08/10/2015 – Dijo el Señor esta parábola: “Dos hombres subieron al Templo para orar: uno era fariseo y el otro, publicano. El fariseo, de pie, oraba así: ‘Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos y adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago la décima parte de todas mis entradas’. En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se animaba siquiera a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: ‘¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!’. Les aseguro que este último volvió a su casa justificado, pero no el primero. Porque todo el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado”.
Lc 18, 10-14
¡Gracias Ceres por tanto cariño! #CatequesisMisionera Posted by Radio María Argentina on Jueves, 8 de octubre de 2015
¡Gracias Ceres por tanto cariño! #CatequesisMisionera
Posted by Radio María Argentina on Jueves, 8 de octubre de 2015
La familia orante consigue en el camino más de lo que de sea y espera en lo hondo del corazón. Hay como dos actitudes que están presentes en este relato, uno que está muy seguro de sí mismo y que haciendo que alaba a Dios se alaba a sí mismo, se cree el mejor e ingresa mostrando sus credenciales. Es como de esos “católicos” que son tan buenos que no necesitan ni confesarse, ni pedir perdón, ni pensar en cambiar algo de su vida. Son de esas personalidades que a veces no permiten salir justificados por Dios ni tampoco que ingresen los otros. Y por otro lado está el publicano, que se presenta cómo es. Se entrega con lo que es, con lo que siente y con lo que necesita de Dios. Se sabe necesitado de la redención de Dios. El texto nos describe que estaba al fondo del templo y que ni si quiera se atrevía a levantar la mirada. La mirada de Dios lo alcanzó a Él, y el que estaba levantando los brazos, saltando y llamando la atención, casi como si Dios ni lo hubiera visto.
Dios elige a los más pobres y humildes, incluso hasta en el modo de rezar. Busca y elige lo que no cuenta, lo que parece nada. Ésta es la razón por la cual Dios nos invita a ser como niños, que se saben necesitados y piden confiados y con espontaneidad. Hay que encontrar tiempo interior para esto, donde el alma se enciende en el encuentro con Dios.
¿Hay necesidades en tu familia? Todos necesitamos en el ámbito de lo afectivo y vincular, en lo económico, en lo laboral y social, en donde sentimos el llamado del Señor a meter mano, a comprometerse en la transformación de la sociedad… al sentir ese llamado y la distancia entre la crítica y la realidad, uno no sabe ni por dónde meterse. Ahí aparece la necesidad de ponerse de rodillas y levantar los ojos al cielo. Cuando estamos apretados es el momento en que nos abrimos al de arriba.
Hay que encontrar tiempos para sentir la propia necesidad. Quizás por el ritmo en el que vivimos, casi ni tenemos registro de las propias fragilidades y vulnerabilidad, y casi como si pudiera valerse por uno mismo. Así tapamos lo que necesitamos, si es por pudor está bueno tapar la debilidad, pero puede estar oculto a los demás pero no frente a uno mismo.
A Dios se lo encuentra adentro de uno, por eso la necesidad del silencio para encontrarse con uno mismo. La primera oración del Antiguo Testamento no es tanto la súplica como el fiat el “hágase como tú has dicho” de María. La interioridad necesita de tiempo, sobretodo en la familia. El Papa Francisco alagaba en su encuentro con las familias a aquellas que estiran las 24 hs del día en 48. La pregunta es cómo hacemos para en medio de todas las actividades, encontrar tiempo para la oración. El Papa Francisco dice que la clave está en el afecto y en el cariño. No podemos ir a la oración sin cariño. Encontramos el tiempo en la familia cuando es el amor lo que nos gana el corazón, cuando la presencia de Dios es amorosa de un Dios que nos mira amando, que no juzga ni nos pasa factura.
Un amor que se sostiene en el tiempo y que encuentra corazones donde el afecto de la presencia de Dios se hace como una luz que abraza la vida de la familia y no importa si al principio estamos todos bien acomodados con Dios o no tanto. Por supuesto que en la medida que el encuentro con el Señor en el amor, el afecto va creciendo, y el hecho de hacer el “hágase en mí” resulta casi una necesidad más que un mandato. Si no entramos en la corriente del afecto del trato con el Señor no va a haber tiempo par ala oración. Hay que incluir dentro del espacio de 48/24 en un mismo día la oración. Para eso, como el publicano, hay que decir “acá estamos como el publicano… No es que tenemos el gran espíritu de oración, no nos da para muchos rosarios como hacía el abuelo, ni mucho menos, pero acá estamos”. Quizás preguntarnos como familia, ¿para qué nos da? ¿Para la bendición de la mesa, para una oración al final del día?
“La falta de oración no es por falta de tiempo sino de amor” decía Juan Pablo II. Si no hay amor no brota el encuentro. Siempre nos primerea el amor de Dios, saliéndonos al encuentro. No oramos por cumplir, sino por amor. Capaz haya una palabra para desterrar en la familia en el terreno de lo religioso “tenés qué”. Cuando viene la indicación por obligación, es como vinagre para las moscas… se van todas, en cambio con un poquito de miel se atrae a todos. Si tu testimonio es de amor y de firmeza y los caminos de libertad para tu hijo son importantes, seguramente se va a encontrar con el camino que Dios le tiene pensado.
Hay dos modos de pensar en Dios. Podemos pensar en un Dios Padre, tierno, misericordioso, un Dios que abraza nuestras pobrezas un Dios que sostiene en la firmeza nuestros límites, nos corrige como buen padre y nos pone de pie, o podemos pensar en un Dios que tiene una libreta y va pasando lista de nuestros errores. Evidentemente esta segunda variante tiene que ver con la del fariseo, más vinculada a los mandatos interiores con los que cargamos, en donde nos vinculamos, más que con Dios, con nuestro super yo.
En el camino de Dios que nos ofrece Jesucristo se ofrecen más posibilidades que mandatos “si quieres…”. Dios nos hace una invitación para ir detrás suyo, una invitación atrayente que surge del amor, en donde en ese vínculo de amor se multiplica y se recrea la vida. San Maximiliano Kolbe decía que el amor es creativo. Pienso en tantas mamás que al comenzar el día dicen, ¿qué hago hoy?, ¿qué preparo para comer? Y mira la cuenta, lo que sabe hacer, y así se reinventa en el amor.
También es cierto que cuando hay necesidad, el amor creativo aparece con más fuerza. Por eso muchos agradecen y bendicen los momentos de crisis, en donde aprendemos a encontrar el sentido de las cosas importantes. Nos hace bien también cuando nos encontramos con los que sufren, resulta muy saludable para la familia. Encontrar espacios de oración en la familia, también puede venir cuando la familia misionera sale al encuentro de la situación dolorosa de muchos, visitando las villas, enfermos, o con el propio abuelo/a que sufre. En ese momento el amor empieza a moverse por dentor y hay un mejor caldo de cultivo para surja la oración, porque ya no se reza mirándose el pupo, sino con carne, con otros. Pongan a sus hijos a rezar y a pedir en concreto, y vean cómo desde el amor surge tanto. Si este amor no está despierto la oración es tediosa porque el vínculo con el dios frío no es el verdadero, que no tiene nada que ver con nosotros. El Dios en el que nosotros creemos, como decía Teresa de Jesús, es un Dios que se mete en las ollas, en las cosas de todos los días.
¿Cuál es la materia de la oración verdadera? Los nombres, las personas, las realidades concretas que vamos viviendo. Por eso la oración en al familia es lo que vive la familia, lo que experimenta por eso es necesario que aparezca desde el afecto. La familia se hace realmente orante cuando realmente es misionera. La familia es orante cuando entendió la dinámica del salir, porque en la salida y en el encuentro con el Dios vivo y encarnado, en lo de todos los días, hace que la respuesta se hace inmediata. Empezamos a encontrar la necesidad para orar en esos espacios donde la misionalidad de la familia se muestra. La oración verdadera sale del encuentro con Dios en la misión, al encontrarse con chicos con menos posibilidades, con enfermos, con abuelos en soledad… Pienso en los novios, y la necesidad que desde ya, su noviazgo toma dimensión distinta cuando comparten la misión con otros.
Si el encuentro con el Señor no te saca de vos mismo y te ves exigido en la caridad, entonces no hay encuentro verdadero. El amor de Dios nos abre al amor. La vida fraterna en amor y la vida de oración se retroalimentan mutuamente.
Padre Javier Soteras
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