Continuamos con el tema del que habíamos hablado el miércoles 29 de octubre.
En el comienzo mismo de la Palabra de Dios están las bendiciones. En Gn 1,27-28 leemos “…y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, macho y hembra los creó, y Dios los bendijo, sean fecundos y multiplíquense.” Por medio de estos versículos nos damos cuenta que la voluntad de Dios al crear al ser humano a su imagen y semejanza, fue que viviéramos en armonía con nosotros mismos, con los demás, con la creación, con Dios, y eso supone que el ser humano tiene una necesidad de bendición, y a su vez es una bendición en sí mismo. La bendición de Dios en esta área es de mucha ayuda para crecer en el amor y en todas las expresiones que tiene el amor: la paciencia, el servicio, el desinterés, la comunicación, el perdón, la justicia, la solidaridad. He leído acerca de todos estos valores y me he permitido ponerlo bajo la lupa de un pensamiento crítico. He leído también mucho acerca de la imposibilidad de acceder a una actitud de paciencia, de servicio, de perdón de justicia, de solidaridad, etc y todas las complejizaciones habidas y por haber que la naturaleza humana tiene, pero siempre termino llegando a la misma conclusión: todo esto está muy bien. Todos estos valores verdaderamente resultan muy difíciles de alcanzar, exigen muchas veces actitudes heroicas, cuando no verdaderamente inalcanzables. A veces están mucho más allá de los límites del alcance humano y se convierten en verdaderas exigencias, cuando no se convierten en “tapaderas de nuestras desnudeces y vulnerabilidades, o en fachadas, en máscaras que nos ponemos de servicio, de perdón, de justicia, de solidaridad, en actos de hipocresía, acumulando en nuestro corazón altas dosis de celos, de envidia, de vanidad, de ira, de rencor y todas esas emociones negativas que no queremos reconocer que habitan en nuestro corazón. Sin embargo, pocas veces tenemos en cuenta que todas estas expresiones del amor como la paciencia, el desinterés, la solidaridad, la justicia, el perdón, son, antes, en primer lugar, GRACIAS, BENDICIONES, REGALOS, DONES, y desde ese lugar las cosas se ven muy diferentes, porque nos sentimos renovados y enriquecidos por medio de esta bendición para alcanzar horizontes y fronteras que nunca podríamos alcanzar por nuestras propias fuerzas. Así vemos cómo la bendición de Dios que derrama sobre todos nosotros en los sacramentos, en la oración y en el día a día de nuestra vida, no solo nos hace hijos suyos, sino que también nos ayuda, y a lo largo de los años, a desarrollar mejor estos aspectos de la vida del amor. Quizá muchas veces intentamos exprimir nuestras propias fuerzas, nuestra mente y nuestro corazón cuando ya en realidad no sale una sola gota más de nada, y pocas veces en comparación a tanto esfuerzo nos disponemos humildemente, pacientemente y abiertamente a recibir de Dios la bendición, una bendición que es vivida concientemente con una visión de fe, y que nos renueva en lo más profundo de nuestro corazón, volviéndonos a ese proyecto original y originario que aparece en el Génesis: Dios nos bendice, y en la bendición nos ordena ser fecundos. Una vida fecunda es una vida de amor. Si no, te pregunto…¿de qué vale?
Jesús nos confirma en esa bendición que nos da Dios permanentemente a los de corazón limpio y puro, a los que se aman unos a otros. Jesús nos llama diciendo “venid, benditos de mi Padre…