Orfeo y Eurídice, los trabajos de un amor perdido

jueves, 26 de mayo de 2011
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Episodio 2: Orfeo y Eurídice, los trabajos de un amor perdido

1. Un amor hasta el extremo
Hoy te voy a contar una antigua historia de amor. No importa que haya sucedido hace milenios. Allá donde la memoria entra en su propio sopor y se confunde con las fronteras de los sueños. Las historias de amor siguen aconteciendo, más allá del tiempo. Se vuelven legendarias y tienen su propia perdurabilidad en el presente, aunque los protagonistas cambien de rostros, de nombres y de circunstancias.
La historia que te narraré hoy, la he recibido a mi vez. Me han contado -aquellos que lo conocieron- que Orfeo no era un dios sino un ser humano, un simple mortal, uno como nosotros. Lo llamaban “héroe” por el valor de su amor y de su hazaña. Sobresale, precisamente, por la osadía a la que pudo llegar su amor. Por aquí lo recuerdan como un joven enamoradizado y enamorado. Era artista: músico y poeta. A menudo se lo veía con su lira, ese delicado instrumento musical de siete cuerdas a la que Orfeo añadió dos más para que fueran nueve, como las musas inspiradoras.
Cuando Orfeo tocaba la lira, no sólo los seres humanos, animales y dioses, se quedaban embelesados, escuchándolo, sino que incluso toda la naturaleza detenía sus propios movimientos para disfrutar: mares, ríos, vientos, valles, plantas y montañas escuchaban a Orfeo y se sentía así el eco de la música interior que anima la esencia de cada ser.
Orfeo decía que todo era música en el universo y que sólo había que dar con ella y con aquellas fibras íntimas que son capaces de tocarla. Él sostenía que todo guarda el silencio de su propia melodía. Su música era hipnótica e irresistible: arrobaba, extasiada, subyugaba, encantaba. Más de una vez, este mágico don le ayudó, en sus numerosos viajes, para sortear muchos peligros. Él disfrutaba de ir especialmente a lugares lejanos donde recogía tradiciones y acrecentaba así su sabiduría. Cuentan que llegó incluso hasta el secreto y enigmático Egipto.
Afirman que, de vez en cuando, también se dedicaba a esas cavilaciones llamadas “filosofía”, sus compatriotas la llaman “amor a la sabiduría”. Todo lo que fuera amor parece que le interesaba a Orfeo. Amor a las canciones y a las melodías; amor al arte y a la música; amor a la reflexión y -sobre todo- amor a Eurídice, por la cual llegó hasta donde ningún mortal pudo llegar. El suyo fue un amor extremo, hasta el final, hasta las últimas consecuencias. Viendo la intrepidez de Orfeo me pregunto ¿hasta dónde podría llegar mi amor?; ¿cuál es mi límite?… Ciertamente, no lo sé.
Este héroe llegó hasta aquella oscura región en la cual los mortales nunca se han atrevido a aventurarse. Él –por amor a su esposa Eurídice- llegó hasta las entrañas insondables e impenetrables del mismísimo infierno. Arribó hasta allí sólo para rescatar a su querida cautiva. El escuchaba la voz de su amada. Su amor lo llamaba desde el infierno. Su valentía lo transportaba, llevando solamente -como arma- su instrumento musical y el don divino de la música. Él había escrito especialmente un himno para que se abrieran las puertas del inapelable infierno. Él ejecutó esa música como una llave para liberar a su amada.
La letra de la hermosa canción decía así:

“¡El amor tiene tantas caras hermosas.
Compartiendo vidas, compartiendo días!

En mi amor había muchos espacios vacíos.
Estoy compartiendo un recuerdo
y espero que siga siendo así.

Ahora estoy en lo más profundo del amor y todavía respiro.
Ella tiene mi corazón en sus manos.

Estoy muy cerca de creer que todo esto podría ser amor eterno.

Toda mi vida he buscado
las razones que he pedido
pero, ¿cómo puedo razonar
con la razón de un hombre?

En un minuto necesito abrazarla
y en una hora estoy frio,
frío como la piedra.

Cuando ella se va
resulta más y más difícil
enfrentarse solo a la vida.

Ahora mis sueños están llenos de los momentos pasados juntos.
Supongo que lo que necesito es su amor eterno”.

2. El final de un amor
Con tantas cualidades de belleza y arte, no era de extrañar que las mujeres admiraran a Orfeo de una manera especial. Siempre los músicos han tenido sus seguidoras incondicionales. También en los tiempos de Orfeo ocurría esto, según me cuentan. Él tenía no pocas pretendientes. Las atraía por su juventud y gracia, su espíritu aventurero y viajero, sus melodías y sabiduría, su curiosidad y vitalidad.
Entre muchas, sólo una de ellas despertó la atención de nuestro héroe y no fue otra que Eurídice, la cual –desde un primer momento- no dudó en casarse con él. Zeus, el mayor de los dioses -reconociendo el valor que había demostrado en muchas de sus peregrinaciones y aventuras- le otorgó a Orfeo la bendición divina y aprobó el matrimonio con Eurídice, la cual era una ninfa, un espíritu femenino, una divinidad menor, una hija de Zeus que animaba a la naturaleza.
Ciertamente Eurídice no era la única ninfa. Se cree que su número era casi infinito. Habitaban en las arboledas, cimas de las montañas, ríos, arroyos, cañadas y grutas. Eran muy longevas aunque no necesariamente inmortales. Se las consideraba buenas ayudantes de otras deidades principales.
Las ninfas, según la creencia de todos, son personificaciones de la naturaleza y de su capacidad creativa. Ciertamente sabemos que todo el cosmos está dotado de energía y fuerza. Las cosas vivas -según me dicen- lo son gracias a las ninfas, ya que todos los fenómenos ordinarios de la naturaleza tienen alguna manifestación de la divinidad y de su vitalidad exuberante: fuentes, ríos, mares, árboles, montañas, vientos y hasta las piedras. Todo está cargado de la sagrada energía de la existencia. Todo tiene su propia “alma”. Muchos creen que el universo entero es un inmenso viviente.
Hay ninfas del elemento acuático, hijas de Océano y la sal. También las hay de agua dulce: ríos, lagos, arroyos, manantiales o pozos. Algunos aldeanos de por aquí me recomiendan que no vaya a beber agua de cualquier estanque ya que las ninfas lo habitan y pueden que me inspiren sueños, deseos o profecías extrañas, efectos de beber de esas aguas vivas en continuo fluir y movimiento. Algunos afirman que las ninfas están dotadas de poderes oraculares y que inspiran a los seres humanos, otorgándoles el don divino de los anuncios premonitorios y les infunden el espíritu de la poesía. Quizás, por eso, es que Orfeo se haya enamorado de una ninfa.
También hay ninfas de las montañas, grutas, bosques y praderas. Allí se aparecen y asustan a los viajeros solitarios y desprevenidos. En fin, hay ninfas por doquier en toda esta exultante naturaleza que se nos ha prodigado y que tenemos que cuidar.
Lo cierto que –de todas las existentes- Orfeo quedó prendado de una sola. Las mismas ninfas me contaron que su nombre significa “novia” es decir, una joven en edad casamentera. Creo que Orfeo y Eurídice tenían un acabado amor correspondido, un amor perfecto, un amor de dos mundos: uno mortal y otro semidivino. En ellos se habían encontrado los dos ámbitos del amor, el humano y el trascendente. Hay quienes afirman que ella lo hubiera dejado todo por él –incluso el privilegio de su condición semidivina- y que él, igualmente, todo lo hubiera abandonado por ella. El destino se encargaría de que Orfeo pudiera cumplir lo arriesgado de tal deseo hasta las últimas consecuencias.
Los rumores populares aseveran que un día que la ninfa Eurídice estaba paseando por la orilla de un río, se encontró con el pastor Aristeo. Cautivado por su belleza, éste la persiguió para atraparla. Ella trató de escapar, pero mientras corría por el campo -con sus pies descalzos- tropezó con una serpiente, la cual la mordió con su letal veneno. Allí la ninfa quedó tirada, agonizando un buen rato.

Cuando Orfeo, en sus paseos por la campiña mientras tocaba su lira, la encontró, Eurídice ya no tenía vida consigo. Ni la serpiente, ni el pastor se encontraban. Sólo estaba el delicado cuerpo de una ninfa sobre la hierba. Las lágrimas de Orfeo bañaron el etéreo cuerpo de su esposa pero no alcanzaron para revivirla, entonces le ofreció el mayor tributo que un poeta y músico puede ofrecer: tocó –por muy largo tiempo- las canciones más tristes que pudieran escucharse.

El recordó la letra de ese himno de amor que siempre ella entonaba y cómo él le respondía también cantando. A ver su rostro exánime, como si fuera un doloroso y oscuro presagio, él la abrazó y sus lágrimas caían en el cuerpo de Eurídice y resonaba en su interior la letra inmortal de aquella canción:

“Piensa en mí,
piensa en mí con cariño.

Cuando hayamos dicho adiós,
acuérdate de mí.
de vez en cuando, por favor,
prométeme que lo intentarás.

Recuérdame cuando estés muy lejos,
cuando yo ya no te sienta más aquí.

Si en tu aliento está mi nombre,
piensa un poco en mí.

Fue un sueño,
contigo lo viví,
y ahora en un mundo de recuerdos
me encierro.

El destino quiso unir
dos puertas que estaban por abrir.

Piensa en mí,
sólo tu ausencia puedo abrazar.

Recuerda todas las cosas
que hemos compartido
y no pienses en lo que podría haber sido.

Piensa en mí
porque ni un día habrá que no amanezca con tu luz
Ni habrá noche que no aparezcas en mis sueños.

Florecer,
dar fruto,
y perecer.

En cada historia,
todo es así:
Prométeme que a veces pensarás en mí”.

3. Un viaje por el infierno en busca del amor
Una a una fueron llegando las ninfas al lugar donde Orfeo tocaba sus canciones llenas de extrema congoja y tristeza junto al cuerpo de Eurídice. Los ecos de esas nostálgicas melodías envolvían el mundo como una suave bruma y llegaban hasta las alturas del Monte Olimpo, se alzaban rodeándolo. Los dioses quedaron en profundo silencio al escuchar la hermosa música que los cautivaba subiendo del mundo de los mortales. Así se enteraron de la infausta noticia. Todo el resplandor divino del Olimpo se envolvió de melancólicos acordes de lira y del lamento de una voz lejana. Ese día, hasta los dioses, lloraron sobre el mundo. Las lágrimas divinas caían como tenue rocío sobre los campos y humedecían el cuerpo extinto de la ninfa.
No hubo lágrimas suficientes para consolar el dolor de Orfeo: ni siquiera las lágrimas de todos los dioses. Una noche de las muchas que pasó en vela, llorando a su amada sin moverse del lugar, consideró entonces -por primera vez seriamente- el consejo que todas las ninfas le dieron: que descendiera solo y despojado al inframundo, al lugar inferior oscuro y subterráneo llamado “infierno”.
De sólo pensarlo a Orfeo se le erizaba la piel ya que los mortales no podían ingresar allí con vida Lo único que allí se encontraban era sombras y quejidos, fantasmas oscuros de ojos sin visión que sólo proferían gritos de angustia ahogada y dolor sin descanso.
Abrumado por el dolor y contemplando que no había otra posibilidad, Orfeo decidió ir al mundo de abajo para buscar a su amada y traerla, otra vez, al mundo de arriba, al de los vivos, algo que nadie había hecho hasta entonces: volver del reino de los muertos.
Quien pretendiera entrar al mundo de los muertos, sumergiéndose en el infierno, nunca regresaría. Sin embargo, el amor no tiene fronteras, ni límites, pensaba Orfeo, el amor es más fuerte que la muerte. Es vida y resurrección. El amor pertenece al mundo de los vivientes y de la luz.
El valiente Orfeo decidió entonces emprender aquél viaje que ningún mortal había realizado: la peregrinación hacia el lugar de los muertos, al encuentro de Hades, el dios del submundo. El ingreso al infierno se hacía por las oscuras aguas de la Laguna Estigia. Allí el barquero llamado Caronte debía llevarlo al otro lado de la laguna. Sin embargo, en esta ocasión, Caronte se negó, ya que él sólo transportaba muertos y –ciertamente- Orfeo era todavía un viviente.
El joven entonces –utilizó la única arma que tenía para defenderse de todo el poder del invencible infierno- comenzó a tocar su lira, provocando así el embelesamiento del barquero, quien –suspendido por gozar fugazmente de aquél don tan escaso en el infierno- accedió a llevarlo a la otra orilla. De la misma manera convenció al monstruo que estaba en la entrada del mundo de las sombras, el perro de tres cabezas, guardián de las puertas del hades –llamado Cerbero- el custodio del infierno. La música apaciguó a la fiera y le abrió las inmensas, pesadas e infranqueables puertas del abismo.
Orfeo sabía que tenía que llegar hasta el mismísimo dios Hades, el que reinaba sobre los muertos y demonios. Él había prohibido estrictamente a sus súbditos abandonar sus dominios. Se enfurecía cuando alguien intentaba alejarse o robarle alguna de sus presas.
En el camino de las profundidades del inframundo, Orfeo tuvo que sortear muchos peligros para los cuales usó repetidas veces su inefable música, ablandando el corazón de los demonios y haciéndolos llorar, por primera y única vez. Dicen que los demonios nunca lloran. Sin embargo, el amor de Orfeo les arrancó oscuras y espesas lágrimas.
Nuestro héroe siguió hacia delante, por los fondos infernales, sin dejar de tocar su indescriptible música. Era la primera vez que -la oscuridad de ese abismo- se iluminaba con el resplandor de una suave y triste belleza, pálida como la luz. Por un instante, todo el infierno quedó suspendido, sin aliento y en silencio, arrobado y ensimismado. Todos los rincones devolvían los ecos de una lira mágica y maravillosa que cautivaba en extremo. Los llantos y gemidos de sufrimiento se silenciaron, dando paso a una melodía que se expandía por el aire y lo llenaba todo de una dulzura nunca antes percibida en los suplicios de tales profundidades.
Orfeo siguió y siguió durante días interminables ejecutando su música como única brújula que lo guiaba en ese lugar donde los días y las noches se sucedían sin contraste de luz. Él soñaba que Eurídice lo escuchaba y lo reconocía y que -con el suave tacto espiritual de la música- volvía a la memoria y a la vida, así retornaba al temblor vital del alma y del cuerpo. Él también percibía en su corazón los clamores de la voz de su amada.
Desde las sombras, muchos ojos contemplaban interrogativos al insólito viajero. El infierno tuvo en ese viaje su propia música. Cuentan que, entonces, hasta el mismo Hades se detuvo a escuchar y que en ese momento las torturas de ese lugar de infortunio se interrumpieron y todos encontraron un momento de paz con la visita de aquél amante.
En el colmo de esa paz, el pétreo corazón de Hades, el dios de los infiernos, se quebró de conmoción y de belleza, una sensación más fuerte, poderosa y divina que todas las que había experimentado antes. Fue así como los Señores del Infierno, Hades y Perséfone, la joven doncella, reina del inframundo, quedaron conmovidos y quebrados por la hermosura y sublimidad del aquella música y su canto.
En ese momento, Orfeo suplicó retornar hacia el mundo de los vivos con su amada y Hades, sacudido y perturbado por tanta belleza conmovedora –y dejándose llevar- cede con una sola condición: Orfeo siempre debía caminar delante de ella, sin mirar hacia atrás, por ninguna razón, nunca, pase lo que pase.
El peregrino aceptó la condición y Eurídice comenzó, entonces, su itinerario de liberación, su ascenso, el retorno al mundo de los vivos, siguiendo a su fiel amado, el cual no dejaba de tocar esa infinita melodía celestial que se había vuelto una atmósfera de luz y de encanto entre las sombras para que ella se sintiera orientada, acompañada y protegida.
El viaje de regreso duro tantos días con sus noches como el de ida y estuvo, a propósito, aún más lleno de peligros y trampas. Orfeo, de vez en cuando, se sentía inclinado, casi tentado de volver la mirada atrás para cerciorarse que su amada caminaba en pos de él, libre de todas las vicisitudes y penurias. Sin embargo, si lo hacía pesaría sobre ella el conjuro de las sombras como prisión eterna.
Si la bajada al Hades había costado, el ascenso fue aún peor. Eurídice estaba herida y débil. Las sombras se cernían amenazadoras, el frío se colaba en los huesos y las asechanzas eran cada vez más frecuentes, puestas adrede por voluntad del dios del infierno.
A punto ya de llegar a la salida, cuando los primeros rayos de luz traspasaron la espesura de las sombras, Eurídice –después de todo el cansancio de tal expedición- dejó escapar un suspiro de alivio. Orfeo –creyendo que le había ocurrido algo- por puro impulso de protección y sin pensarlo, miró hacia atrás, por un instante. Entonces, frente a sus propios ojos y aún escuchando la melodía que acompañó toda la travesía de ese impensable viaje, la figura de su amada empezó a desvanecerse, a esfumarse, a volatizarse y desaparecer en el aire grisáceo de las cenizas. Orfeo, gritando y dejando por única vez de ejecutar su música, se lanzó sobre ella en el intento de un abrazo que la retuviera, pero no fue más que aire y polvo lo que estrechó entre sus brazos y manos. En ese gesto último de amor y desesperación, la perdió para siempre. El amor y el sacrificio, no tendrían una segunda oportunidad. Ya no habría retorno.
Orfeo intentó –ante la desaparición de su amada a las puertas de su liberación- descender de nuevo al Hades y volver a hacer el camino de rescate pero Caronte, el barquero de la laguna Estigia, le negó terminantemente esta vez la entrada y aunque esperó siete días con sus noches en la margen del lago, acabó viendo que era demasiado tarde para enmendar su error. Ningún mortal podía dos veces visitar el infierno. Aquél que salió ileso de él, no podía volver. Desconsolado se marchó a vagabundear por los desiertos, sin apenas probar bocado, acompañado sólo por su lira y su música, queriendo dejarse morir. Ya casi ni siquiera tocaba o cantaba. Sólo lloraba. Viendo -de vez en cuando- sus brazos y sus manos vacías, imposibles de haber retenido el amor que se esfumaba.
Orfeo nunca se recuperó y vivió con ese sufrimiento y con la culpa de haber sido débil el resto de sus días. Ni siquiera lo consolaba el hecho que hubiera sido uno de los pocos mortales en entrar y salir del infierno con vida. No le importaba ni siquiera el titulo de héroe y amante singular que entre los mortales y los dioses había obtenido. Su amor había llegado hasta el extremo, descendido hasta lo más bajo, había querido rescatar y redimir, volver a la vida al amor de sus días.
Tiempo después, Orfeo tuvo un triste final, murió pronunciando el nombre de su amada Eurídice. Al Monte Olimpo subió su mágica música, transformándose en la constelación que lleva por nombre “la Lira”, que contiene la estrella llamado “Vega”, una de las más brillantes del firmamento. Tal vez esa sea la luz de su amada que sigue esperándolo en el cielo o aún en el reino de las sombras y el olvido, acompañada por el recuerdo de su amor y de su canto, ambos tan infinitos como para ir y volver del mismísimo infierno.
4. Orfeo y Jesús; la lira y la Cruz
La relación de Orfeo y Eurídice es una historia de amor correspondido más allá del tiempo y de la vida. Ni siquiera la muerte pudo separarlos; sin embargo, no es una historia de amor con final feliz. Al contrario, es una historia triste con un final trágico.
Muchas historias de amor pueden ser consideradas casi perfectas y por algo, aunque sea tan simple como una mirada, se malogran para siempre. Hay quienes -en el amor- se aventuran a ir más allá de los límites posibles o permitidos. Más allá de las fuerzas y del alcance humano.
El amor es una aventura y un viaje cuyo camino y destino no siempre conocemos. Muchas veces resulta un sendero sin salida y sin retorno como el de Eurídice. Un viaje de ida. Sin pasaje de regreso. En el amor, lo cuenta es el presente. El instante en que estamos juntos y cerca. La separación, la distancia y la ausencia siempre conspiran. Tienen su propia gravidez en el oscuro mundo de abajo.
Con Orfeo, el infierno tuvo su momento de belleza, luz y amor. Su momento de pasión vehemente, no de padecimiento. Por un instante, el mundo de las lánguidas y arrastradas sombras respiró amor y los amantes hasta se re-encontraron y caminaron juntos. La melodía los transportaba a ambos. Sin embargo, no había que volver la vista atrás. La única dirección posible del amor es la dirección de la vida y la esperanza: siempre hacia adelante. Atrás están los temores y miedos, las dudas e incertidumbres, los recuerdos y el pasado, el complejo túnel de la memoria con lo que quedó no realizado y pendiente.
Ni siquiera en el infierno hay que volver la vista atrás. El amor no tiene ojos detrás. Siempre mira hacia fuera, hacia el futuro, hacia el mañana, hacia el horizonte.

La sentencia del dios Hades de no volver a considerar el camino andado atrás, me hace recordar a otra sentencia de un Dios más poderoso que el dios de la muerte y del infierno. Jesús también dijo en su Evangelio que el discípulo del Reino no puede poner las manos en el arado y mirar atrás. En el Antiguo Testamento, cuando se castiga a las ciudades pecadoras, se le prohíbe a la esposa del patriarca Lot mirar atrás (Cfr. Gn 19,26). Ella desobedeció y quedó convertida en estatua de sal. En el desierto lleno de sal con caprichosas figuras, todo se convierte en una metáfora de la falta de vida. Mirar atrás es no querer vivir, estar anclados en el ayer, depender sólo del pasado.
Orfeo descendió a los infiernos y aunque –en el relato del mito- el infierno no es exactamente igual a lo que los cristianos llamamos con el mismo nombre; sin embargo, también nosotros en el Credo de nuestra fe profesamos que Jesús “descendió a los infiernos”. Jesús ha sido nuestro Orfeo, el divino amante que ha rescatado y redimido a la humanidad. Su lira ha sido la Cruz. Con ella, las puertas del infierno se han abierto de par en par y todo ha sido redimido. Su melodía ha sido el canto del “aleluya” victorioso.
Jesús no desciende al infierno de la condenación eterna sino al ámbito donde puede liberar a todos los que esperaban justamente la redención desde el comienzo del mundo. Jesús ciertamente experimentó todo lo que psicológica y existencialmente se padece en el infierno cuando, en la Cruz, gritó el total abandono. Allí asumió el infierno de la condenación y descendió al lugar que -en la Antigüedad- se llamaba el mundo inferior donde se creía que los justos aguardaban la redención. Lo cierto es que Jesús conoció tanto las consecuencias del infierno de la condenación como también la esperanza de aquél ámbito de los muertos donde estaban expectantes por la salvación del mundo.
Ciertamente Orfeo y Jesús constituyen el Arquetipo del amante desinteresado y sacrificado que lo entrega todo por rescatar a su amada, ya sea que lo logre –como en el caso de Jesús con la redención- así también en el caso que no lo logre, como Orfeo, amante que no logra la felicidad plena a pesar de todos sus denodados intentos.
Cada uno tiene que decidir -en su libertad- por la búsqueda del amor, ya sea en la tierra de los vivos o en la de los muertos, ya sea con o sin esperanza, en las alturas divinas o en las profundidades infernales. El amor siempre se juega en cada opción. El Evangelio de Juan nos dice de Jesús que “amo hasta el fin” (Jn 13,1), hasta el extremo.
Hay amantes que realizan viajes inverosímiles en busca de su amor. No importa que lo tengan, lo recuperen o lo pierdan. A veces lo que vale es el intento, más allá de los resultados. Lo importante es el camino, más que el destino. Hay amores felices y amores cuyo desenlace es la infelicidad. Hay amores que se realizan y hay otros que sólo lo viven intentando. Hay amores correspondidos que, sin embargo, no les está asegura la felicidad, como en el caso de Orfeo y Eurídice. Hay amores de presencia y también de ausencias. De cercanía y de distancias.
El Arquetipo del amante tiene su lado luminoso –como es de la historia de amor y fidelidad- como también su lado sombrío, como es el viaje subterráneo de ultratumba, el recorrido en el infierno.
Ya sea en el tiempo o en la eternidad; en el infierno o en el paraíso, el amor es siempre fiel. Para Orfeo y Eurídice el verdadero infierno fue verse privados de la mutua presencia y compañía. El verdadero infierno es la separación y pérdida definitivas. Si el amor no está, comienza el infierno. No hay verdadera vida sino se la comparte con quien ama. Orfeo va a la zona más oscura y recóndita del más allá vedado a los mortales: el verdadero infierno es la ausencia de quien amamos.

Orfeo y Eurídice constituyen un amor imposible, arrebatado por el infierno. Un amor que ha podido con lo más -llegarse hasta el infierno- y no ha podido con lo menos: mirar para adelante sin volver la vista atrás. A veces sucede paradójicamente así: se puede lo más y no se puede lo menos.

Los amores imposibles que recorren los cielos y los infiernos nos revelan, en última instancia, lo más obvio: para quien ama, lo más importante es la persona amada. Ése es su paraíso y su infierno, ya sea que pueda o no pueda estar con ella. La presencia y la ausencia, la compañía y la distancia configuran para aquél que ama la intensidad del amor y del dolor.

A Eurídice el amor no la abandona en el más allá sino que viene a buscarla e intenta todo lo humanamente posible para que se realice el rescate. El verdadero infierno de ella comienza con la debilidad de Orfeo al mirar atrás. Ciertamente una fragilidad nacida de la sobreprotección que lleva a perder definitivamente todo lo conseguido.

Hay que caminar junto a la persona amada dejándola lo más libre posible, de lo contrario, la trampa de las amarras nunca la sueltan, como los cerrojos del infierno y se desvanece como aire ante la mirada impotente de su amor.

Orfeo lo había hecho todo. Llegó hasta el momento extremo, con su último aliento; sin embargo allí, a casi un suspiro del éxito total en la hazaña emprendida, se malogró todo por un sólo detalle de incontrolado impulso. Todo se derrumbó para siempre, sin posibilidad alguna de un nuevo rescate. Hay reconquistas del amor que sólo se dan una sola vez. Hay una sola oportunidad posible y hay que saberla aprovechar. No siempre hay segundas chances.

Jesús también se acerca hasta las puertas de la muerte y le pide que suelte a su amigo Lázaro ya muerto hace cuatro días. Ante su ruego y su imperativa orden, la entrada de la tumba deja salir, entre mortajas, al que escuchó –del país de las sombras- la voz del Dios de la vida y de la muerte, al verdadero Señor de la existencia.

Tanto Jesús como Orfeo, ambos se aventuraron al reino de la muerte para rescatar de las entrañas oscuras de la tierra a aquellos que amaban. Jesús y Orfeo nos enseñan que -para el amor- no hay viaje que sea imposible.

Arquetipos, los mitos de ayer siguen vivos hoy.

From This Moment On
(with Bryan White)

(I do swear that I’ll aways be there. I’d give anything and everything and I will always care.Through weakness and strength, happiness and sorrow, for better or worse, I will love you withevery beat of my heart.)

(Yo juro que voy siempre estar ahí.
Daría siempre cualquier cosa y todo.
A través de la debilidad y la fortaleza,
La felicidad y la tristeza, para bien o para mal,
Yo te amo con cada latido de mi corazón.)

From this moment life has begun A partir de este momento la vida ha comenzado
From this moment you are the one a partir de este momento eres única
Right beside you is where I belong justo al lado tuyo es donde pertenezco
From this moment on a partir de este momento.

From this moment I have been blessed a partir de este momento he sido bendecido
I live only for your happiness sólo vivo por tu felicidad

And for your love I’d give my last breath y por tu amor daría hasta mi ultimo aliento
From this moment on a partir de este momento.

I give my hand to you with all my heart te doy mi mano con todo mi corazón

Can’t wait to live my life with you, no puedo esperar a vivir mi vida contigo,
can’t wait to start no puedo esperar comenzar

You and I will never be apart tú y yo nunca nos separaremos
My dreams came true because of you mis sueños se hicieron realidad gracias a ti.

From this moment as long as I live a partir de este momento, tanto como viva,
I will love you, I promise you this te amare, te lo prometo,
There is nothing I wouldn’t give no hay nada que no daría
From this moment on a partir de este momento.

You’re the reason I believe in love sos la razón por que la creo en el amor
And you’re the answer to my prayers from up above y la respuesta a mis oraciones
All we need is just the two of us todo lo que necesitamos somos nosotros dos.
My dreams came true because of you Mis sueños se hicieron realidad gracias a ti

From this moment as long as I live a partir de este momento, tanto como viva,
I will love you, I promise you this te amaré, te lo prometo,
From this moment a partir de este momento
I will love you as long as I live te amaré tanto como viva
From this moment on a partir de este momento.

Frases para pensar:
Música de fondo igual al programa anterior. Tema de Enigma. Película Sliver.
Efecto antes de la frase.
1- “Hay quienes -en el amor- se aventuran a ir más allá de los límites posibles o permitidos. Más allá de las fuerzas y del alcance humano”.
2- “El amor es una aventura y un viaje cuyo camino y destino no siempre conocemos. Muchas veces resulta un sendero sin salida y sin retorno. Un viaje de ida. Sin pasaje de regreso”.

3- “Cada uno tiene que decidir -en su libertad- por la búsqueda del amor. Siempre se juega en cada opción”.

4- “Hay que caminar junto a la persona amada dejándola lo más libre posible, de lo contrario, la trampa de las amarras nunca la sueltan”.