Nosotros creemos en la vida para siempre

domingo, 10 de junio de 2012
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El presente tiene que ver con la eternidad porque no nos alcanza con que aquí todo se termina, es la eternidad la que nos espera. Esta dimensión tan olvidada en estos tiempos donde pareciera que en el tiempo todo se termina y que todo tiene que ser vivido rápidamente, aceleradamente, y sacándole el jugo a cada momento. Claro que sí, así tiene que ser pero no porque todo se termina sino porque todo es para seguir hacia adelante, la vida tiene continuidad. Nosotros creemos en la vida para siempre.

Dice el apóstol San Pablo en la carta a los Romanos capítulo 2 del verso 1 al 11

“Por eso, tú que pretendes ser juez de los demás —no importa quién seas— no tienes excusa, porque al juzgar a otros, te condenas a ti mismo,    ya que haces lo mismo que condenas.

Sabemos que Dios juzga de acuerdo con la verdad a los que se comportan así.  Tú que juzgas a los que hacen esas cosas e incurres en lo mismo, ¿acaso piensas librarte del Juicio de Dios?  ¿O desprecias la riqueza de la bondad de Dios, de su tolerancia y de su paciencia, sin reconocer que esa bondad te debe llevar a la conversión?  Por tu obstinación en no querer arrepentirte, vas acumulando ira para el día de la ira, cuando se manifiesten los justos juicios de Dios, que retribuirá a cada uno según sus obras. Él dará la Vida eterna a los que por su constancia en la práctica del bien, buscan la gloria, el honor y la inmortalidad.

En cambio, castigará con la ira y la violencia a los rebeldes, a los que no se someten a la verdad y se dejan arrastrar por la injusticia.

Es decir, habrá tribulación y angustia para todos los que hacen el mal: para los judíos, en primer lugar, y también para los que no lo son.

Y habrá gloria, honor y paz para todos los que obran el bien: para los judíos, en primer lugar, y también para los que no lo son, porque Dios no hace acepción de personas.”

Pablo está introduciendo en nuestro Credo algo fundamental cuando afirmamos que “creemos en la vida eterna”, estamos diciendo en síntesis que Dios vendrá como juez justo, actuará en misericordia y mostrará su justicia.

El Dios de la vida que en la persona de Jesús se nos ha revelado misericordiosamente es justo juez, misericordia y justicia van de la mano en Dios. Lo que a veces no tenemos tan claro en nuestra vida es que el verdadero juicio no está en Dios sino en nosotros y en nuestra manera de actuar.

Decimos “creo en la vida eterna” y esto según el catecismo de la Iglesia Católica es decir la muerte pone fin a la vida en la tierra y abre a la vida para siempre,  a la aceptación o rechazo de la gracia divina manifestada en Jesús, se juega la suerte nuestra hacia adelante

Es verdad que no hay otra vida que ésta para optar o no por la vida para siempre en Dios. Este es el momento, este es el día, seguramente elegir bien depende mucho de cómo tu corazón sintoniza con la vida que queremos celebrar para siempre.

La vida tiene perspectivas de eternidad y encontrar ese horizonte en nuestro camino es fundamental para que todo tenga sentido, porque si todo se acaba, la vida se nos va yendo entre las manos y entonces disfrutar de la vida es morir cada momento que va pasando y se vincula mas a la muerte que al vivir, el disfrutar y el placer o la felicidad resulta tan efímero en nosotros… en cambio cuando la vida se presenta para siempre, cuando la muerte no es la última palabra, cuando la eternidad nos muestra el estado más rico de la vida, entonces vivir es sacarle el jugo a cada momento sabiendo que lo que estamos entregando y ofreciendo a favor nuestro y de los demás no se pierde, sino que uno atesora en el cielo un tesoro muy grande que no se pierde. Allí donde está tu tesoro está tu corazón, si nuestro tesoro es la eternidad, nuestro corazón está allí y el presente resulta un no acabarse, un no terminarse y entonces gozar y vivir placenteramente tiene un sentido de vida y no de muerte.

Para siempre, era la experiencia que Teresa de Jesús hacía desde muy pequeña, … y pensaba yo las cosas que tenía que elegir en esta vida y que era para siempre, cuando así pensaba mi corazón se llenaba de gozo y de alegría y entonces cuenta ella que con su hermano Rodrigo a los cinco años, decidieron salir con la muda hecha cargando una pequeña bolsita con un palo con una ropa para irse fuera de la ciudad de Ávila a buscar morir mártires a manos de los musulmanes, así podrían estar en el cielo para siempre.

Cuando la gracia de Dios nos visita con este mensaje tan distinto al del mundo de hoy, circunscripto al aquí y ahora, como la perspectiva es distinta y el accionar es distinto. Se puede entender entonces la austeridad, la sencillez, la pobreza, el vivir de forma austera sin acumular. 

Cuando la vida no es para siempre y ser es igual a tener, poseer es la única manera de existir. Cuando la vida es para siempre, está mucho más allá de lo que tengo porque soy según lo que me eligieron desde la eternidad para ser, entonces la vida se puede hacer sin estar aferrado a nada en particular y solo allí donde está el tesoro, allí poner el corazón.

Esta perspectiva de eternidad nos hace dar pasos bien definidos de nuestro ser y las elecciones que hacemos están orientadas según ese fin, la gloria de Dios, nuestro bien y el bien de nuestros hermanos.

La gran vocación y el gran llamado que el hombre tiene es elegir el cielo.

Hay una sola vida, sí, una sola vida para elegir, el tiempo para elegir es este que transcurre desde el momento de nuestro nacimiento y el tiempo que estamos al final de esta vida despidiéndonos para la que viene.

En el pensamiento liberal que se transforma en estos días en el relativismo donde todo vale, donde todo es exactamente lo mismo, donde no hay diferencias y por ende no existe la urgencia para decidirse, no se ve el llamado a la opción. La vida puede pasar sin opciones, sin elecciones, en ese caso la vida termina por soportarse, se hace rutinaria, se hace aburrida, vacía de desafíos y sin contenido de adrenalina que la vida tiene cuando se hace elección y compromiso.  

Para el creyente no todo da lo mismo, al final estaremos de cara a Dios o estaremos en una etapa de purgar lo que nos hace falta para entrar en la presencia de él de manera definitiva o estaremos eternamente ausentes de Dios en cuerpo y alma. Un gozo eterno o un sufrimiento eterno, depende si elegimos el cielo o queremos apartarnos de la invitación que Dios nos hace de vivir en plenitud en él.

Hay momentos que son de cielo para nosotros, y decimos, aquí el cielo se anticipó y hay momentos donde experimentamos el sufrimiento y la ausencia de todo lo que nos resulta gozoso y decimos esto es un infierno.

Nuestros cielos y nuestros infiernos y elegir el cielo como camino de plenitud.

En la vida la gracia de la comunión con Jesús se va haciendo una realidad que nos conduce explícita o implícitamente a estar en plena comunión con él después de ser purificados nos hacemos semejantes a él contemplándolo cara a cara en la vida para siempre. Esta vida de comunión hasta el final del camino en la contemplación del misterio trinitario junto a María, los ángeles y los santos se llama cielo.

El cielo nos espera, pero el cielo también se nos anticipa por eso hablamos de nuestros cielos aquí. También decimos que a veces que la vida se nos hace un infierno.

¿Qué es el cielo? El final en el camino que se anticipa en el presente y que nos invita a ir a su destino definitivo eligiendo lo mejor para nosotros, la plenitud absoluta, la realización de todas nuestras aspiraciones más profundas, el estado más supremo de dicha, de gozo, de paz, de alegría.

¿Qué es vivir el cielo? Vivir el cielo es vivir anticipadamente el reino de los cielos. Como dice Jesús en los evangelios sinópticos, los elegidos viven en él, es más, encuentran allí su verdadera morada e identidad, su propio nombre.

Nuestro nombre, dice el Apocalipsis 2, 17, está escrito en el libro de la Vida en el cielo, de manera que cuando lleguemos al cielo nos vamos a encontrar con nuestro nombre escrito. Hay un lugar para nosotros en el cielo. Y si el cielo está ya aquí presente –como nos dice Jesús- no es verdad que no hay lugar para vos en esta vida, tu nombre también está escrito por estos camino, por este presente. Los nombres nuestros escritos en el cielo y reflejados en el camino. Un nombre que Dios pronuncia en el presente y nos invita al encuentro con él.

Cuando hablamos de cielo, a veces nos referimos sin darnos cuenta a realidades tan lejanas que nos olvidamos de esta expresión de Jesús: “El reino de los cielos ya está entre ustedes”. Pareciera que hablar del cielo o del infierno fueran realidades que no nos corresponden a nosotros, que corresponden a una estratósfera donde nuestra vida no tiene nada que ver. Si somos gente de carne y hueso que pisa sobre la tierra, que tiene un montón de cosas que siente, que vive, que espera, que sueña, que sufre, ¿cómo puede ser que nos resulte el infierno o el cielo cercano? Es que, si el cielo es la plenitud y el infierno es la ausencia de ello, si lo traducimos al aquí y al ahora vamos a encontrar que el cielo y el infierno forman parte del hoy, del aquí y del ahora.

Nos encontramos el próximo lunes en el Despertar con María.