¿Pecadores arrepentidos o justos y puros?

jueves, 20 de septiembre de 2007
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1ra Lectura

Querido hijo, que nadie menosprecie tu juventud. Por el contrario, trata de ser un modelo para los que creen. En la conversación, en la conducta, en el amor, en la fe. En la pureza de vida. Hasta que yo llegue, dedícate a la proclamación de las escrituras. A la exhortación y a la enseñanza. No malogres el carisma que hay en ti, que te fue conferido mediante una intervención profética, por la imposición de las manos del presbítero. Reflexiona sobre estas cosas y dedícate enteramente a ellas, para que todos vean tus progresos. Vigila tu conducta y tu doctrina, y persevera en esta actitud. Si obras así, te salvarás, y salvarás a los que te escuchen.

1 Timoteo 4, 12 – 16

 Salmo 110
Evangelio
Un fariseo invitó a Jesús a comer con él. Jesús entró en la casa y se sentó en la mesa. Entonces una mujer pecadora, que vivía en la ciudad, al enterarse de que Jesús estaba en casa del fariseo, se presentó con un frasco de perfume; y colocándose detrás de él, se puso a llorar a sus pies, y se pudo a bañarlos con sus lágrimas y a secarlos con sus cabellos. Los cubría de besos y los ungía con perfumes. Al ver esto, el fariseo que lo había invitado, pensó; si este hombre fuera profeta, sabría quien es la mujer que lo toca, y lo que ella es, una pecadora.

Pero Jesús le dijo, Simón tengo algo que decirte.

Di maestro- respondió él.

Un prestamista tenía dos deudores; uno le debía quinientos denarios, el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar, perdonó a ambos la deuda. ¿Cuál de los dos lo amará más?

Simón contestó: pienso que aquel al que perdonó más. Y volviéndose hacia la mujer dijo a Simón: ¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y no derramaste agua sobre mis pies.

En cambio ella los bañó con sus lágrimas y los secó con sus cabellos. Tú no me besaste.

Ella en cambio desde que entró, no cesó de besar mis pies. Tú no ungiste mi cabeza. Ella derramó perfumes sobre mis pies. Por eso te digo que sus pecados, sus numerosos pecados, le han sido perdonados. Por eso demuestra mucho amor. Pero aquel a quien se le perdona poco, demuestra poco amor. Y después dijo a la mujer; tus pecados te son perdonados. Los invitados pensaron; ¿Quién es este hombre que llega hasta a perdonar los pecados?.  Pero Jesús dijo a la mujer; tu fe te ha salvado, vete en paz.

Lucas 7, 36 – 50

 Un pequeño comentario a cerca de este profundo evangelio de San Lucas que tiene cierta semejanza con la parábola del Hijo pródigo, que es un texto fundamental también de este evangelio. El hijo mayor que se considera a sí mismo puro, y desprecia al hijo menor. El hijo menor que derrochó todos sus bienes y vuelve a su casa, humilde, para pedirle a su padre perdón y ser contado entre los siervos del padre.
Estos dos tipos de personas que encontramos; el fariseo y el pecador.

El hipócrita que se cree justo, y juzga a los demás y el hombre destruido, arrepentido que viene a pedir y a recibir el perdón de Dios. Le responde al Amor de Dios con un intenso Amor. Como esta pecadora.

Es el caso también del publicano y el justo que rezaban en el templo. Aquel que decía; gracias porque no soy como los demás. Sino que ayuno, doy limosnas, rezo todas las oraciones.

En cambio el otro, pecador, estaba parado lejos del altar, mirando hacia el suelo y diciendo, ten piedad de mi Señor que soy un pecador.

¿Quién salió justificado? dice Jesús; evidentemente el pecador.

Es importante no caer en la hipocresía, en el fariseísmo, que más que una clase social, que un grupo religioso de aquella época, es una tentación permanente. Fuera de la Iglesia, y dentro de la Iglesia. De sentirnos justos, puros. Una persona observando la vida de unas religiosas que se habían apartado de la Iglesia, jansenistas, que llevaban una vida de gran penitencia, dijo; son puras como ángeles, soberbias en cambio como demonios. Esa extraña combinación entre pureza y orgullo, que no pertenecen a aquellas personas que son de Cristo.

Pertenecen a Cristo los pecadores. He venido no a llamar a los justos sino a los pecadores.

La Iglesia es en definitiva la comunidad de pecadores arrepentidos. Nosotros somos en definitiva pecadores arrepentidos.

El mundo, los medios de comunicación social, que es una expresión de la mentalidad mundana, lamentablemente, en general, digo, minimizan el pecado, son condescendientes con el pecado, pero implacables con el pecador. Es decir; en relación al pecado, el mundo, es conformista, relativista, laxista, pero no le interesa la persona. Le interesa el escándalo, quiere encontrar y castigar al culpable.

Dios en cambio, exige la perfección. Pero a su vez manifiesta una paciencia infinita, paternal, maternal con nosotros. Exigiéndonos mucho, a su vez, nos levanta, nos recibe, nos consuela, porque a Dios no le interesa el pecado. No lo excusa, no lo minimiza. Pero le interesa la persona, y para salvar a la persona, Jesús derramó su sangre en la cruz.

Y es el caso de esta pecadora que sintiéndose amada por Dios, no usada por sus clientes, no considerada un objeto, como lamentablemente, y de un modo paradójico en la sociedad de hoy, la mujer sigue siendo considerada un objeto. No siempre se trata de la prostitución, pero si de la exposición de la mujer en televisión, etcétera. Esta pecadora no se siente un objeto. No se siente usada. Se siente amada, respetada en su dignidad de mujer. Y devuelve a ese amor que ve en el rostro de Cristo, un amor tan intenso como el que recibe de Jesús.

El corazón del fariseo, en cambio, como estaba frío, permanece frío.

 Portarretratos de Rusia

Hoy les quiero presentar al más italiano de los rusos y al más ruso de los italianos. Se trata de Don Bernardo Antonini.

La actividad apostólica en Rusia de don Bernardo empezó en la edad en la que, la mayoría de los hombres buscan descansar. Tenía, más o menos 70 años, cuando empezó a estudiar la lengua rusa en su ciudad natal, en Verona, y empezó a hacer unos viajes a Moscú, para ver si era posible hacer algo. Hasta que, definitivamente, en el año 91’, 92’ se instala en Moscú.

Durante muchos años este sabio sacerdote había sido profesor en el Seminario Mayor de Verona, donde tenía su familia, la casa de sus padres, sus amigos, su departamento, su enorme biblioteca (que yo llegué a conocer). Era un gran biblista. Hablaba el hebreo, el griego, el latín, el francés, el inglés, el alemán, el italiano, y bueno, había llegado el turno del ruso. Pero tenía 70 años don Bernardo. Entonces siempre habló con un gran acento italiano que nos hacía matar de risa.

Finalmente, ahí convenció al obispo en Moscú, a abrir el Seminario Mayor, porque no había clero nativo ruso. Porque cuando el obispo llegó en el año 91 a Rusia había dos sacerdotes, uno en Moscú y otro en San Petersburgo para toda la extensión enorme, que más que un país es un continente Rusia. Es el país más grande de todo el mundo a lo lejos.

El obispo estaba indeciso, porque la situación política era realmente inestable, había golpes de estado. Tampoco había edificios para el seminario, etc, etc. Don Bernardo dijo al obispo, “coloquemos el decreto de fundación del Seminario bajo el Sagrario y quedémonos rezando a ver que dice Jesús”. Bueno se quedaron rezando.

Al otro día Bernardo le hizo notar al obispo que Jesús no había dicho nada y que debía seguir el principio de “el que calla otorga”. Jesús calló, otorgó. Se abre el Seminario.

La vida de don Bernardo, a partir de ese momento, se asemejó a una candela que se fue consumiendo al servicio de Dios. Escribía cartas, sermones, libros. Buscaba ayuda para el seminario. Se levantaba todos los días a las 4 de la mañana para rezar por la Iglesia en Rusia, postrada, débil, enferma. Luego estudiaba el ruso.

Cuando nosotros, o mejor dicho, cuando los seminaristas (yo, en ese tiempo vivía en el seminario), llegaban medio dormidos a la Capilla, allí estaba don Bernardo arrodillado, rezando. Luego se levantaba, sonreía, y decía en ruso, “buenos días queridos míos, todo bien, durmieron bien? Me alegro, que extraordinario, empezamos un nuevo día”. Un entusiasmo extraordinario el de este hombre,

Realmente era difícil ver que existiera tanta bondad junta en un solo hombre. Y creo que él era bondadoso con los seminaristas, porque la mayoría de ellos venían de familias de padres separados, muchos de ellos ni siquiera conocía a su padre. O bien, su padre era alcohólico, como sucede muy a menudo en Rusia. Ya eran jóvenes que sabían de la inseguridad, de la soledad, del dolor.

Y estaba don Bernardo que más que rector del seminario era un padre, una madre, y hasta como lo llamábamos entre nosotros, una abuela. De tan bueno que era. Pero era exigente a la vez y cariñoso.

Muchos, creyéndose astutos abusaban de la bondad de don Bernardo, otros pensaban que con los seminaristas había que ser más que bondadoso, todo lo contrario, había que educarlos con disciplina, mantener distancia con ellos. Finalmente venció esta idea y a don Bernardo le hicieron entender que ya estaba viejo, que mejor que sería que volviese a la hermosa Italia a gozar de su merecido descanso. Bueno, dijo Bernardo, me voy.

Pero en lugar de irse a Italia, consiguió un lugar aún más lejos que Rusia, un país en Asia Central, llamado Kazajstán, para ayudar al obispo. Estuvo ahí un tiempo, lo encontraron muerto en su escritorio con la computadora prendida. Quizá rezando, quizá soñando o trabajando.

Así era el más ruso de los italianos y el más italiano de los rusos. Don Bernardo Antonini.