Perdido en el laberinto de Dios

miércoles, 26 de mayo de 2010
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Espiritualidad para el siglo XXI (Cuarto ciclo)
Programa 8: Perdido en el laberinto de Dios

Eduardo Casas
“…El hombre que camina entre los hombres,
débilmente llamando a los ángeles,
hablando sus nombres en secreto.
 ¡Qué ojos terrenales!
 ¿No puedes ver que veía?:
el cristalino Laberinto de Dios…”

Emanuel Swedenborg (1688-1772).

   

Texto 1.

    A lo largo de los siglos se ha intentado representar el alma humana a través de alguna forma, figura o símbolo con el deseo de conocer algo más de su misterio. Algunos la han concebido como un “mapa” con su propia topografía: mares, tierras, montañas y valles. El alma pinta  sus “paisajes” y “tonalidades”. Navegar por ella nos propicia la visión de un viaje, un camino, una aventura, una travesía, una peregrinación interior.

    Hay quienes hay hablado del alma como “recinto sagrado”, “templo”, “santuario”, “celda interior”, “castillo”, “morada”, el  núcleo o “centro” más profundo. Todas estas imágenes nos hablan del enigma del alma humana que es otra manera hablar de nosotros mismos y nuestra espiritualidad. Ciertamente la persona humana abarca toda su interioridad, alma y cuerpo. Estas no son dos realidades inconexas. El ser humano es la unidad. No somos “almas desencarnadas”, ni tampoco “cuerpos animalizados”. Somos la compleja fusión de una unidad que supone esa esencial diversidad.

    Cuando nos internamos dentro de nosotros, muchas veces naufragamos en el mar más grande que hay. Nos sentimos desorientados y perdidos, sin poder salir, enmarañados en una selvática urdimbre, quedamos atrapados en la maraña del propio “ego”, ese laberinto de espejos que multiplica infinitamente nuestro único reflejo, el entrecruce interior de los muchos senderos que se encuentran en nuestro corazón.

    Así comprobamos que en el laberinto no hay camino. Todas las huellas son vírgenes. Los pasos y rastros se pierden, van y vuelven invisibles, abriendo senderos que se ramifican. Cada laberinto es un mundo ingrávido y sutil, un universo único en el que todo pasa, nos invita a un camino distinto, nos impulsa a un permanente andar en el que no es posible detenerse…

Te invito a que nos adentremos: vení, tomá mi mano, mi corazón es la brújula, las líneas de mi mano, el mapa de ruta. Quedémonos admirados y perplejos ante el paisaje que aparece. Es posible que nos sintamos desorientados en esta travesía y quizás  -¿por qué no?- es posible que hasta nos encontremos perdidos en el infinito “laberinto de Dios”.

Texto 2.

    Los laberintos existen desde la prehistoria. En aquellos remotos días -dibujados en el piso- se creían que servían como trampas para los espíritus malos o como indicaciones para las coreografías de las  danzas rituales. También estaban asociados a los ritos de iniciación e implicaban la superación de algunas pruebas de valor.

    De las catacumbas cristianas a los refugios subterráneos de las guerras actuales, la representación del laberinto como defensa que protege o como inaccesibilidad para entrar o salir está siempre presente. En la Edad Media simbolizaban el arduo camino hasta Dios. Hoy, internet y algunos juegos de computadora, son una especie de “laberintos virtuales”.

Un laberinto es un espacio casi irreal y mágico, causa -a la vez- asombro y espanto, regala una sensación de encantamiento, entretenimiento y diversión o de confusión, desconcierto y opresión. Puede hasta producir asfixia y  pánico.

    Generalmente se diseñan como una trampa de senderos y encrucijadas, sendas que se bifurcan una y otra vez para hacernos volver al punto de partida; una arquitectura y estructura compleja hecha para engañar y confundir a quien se atreve  adentrarse en ella.

    Pueden adquirir todas las formas posibles de la imaginación. Ciertamente la geometría del laberinto es su primer mensaje. La forma nos indica la concepción del viaje que hay hacer dentro de él. Los hay de forma cuadrada,  rectangular, circular, sinuosa, espiral  y ovoidal. Hay laberintos que -al final de un corredor recto- se encuentra una bifurcación en forma de “Y”. Uno sólo de sus brazos es el correcto. Hay otros con muchísimas ramificaciones. También están aquellos en donde los corredores se interconectan entre sí. Hay laberintos que tienen un centro y hay otros sin centro. 

    Los laberintos se clasifican según la relación que  hay con el centro y la salida del mismo. Existe el que nos hace recorrer todo el espacio para llegar al centro mediante una única vía o sendero, sin ofrecer la posibilidad de caminos alternativos. No hay bifurcaciones. Sólo hay una sola puerta de salida, la misma por la que se entra.

    Existen también laberintos de caminos alternativos que juegan con opciones engañosas para extraviar o atrasar la salida.  Tienen “vías muertas” o “caminos sin salida”. Poseen una sola vía correcta para salir.

Estos laberintos se utilizaban en los jardines de grandes parques y palacios como lugar propicio para juegos y citas románticas. Ciertamente se ha vinculado la experiencia del amor al laberinto. Quien se atreve a entrar en el amor –al igual que en un laberinto- no sale nunca tal como ingresó.  Hay quienes se sienten perdidos por amor o incluso el mismo amor es para ellos un fascinante y secreto “laberinto”.

    Para algunos vivir consiste en disfrazarse de veleta y girar según el viento. Sin embargo, el corazón encuentra su calma, cansado de danzar en el laberinto, con la única razón de la improcedente sinrazón de amar y amar una vez más. Sólo amar: el resto es humo.

¿Vos te has sentido alguna vez perdido?; ¿en ocasiones el amor te ha confundido y extraviado?; ¿has sucumbido en él?; ¿hay salida de ese “laberinto de laberintos” que es el amor?…

Texto 3.

    El laberinto simboliza lo caótico y lo ordenado a la vez; el dinamismo del universo, la sociedad y  la cultura; el ser humano y sus intrincadas complejidades; el curso del destino, el continuo movimiento zigzagueante del tiempo y su incesante devenir; lo azaroso; los procesos de transformación, los rigores de la lógica y las ramificaciones de la  razón y sus deducciones. Es también símbolo de  lo que no puede comprenderse, el infinito y la eternidad,  el cielo o el infierno, la perdición y  el extravío, el  refugio que nos hace casi invisibles o el  castigo en el cual estamos como exiliados, la red y la trampa, el camino de una ardua iniciación y la enigmática escritura de Dios.

    En el laberinto, los diferentes pasos a dar en su recorrido -subiendo peldaños, abriendo puertas, encontrando espejos o falsas pistas,  recorriendo lugares hasta llegar finalmente al centro o a la salida  representa el viaje de ascenso, la prueba, la purificación o la iniciación a los secretos: “el camino del héroe”, las dificultades de la libertad, el desprendimiento de lo que nos estorba, la lucha continua con la contradicción y la dualidad que lucha en nuestro interior.

    Casi todos los laberintos parten o llegan a un centro. Los obstáculos son desafíos a enfrentar y superar. Iniciá el viaje sin equipaje. Vos tenés la llave que abre el cofre de tu corazón y  sabés cuál es la puerta: ¿te has sentido en alguna encrucijada donde los caminos se bifurcan sin sospechar qué dirección tomar?; ¿qué es lo que te desorienta y te confunde?; ¿qué obstáculos sorteás para seguir transitando el viaje hacia tu interior?…

Texto 4.

    En la mitología griega hay una historia que comienza en una playa, una noche en que la reina Pasifae vio surgir del mar un hermoso toro blanco, un animal sagrado. Del amor entre la reina y el toro nació el Minotauro, un monstruo mitad hombre, mitad toro.

    Cuando el rey Minos, el esposo de la reina, vio al monstruo, se horrorizó e hizo construir un laberinto para ocultarlo. Dédalo, el mejor arquitecto de la ciudad, edificó el más grande e indescifrable laberinto. Los que entraban allí no salían vivos jamás. Servían de alimento a la bestia.

    El joven Teseo, se adentró en los pasillos del laberinto dejando como pista  el hilo que le había dado la princesa Ariadna, de quien se había enamorado, siendo ésta la hermana del Minotauro.

    Llegando al centro del laberinto, mató al monstruo y se ganó así el amor de la princesa.

    Esta historia muestra que el laberinto es el signo del encuentro de cada uno con sus propios monstruos y demonios, cara a cara. Superado las dificultades del laberinto, se termina la lucha con las propias sombras que habitan dentro de nuestros subterfugios y recovecos. 

    No sólo en Grecia, también en Egipto se conoce la construcción subterránea de laberintos. El laberinto egipcio -edificado en el interior de las pirámides- señalaba el camino a seguir más allá de la muerte. Intrincados pasillos hacían retroceder por la oscuridad, hasta alcanzar la luz y encontrar la salida, señal de liberación y transformación definitiva.

    El toro era un animal destinado a los sacrificios egipcios. El “dios-toro” era símbolo de la naturaleza que necesita morir para renacer nuevamente, reflejando así la sucesión de los ciclos naturales.

    Los laberintos representan el acceso a otra dimensión, a un mundo oculto y secreto, escondido y desconocido. Nos introducen en una “lógica” que no es la que nosotros comúnmente usamos en la interpretación del mundo que nos rodea.

    La “lógica” secreta de los laberintos nos enseña que no siempre podemos manejarnos con una lógica “clara y distinta”. Los laberintos manifiestan una “lógica” distorsionada y borrosa, difusa y sugestiva donde generalmente se eclipsa la lógica puramente racional, surgiendo otros códigos para la captación de lo real. 

    No sólo no podemos captar, ni siquiera difusamente,  la realidad sino que unos a otros, no nos reconocemos en el camino. Nos vamos volviendo fantasmas. No nos mostramos, no nos encontramos. Detrás de cada sueño y de cada intento, noche tras tus alas, desenredando a solas perdido entre las sombras, no nos podemos ver al borde de otro abismo, juntando vestigios, a salvo del naufragio, no nos podemos ver.

    Los laberintos reflejan las ambigüedades de un mundo que no es perfecto: ¿cómo percibís el mundo?; ¿se levanta borrosamente una bruma que –a veces-empaña la mirada del horizonte?


Texto 5.

    El escritor Jorge Luis Borges (1899-1986) alguna vez imaginó que el  decurso de los años, los días y las horas eran como un jardín de senderos que se bifurcaban en tiempos divergentes y  convergentes. En esos tiempos se daban todas las posibilidades, y cada posibilidad, a su vez, engendraba otras nuevas. De esa manera el tiempo se expandía infinitamente.

    El tiempo es un laberinto, casi infinito, el único en el que todas las alternativas son posibles, aunque solamente conozcamos algunas, aquellas que transitamos mientras viajamos por los senderos que se bifurcan.

    Para Borges, hay dos clases de laberintos: los hechos por los seres humanos y -en consecuencia- se pueden descubrir sus claves; y otros, los más terribles,  aquellos que no son obra de los seres humanos.

    En su cuento –“Los dos reyes y los dos laberintos”–  Borges narra que el rey de Babilonia hizo construir un complejo y bello laberinto de bronce para invitar al rey de Arabia a visitarlo. Cuando éste realiza la visita, lo deja sólo dentro del inmenso laberinto. El visitante se pierde y empieza a recorrer infinitos pasillos, escaleras y muros. Ya desfalleciente, le pide a Dios que le ayude a encontrar la puerta y poder salir. Cuando –al fin- logra, después de mucho esfuerzo, salir; sin emitir queja alguna, le dice al rey de Babilonia que en Arabia él también tiene un laberinto que le hará conocer. Cuando vuelve a su país, trama la venganza y regresa con un ejército que arrasa toda  Babilonia y toma prisionero al rey. Lo amarra a un camello y lo lleva al desierto. Cabalgaron sin detenerse durante tres días y -al cabo- le dijo: “Oh, rey en Babilonia me quisiste perder en un laberinto de bronce con muchas escaleras, puertas y muros; ahora Dios ha tenido a bien que te muestre el mío, donde no hay escaleras que subir, ni puertas que forzar, ni fatigosas galerías que recorrer, ni muros que cierren”. Le desató las ataduras y lo abandonó en la mitad del desierto, donde allí murió de hambre y de sed.

    En un poema Borges extiende su visión del laberinto a todo el universo. El poema dice así: “no habrá nunca una puerta. Estás adentro / abarca el universo / Y no tiene anverso, ni reverso/ Ni externo muro, ni secreto centro / No esperes que el rigor de tu camino -que tercamente se bifurca en otro- / tendrá fin. Es de hierro tu destino”.

    Aparece aquí la idea de lo inexorable e incambiable del destino, tan duro como el hierro. El universo, como el desierto que mató al rey de Babilonia, no tiene puertas, ni límites precisos. No hay centro, ni afuera, ni adentro. Nada lo trasciende, ni siquiera la inteligencia o la pasión. Todo lo encierra, como una prisión cuyos límites se desconocen.

    El espíritu humano no sólo quiere conocer el universo sino también buscar el sentido de la existencia. Para las antiguas mitologías, la idea del centro del mundo tenía una importancia fundamental. Esta noción no era concebida desde un punto de vista geográfico o geométrico sino espiritual. El “centro” era el lugar donde se concentraba la sacralidad de todas las cosas, el sitio por donde pasaba el eje del mundo que comunicaba la tierra con el Cielo y el Infierno, la “puerta” a las otras dimensiones. *

    En el cuento "La casa de Asterión", Borges vuelve a los temas del laberinto, la vida, la soledad, la muerte, la redención y la liberación. En esta narración toca el problema del destino humano. El laberinto significa los sueños o los ideales del hombre, los cuales representan –a su vez- un nuevo laberinto.  Un laberinto dentro de otro laberinto y así sucesivamente. Algunas veces, el ser humano los recorre saliendo triunfante; otras veces, se enreda con innumerables obstáculos.

    En este relato, Borges se convierte en un “narrador- protagonista”, representado en el personaje del Minotauro. El laberinto en el cual se siente prisionero es su terrible soledad. Todo lo que hace y piensa es para entretenerse y gastar su tiempo, creando un mundo imaginario.

    Cuenta que nunca sale de su casa pero que ésta tiene las puertas abiertas -día y noche- para todos;  puertas, cuyo número es infinito. Asterión –que es el nombre del personaje central que representa al Minotauro- se considera a sí mismo un prisionero. Aunque todas las puertas estén abiertas, él no puede hallar la salida. Algunas veces ha pisado la calle pero ha tenido que volver antes de la noche porque la gente le infunde miedo y -a la vez- también los otros se asustan al verlo.

En su casa cualquier lugar es otro lugar porque son infinitos. Es del tamaño del mundo; mejor dicho, es el mundo, el único mundo que conoce. Todo parece repetirse  muchas veces. Sólo dos cosas  están una sola vez: arriba, el sol y abajo, Asterión, como si fuera el cielo y el infierno. Al no saber quién creo esas dos cosas que aparecen una sola vez, tiene la idea de que pudo haber sido él, aunque no se acuerda. Todo monstruo tiene la vana pretensión de ser dios en algún momento.

    El texto termina con el diálogo entre los otros dos protagonistas de esta historia según el mito griego,  los dos enamorados: "-¿Lo creerás, Ariadna? –dijo Teseo–  el minotauro apenas se defendió." Asterión no resiste a morir, quiere ser liberado de su soledad, el verdadero laberinto, prisión de cadenas invisibles y puertas abiertas.

    ¿Vos también te sentís en un intrincado laberinto de prisiones abiertas y cadenas invisibles donde  las puertas están abiertas sin que nadie ingrese por ellas o sin que podamos salir?; ¿te encontrás y te reconocés deambulando por la casa de Asterión?; ¿te has enfrentado con el monstruo interior que habita en el centro?; ¿no te parece a veces que ese laberinto fuera un taller donde la caricatura del bien y del mal, de Dios y del diablo luchan al unísono mientras el corazón tironeado está en el medio de tanto fragor?…

Texto 6.

    En su último libro, Borges presenta una nueva versión del laberinto ya no el de la prisión y el destino cerrado sino el de la opción y el sentido de la existencia. Él afirma que “nuestro hermoso deber es imaginar que hay un laberinto y un hilo. Nunca daremos con el hilo, acaso lo encontramos y lo perdemos en un acto de fe, en una cadencia, en un sueño, en las palabras que se llaman filosofía, en la mera y sencilla felicidad”.

Aquí estamos lejos de ese otro laberinto que marca un destino de hierro, sin centro, ni salida. Quizás tengamos que optar por uno de esos dos laberintos, por el absurdo o por el sentido. Quizás también ocurra que en nuestras vidas pasemos por ambos.

    Borges  habla de un “hermoso deber”: buscar el hilo que -en la mitología griega- Ariadna dio a Teseo y que él, después de su triunfo, no supo retener. Ese hilo se encuentra –según Borges- en la filosofía, en la fe o, simplemente, en la felicidad.

    Podemos sentirnos prisioneros en un mundo cerrado y absurdo, o intentar la búsqueda del sentido último. Es preciso dar con el “hilo primordial” que nos conduzca a un centro donde fluya la sacralidad que nos justifica más allá de las pruebas que puede dar o negar la razón. El laberinto en que vivimos puede ser la prueba del absurdo o el camino de una iniciación hacia la luz. En cierta medida, depende de cada uno de nosotros y de nuestra libertad para elegir.

    En la literatura de Borges, unido al laberinto, está también el espejo. Son dos símbolos que se complementan. Bastan dos espejos opuestos para construir un laberinto de infinitos reflejos.

    En otro cuento llamado “La Biblioteca de Babel”, Borges construye una fascinante alegoría en la que parece expresarse la condición esencial del ser humano, perdido en un universo extrañamente caótico, en el que se siente tremendamente angustiado por el flujo de una temporalidad que lo envuelve, lo atraviesa y lo arrastra.

    La biblioteca de Babel es un laberinto hecho de infinitas galerías hexagonales en el que figuran todos los libros posibles, con todas las historias, con todos los argumentos, con todos sus principios y finales escritos en todos los idiomas.

    Los libros tienen todas las formas imaginables. Existe hasta un libro de forma circular cuyas páginas se unen en el centro. La Biblioteca resulta un monstruoso laberinto que alude al infinito y al caos. Por sus inagotables corredores y galerías vaga el ser humano en busca de explicaciones y justificación.

    Dios se encuentra en un misterioso libro cíclico. La Biblioteca surgió a partir del cálculo matemático y del convencimiento de que los signos del alfabeto producen un número infinito de combinaciones que desembocan en un permanente errar cíclico.

    ¿Vos también experimentás que el mundo se ha vuelto perturbador y caótico?; ¿qué imagen tenés del infinito?

    Borges se imaginaba el Paraíso como una biblioteca.  Quizás la infinita biblioteca no sea sino metáfora de la suma de todo el saber para buscar el sentido de cada una de las cosas. A veces el corazón se queda oyendo entre los libros de la buena memoria como un ciego frente al mar. Sus voces nos llegan como vestigios del futuro: ¿en dónde se hallan los libros de la buena memoria que guardan intactos los mejores momentos que has vividos?; ¿dónde se encuentra el libro de Dios que colecciona todos los pasos de tu camino?

Texto 7.

      La diosa Ishtar –dice una leyenda Asírio-Babilónica- se adentró al laberinto de los muertos gracias a que iba desprendiéndose progresiva y lentamente de todas y cada una de sus majestuosas vestiduras reales.

    Al final del trayecto dónde habitaban las sombras, llega –desprovista de todas sus ropas, arriba al lugar sin ninguna de ellas- porque sabe que sólo la desnudez final, la que recuerda la desnudez original del comienzo en el nacimiento, es la que vence a la muerte, la desnudez final, el despojo de todo.

    El camino que va del nacimiento a la muerte, del principio al término es un laberinto que tiene por camino la purificación del cuerpo, del alma y del corazón. La limpieza continúa hacia la desnudez completa.

    Hay que liberarse del disfraz, las máscaras y el maquillaje, desprenderse de todo cuanto nos reviste interna y externamente, purificarse de las sucesivas y pesadas capas del propio “yo”, para acceder –límpidamente-  a una luminosa interioridad.

    Hay que dar con el centro del propio laberinto, aquél que lleva nuestro nombre y designio, aquél que en sus paredes guarda nuestras marcas y lágrimas. Aquél en el que habita nuestra piel y nuestra alma.

    El río de vida que corre por nuestras venas noche y día, pasa a través del mundo y danza con rítmico compás. La vida surge dichosa del polvo de la tierra en innumerables formas y colores, en tumultuosas oleadas. Se mece en la cuna del mar, naciendo y muriendo, creciendo y menguando. Nuestro ser se glorifica al contacto con la vida. El latido vital de siglos danza en toda sangre. Él es el fluido que mana ininterrumpido, dentro de todos nuestros  laberintos.

    El laberinto final desemboca en la búsqueda del sentido y en una resplandeciente esperanza. Cuando se sale del laberinto, se vislumbra el horizonte. El presente se vuelve hacer futuro que amanece, colmado de promesas. El laberinto tiene una secreta salida cuando abre su mirada hacia arriba. Sólo la trascendencia y la eternidad nos liberan del estrecho laberinto en el que estábamos cautivos y perdidos. Mientras lo transitamos vayamos leyendo signos y pidiendo señales para ver cuál de todas es la mejor realidad.

Texto 8. 

 

Perdido en el laberinto de Dios

Fantasmas y sombras, voces y ecos,
laberintos hechos de recuerdos y olvidos,
de nombres que se quedaron y otros que se han ido.

Laberintos fabricados  de  espacio y tiempo;
de agua, aire, tierra y fuego.

Laberintos de sueños y vigilias,
de preguntas sin respuestas,
de tiempos perdidos en el tiempo,
con un ayer que ya no es,
con un hoy que está siendo y –a la vez- dejando de ser,
y un mañana que todavía no llegó.

Cada uno de nosotros somos nuestro propio laberinto:
Los surcos de nuestros rasgos,
las huellas de nuestra piel,
las líneas y curvas de nuestra figura;
las abstracciones de nuestra razón y los vaivenes de la  libertad,
 nos van dibujando y desdibujando sin cesar.

También los otros habitan su propio laberinto cerrado y sellado.
Prisiones de soledades acumuladas en un baúl de añejos olvidos.

Te busco y te nombro.
Escucho mi eco.
Te encuentro y te pierdo.

Me detengo y sigo
-soñando o despierto-
no sé si alguna vez  podré salir.
No sé si podré seguir…

Sin brújulas, ni mapas,
sin estrellas, ni soles.
El amor es un laberinto,
tan eterno e infinito como cualquier otro que se haya hecho.

Nadie me puede rescatar.
Estoy irremediablemente perdido.
Estoy perdido en el laberinto de Dios.

E. C

Texto 9.

Laberintos del laberinto

El eco y el eco del eco
son abanicos de un mismo laberinto.

El desierto y el mar,
la línea recta y el horizonte,
el cielo y el infinito
son todos
un único laberinto.

El universo y la eternidad también lo son,
al igual que Dios.

Tu corazón es mi laberinto.

E. C

El laberinto es un juego. Tiene sus propias reglas. Representa un mundo que se basta a sí mismo y que tiene su propia lógica, aunque todo parezca un sueño extraño y fascinante, aunque todo parezca estar al revés como en “Alicia en el País de las Maravillas”.

Texto 10.

Laberinto Perdido

Hay un laberinto que está perdido.
Un laberinto dentro de otro laberinto,
dentro de otro laberinto,
dentro de otro y así hasta el infinito.

En ese laberinto,
no hay principio, ni fin.
No hay entrada, ni salida.
No hay tiempo, ni espacio.

Ese laberinto es eterno.
Lleva el Nombre indecible de Dios.

 E. C

Dios, el Otro Laberinto

Hay un laberinto que lleva tu forma y figura,
tu geometría y estatura,
tu peso y calibre,
tu sombra y silueta,
tus proporciones y medidas,
tus dimensiones y talla.

Lleva tus líneas y muecas,
 gestos y ademanes,
 ropas y disfraces,
espejos y máscaras,
palabras y silencios,
memorias y  olvidos:
Lleva todos tus registros.

Tus fechas y días,
 tiempos y espacios,
 historias y geografías,
 amores y  decepciones,
sueños e insomnios,
logros y fracasos.

Se erige como morada invisible
en la que habitamos dentro.

Lleva nuestro nombre y su secreto,
nuestro mapa y su brújula,
nuestro astro y su designio.

Cada uno es su propio laberinto.
Con su  entrada y salida,
su  trampa y escondite,
su puerta y su guarida.

En ese zizagueo estamos contenidos:
Perdidos y encontrados,
caminos entrecruzados y desviados.

En ese laberinto
vivimos y nos trasformamos,
sinuosidades de la vida y de la muerte.

Dios es el Laberinto de nuestro propio laberinto.

En Él vivimos,
nos perdemos y nos encontramos.

E. C

Siempre estaré con vos. Siempre permaneceré a tu lado. Mi mano reposará sobre tu corazón. Mis palabras serán tu plegaria. No habrá distancias, ni temor. Aunque me haya ido, siempre estaré y  permaneceré. Búscame en ese lugar donde duermen las estrellas y el sol va a descansar, donde crecen las flores y se puede ver el mar, donde se acuestan los dolores para nunca regresar.

    Viajando hacia el pasado pude recordar todo lo vivido, lo que en mí va a quedar. Estaré siempre a tu lado, pendiente de tu vida y de todo lo demás. Yo también he transitado tu laberinto.