Padrenuestro, Padre…

miércoles, 1 de julio de 2009
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Jesús dijo a sus discípulos:  “Cuando oren no hablen mucho, como hacen los paganos.  Ellos creen que por mucho hablar serán escuchados.  No hagan como ellos, porque el Padre que está en el cielo sabe bien qué es lo que les hace falta antes de que se lo pidan.  Ustedes oren de esta manera:  

Padrenuestro que estás en el cielo.

Santificado sea tu Nombre,

que venga tu reino,

que se haga tu voluntad

en la tierra como en el cielo;

danos hoy

nuestro pan de cada día,

perdona nuestras ofensas,

como nosotros perdonamos

a los que nos han ofendido;

no nos dejes caer en la tentación

sino líbranos del mal.

Si perdonan sus faltas a los demás, el Padre que está en el cielo también los perdonará a ustedes, pero si no perdonan a los demás, tampoco el Padre los perdonará a ustedes”.

Mateo 6, 7-15

Jesús dijo a sus discípulos, “cuando oren no hablen mucho”, cuando recen no hablen mucho, como hacen los paganos. Jesús expuso una forma clara y una norma correcta de orar, y también al orar. Y a través de esta enseñanza nos expuso cuál debe ser el espíritu cristiano en la oración.

En estos días, a partir del discurso de las bienaventuranzas, Jesús viene hablando con claridad cuál es el espíritu cristiano de la vida. Hoy, el espíritu cristiano en la oración. La oración cristiana exige como una condición, la sinceridad y la sencillez. Dejar que hable el corazón con actitud humilde.

Dice Jesús, no como el practicado por los gentiles, por los paganos. Que piensan que por mucho hablar serán escuchados. Lo que estamos aprendiendo, que al orar no hay que utilizar vanas palabras. No tenemos que atolondrarnos en palabras, es decir, hablar muy de prisa de manera atolondrada o muy confusa. Tampoco decir cosas inútiles. En otras palabras no pretender la charlatanería en la oración. Sea diciendo cosas vanas e inútiles, sea pretendiendo recitar unas fórmulas largas o calculadas, como si ellas tuviesen una eficiencia mágica ante Dios.

Lo podés contemplar de manera tranquila y serena a la Palabra de Dios, e ir descubriendo cómo Jesús va preparando nuestro corazón. Como prepara tu corazón para poder orar, para poder rezar.

Ayer nos invitaba a la oración en silencio, en el cuarto, en un lugar solitario. Y nos advertía de tener ese cuidado con los fariseos, que eran a quienes les gustaba aparentar. A quienes les gustaba ponerse en las esquinas o en las plazas, y hacer grandes oraciones. No condenaba esa oración. Condenaba Jesús el modo y la motivación para rezar. Era para ser vistos.

Hoy Jesús, el parámetro, la manera, el espejo con el que nos advierte de cómo debemos rezar y en qué no debemos caer lo pone justamente en los paganos, en aquellos que no conocían a Dios. Que no creían en el Dios de Israel, en Yahvé, sino que tenían otros dioses. Es así que Jesús dijo, no hagan como ellos.

En el judaísmo, en general, se gustaba de prolijas oraciones. Por eso Jesús no la va a condenar. Y en especial acumular en ellas los títulos a los Nombres Divinos. Basta tomar el A. T. y descubrir de cuántas maneras hermosas, y lindas y llenas de contenidos se habla del Nombre de Dios. 

Pero Jesús nos enseña que no es ésta la actitud cristiana en la oración. Porque el Padre que está en el cielo sabe bien qué es lo que les hace falta antes de que se lo pidan. No incluye la minuciosidad, porque no se estima como requisito casi mágico, porque viene de la sinceridad del corazón. La oración no es muchas palabras, sino el corazón volcado a Dios. Cuando el corazón se vuelca a Dios allí sí que no alcanzan las palabras.

Parece un juego, justamente de palabras, pero no es así. Es que así lo vivimos como cristianos, como hijos de Dios. Cuando Dios es el centro de nuestra vida, las palabras no alcanzan para expresar lo que siente el corazón. No pretende Jesús con esta enseñanza condenar la oración larga. No es este el propósito de la enseñanza.

El consejo que nos deja esta mañana Jesús, con su Palabra, va contra la mecanización, contra aquello que lo hacemos desde el formulismo. O casi desde lo mágico de la oración.

Viste a veces estas cadenas, que nos confunden un poco, no? Rezá tres Padrenuestros, cuatro Avemarías, cinco veces esta oración… fotocopiala mil veces, entregala en tal lado, y vas a recibir la bendición, si no vendrá la maldición… Qué mentira! Qué mentira.

Porque la oración no es esto. Y hoy queda claro con la Palabra de Jesús. No hay magia en la oración, hay amor.

Tampoco Jesús va en contra de la extensión de la oración. El mismo Jesús, cuando estuvo en Getsemaní dio ejemplo de una oración larga. Cuantas veces, ante momentos importantes de la vida de Jesús, nos dicen los evangelistas “Jesús pasó la noche en oración”. Cuantas veces buscó un lugar retirado para ir a orar. Para estar a solas con el Padre.

Volvemos a lo mismo, y hoy lo vas a escuchar varias veces. No es poco o mucha oración, es la actitud que surge del corazón, que ante la grandeza del amor de Dios, contempla. Que ante la grandeza del amor de Dios, alaba y bendice. Que ante la grandeza del amor de Dios también expone su necesidad. A un Dios, que ya conoce antes, como dice el salmo, que la palabra llegue a tu boca.

Por otro lado, vemos a diario que así como estamos tentados por momentos a tener una oración de palabrerío, porque de hecho es lo que tantas veces se nos propone. Por el ritmo que vivimos, que nos cuesta recogernos, hacer silencio. Sin embargo, no pasa por allí la propuesta del Señor. El hombre que sabe que necesita de Dios y busca en Dios a su Creador y a su conservador, es el hombre que sabe vivir, y es el hombre que sabe rezar. Es el hombre que sabe relacionarse con Dios.

Pero ese mismo hombre, a veces, le esquiva a Dios. Estoy hablando de mí y de vos. Cuántas veces… porque sabemos que Dios está esperándonos para decirnos algo importante, lo esquivamos, nos resistimos. Es como que, aquellos que están más lejos de Dios quieren vivir como si Dios no existiera. Y así nos va, eh. Vivimos una vida agitada, dominada por el estrés, por el trabajo. Por los gastos innecesarios. El ir y venir, para divertirse y para distraerse. El hombre que no tiene tiempo para Dios, que no tiene tiempo para su Palabra. Que no tiene tiempo para alimentar su diario vivir en Él.

¿Qué le sucede al hombre que vive así? ¿Qué nos sucede? Y tal vez ha sido tu experiencia en algún momento. Tal vez sea la experiencia en este momento.

Creo que es tanto lo que tenemos para contemplar en esta propuesta de oración sencilla de Jesús, que te invito que mires hacia adentro. Te pongas frente a frente con tu vida, como frente a frente en un espejo, y descubrir dónde estamos en este camino de encuentro con Dios. ¿Y sabés por qué? Porque si no estamos en este encuentro diario con el Señor, al final la situaciones difíciles, las situaciones complejas de la vida, las situaciones que llamamos de cruz.

La enfermedad, la pérdida de un trabajo, la muerte de un ser querido, un fracaso en la vida afectiva hace que nos derrumbemos. Quiera Dios que nunca te haya pasado. Pero suele ocurrir, cuando nos vamos olvidando poco a poco de Dios, cuando nos vamos enfriando es un paso el que tenemos para caer tantas veces en la desesperación.

Por otra parte, la falta de consistencia para mantenerse dignamente en momentos especiales en la vida del hombre, que hace que el hombre se derrumbe. Que hace que el hombre pierda el rumbo de su vida, ante la crisis, ante la dificultad, solamente porque no hay esta consistencia, no están estos cimientos. Aquello que Jesús dice, en el Evangelio, con tanta claridad, cuando habla justamente del hombre sensato, del hombre prudente que edifica sobre la roca.

Cuando falta esta consistencia fácilmente el hombre es infiel a sus principios. Cuando la consistencia que da el encuentro personal con el Señor, en la oración, se deja llevar de la ambición, el ir y venir cada día detrás de los negocios, traiciona la palabra dada (esto que hoy tanto nos cuesta). Cuánto nos cuesta mantener la palabra en el tiempo. Cuánto nos cuesta mantener las opciones en el tiempo. Encontramos siempre una buena excusa para decir sí, pero… Y no es más que este vacío que se va produciendo en el hombre que se queda en el silencio o en la palabrería solamente. Pero no se encuentra con este Jesús.

Cuando el hombre vive sin el recurso a Dios y a la Vida Eterna, a la propuesta esperanzadora de un día a la eternidad, la libertad va cayendo y se va fabricando ídolos. Aquella expresión que, ya has escuchado más de una vez, este milenio o encuentra al hombre creyendo en Dios o lo encuentra creyendo en cualquier cosa.

Cuando el hombre fabrica ídolos se encadena a cosas que, naturalmente va engrandeciendo y lo van esclavizando. Va haciendo sus propios dioses. La expresión más correcta es vamos haciendo. Somos nosotros los que vamos haciendo estos dioses a nuestra medida.

Sin embargo la experiencia de tu corazón, o será experiencia de aquel a quien querés mucho, y por quien mucho rezás. Que a pesar de que el hombre se escape de Dios, a pesar de que quiera estar lejos de Dios, de espaldas a Él, Dios siempre se las arregla para sobrevivir en el corazón del hombre. La verdad, la justicia, la fidelidad, la pureza, el amor siguen siendo aquellas raíces últimas de la vida humana.

¿Por qué entonces, no entrar en comunión con Dios? ¿Por qué esa vida, a veces, tan frívola y tan descuidada? ¿Por qué no rezamos? ¿Por qué no nos encontramos con ese Dios, que sale siempre a nuestro encuentro y permanentemente nos quiere abrazar con su Amor?

Es tanto lo que hay que decir, para contemplar y para descubrir de la oración del Padrenuestro. Y es raro… Cuando uno comienza a descubrir cuánto se ha escrito y se ha dicho, en torno a la oración del Padrenuestro, y sin embargo en la sencillez del Padrenuestro, descubrimos que es la manera de rezar que quiere Jesús. Ésa. La de esas siete peticiones, no más.

El resto, todo aquello que podamos compartir aún hoy en la catequesis, no es más que ir complementando para disfrutar y gustar de esta oración tan breve.

Es que a las cosas de Dios no hay que explicarlas mucho, hay que contemplarlas. Hay que mirarlas. Hasta tenemos que darnos el lujo de imaginarnos aquella escena, de Jesús hablando a sus discípulos y enseñándoles a rezar. “Cuando recen no sean palabreros como los paganos, que se imaginan que por hablar mucho les harán más caso. No sean como ellos, porque el Padre sabe los que les hace falta, antes de que se lo pidan.”

No sean palabreros. No se vayan en discursos. En tiempos en que la palabra, donde el palabrerío se usa mucho (con una expresión muy de entrecasa), solemos decir “porque el aire es gratis”. Jesús está diciendo, “cuando recen digan Padrenuestro…”

¿Qué te sugiere hoy Jesús en la oración del Padrenuestro? Lo vamos a tratar de ir descubriendo paso a paso. Pero no para que nos acordemos de todo, simplemente, para que podamos detenernos en aquello que más está tocando el corazón. Aquello que más nos está animando a ponernos en oración. Porque el Padre, que conoce lo que hay en nuestro corazón, el Padre que conoce de nuestras necesidades, nos dispone a cada uno de nosotros a recibir todo lo que quiere darnos, antes que nosotros lo imaginemos.

Pero ¡qué grande este Amor! ¡Qué grande esta presencia de Dios Padre! Cercana a nosotros, que no se adelanta, nos espera. Espera a que nosotros, con nuestra sencillez y nuestra palabra le digamos lo que está pasando.

¿Cómo está nuestra oración? Preguntémonos. Pero no simplemente, como examen de conciencia para castigarnos por lo que no estamos haciendo bien. Esa pregunta que hacemos al amigo, ¿cómo está nuestro diálogo, nuestra cercanía?

¿Te animás? Pensar cómo estás rezando, cuánto estás rezando. ¿Qué nos motiva a rezar? En el silencio de nuestro cuarto, como decía el evangelio, en la comunidad como es necesario celebrar.

Dios, que es un Padre bueno, que es un Padre generoso, que es un Padre nuestro, como comienza la oración, seguro que nos va a ayudar. Seguro que te va a ayudar a caminar sin desfallecer. Aún, cuando por momentos parece que esa fuerza va desapareciendo.

Dios es mucho más grande que cada uno de nosotros y que cada uno de nuestros problemas.

Y animarnos a rezar el Padrenuestro con todas las de la ley. No está mal que por allí haya palabras que nos cueste pronunciar. Pero animarnos a rezar el Padrenuestro con todas las palabras, como Jesús nos enseñó. Jesús sabía, cuando les enseñaba a sus discípulos la oración del Padrenuestro, que el perdón nos iba a costar. Y tanto lo sabe, que toda la semana la Palabra de Dios nos viene hablando de la necesidad de un corazón nuevo para perdonar. Si es que estamos pidiendo poder perdonar, es porque ya hemos iniciado el camino del perdón, el camino de regreso a la reconciliación con aquel que nos hizo daño.

Tan grande y tan sabio es Jesús cuando nos enseña el Padrenuestro que nos ha puesto esas palabras, que tal vez, sean en algún momento las que más nos cueste rezar, las del perdón. Pero para que rezándolas, podamos también hacer este esfuerzo por perdonar.

Como cuando le decimos “que se haga tu voluntad”, también en el momento de la prueba aceptemos, aun con dolor y con sufrimiento, lo que nos está proponiendo. Porque nosotros como hijos, queremos que lo que pasa aquí en la tierra sea lo que Dios piensa para nosotros en el cielo. En este cielo, que es esa presencia de este Dios, que nos supera tanto, que está tan lejano, que es tan grande. Y sin embargo tan cercano. Que desde el día en que fuimos bautizados hizo morada entre nosotros.

Le damos gracias a Dios por tanta belleza, que encontramos en su Palabra. Por tanta riqueza que encontramos en la oración del Padrenuestro y por tantas cosas lindas que hace suscitar en nuestro corazón.

Padrenuestro, Padre… Es el Nombre de Dios en la comunidad cristiana. Es el único que aparece en la oración, Padrenuestro. Y esto, sin dudas, que nos obliga a todos a hacer el compromiso de portarnos como hijos. De reconocerlo en Dios, nuestro Padre, el modelo, la fuente de Vida y de Amor.

En el A. T. cuando se hablaba del Padre, en la cultura judía, era ante todo una figura autoritaria. Todavía, por allí nos queda algo de esto. Pero Jesús viene a mostrarnos otro rostro. Este Padre, que está en los cielos, es el Padre que está bien cerca. Es el Padre que cuida y protege a sus hijos. Es el Padre que se instala en la comunidad y la acompaña.

Es el mismo Padre que te está tomando de la mano, en este momento, para ayudarte a caminar, para ayudarte a seguir caminando. Para ayudarte a levantarte con alegría en este día, para ayudarte a sonreír al que está a tu lado. Ése el Padrenuestro, que está en el cielo, pero que también está bien cercano a nuestro corazón.

Le damos gracias al Señor por tanta belleza en su Palabra.