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Nuestra parálisis y la fe en Jesús
lunes, 11 de diciembre de 2006
Un día, mientras Jesús enseñaba, había entre los presentes algunos fariseos y doctores de la Ley, llegados de todas las regiones de Galilea, de Judea y de Jerusalén. La fuerza del Señor le daba poder para curar. Llegaron entonces unas personas transportando a un paralítico sobre una camilla y buscaban el modo de entrar, para llevarlo ante Jesús. Como no sabían por donde introducirlo a causa de la multitud, subieron a la terraza y, separando las tejas, lo bajaron con su camilla en medio de la concurrencia y lo pusieron delante de Jesús. Al ver la fe de ellos, Jesús le dijo: “Hombre, tus pecados te son perdonados”.
Los escribas y los fariseos comenzaron a preguntarse: “¿Quién es este que blasfema?, ¿Quién puede perdonar los pecados, sino solo Dios?”. Pero Jesús, conociendo sus pensamientos, les dijo: “¿Qué es lo que están pensando?, ¿Qué es más fácil decir: “Tus pecados están perdonados” o “Levántate y camina”?. Para que ustedes sepan que el Hijo del hombre tiene sobre la tierra el poder de perdonar los pecados –dijo al paralítico- yo te lo mando, levántate, toma tu camilla y vuelve a tu casa”. Inmediatamente se levantó a la vista de todos, tomó su camilla y se fue a su casa alabando a Dios. Todos quedaron llenos de asombro y glorificaban a Dios, diciendo con gran temor: “Hoy hemos visto cosas maravillosas”.
Lucas 5; 17 – 26
Compartimos hoy la alegría de estar en contacto con aquellos que quieren escuchar la Palabra de Dios en este tiempo del Adviento, que viene caminando, que está avanzando, que tiene que avanzar también en el corazón de cada uno de nosotros, para prepararle a Jesús la cuna de Belén en nuestro corazón, para que pueda nacer, renovando y transformando nuestra vida.
En esta mañana que el Señor nos regala, todavía con los ecos de la acción de gracia por los diez años de Radio María, podamos unirnos a aquella oración tan cortita del Padre Hurtado, “Contento, Señor, contento”, diciendo: gracias Señor por el regalo de este día, gracias María por el regalo de la radio.
En estos días del Adviento, la Palabra también nos está recordando las profecías de Isaías, aquél que de diversas maneras nos está hablando de lo que va a ocurrir en los tiempos del Mesías, tal vez podemos hacer un poco de memoria, sobra aquellas palabras que conocemos: “Se abrirán los ojos de los ciegos, se destaparán los oídos de los sordos, entonces el tullido saltará como un ciervo, y la lengua de los mudos cantará de júbilo”.
Es que en Cristo Jesús tenemos de nuevo todos los bienes que habíamos perdido por el pecado del primer Adán, Él es el médico de toda enfermedad, Jesús es el agua que fecunda toda nuestra tierra, la luz de los que ansiaban ver, la valentía de los que estaban acobardados, Jesús es el que sana, es ël quien cura, es Él quien perdona.
Como en el Evangelio que hoy nos presenta San Lucas, Jesús ve la fe de aquellas personas, acoge con amabilidad al paralítico, lo cura de su mal, le perdona sus pecados, sin duda con escándalo de algunos de los que estaban allí, no podían soportar que este hombre pueda hacer caminar a aquél que habían visto tantas veces postrado en su camilla, dependiendo de todos, esperando la calidad y la limosna de todos. Y Jesús le dio más de lo que él pedía, no solo lo curó de la parálisis, sino que le dio la salud interior, le llevó la salvación a su casa, porque Jesús, lo que ofrece es siempre la liberación integral de la persona.
Resulta así que lo prometido por Isaías es como que nos queda corto, y vemos que estos hombres solamente pedían aquello de que el tullido pueda saltar de alegría, Jesús hace realidad lo que parecía una utopía, lo que parecía, aún con esperanza para muchos, difícil de que llegue. Pero Jesús supera siempre nuestros deseos, y la gente lo está exclamando, así termina el Evangelio que escuchamos: “Hoy hemos visto cosas admirables”.
Cristo es el que guía la nueva y continuada marcha del pueblo, Él es el que dijo en alguna otra oportunidad: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”.
Seguramente cuando escuchamos este relato, de la curación de este hombre que era paralítico, de este hombre que fue llevado por estos cuatro amigos, podemos pensar si alguna vez no nos pasó, si alguna vez no te pasó a vos que pediste alguna gracia al Señor, algún regalo, porque no, claro, tal vez se hizo esperar, no llegó rápido, pero cuando llegó, seguro que superó todo lo que esperabas, seguro que era mas de lo que pedías, porque no solo te dio la salud, el trabajo o unidad en la familia, o aquello que en este momento puedas estar pensando, sino que Dios nunca se deja ganar en generosidad, Dios siempre conoce lo que hay de necesidad en nuestro corazón, es nuestro Padre, y que papá no conoce lo que necesita su hijo.
Si yo lo pienso así, le doy gracias a Dios cuando escucho tantos testimonios de hermanas y hermanas nuestros que comparten sus penas, tal vez sin trabajo, tal vez en la enfermedad, tal vez porque recibió el mensaje divino cuando estaba en la cama, aquejado de algún dolor, en proceso de sanación en alguna clínica, y cuando en alguna oportunidad pidieron por su familia, pudieron percibir, y eso es lo mejor, que Jesús no solo regala lo que se estaba necesitando, no solo da el Señor lo que estábamos pidiendo, no solo nos devuelve aquello que ansiaba y muchas veces gritaba nuestro corazón, sino que tantas veces las personas encuentran la felicidad porque encuentran el amor de Dios, porque se encuentran con el amor de los hermanos.
Que lindo recordar siempre que Dios nunca se deja ganar en generosidad, que Dios nos regala un amor que es mas grande que lo que podemos pensar, de lo que podemos imaginar, de lo que a veces los cálculos humanos pueden pensar o pueden estimar. Seguramente nos habré pasado seguro que a quienes estamos compartiendo la Palabra, alguna vez hallamos tenido esta experiencia: la de un Dios que viene a nuestra vida y a nuestra familia, de una manera que supera nuestra expectativa.
Que lindo que es recordar esto, que lindo que es hacer memoria y que lindo que es compartir cuando el Señor obra en nosotros, recordando que este compartir de lo que el Señor va obrando, que nos va diciendo y manifestando, lo podemos hacer en todo momento, porque esa alegría del Señor que está, que acompaña y que sobrepasa con su amor es mayor cuando sentimos que no estamos solos, que somos comunidad, que tenemos hermanos y hermanas, amigos y amigas, como los cuatro amigos del paralítico, que llegaron a las puertas de la casa donde estaba Jesús y allí no había lugar para más, no había lugar físico.
Es bueno pensar que tampoco había lugar en el corazón de muchos de los que estaban allí, porque ese a quien traían era un paralítico, al que llevaban, me imagino, que habrán pedido permiso, que habrán querido correr un poco a la gente para entrar, también alguna vez les paso cuando hay una fiesta grande y uno quiere ir a misa, por ahí uno intenta entrar, y a veces no se puede entrar.
Algunos se enojan y se van porque no pueden entrar, porque se tienen que quedar lejos, porque se tienen que quedar afuera y hay sol, pero estos amigos se las ingeniaron, buscaron la manera de llevarlo a este hombre que necesitaba de Jesús, y ponerlo a los pies de Él.
Es que el amor no tiene límites, no tiene fronteras, y aquello que los movía a estos cuatro hombres no era mas que el amor que sentían por este paralítico al que veían sufrir desde su lecho de dolor, es que Dios ya estaba obrando en el corazón de estos amigos, sin ellos saberlo, sin ellos imaginarlo, ya estaba obrando.
Como está obrando en este tiempo del Adviento, como está obrando en nuestros corazones, como está obrando en el corazón de tantos que a veces creemos que están lejos de Dios, pero que, sin embargo, el Señor va haciendo su trabajo de amor.
Tal vez podríamos quedarnos en estas dos imágenes, te invito a que lo hagamos así, la de Jesús, que supera todo lo que podemos pensar, y cuando obra regala mas de lo que esperamos, al paralítico lo hizo caminar, pero también, hizo la más grande, lo mas extraordinario: le perdonó los pecados. La otra imagen es la de los cuatro amigos que se la ingeniaron para poder acercarse a Jesús con mucha fe.
Demos gracias a Dios por las veces que hemos experimentado a este Jesús grande en misericordia, a este Jesús para el que nada es imposible, que se acerca a nosotros siempre dispuesto a perdonar y a devolvernos la salud. Cuantas rodillas seguramente hoy también están vacilantes, cuantos paralíticos hay hoy en el mundo, que tal vez pueden caminar, pero están allí quietos, están allí tristes, están allí amargados, cuantas manos temblorosas hay también hoy, tal vez en algún momento puede estar la mía, puede estar la tuya, puede estar también alguien muy cercano a tu corazón, que esté allí mendigando ese amor, que Dios lo quiere dar en abundancia, pero que siempre tiene quien lo alcance.
Cuantas personas hay que sienten miedo y que están desorientadas, el mensaje del Adviento es para nosotros hoy, es algo presente, no es algo que se repite simplemente por costumbre, es el mensaje que Dios tiene para nosotros, y que lo será hasta el fin de los tiempos, es el mismo anuncia, son las mismas palabras, aquellas que escuchábamos el primer domingo: “levanten la cabeza, ya viene la liberación, cobren ánimo, no tengan miedo”.
“Te son perdonados tus pecados, levántate y anda”, es que Cristo Jesús nos quiere curar también hoy a cada uno de nosotros, nos quiere ayudar a salir de nuestra situación, no importa cual sea, es para que pasemos una vida mas viva, mas animosa, mas alegre, con mas ganas de compartir, y esto lo sabemos porque lo sentimos, porque lo hemos escuchado de hermanos nuestros, aunque una y otra vez hayamos vuelto a caer, hayamos vuelto a ser débiles, siempre escuchamos aquella palabra de Jesús, “tus pecados te son perdonados”, siempre escuchamos aquella palabra de Jesús, “levántate y camina, vuelve a tu casa”.
Es sin duda el sacramento de la reconciliación que en este tiempo de preparación a la navidad es un regalo que se nos hace, es también sin duda este sacramento el privilegio, es Cristo, que ha pensado, para que por medio de la Iglesia, nos alcance una vez mas el perdón y la vida nueva.
Que bueno pensar en la reconciliación, entonces, como este cambio de vida, como este éxodo, como este cargar la camilla al hombro, e ir corriendo a nuestra casa, a la casa del Padre, aquella casa que recordamos también en la Parábola del Hijo Pródigo, tiene una papá que nos está esperando para abrazarnos, para llenarnos de besos, para llenarnos de consuelo, para llenarnos de misericordia.
Por eso nuestra vida siempre tiene algo de este éxodo, salir de un lugar, marchar hacia alguna tierra prometida, hacia metas de una mejor vida, de una mejor calidad de vida espiritual, es Dios que nos ofrece esta liberación total, que no se queda en los intereses mezquinos con los que nos acercamos a Él, es que Él nos trae de vuelta del pecado, Él nos recibe en su casa, y hace la misma fiesta que hizo este hombre, seguramente, al llegar a su casa y descubrirse sano, pero sobre todo, descubrirse salvo en este camino.
Y ya al final de un año que el Señor nos ha regalado, así como empezamos a ver luces, colore, empieza a sentirse la fiesta de la navidad, también se siente el cansancio de un año que está terminando y se comienza a sentir en el corazón la necesidad de hacer un balance, y creo que vamos teniendo esta oportunidad que nos da el Señor para hacer memoria, para dar gracias, para reconocerlo como el Señor de nuestra vida.
Hacer memoria de quienes en nuestra vida, tal vez en este año, nos han hecho de camilleros, viron que hay muchos que siempre nos ayudan a encontrarnos con Jesús, es bueno recordar, para dar gracias a Dios, a aquellos que se ingeniaron para ponernos frente a Jesús, a este Jesús que sana y que libera, a este Jesús que sana y devuelve la marcha, a este Jesús que sana y salva el corazón perdido por el pecado.
Tal vez cuando tenemos que pensar en estos camilleros, en estos amigos que en nuestra vida en este año, se las ingeniaron para llevarnos a Jesús, podemos pensar en algo extraordinario, y no siempre lo es, cuando bajaron a este hombre del techo, sin duda debe haber llamado la atención a muchos, porque no era común que acerquen a Jesús a alguien desde el techo, pero si el Señor te regaló amigos que te llevaron a Jesús en este año, por circunstancias, por momentos, por algún hecho de tu vida, aquellos sencillos de cada día en la palabra oportuna, en un saludo, tal vez la palabra oportuna de algún sacerdote, tal vez una sonrisa, tal vez una buena confesión, tal vez un regalo un poco mas grande, un retiro en el que Dios te permitió participar, un consejo, un momento de oración, una ayuda, tantos gestos en los que pudimos ver el amor de Dios, sencillo, despacio, pero profundo en el corazón.
Es que en todo este camino de conversión, de encuentro con Dios, siempre hay quienes nos ayudan a caminar libres.
Mientras rezaba este Evangelio, mientras pensaba en lo que podíamos compartir en este momento, daba gracias a Dios por el testimonio orante de tantas personas que me han acompañado durante mi vida sacerdotal en estos últimos catorce años, pero también desde niño, pensaba en el testimonio orante de mis padres, de mi comunidad, me acordaba también en estos días y lo hacía con algunas personas de aquí de la comunidad, mi catequista de primera comunión, aquellos que se las arreglaron para hacerme encontrar con Jesús, con este Jesús que un día me llamó y me cambió la vida, y si, me la cambió y cuanto que me regaló, también en esto de sentirme puesto frente a Jesús recordaba este Dios que sana y que salva.
Les comparto algo que me pasó como sacerdote hace ya varios años, haciendo un poco de memoria, tal vez unos 10 años, era para esta fecha, era un triduo en honor a la Inmaculada Concepción, yo lo estaba predicando, lo estaba viviendo en una de las comunidades rurales de mi antigua Parroquia, Nuestra Señora del Carmen, es un lugar muy particular, en medio del campo, un clima siempre adverso por el sol, por el calor, un lugar que podríamos decir difícil, no para cualquiera, y me acuerdo que nos preparábamos, después de mucho tiempo, para las confirmaciones de un grupo de adultos, adultas, y un grupo de personas de la catequesis especial, y en ese triduo llegó el día en el que teníamos que prepararnos para el sacramento de la reconciliación.
Y esto es lo que seguramente nunca voy a olvidar, porque este Dios también siempre se las arregla. Estábamos preparándonos, haciendo la celebración, comencé a confesar, y después de un rato largo, apareció también para confesarse, porque iba a hacer su confirmación, una viejecita de más de 70 años.
Cuando se sentó frente a mi, la vi con el rostro cansado, me acuerdo que le dije: “abuela, que cara de cansancio”, y aquí vino este golpe de gracia de Dios, que siempre es grande.
Ella me contestó: “es que lo estoy, Padre, ¿sabe?, estoy esquilando unas ovejas, y es aquí, a unas cinco leguas”, para los que miden distinto las distancias, cinco leguas son veinticinco kilómetros, “y salí al mediodía, Padre, me vine caminando para confesarme”; la pobre se había hecho veinticinco kilómetros en el rayo del sol, en pleno diciembre, con cerca de cuarenta grados, para venir a reconciliarse con Dios.
Lo primero que me vino a la mente en ese momento, y que cada vez que lo recuerdo me viene a la mente eran ganas de decirle: “oiga doña, confiéseme usted a mi, porque usted tiene mucha fe, usted tiene mucho amor a Jesús”.
Hubo otras experiencias parecidas, pero esas palabras tuvieron la fuerza de estos cuatro amigos juntos, para este hombre fueron necesarios cuatro que lo descuelguen y que lo pongan ante Jesús, el testimonio de esta mujer, sin duda con sencillez y con mucha ignorancia, pero con mucho amor a Jesús, me cambió también a mi, me puso frente a Jesús como los habrá puesto tantas veces a ustedes, con la fe sencilla de aquellos que lo acercaron a Jesús.
¿Te animás a seguir haciendo memoria?, a seguir recordando para dar gracias a Dios de cuantas veces Jesús te tocó, pero gracias a cuatro camilleros, a cuatro amigos, a cuatro personas, más, menos, que te pusieron frente a Jesús, para que Él te toque y para que Él te vuelva a la casa del Padre, a esa casa donde hay mas alegría por un pecador que se convierte que por noventa y nueve que no necesitan conversión. Demos gracias por nuestros amigos que nos llevan a Jesús.
Que bueno es hacer memoria del paso de Dios por nuestra vida con nombres y apellidos, que lindo escuchar “mi vecino, mi vecina, mi amigo, mi amiga”, todos esos nombres que nos hicieron de “camilleros”, como decía Juan Pablo II, tener al hermano como un don, como aquel que nos regala Dios para encontrarnos con Él.
Que bueno esta memoria agradecida en Dios, pero también con rostros concretos, que nos ayudan a vivir el amor. Porque el Evangelio de hoy no solamente nos invita a tener esta actitud de disponibilidad para que Jesús obre, a través de aquellos que nos llevan a Jesús. Hoy también Jesús nos invita a nosotros a tener una actitud activa en nuestra vida para ayudar a que los demás se encuentren con Jesús.
Son muchos los que, a veces sin que nosotros lo sepamos, están buscando la curación, son muchos los que viven en la ignorancia, los que viven en la duda, en la soledad, que están paralíticos, como escuchábamos por allí, con poca capacidad para amar, a lo mejor porque el egoísmo les hizo un caparazón, pero que están allí, esperando.
Gente que ya no espera nada de la vida, y hoy esa es una de las enfermedades que mas aqueja el corazón del hombre, esto de no esperar de no tener expectativas, no tener proyectos, parecer que todo va a seguir igual. Por otro lado están aquellos que creen tenerlo todo, y que en su autosuficiencia no se dan cuenta que están parados, que están frenados, que no pueden avanzar, o aquellos que en la vida caminan desengañados, porque son muchas las cosas que no le salieron bien, y por allí la esperanza se les va apagando.
Hoy la Palabra de Dios nos hace la pregunta: ¿somos de los que se prestan gustosos a llevar al enfermo en su camilla, a ayudarlo, a dedicarle tiempo?, ese, sin duda, es el mejor lenguaje, el que todos entienden.
Si nos ven dispuestos a ayudar, a salir de nuestros horarios, de nuestras estructuras, de nuestra comunidad, entonces vamos a hacer mas fácil que otros se encuentren con Cristo, los vamos a ayudar a comprender que el Adviento no es un aniversario, que el Adviento no es simplemente un calendario que va corriendo, que va avanzando, sino que el Adviento se va a convertir en tiempo de preparar nuestro corazón, en un acontecimiento nuevo y vivo cada vez.
Que lindo que este tiempo de Adviento sea nuevo cada vez, escuchamos palabras, reflexiones, vemos actitudes y gestos que, a lo mejor, se van repitiendo año tras año, pero el acontecimiento de este Jesús que viene, que viene a salvar, eso es nuevo, Jesús está vivo, viene a tocar nuestro corazón.
También tenemos que ser concientes que no seremos nosotros los que vamos a curar, los que vamos a salvar, pero sabremos llevar a nuestros hermanos un poco mas, al encuentro y a la cercanía con este Cristo que viene a ser el médico de nuestra alma, si también nosotros, como Jesús, que se sintió movido por el poder del Señor a curar, curamos a los demás y los atendemos, les damos una mano, si fuera necesario, incluso los perdonamos, entonces vamos a contribuir a que este sea para ellos un tiempo de esperanza y de fiesta.
Cuanta falta nos hace encontrarnos con el hermano, cuanto nos hace de falta, que tal vez la actitud del camillero sea ir y perdonar, ir y tener una actitud de fraternidad con aquel que sabemos que está un poco mas lejos de nuestro corazón. Seguro que conocemos muchos paralíticos, postrados en el dolor del pecado, de la desesperanza, del sinsentido, y eso nos duele, nos tiene que doler, porque alguna vez nosotros mismos tal vez lo hemos experimentado, alguna vez quizás hemos pasado también nosotros por esa situación.
Hoy decimos con el apóstol lo que hemos visto, lo que hemos oído, eso es lo que transmitimos, hemos visto y hemos oído la gracia y el perdón, hemos escuchado tantas veces “levántate, toma tu camilla y vete en paz”.
Cuantas veces en esto de hacer memoria, de la misericordia de este Jesús que sana y que salva, habremos escuchado “tus pecados te son perdonados”, cuantas veces con alegría recuperamos la paz cuando escuchamos de labios del sacerdote: “yo te absuelvo de tus pecados”.
Y a esto no lo podemos callar, lo que hemos visto y oído lo tenemos que gritar, no lo podemos guardar, tenemos que ser misioneros de la misericordia de Dios, que sana y que salva, tenemos que ser los camilleros del desesperado, del que está al borde del camino, que a lo mejor sin decir nada, nos está esperando, nos mira, nos necesita.
Entre tantos adornos que vemos en estos días en el arbolito de navidad, aquellos que puedan contemplarlo en sus hogares, que haya un lugar junto a las luces que prenden, que apagan, que iluminan, que dan alegría, gestos, actitudes, las preocupaciones, los tiempos, los momentos, sobre todo la oración hecha por este hermano, por esta hermana, a quien en esta navidad queremos descolgar del techo para poner a los pies del Niño de Belén.
Este niño que en su pequeñez también quiere seguir sanando, también quiere seguir salvando, también quiere seguir perdonando, también quiere seguir liberando.
Los invito a todos a que en este momento, cada uno en su lugar, tal vez en el trabajo, tal vez en las tareas de la casa, tal vez estudiando o viajando en un vehículo, en la cama del enfermo, donde cada uno de nosotros está, nos animemos a levantar los ojos al cielo, nos animemos a rezar juntos y a pedir a nuestra madre, la Virgen, que ella también nos ayude a ser buenos camilleros, que ella también nos ayude a ser buenos amigos, aquellos que nos preocupemos de poner a tantos que andan por allí quietos, sin poder moverse, mendigando amor, ponerlos a los pies de su hijo Jesús.
Te invito, por un momento, tal vez no puedas dejar de hacer lo que estás haciendo, no importa, igual podemos compartir desde cada una de nuestras actividades, y pidamos a esta, nuestra Madre, que es Madre de Misericordia, primero ser liberados de nuestras parálisis, pero también pidamos por aquellos que sabemos que no pueden caminar, que necesitan de Dios y necesitan de nuestro testimonio.
Digamos juntos, compartámoslo, gritémoslo, que se pueda escuchar en casa, o por donde estamos caminando aquellos que nos unimos en el silencio de la oración: “Dios te salve, María, llena eres de Gracia, el Señor es contigo, bendita tu eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén”.
Y junto con María, junto con nuestros hermanos, junto con estos rostros concretos, que se están haciendo presentes en este momento, que podamos recordarlos cuando vayamos a nuestra próxima Eucaristía, y recordemos, en el momento en que el sacerdote nos invita a la comunión, que nos presenta a Jesús Eucaristía, como el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo, sepamos que estas palabras están dirigidas a nosotros.
Cada vez que escuchamos “este es el Cordero que quita el pecado del mundo, felices los invitados a la cena del Señor”, esas palabras son para mí, para vos, son para este presente que vivimos, porque cada Eucaristía se convierte en un nuevo Adviento, en una nueva Navidad, si somos capaces de buscar y pedir la salvación que solo viene de Dios.
Cada Eucaristía quiere curar nuestras parálisis y nuestros miedos, en cada Eucaristía nos toca el Señor con su Gracia, con su Amor, y nos mueve a caminar con un sentido mas esperanzado de la vida, porque se nos ofrece el mismo Cristo hecho alimento de vida eterna.
Que hermoso descubrir que en cada Eucaristía, ponemos a los pies de este Jesús, desde la sencillez del lugar donde nos reunimos, de aquellas Iglesias grandes donde podemos entrar muchos, y desde aquellas Iglesias mas pequeñas, de aquellas comunidades mas alejadas, pero donde, en cada una de ellas, Jesús vuelve a repetir: “levántate, toma tu camilla y vete”, y donde podemos ver nuevamente a tantos hermanos y hermanas nuestras, y vernos a nosotros mismos, salir de la Eucaristía, salir de nuestra oración, salir de nuestro encuentro con la Palabra de Dios, con la misma alegría, con el mismo gozo que este paralítico que hoy nos presenta la Palabra de Dios.
En los momentos de tribulación, de dolor físico, de dolor por incomprensión, siempre es bueno levantar la mirada y mirarlo a Jesús, que está en la cruz, Él no había hecho nada malo, solamente había pasado haciendo el bien, todo lo que hizo fue amarnos, y desde la cruz nos está mostrando que también tenemos que amar, tenemos que unir nuestra cruz a la de Jesús, comprendiendo a los que no nos comprenden, aún cuando sean nuestros hermanos mas cercanos, Dios nos ama a todos, y tengamos la plena seguridad de haber sido ayudados en esta oración que hicimos recién, también los camilleros, que nos llevan al encuentro de Jesús, ellos necesitan siempre de un corazón grande, de un corazón generoso, de un corazón que se olvida muchas veces de sus necesidades.
Es bueno sentir y reconocer que uno está siendo llevado por las manos amigas de nuestros camilleros, al encuentro con Jesús, hagamos memoria de nuestros amigos y hacemos memoria y recuerdo de aquellos por quienes en este Adviento y en esta Navidad pedimos que se dejen tocar el corazón por el amor misericordioso de Dios.
No nos olvidemos de rezar por nuestros camilleros, pidamos para que ellos puedan experimentar este abrazo misericordioso de Dios, este abrazo maternal de la Virgen, por tanto bien que nos hace, que Dios los llene de amor, que Dios los llene de Gracia, y les cargue las pilas para retomar la tarea de cada día, seguros de que Dios nos va a colmar de bendiciones.
Que Dios te bendiga, que Dios te cuide, que Dios bendiga y cuide a toda tu familia.
Padre Gabriel Camusso
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