios tuvo un vientre.

Una mujer fue su asilo,

su seno, su cuna y su primer pesebre.

 

Yo fui la primera Navidad de Dios.

 

Mis entrañas entrelazaron sus fibras.

Mi carne fue su nacimiento.

Mi tiempo, su gestación.

 

Dios aprendió a tener esperanza.

Se ejercitó en la paciencia de esperar todo según el ritmo humano.

Un Dios con tiempo de hombre,

esperanzado por habitar el universo humano.

 

Bajo la ley de la lenta obediencia,

 -silencioso y silenciado-

aprendía los secretos,

traducía lo divino en lo cotidiano.

 

La Palabra enmudecía,

balbuceando lo humano.

 

Era muy difícil que los demás

pudieran creerme esto.

 

¡Remolinos de gozos y temores

desbordaban mi alma, habitando mi cuerpo!

 

Elegí la adoración en silencio.

Dios, a su modo, siempre habla.

Sólo hay que tener la paciencia de esperar a que lo haga…

 

No sé cuánto tiempo transcurrió.

Cuando nos despedimos,

me dijo que Gabriel era su nombre.

 

Nunca más volví a verlo.

Yo no lo había conocido antes.

Él, en cambio, al entrar, me saludó por mi nombre.

 

 

Texto 4:

 

Tu embarazo fue nuestro Adviento.

 

Un Dios y nueve lunas de mujer.

Semillas del Espíritu en el pequeño jardín virginal.

 

Un seno grávido de misterios

y la Palabra moldeándose en carne humana.

 

Secretos de Dios en el silencio de la espera.

 

Ella y Dios entretejen fibras de textura humana

con la que se cubrirá de tiempo

la desnudez de la eternidad.

 

Ella ahora cierra los ojos y toca su vientre,

palpita compases de latidos,

y acaricia silencios.

 

El Verbo se expande en ecos interiores.

Repercute el infinito.

Abismo en el eco del abismo.

 

Para ella, la Palabra tiene resonancias físicas.

                                                                                                            

Vuelve a cerrar los ojos

como para llegar más hondo

y percibir más profundo.

 

Ella no sabe

hasta dónde la llevan sus caminos

y por dónde el viento ha de transitar.

 

Ella aún no ha visto el horizonte desplegado.

Su fe todavía no lo sospecha.

 

Ella ahora sólo toca con sus manos, en los bordes de su piel,

las aguas del mar interior que la inunda.

Escucha su música.

 

 

Texto 5:

 

Navidad de las lágrimas de Dios.

 

La primera “expresión” de quien es la Palabra

fue su llanto de recién nacido.

 

El llanto de Dios sobre el mundo:

Ésa fue su primera palabra.

 

Dios lloraba el llanto de los hombres.

Las lágrimas del Niño fueron nuestro primer bautismo.

 

Noche en que Dios gemía en el valle de los hombres.

 

El llanto solitario de Dios

rodeado del espeso silencio humano.

 

No había palabras para la Palabra.

Sólo lagrimas y una estrella inmensa que se nos regalaba.

 

Dios lloraba todos los abandonos humanos,

todos los llantos, con sus noches.

 

María, en el silencio de la Palabra nacida, también lloraba.

Recibía en el Pesebre la congoja de Dios y el sollozo del mundo.

Anticipo del llanto de la Cruz que Dios tendría luego

en los días venideros de su Hijo.

 

Lágrima entre las lágrimas

como collar de perlas cultivadas.

Rocío de llanto y sudor de parto.

 

Luz de Luz.

Nacimiento en el nacimiento.

 

Pesebre y Cruz.

Belén y Gólgota.

 

Niño recién venido y cuerpo de hombre extendido.

 

El Padre -en un eterno abrazo-

entregaba al Niño nacido y recibía al Hijo muerto.

 

Forraje de Pesebre y clavos de la Cruz

en una sola mano.

 

Llora…

 

Llora, pequeño Niño,

llora nuestro bautismo y nuestro lavatorio de los pies.

Llora el agua y la sangre de tu costado herido.

 

Tus lágrimas son nuestro río,

pozo de agua viva,

mar de agua bendita.

 

Llora nuestro viejo llanto.

 

Son tuyas nuestras lágrimas

que limpian el peso

de la antigua memoria de los siglos.

 

Es tuya nuestra carne y nuestra herida.

 

Tu llanto redime nuestras lágrimas.

 

Si tú no llorás,

el Padre lo hará en el Pesebre y en la Cruz.

 

Tu Nacimiento es nuestra Pascua.

 

Tus lágrimas son promesas:

Tu llanto será nuestra luz.

 

 

Texto 6:

 

Mapas del cielo.

 

Dos signos había:

Uno en la tierra sombría

y otro en el cielo de espejos.

 

Abajo, un Niño envuelto en pañales

en el pesebre de los animales,

mientras arriba, una estrella aparecía.

 

Dios brillaba abajo,

recién nacido,

llorando su exilio.

 

Arriba, la estrella recién venida,

dando con su luz la buena noticia.

 

Los ángeles, el rebaño de los pastores aquella noche.

La estrella, el camino de los sabios peregrinos.

 

Para todos había mensajes de lo alto en esa vigilia:

Tanto para la ignorancia como para la sabiduría.

El que era humilde, aprendía.

 

La noche guardaba un gran secreto

que comenzó a darse a voces.

 

Para los que contemplaban los cielos

contando las horas,

o escrutando, en desconocidas rutas de lo alto,

signos extraños.

 

Eran dos las estrellas.

Una lejana, brillando arriba;

y la otra era luz que –desde su carne- esparcía.

 

La sabiduría de lo alto estaba abajo:

Desnuda, con frío y llorando.

 

Para los pastores era un nacimiento,

Para los sabios magos, un descubrimiento.

 

Los pastores ofrecían el cansancio de las horas vencidas,

la rudeza del trabajo y la intemperie de la vida.

 

La sabiduría pagana del Oriente

llevaba sus conocimientos:

Astrología y filosofía;

matemática y astronomía;

arquitectura, arte y alquimia.

Demasiado sofisticado el saber de los siglos

para un recién nacido.

 

La sabiduría de Dios no precisaba conocimientos,

quería reconocimiento.

 

El camino de la sabiduría no estaba en una torre de marfil solitaria

sino en la carne de un Niño que se mostraba.

 

Un Reino para pequeños.

Ésta era la revelación de la Sabiduría:

El camino de lo alto, empieza por abajo.

 

La humillación era su primera lección.

La humilde Sabiduría, yaciendo en su Pesebre,

ya estaba crucificada.

 

Un signo más

entre la piedra y la paja.

 

Ella era el verdadero don.

 

El oro de los reyes,

el incienso de los dioses

y la mirra de los muertos

eran riquezas que esta Sabiduría

no requería.

 

Los reyes sabios

abrían cofres:

Tapices y alfombras,

piedras y perlas;

especias y esencias;

 marfiles, velos y sedas;

todo Oriente y sus riquezas

para transformar en palacio de Rey

el establo aquél.

 

Sabiduría y pobreza;

conocimiento y humildad;

fortaleza y fragililidad:

Nuevas lecciones para asimilar.

 

Había dos estrellas y dos caminos.

Elegir es la verdadera sabiduría.

 

Entre la fe y el conocimiento,

la pobreza y la riqueza;

la humildad y el poder;

se encontraba cuanto aquella noche revelaba.

 

La ciencia de la noche

   sus secretos develaba…

 

 

 

Texto 7:

 

Oración a la Madre de la Navidad.

 

Señora de la Navidad de Dios, Madre de la Nochebuena de los hombres,

una vez más buscamos el cobijo de tu manto, la corona de tus manos y el pesebre de tu seno virginal

como sereno refugio de luz.

Danos el amparo de tu paz porque vivimos en un mundo cuya historia se agita vertiginosa en los cambios
y en un país que desea dar con el camino que lo lleve a su propio encuentro.
Necesitamos descubrir lo mejor de lo que somos capaces para poder seguir creciendo esperanzados.
 

Vos que sos dócil discípula y eximia Maestra,

hija de la sabiduría de Dios y trono de esa misma sabiduría;

aurora de este nuevo tiempo que despierta sobre el mundo,

confiános, una vez más, el corazón de tu Hijo

para seguir, en este presente de la historia y en el nuevo año que iniciamos,

abriendo caminos, ensanchando horizontes y sosteniendo sueños.

Amén.

 

 

Texto 9:

 

Saludo Navideño.

 

Que en esta Navidad y en este Año Nuevo

todo sea vivido bajo la forma de una felicidad posible.

 

Que tu vida rebose de Pesebre de Dios

para que el Pesebre de Dios se colme de tu propia vida.

 

Que Dios se haga Niño para vos.

 Que vos te hagas niño ante Dios recién nacido.

Que Él sea tu esperanza y tu paciencia.

Que sea tu camino.

 

No desaprovechés la Navidad. No la vivas solamente porque está en el calendario.

Hay muchos que no la pueden vivir con nadie. Para ellos, sólo Dios es su Navidad.

Ellos conocen el secreto de la Navidad esencial.

 

Vos, si tenés con quien compartir, dales algo de Dios.

Que la Navidad sea la Navidad de Jesús.

La Navidad de la fe.

 

Las otras navidades no valen la pena.

 

El amor, la familia, los amigos, los afectos auténticos son “navidades” de la navidad verdadera.

El tiempo es breve.

La Nochebuena es sólo una noche.

La Navidad es sólo un día.

Todo es tan fugaz.

Incluso la vida, a menudo, escasea.

 

Saludá, brindá, abrazá, besá y regalá pero, sobre todo, entregáte a vos mismo.

Brindáte un poco más a los demás.

Ellos no esperan tus cosas. Ellos te esperan a vos.

No esperan que les dés retazos de tu tiempo. Quieren compartir tu vida.

Elegí la Navidad que quieras vivir pero hacé feliz a alguien con tu Navidad.

 

Dios tiene su Navidad: ¿Tiene algo que ver con la tuya?

 

En esta Navidad, Dios se hace hombre para vos, se hace humano para tu vida.

Hay que dejar de competir con los demás.

No siempre se puede apostar al juego de ganar o perder.

Si siempre querés ganar, te perdés las lecciones invalorables

que se aprenden con la derrota.

A veces ganar es perderse la derrota.

Muchas veces se gana, perdiendo…

 

No excluyas a los demás.

Rezá por todos.

Cambiá el enojo, el resentimiento, los miedos, los celos y las envidias.

Tirálas al fondo del mar.

Aliviá tu equipaje. El camino aún continúa. No vale la pena que vayas tan cargado.

 

No te sientas solo, aunque haya quienes te han dejado o han partido.

Vos no los has dejado a ellos. Te has quedado.

Éso es suficiente para encontrar nuevas razones y nuevas fuerzas para proseguir.

Ponéte de pie ante la vida. Te sigue esperando con sus brazos abiertos.

 

Dale una verdadera Navidad a tu corazón.

Regalále una Navidad a tu vida.

¿No te das cuenta que te lo está pidiendo?

Regálate. Dios ya lo hizo.

 

No importa lo malo que hayas sufrido este año. Ni siquiera lo perdido y lo fracasado.

Lo que se rompió, lo que cambió o lo que se fue.

Lo que acontece, conviene.

 

Gracias, Señor, porque al venir a este mundo, toda historia tiene posibilidad de ser otra;

todo lo hiciste más humano.

 

¡Feliz Navidad, Jesús!

¡Feliz Navidad, Argentina!

¡Feliz Navidad, hermano!

Amén.

 

 

 

Eduardo Casas.