05/09/2018 – En el Evangelio de hoy Jesús aparece curando a la suegra de Pedro y a muchos que se acercaban para ser transformados y sanados por él. Jesús primero libera a las personas de las fuerzas que oprimen sus vidas y luego cura las heridas que ha dejado la presencia del mal. Cada uno de nosotros participa de un combate espiritual; fruto de este quedan heridas. Sobre ellas, Jesús va para curar, sanar y transformar.
“Al salir de la sinagoga, entró en la casa de Simón. La suegra de Simón tenía mucha fiebre, y le pidieron que hiciera algo por ella. Inclinándose sobre ella, Jesús increpó a la fiebre y esta desapareció. En seguida, ella se levantó y se puso a servirlos. Al atardecer, todos los que tenían enfermos afectados de diversas dolencias se los llevaron, y él, imponiendo las manos sobre cada uno de ellos, los curaba. De muchos salían demonios, gritando: «Tú eres el Hijo de Dios!». Pero él los increpaba y no los dejaba hablar, porque ellos sabían que era el Mesías. Cuando amaneció, Jesús salió y se fue a un lugar desierto. La multitud comenzó a buscarlo y, cuando lo encontraron, querían retenerlo para que no se alejara de ellos. Pero él les dijo: «También a las otras ciudades debo anunciar la Buena Noticia del Reino de Dios, porque para eso he sido enviado». Y predicaba en las sinagogas de toda la Judea”. Lc 4,38-44
“Al salir de la sinagoga, entró en la casa de Simón. La suegra de Simón tenía mucha fiebre, y le pidieron que hiciera algo por ella. Inclinándose sobre ella, Jesús increpó a la fiebre y esta desapareció. En seguida, ella se levantó y se puso a servirlos. Al atardecer, todos los que tenían enfermos afectados de diversas dolencias se los llevaron, y él, imponiendo las manos sobre cada uno de ellos, los curaba. De muchos salían demonios, gritando: «Tú eres el Hijo de Dios!». Pero él los increpaba y no los dejaba hablar, porque ellos sabían que era el Mesías. Cuando amaneció, Jesús salió y se fue a un lugar desierto. La multitud comenzó a buscarlo y, cuando lo encontraron, querían retenerlo para que no se alejara de ellos. Pero él les dijo: «También a las otras ciudades debo anunciar la Buena Noticia del Reino de Dios, porque para eso he sido enviado». Y predicaba en las sinagogas de toda la Judea”.
Lc 4,38-44
El sufrimiento nos visita relativizando nuestras seguridades. Rompe nuestra integridad, agrietando las bases sobre las que fundamentamos el correr de nuestras vidas, frustra nuestros modos de ir de camino, nos plantea una nueva hoja de ruta.
El sufrimiento, se ríe de nuestras máscaras orgullosas, externas aparentes, nuestros títulos. El sufrimiento es una cascada de preguntas. En el dolor de la enfermedad vienen a nuestro encuentro un montón de preguntas, pobladas de soledad y noches de vacío, con sentimientos de impotencia.
Sabiendo que al sufrimiento lo vencemos o nos vence nos acercamos a Jesús con nuestras dolencias con la esperanza de vencer con Él donde no hay sentido para el sufrir. Distinguimos entre dolor que es más físico y sufrimiento que es más englobante. El sufrimiento cuando lo acercamos a Jesús y es bien trabajado ayuda a encontrarnos con nosotros mismos y a potenciar cada dimensión de nuestra persona.