20/02/2017 – Siguiendo las enseñanzas del Papa Benedcito XVI en torno a la oración, hoy con el Salmo 110 rezamos al Dios Rey a quien somos invitados a seguirlo. A Él le damos la supremacía en nuestras vidas.
Dijo el Señor a mi Señor: «Siéntate a mi derecha, mientras yo pongo a tus enemigos como estrado de tus pies». El Señor extenderá el poder de tu cetro: «¡Domina desde Sión, en medio de tus enemigos!». «Tú eres príncipe desde tu nacimiento, con esplendor de santidad; yo mismo te engendré como rocío, desde el seno de la aurora». El Señor lo ha jurado y no se retractará: «Tú eres sacerdote para siempre, a la manera de Melquisedec». A tu derecha, Señor, él derrotará a los reyes, en el día de su enojo; juzgará a las naciones, amontonará cadáveres y aplastará cabezas por toda la tierra. En el camino beberá del torrente, por eso erguirá su cabeza.
Salmo 110, 1-7
El Salmo 110 es uno de los famosos «Salmos reales», un Salmo que Jesús mismo citó y que los autores del Nuevo Testamento retomaron ampliamente y leyeron en relación al Mesías, a Cristo. Es un Salmo muy apreciado por la Iglesia antigua y por los creyentes de todas las épocas. Esta oración, en los comienzos, tal vez estaba vinculada a la entronización de un rey davídico; sin embargo, su sentido va más allá de la contingencia específica del hecho histórico, abriéndose a dimensiones más amplias y convirtiéndose de esta forma en celebración del Mesías victorioso, glorificado a la derecha de Dios.
El Salmo comienza con una declaración solemne: «Oráculo del Señor a mi Señor: “Siéntate a mi derecha, y haré de tus enemigos estrado de tus pies”» (v. 1).
Dios mismo entroniza al rey en la gloria, haciéndolo sentar a su derecha, un signo de grandísimo honor y de absoluto privilegio. De este modo, el rey es admitido a participar en el señorío divino, del que es mediador ante el pueblo. Ese señorío del rey se concretiza también en la victoria sobre los adversarios, que Dios mismo coloca a sus pies; la victoria sobre los enemigos es del Señor, pero el rey participa en ella y su triunfo se convierte en testimonio y signo del poder divino.
La glorificación regia expresada al inicio de este Salmo fue asumida por el Nuevo Testamento como profecía mesiánica; por ello el versículo es uno de los más usados por los autores neotestamentarios, como cita explícita o como alusión. Jesús mismo menciona este versículo a propósito del Mesías para mostrar que el Mesías es más que David, es el Señor de David (cf. Mt 22, 41-45; Mc 12, 35-37; Lc 20, 41-44); y Pedro lo retoma en su discurso en Pentecostés anunciando que en la resurrección de Cristo se realiza esta entronización del rey y que desde ahora Cristo está a la derecha del Padre, participa en el señorío de Dios sobre el mundo (cf. Hch 2, 29-35).
Poner la primer pieza en su lugar, Dios, hace que todo el resto de nuestras cosas se vayan ordenando en función de eso. Dios es Señor y el señorío de Dios no pide permiso, lo actúa y supone que nos ubiquemos en lo de todos los días conforme a su primacía.
En efecto, Cristo es el Señor entronizado, el Hijo del hombre sentado a la derecha de Dios que viene sobre las nubes del cielo, como Jesús mismo se define durante el proceso ante el Sanedrín (cf. Mt 26, 63-64; Mc 14, 61-62; cf. también Lc 22, 66-69). Él es el verdadero rey que con la resurrección entró en la gloria a la derecha del Padre (cf. Rm 8, 34; Ef 2, 5; Col 3, 1; Hb 8, 1; 12, 2), hecho superior a los ángeles, sentado en los cielos por encima de toda potestad y con todos sus adversarios a sus pies, hasta que la última enemiga, la muerte, sea definitivamente vencida por él (cf. 1 Co 15, 24-26; Ef 1, 20-23; Hb 1, 3-4.13; 2, 5-8; 10, 12-13; 1 P 3, 22). Y se comprende inmediatamente que este rey, que está a la derecha de Dios y participa de su señorío, no es uno de estos hombres sucesores de David, sino nada menos que el nuevo David, el Hijo de Dios, que ha vencido la muerte y participa realmente en la gloria de Dios. Es nuestro rey, que nos da también la vida eterna.
Hay una necesidad de ascesis en la vida espiritual. Permanentemente necesitamos ir reordenando la propia naturaleza y la vida, en función de que Dios ocupe el centro. Así vamos preparando los caminos, como Juan el Bautista, para la llegada del Señor.
Como reza el versículo 2: «Desde Sión extenderá el Señor el poder de tu cetro: somete en la batalla a tus enemigos». El ejercicio del poder es un encargo que el rey recibe directamente del Señor, una responsabilidad que debe vivir en la dependencia y en la obediencia, convirtiéndose así en signo, dentro del pueblo, de la presencia poderosa y providente de Dios. El dominio sobre los enemigos, la gloria y la victoria son dones recibidos, que hacen del soberano un mediador del triunfo divino sobre el mal. Él domina sobre sus enemigos, transformándolos, los vence con su amor. Jesús ha mostrado como su reinado alcanza el culmen en los dos momentos más importantes de su existencia en medio nuestro: en el pesebre donde la Palabra nace sin Palabra, y en la cruz a donde va por obediencia por nuestra Redención.
Poner las cosas en su lugar, no es en función de un orden prestablecido, sino conforme al plan de Dios. Es ordenar las cosas según el plan de Dios, que siempre implica descubrir y discernir ese plan. Necesitamos aprender a leer el proyecto de Dios para nuestras vidas, para desde ahí ir viendo qué cosas más convienen en función del plan. San Ignacio, dice que el discernimiento de tomar y dejar es función a “tanto y cuanto” sirva en función del plan de Dios. Necesitamos elegir lo que “más convenga” conforme a ese plan de Dios para nuestras vidas. Para poder ser colaboradores de ese plan, necesitamos entender que no siempre eso que más conviene es lo que “debería ser”. Necesitamos ir recorriendo un camino que tiene su progresividad hasta llegar a ese punto. Vamos aprendiendo a poner las cosas en su lugar.
Esta perspectiva no implica licuar la verdad ni relativizar el concepto de lo que estamos llamado a ser, sino ubicarlo en lo posible mientras vamos yendo a lo que estamos llamados a ser. Jesús es muy claro, dice que no ha venido a quitar ni una , ni una i de la ley, pero a la vez plantea ¿qué es más importante, respetar el sábado o el hombre?. Cuando lo mandado mata al espíritu entonces no responde a lo que está llamada a ser.
El don de la sabiduría es lo que tiene que irnos guiando y se la pedimos al Rey que quiere venir a señorear nuestra vida y nuestros contextos. Se trata de un lugar penitencial, porque necesitamos hacer esfuerzo con paciencia pero con mucho amor para acomodar la vida. Mientras Dios va obrando nosotros tenemos que ir poniendo nuestra parte de trabajo, sabiendo que al final, a la obra en nosotros la realiza Él pero contando con nosotros.
Padre Javier Soteras
Material elaborado en base a la Catequesis del Papa Benedicto XVI en su Audiencia General del 16 de noviembre del 2011
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