Nuestras diversas dolencias cerca de Jesús

miércoles, 4 de septiembre de 2019
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04/09/2019 – Miércoles de la vigésima segunda semana del tiempo ordinario

“Al salir de la sinagoga, entró en la casa de Simón. La suegra de Simón tenía mucha fiebre, y le pidieron que hiciera algo por ella. Inclinándose sobre ella, Jesús increpó a la fiebre y esta desapareció. En seguida, ella se levantó y se puso a servirlos. Al atardecer, todos los que tenían enfermos afectados de diversas dolencias se los llevaron, y él, imponiendo las manos sobre cada uno de ellos, los curaba. De muchos salían demonios, gritando: «Tú eres el Hijo de Dios!». Pero él los increpaba y no los dejaba hablar, porque ellos sabían que era el Mesías. Cuando amaneció, Jesús salió y se fue a un lugar desierto. La multitud comenzó a buscarlo y, cuando lo encontraron, querían retenerlo para que no se alejara de ellos. Pero él les dijo: «También a las otras ciudades debo anunciar la Buena Noticia del Reino de Dios, porque para eso he sido enviado». Y predicaba en las sinagogas de toda la Judea”.

Lc 4,38-44

“Todos los que tenían enfermos afectados de diversas dolencias se los llevan”.

Este acercar a Jesús las diversas dolencias, son las de este tiempo y las del tiempo que paso y no supimos darnos respuesta ante la enfermedad y el dolor, ese huésped inevitable de la humanidad que llega sin hacerse anunciar, entrando en nuestras vidas sin pedir permiso, alojándose en casa y haciéndose compañeros forzosos del mismo viaje.

Solemos reaccionar desde el fastidio, el enojo. Necesitamos dedicarnos tiempo por que algo de nosotros no anda bien. Hay que dejar el trabajo, ir al profesional de la salud. Nuevas pruebas, todo es lento y lleva tiempo. Si nos toca internarnos, todo se trastoca: la familia, la casa, el trabajo, la economía. Comenzamos a echar de menos la apacible monotonía de la cotidianidad. El sufrimiento no deja de enviarnos mensajes. Nos recuerda que somos frágiles, vulnerables, mortales. Nos hace valorar el estado de placidez que es la salud, que valoramos desgraciadamente cuando nos falta.

El sufrimiento nos visita relativizando nuestras seguridades. Rompe nuestra integridad, agrietando las bases sobre las que fundamentamos el correr de nuestras vidas, frustra nuestros proyectos.

El sufrimiento, se ríe de nuestras máscaras orgullosas, externas apariencias, nuestro abolengo y títulos. El sufrimiento es una cascada de preguntas. En el dolor de la enfermedad vienen a nuestro encuentro un montón de preguntas, pobladas de soledad y noches de vacío, con sentimientos de impotencia.

Sabiendo que al sufrimiento lo vencemos o nos vence nos acercamos a Jesús con nuestras dolencias con la esperanza de vencer con Él donde no hay sentido para el sufrir. Distinguimos entre dolor que es más físico y sufrimiento que es más englobante. El sufrimiento cuando a Jesús lo acercamos y es bien trabajado ayuda a encontrarnos con nosotros mismos y a potenciar cada dimensión de la persona.

 

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