El pan que nos fortalece

miércoles, 13 de abril de 2016

Eucaristia1

13/04/2016 – Jesús dijo a la gente: “Yo soy el pan de Vida. El que viene a mí jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed. Pero ya les he dicho: ustedes me han visto y sin embargo no creen.

Todo lo que me da el Padre viene a mí, y al que venga a mí yo no lo rechazaré, porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la de aquel que me envió.

La voluntad del que me ha enviado es que yo no pierda nada de lo que él me dio, sino que lo resucite en el último día. Esta es la voluntad de mi Padre: que el que ve al Hijo y cree en él, tenga Vida eterna y que yo lo resucite en el último día”.

Jn 6, 35-40

 

 

 

En el evangelio de Juan que la liturgia nos invita a reflexionar hoy continuamos con el llamado “Discurso del pan de vida”.

Queremos seguir al Señor, y hacerlo implica no repetir sus acciones sino actualizarlas. Estar atentos al evangelio implica no estar atentos a lo que yo tengo que hacer sino a lo que Dios hace. “La voluntad del que me ha enviado es que yo no pierda nada de lo que él me dio, sino que lo resucite en el último día. Esta es la voluntad de mi Padre: que el que ve al Hijo y cree en él, tenga Vida eterna y que yo lo resucite en el último día” dice Jesús hoy.

El Papa Francisco en la exhortación apostólica “La alegría del evangelio” dice:

“La Iglesia en salida es la comunidad de discípulos misioneros que primerean, que se involucran, que acompañan, que fructifican y festejan. «Primerear»: sepan disculpar este neologismo. La comunidad evangelizadora experimenta que el Señor tomó la iniciativa, la ha primereado en el amor (cf. 1 Jn 4,10); y, por eso, ella sabe adelantarse, tomar la iniciativa sin miedo, salir al encuentro, buscar a los lejanos y llegar a los cruces de los caminos para invitar a los excluidos. Vive un deseo inagotable de brindar misericordia, fruto de haber experimentado la infinita misericordia del Padre y su fuerza difusiva. ¡Atrevámonos un poco más a primerear! Como consecuencia, la Iglesia sabe «involucrarse». Jesús lavó los pies a sus discípulos. El Señor se involucra e involucra a los suyos, poniéndose de rodillas ante los demás para lavarlos.

(…) La comunidad evangelizadora se mete con obras y gestos en la vida cotidiana de los demás, achica distancias, se abaja hasta la humillación si es necesario, y asume la vida humana, tocando la carne sufriente de Cristo en el pueblo. Los evangelizadores tienen así «olor a oveja» y éstas escuchan su voz. Luego, la comunidad evangelizadora se dispone a «acompañar». Acompaña a la humanidad en todos sus procesos, por más duros y prolongados que sean. Sabe de esperas largas y de aguante apostólico.”

Porque hemos gustado y experimentado la misericordia de Dios nosotros también queremos vivir como hombres misericordiosos. Esa misericordia lleva a involucrarse, a no pasar de lado. Involucrarse es quizás hoy mandar un Watsapp para ver cómo le fue en eso que nos contó, como diciéndole “eso que me contaste lo hice propio”.

Primerear, involucrar, acompañar…. Acompaño de diversas maneras, a veces con el silencio, a veces ayudando a crecer. Acompañamos y a la vez somos acompañados por el Señor. Él quiere alimentarnos por eso nos dice “Yo soy el pan de vida”. Dios quiere que crezcamos por eso nos alimenta, para que seamos otros Cristo. Dios no nos quiere eternamente infantes, sino que nos hace discípulos para ser como su hijo Jesús. Así nosotros podemos hacer presentes, con su ayuda, a Jesús entre nuestros hermanos.

Crecemos y vamos llegando a la adultez con la ayuda del pan de vida que nos fortalece en el camino, para descubrir la voluntad del Padre y hacerla. No es un cristiano adulto quien pregunta todo el tiempo al cura qué hacer. Necesitamos ir aprendiendo a discernir.

Cuando nosotros comulgamos y nos alimentamos de Jesús, su presencia, de alguna manera, pone luz en el corazón. Por eso la eucaristía tiene algo de silencio: Jesús habla con su presencia silenciosa que nos da luz y nos permite centrarnos en Él y en la voluntad del Padre. Con la Palabra de Dios también nos vamos alimentando y buscamos ir incorporando sus maneras. Es lo que dice San Pablo “no soy yo es Cristo quien vive en mí”. Así cuando estamos débiles recibimos una transfusión de sangre; en la eucaristía recibimos el cuerpo, la sangre y la divinidad de Jesús.

No somos más cristianos por quedarnos “con cara de estampita” en el templo todo el día. Como sal, debemos dar sabor al mundo. Así, intentar ser el más simpático, el más alegre al saludar y recibir, porque es Jesús quien lo hace en nosotros. Hoy cada uno de nosotros puede ir construyendo el Reino de Dios, y podremos hacerlo si hemos sido transformados por Él. No vamos a hacer cosas extraordinarias, pero sí podremos poner sol, luz y calor en nuestros ambientes. Eso hecho en la sencillez de las cosas grandes es extraordinario.

El cristiano renovado por la presencia del Señor tiene mucho del almendro. La del almendro es la primera flor que nace en la primavera, porque lo hace en el invierno. El discípulo es quien anticipa la primavera por obra de Dios. Después vendrán otras flores que serán más lindas. Por eso también es de buen discípulo, cumplida la misión, saber desaparecer.

“Yo soy el pan de vida” dice el texto de hoy que se lo dice a toda la gente. Es su gran anuncio: “Yo soy el pan de vida”. Yo soy Alpha y Omega, el que da sentido a la historia; la roca firme donde podemos apoyarnos. También el “pan de vida”, el pan partido que alimenta la vida. Necesitamos renovarnos en Jesús para poder recomenzar cada día y no repetirnos. Hoy puede ser un gran día si yo me dejo renovar por el Señor. Cada día necesitamos preguntarle al Señor qué signos de muerte están como nubarrones opacando el sol y pedirle a Él que nos libere. Tenemos consciencia y memoria de nuestro pecado, pero confiamos en la misericordia de Dios. Más allá de nuestra agenda, tenemos una certeza: el Señor no sólo quiere caminar con nosotros sino también renovarnos y que nosotros podamos renovar. Renovar nuestros ambientes de trabajo, de comunidad, en la vida familiar.

 

P. Alejandro Puiggari