21/12/2021 – El padre Pedro Opeka, el sacerdote vicentino que desde más de 51 años misiona en Madagascar, nos contó sobre Akamasoa, el lugar donde antes había un basural en que miles de personas vivían en la miseria y hoy existe una ciudad con redes de agua, escuelas, bibliotecas, espacios deportivos y museos. Junto a su gente, el padre Pedro construyó con los más pobres 22 barrios, 4000 casas, escuelas de todos los niveles, maternidades e infraestructura para una ciudad de 30 mil personas. Se calcula que la organización ha sacado a 500 mil personas de la extrema pobreza en la isla de Madagascar. Es conocido como “el Albañil de Dios”, “el Apóstol de la Basura” o “la Madre Teresa con pantalones”.
Opeka nació en San Martín, en el Gran Buenos Aires, en 1948 y fue discípulo del papa Francisco. A fines de los años 70 se instaló en el país africano impactado por la pobreza que había visto en un viaje anterior. Es símbolo de un compromiso concreto y global en la lucha contra la pobreza, la marginación y la injusticia. “Llegué en 1970 y la obra de Akamasoa la comenzamos en 1989, hace 32 años. El gobierno de esa época habían tirado literalmente a cientos de familias en un basurero. Cuando los vi me quedé mudo y recé el Señor para saber qué hacer. Y Él me dijo que hiciera esto, que hiciera esta obra. Hoy nos damos coraje, fuerza y esperanza unos a otros. Esto no es un proyecto, esto es un movimiento de solidaridad porque nos ocupamos del que llega sin nada, aquí hay educación, techo y trabajo. Todo esto cuesta pero también vale”, manifestó.
“Cuando seguís a Jesús en medio de los pobres, van surgiendo ideas, iniciativas, se abren nuevos caminos. Es la Divina providencia. Creímos en Jesús y nos mostró un futuro mejor. Hoy Akamasoa es una bella ciudad. El papa Francisco la bautizó como la ciudad de la amistad cuando estudió por acá”, añadió el sacerdote vicentino. “La fe no es costumbre, es lucha. Aquí se comprende el evangelio, junto a los pobres”, nos dijo. Luego, los niños de Akamasoa cantaron una canción en malgache, el idioma local. “No hay normas, no hay secretos, solo el amor logra todo. Cuando ves los problemas, los dramas, entonces ahí nomás buscás soluciones. Hay que estar cerca de los pobres”, reflexionó.
“Yo salí de Argentina en 1968 y lloré porque había mucha fraternidad y amistad en mi tierra. Cuando regresé vi mucha inseguridad, mucha cerrazón, esto me preocupa de Argentina, que es un país que tiene apertura y generosidad“, expresó el padre Opeka. “En 1966 entre al noviciado vicentino y el colegio de los jesuitas de San Miguel estaba al frente. Ahí conocí en 1968 a Jorge Bergoglio”, sostuvo. Este año, al igual que en varias oportunidades anteriores, el padre Pedro fue propuesto como candidato para el premio Nobel de la Paz 2021. Su candidatura la formalizó Janez Jansa, el primer ministro de Eslovenia -el país de origen de sus padres-, quien justificó su apoyo al cura argentino por su dedicación a “ayudar a las personas que viven en condiciones de vida espantosas”. No logró el premio, pero su obra es cada vez más conocida en el mundo.
“Es una obligación humana y moral de ayudar a los más carenciados y a los que la sociedad ha olvidado. Las políticas de muchos gobiernos comienzan por ayudar a los que ya tienen, y se olvidan de los que no tienen y apenas sobreviven“, expresó el sacerdote cuando vino a nuestro país en el 2018. Su historia, que empezó en San Martín, siguió por las calles de La Matanza, su educación primaria en la Escuela Fragata Sarmiento N° 42 de Ramos Mejía, la secundaria en un colegio esloveno pupilo de Lanús, su noviciado en San Miguel, donde tuvo como profesor de teología a Jorge Bergoglio, y su paso por el fútbol, donde llegó a entrenar en la tercera del club Vélez Sarsfield cuando tuvo que decidir si apostar su futuro como deportista o respetar sus convicciones y entregarse a ayudar a los más necesitados.
Finalmente, su afición por la Biblia y la figura de Jesús, “el amigo de los pobres”, ganó la partida. A sus 18 años se fue a misionar a Neuquén, donde cerca de Junín de los Andes, sobre el río Malleo, construyó una casa para una familia mapuche. También acompañó a los matacos en Formosa. En esa experiencia reforzó su inclinación por el sacerdocio y en 1968 decidió embarcarse en un voluntariado misionero a África, donde vive desde entonces.
“Mi congregación, de San Vicente de Paul, pidió misioneros para la isla de Madagascar, porque no había. Y en aquel momento en Argentina se vivía bien, había sólo 3% de pobres, yo no quería huir de Argentina e ir a África para decir que me voy para un país más exótico. No, no fue eso. Fue realmente por ideal y cuando salí de Argentina lloré, lloré porque dejé una tierra que quería, mis padres, mis hermanas, hermanos y amigos. Yo quería muchísimo a esta tierra porque lo que yo soy hoy me lo dio la Argentina”, contó Opeka.
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